martes, 23 de diciembre de 2008

Muchas felicidades


Muchas felicidades
José Antonio Hernández Guerrero

Si cultivar deseos –esos sentimientos tan relacionados con la autoestima y con la esperanza- es iniciar la senda que nos lleva a su realización, manifestarlos a los demás es, además, mostrarles nuestra disposición de ayudarles a alcanzarlos. Éstas son las razones que me mueven a defender la costumbre de entrecruzarnos felicitaciones durante estas fechas tan cargadas de historia y de simbolismos.



Estoy convencido de que, por muy estereotipadas que sean las frases que usemos, si salen desde lo profundo de nuestro corazón, además de infundirnos ánimo, estrechan los lazos que nos unen y nos transmiten unas saludables energías para seguir caminando.
En la celebración de estas fiesta navideñas y del fin de año, en vez de dejarnos arrastrar por el temor o por la tristeza ante lo desconocido, podríamos animarnos mutuamente para palpar con detenimiento cada uno de los instantes que nos quedan por vivir. Yo les deseo –queridos lectores- felicidad y felicidades. Sí; les deseo el bienestar del cuerpo y del espíritu: esa felicidad honda, sosegada y apacible que consiste en lograr un equilibrio que es el resultado de nuestra propia aceptación, del conocimiento de nuestras cualidades, de la estimación de nuestros valores y del reconocimiento de nuestras limitaciones. Pero, además, les deseo muchas otras felicidades como, por ejemplo, la felicidad del conocimiento hondo, la felicidad de una lectura placentera, la felicidad del trabajo bien hecho, la felicidad del ocio compartido, la felicidad del diálogo respetuoso, la felicidad de la amistad sincera y, sobre todo, la felicidad de un amor expansivo. Os deseo todas esas cosas que llenan la vida aunque no nos cuesten dinero ni ocupen demasiado tiempo.
Les deseo que sigáis creciendo intelectual, artística y al moralmente: que sigáis aprendiendo, pensando, disfrutando y, también, siendo bondadosos. Estoy convencido de que estas felicitaciones, si son sinceras, crean una atmósfera transparente y cálida de confianza mutua y de calor humano que facilita la armonía familiar, el trabajo profesional y la convivencia social.
Es posible que, si creamos entre todos este clima de benévola y de cordial amabilidad –esa benevolencia de la que hablan los retóricos-, será más fácil encontrar las expresiones adecuadas y los gestos elocuentes para honrar y para mostrar nuestra gratitud a los familiares, amigos, compañeros y colaboradores que, durante este año, nos han soportado y ayudado.
Por todas esta razones, este año me permito reiterarles varias peticiones: que agucen sus mirada con el fin de descubrir algo nuevo y bello en los seres que les rodean; que luchen para no caer en el desencanto ni en la rutina -la gran arrasadora de la vida-, que presten atención para ver las cosas como recién estrenadas. Si pretendemos aprovechar el jugo de la vida, hemos de aprender a apreciarnos a nosotros mismos y a valorar la realidad que nos rodea; sin admiración, la vida es anodina y puede llegar a perder su sentido, por eso es necesario que cultivemos nuestro espíritu para penetrar en el fondo de las cosas y para descubrir sus mensajes. Les ruego que, a pesar de los contratiempos, pongan caras más alegres y que esbocen unas sonrisas más permanentes.
Les pido, al menos, una palabra amable, un abrazo cordial y un beso cariñoso. A todos vosotros -queridos amigos- a los que siempre recuerdo y a los que, sabiéndolo o sin saberlo, hacen grata y fecunda mi vida, les deseo felicidad y felicidades. Ustedes son mis mejores regalos.






viernes, 19 de diciembre de 2008

Lo peor de la crisis

Dedico este artículo -de una manera especial- a Alberto Revuelta. Lo felicito cordialmente por su lucha discreta y eficaz. Un abrazo. José Antonio





Lo peor de la crisis
José Antonio Hernández Guerrero

Todos los medios de comunicación han reflejado el temblor frío que el escándalo Madoff ha generado en la aristocracia financiera mundial. Finalmente han pillado con las manos en la masa a este personaje -el último estafador de Wall Street- que, durante veinte años, ha estado engañando a esos ricos que habían picado porque, como es natural, pretendían ser más ricos.


Lo peor de esta crisis galopante -que tiene que ver más con la avaricia, con la ambición, con la voracidad especuladora y con la poca vergüenza de unos cuantos- es, sin duda alguna, que la están sufriendo los de siempre: los “desfavorecidos”, aquellos que no son, como algunos piensan, los que no han recibido favores -ese dinero fácil con el que se controla a los partidos y, a veces, a los periodistas-, sino los que carecen de los medios indispensables para vivir y para sobrevivir, o sea, los pobres y los parados.
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Todos sabemos quienes son los que, tras llevar años pasándolo mal, ahora lo van a pasar peor. Es cierto que tendrán que ajustarse el cinturón los que tienen que pagar una hipoteca, los que tienen la intención de cambiar el automóvil y los están habituados a viajar al extranjero o a cenar en restaurantes de lujo, pero el problema más grave se plantea a los jóvenes que aún no han encontrado un trabajo o a los adultos que han sido despedidos.

Se sostiene que está fallando el sistema liberal capitalista. Posiblemente. Pero lo que están fallando sobre todo son las personas que lo han gestionado en los últimos años. Vivimos en un mundo exclusivamente pendiente del beneficio, de los favores, de las trampas, de buscar agujeros en las leyes para perpetrar delitos de cuello blanco: es un mundo que, a la larga, genera una inseguridad y una desigualdad social sobre la que no se puede construir un sistema libre.
Tengo la esperanza de que si la justicia y la solidaridad no nos mueven para que compartamos con los famélicos y con los desnutridos los excedentes de nuestras despensas y frigoríficos, a lo mejor, preocupados como estamos por nuestra salud física y mental, nos decidimos a distribuir esas reservas. Resulta paradójico constatar que, mientras millones de seres humanos mueren por falta de alimentos, otros enferman por comer demasiado. Todos podemos comprobar cómo esta excesiva abundancia de unos pocos no sólo origina dolencias cardiovasculares y trastornos metabólicos, sino que también genera enfermedades psicológicas y complicaciones sociales. En mi opinión la sobriedad y la generosidad son unas vías complementarias para conservar la salud corporal, el equilibrio mental y, también, la armonía social. Recordemos que los ayunos prescritos por todas las religiones tenían inicialmente una finalidad higiénica y terapéutica: servían para limpiar el cuerpo y para sanar el espíritu.
Pero es que, además, valen para que disfrutemos más de las comidas. Cuando nos sentimos satisfechos o empachados, ni siquiera los manjares más exquisitos logran atraer nuestra atención ni despertar nuestro entusiasmo. No es extraño que el desinterés, la falta de entusiasmo y la desidia crezcan de una manera tan alarmante en nuestra sociedad occidental. A lo mejor el temor a contraer esas enfermedades de la opulencia puede ser más eficaz que las apremiantes llamadas a la generosidad.



viernes, 21 de noviembre de 2008

Falibilidad

Falibilidad
José Antonio Hernández Guerrero

Según la doctrina católica más ortodoxa, ni siquiera el Papa es infalible en todo lo que dice y en todo lo que hace, pero, sin embargo, si prestamos atención al tono categórico con el que hablan muchos cardenales, obispos, sacerdotes, laicos, políticos, profesores y periodistas, llegamos a la conclusión de que estamos rodeados por seres privilegiados que se consideran portadores y guardianes de las verdades más absolutas sobre cualquier cuestión humana o divina. Y esto lo hacen no sólo cuando hablan de sus asuntos, sino también, y sobre todo, cuando se refieren a temas alejados de su ocupaciones profesionales.
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No me estoy refiriendo, por lo tanto, a la modesta expresión de opiniones formadas a partir de nuestras experiencias personales sino a la formulación solemne de verdades indemostrables. Menos mal que los hechos se encargan de poner las cosas en su sitio y de desmentir esas afirmaciones categóricas, contundentes y dogmáticas.
Un ejemplo actual lo tenemos en el ámbito de la economía: hay que ver cómo los grandes especialistas y los políticos más cualificados se han visto obligados a confesar que se equivocaron en sus pronósticos, que ignoran las causas reales de las súbitas y bajadas de las bolsas, de la galopante inflación, de la pérdida de puestos de trabajo y que desconocen qué va a ocurrir en las próximas semanas. Pero si somos capaces de escuchar los gritos de los tertulianos, llegaremos a la conclusión de que son muchos los que sí saben con toda seguridad el origen, la naturaleza y las consecuencias de la actual crisis económica, financiera e hipotecaria, y no escasean quienes afirman, con idéntica contundencia, que ellos ya hacía tiempo que habían anunciado el derrumbe inmobiliario y que, como consecuencia, ya conocían con exactitud el aumento de las filas de desempleados.
En realidad, esta manera de comportarnos tiene que ver más que con nuestros conocimientos, con nuestro talante y, paradójicamente, con nuestras inseguridades. Paradójicamente este dogmatismo tienen el mismo origen la esa duda radical y permanente, esa inseguridad temerosa de quienes no se atreven a afirmar ni siquiera su propia existencia, de quienes temen ser rechazados por todos: son eses “imbéciles” –recordemos la etimología- que carecen del bastón de las convicciones en las que apoyar sus afirmaciones.
Mientras que no reconozcamos que somos falibles, que podemos equivocarnos, aun cuando hayamos considerado la prueba con el mayor cuidado y hayamos aplicado nuestras más altas capacidades mentales. El falibilista sabe que no está exento de cometer errores en su apreciación de las cosas. Se forma opiniones y las toma en serio, pero siempre tiene en cuenta la posibilidad de que a fin de cuentas no esté en lo cierto. Por eso está permanentemente pendiente para aprender de los demás, por eso, antes, mientras, y después de hablar, escucha y piensa.
Pero, quizás, lo más sorprendente de estos momentos sea el aumento de adivinos, de videntes, de echadores de cartas y de lectores de las manos y, en consecuencia, la creciente clientela de quienes acuden para conocer el futuro económico, familiar, social y profesional de ellos y de sus parientes.

sábado, 8 de noviembre de 2008

El vuelo del alcatraz

El vuelo del alcatraz
José Antonio Hernández Guerrero

Invitado por la Consejería de Turismo, Comercio y Deporte de la Junta de Andalucía, acabo de realizar un sorprendente vuelo al ritmo cadencioso de un alcatraz, uno de esos pájaros mezcla de pelícano y gaviota, que, desde tiempo inmemorial, decidieron que los lugares más adecuados para vivir, para trabajar y para disfrutar eran los bordes marinos. Este sorprendente viaje ha sido posible gracias a la exposición que “Tannhausser Estudio” ha montado en el Centro de Arqueología Subacuática situado en el antiguo y remozado Balneario de la Palma de nuestra Caleta.
Les confieso que, aunque he disfrutado de lo lindo contemplando las vistas panorámicas de Javier Hernández, un fotógrafo sevillano que durante varios años ha sobrevolado la franja marina de Andalucía a bordo de un paramotor, también he experimentado cierto preocupación y, en ocasiones, he hecho algunas reflexiones propiciadas por los comentarios que, elaborados por 37 escritores, periodistas y poetas andaluces, explican cada una de estas fotografías.
A lo largo del recorrido por esta sorprendente exposición que nos dibuja la sinuosa franja que armoniza los tres factores principales de nuestro paisaje natural -la tierra, el cielo y el mar-, he podido comprobar cómo los bordes marinos son unos de los emplazamientos más propicios para la vida humana: para el trabajo y para la diversión, para el negocio y para el ocio. Pero también he advertido que son espacios muy frágiles porque están amenazados por la acción corrosiva de la propia naturaleza y por la actividad devastadora de los comportamientos humanos. Sus múltiples alicientes, que atraen a los que buscan trabajo y a los que desean descanso, a los artistas que eligen ambientes plácidos y a los deportistas ansiosos de superar retos, también constituyen permanentes incitaciones para los especuladores que pretenden beneficios rápidos y suculentos.
En mi opinión, esta sugerente manera de llamar la atención a los ciudadanos es un complemento valioso –quizás imprescindible- para que todos adquiramos conciencia de la importancia ambiental, estética y económica de nuestras costas, y de la obligación que todos contraemos en su conservación. Las investigaciones que realiza, los cursos que desarrolla y los trabajos que publica el equipo universitario dirigido por el catedrático Juan Manuel Barragán Muñoz, las actividades que lleva a cabo la Estrategia Andaluza de Gestión Costera de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, e, incluso, la participación de los agentes que intervienen en el litoral andaluz serán insuficientes para evitar las amenazas que se ciernen debido al imparable aumento de la población, al crecimiento de las actividades económicas, al agotamiento de los recursos e, incluso, al cambio climático.
Para lograr el objetivo de la dinamización de la economía mediante un desarrollo sostenible es necesario –urgente- que, además de propiciar un cambio radical en las pautas trazadas por la administración que gestionan nuestro litoral, los empresarios y, en general todos los usuarios seamos plenamente consciente de que, para evitar su deterioro, hemos de cuidarlo con esmero. Es posible –seguro- que, si se deciden visitar esta exposición, experimenten unas sensaciones inéditas ya que, sin duda alguna, redescubrirán otro litoral mágico muy diferente del que ustedes conocen en el que luces y colores se funden con el lejano brillo de las olas.

sábado, 1 de noviembre de 2008

EL LOCO DE LA SALINA

EL LOCO DE LA SALINA

ME TIENEN QUE MATAR PARA NO IR

No hay derecho. Se casan así de golpe y no han sido capaces de invitarme a la boda. No es que yo tuviera una especial amistad ni con él ni con ella, pero me ha dolido mucho el que ninguno de los dos se haya acordado de mí, aunque solamente fuera por cumplir conmigo y por guardar las formas. Deben saber que yo soy alguien. No en vano me tomé algunas copas con el novio y una vez me saludó la novia. Sin embargo se equivocan, si creen que me voy a dar por vencido y que voy a tirar la toalla así por las buenas. Yo estoy en la boda, cueste lo que cueste. Como no tengo otras cosas mejores que hacer, hoy mismo se pone en marcha la maquinaria. Hoy mismo voy a hablar con todo el que se ponga a tiro, porque yo voy a esa boda al precio que sea. Sé que él tiene amigos en Sevilla y lo primero que voy a hacer es colarme por allí y hablar uno por uno sobre el tema. Ella también tiene amigas que me pueden ayudar en la empresa. De mí no se pasa así alegremente. Cuando pienso que el cura les va a dar la bendición y que yo no voy a estar allí, me entran repelucos por el cuerpo y me pongo malo. Si se me viene a la cabeza el convite, ya es que me hundo en la miseria de pensar que yo no voy a brindar con los privilegiados asistentes que han recibido la invitación. Encima sé que han invitado al vecino del quinto, como si yo fuera menos que el desgraciado del quinto. Otra solución es colarme por la cara en la iglesia, pero no me parece bien, no me vayan a dar el corte de mi vida. De todas formas, si no me invitan, me lo pensaré, porque desde luego donde caben veinte, caben veintiuno.
Lo que más me duele es que han repartido invitaciones a gente que son menos que yo y que no tienen la categoría que yo tengo. Además debo tener cuidado, porque, basta que se entere el novio de que quiero ir a su boda, para que se emperre en que no. Y es que la última vez que le vi le faltó el canto de un euro para escupirme en la cara, porque le llevé la contraria al muy macarra.


No hay derecho, ¡mira que dejarme fuera por la misma cara! No es que yo me considere imprescindible, pero casi. Tampoco hace falta que me sienten en la mesa principal, ni que me den el mejor puro habano de la noche, ni siquiera que me den mi parte de la tarta. A mí me basta con sentarme en la última mesa y, aunque me pongan en un platito unas cuantas migajas, a mí no me importa, pero yo tengo que estar allí.
Tengo un sinvivir horroroso y no paro de dar vueltas nerviosas por el patio. Quizás no me han invitado porque saben que estoy loco, o porque para ellos soy un mojón pinchado en un palo. Se van a enterar de quién soy yo. Voy a dar tanto coñazo, que o me invitan o alguien va a acabar con los nervios de punta.

Desde aquí mismo, desde esta Información que llega a tantos lectores lo digo: que todos sepan que no me han invitado, pero que quiero ir a esa boda y que me tienen que matar para no estar allí con los demás comensales.

Bueno, me voy a tomar la pastilla y me voy a la cama antes de que se mosquee alguno y me perjudique en mis propósitos. ¡Vivan los novios! ¡Hijos de su madre!


jueves, 30 de octubre de 2008

Pensar en la muerte

Pensar en la muerte
José Antonio Hernández Guerrero

El filósofo vienés, Ludwig Wittgenstein, en un par de anotaciones de su Diario Secreto, tras confesar que siente cierta fascinación por la muerte, se lamenta de que, en la vida presente, no existe lugar para pensar en ella. Es posible que esta valoración –junto a motivaciones morales- le impulsara para que, a pesar de haber sido declarado inútil por problemas de salud, se alistara como voluntario en el ejército austriaco en la Primera Guerra Mundial.


Nosotros, sin necesidad de recurrir a elucubraciones filosóficas, sabemos que nuestra existencia humana -ese entramado de recuerdos, de episodios y de deseos- es una ineludible convivencia con las muertes de los que nos han dejado la dolorosa huella de su ausencia y con el anticipo –más o menos consciente- de nuestra propia muerte.
Por mucho que pretendamos hacernos los despistados, la muerte es nuestro acompañante más fiel desde el instante del nacimiento. Hemos de reconocer, además, que, de la misma manera que los sufrimientos que acarrea -independientemente de sus circunstancias- pueden ser agravados por una inadecuada preparación, también, pueden ser suavizados por una oportuna preparación y por una correcta ayuda: igual que la zigzagueante ruta de la vida, el trance de la muerte puede ser bueno, malo y horroroso.

Es sorprendente, sin embargo, la coincidencia con la que, en la actualidad, desde sus respectivas perspectivas determinadas por sus diferentes intereses, los reclamos sociales y las propuestas culturales están logrando que, autoengañados, nos olvidemos totalmente de este ineludible y “vital” episodio.
El hecho cierto es que los pensadores, los periodistas, los educadores, los médicos y hasta algunos sacerdotes consideran este asunto como tabú y, sobre todo, que han perdido el sentido del valor de la muerte en su relación con las actividades diarias, y que no tengan en cuenta que es un componente esencial de la vida e, incluso, un factor que puede ayudar para que, aunque no prologuemos nuestro tiempo, sí intensifiquemos la conciencia de nuestra existencia.

La consideración de la brevedad de la vida y de la inevitabilidad de la muerte, en vez de paralizarnos y de diluir nuestro tiempo, debería estimularnos para que extraigamos de cada uno de nuestros episodios los jugos más esenciales y sustanciosos. ¿No creen ustedes que, en vez de agobiarnos negando la muerte, podríamos convertirla en un estímulo para aprovechar cada minuto de vida, para respetarnos, para querernos y para ayudarnos?

Es posible que –sin necesidad de recurrir a aquellas truculentas meditaciones sobre los novísimos- el pensamiento sereno sobre la muerte –sobre la nuestra y sobre la de nuestros seres queridos- nos empuje para que, de forma explícita, con amor y con respeto, hablemos de todas esas cosas buenas y bellas que, con demasiada frecuencia, sólo decimos en los funerales. Desde la perspectiva de la muerte vemos la vida de otra manera y, mientras algunas cuestiones pierden valor, otras por el contrario, recobran su importancia: hace posible un mirada distinta sobre la realidad, nos proporciona una claridad que disuelve esos ruidos que trivializan los asuntos que, reconsiderados, están llenos de sentido.

Si al pensar en la muerte miramos retrospectivamente a los momentos difíciles y soñamos ilusionados en un mañana mejor, es posible que intensifiquemos nuestro presente y prosigamos nuestra andadura liberados de lo peor de nosotros mismos y, quizás, nos ilusionemos con una convivencia más grata y más placentera.

lunes, 27 de octubre de 2008

EL LOCO DE LA SALINA



EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

He leído en la prensa que llega a cuentagotas al manicomio que el comedor
de “El pan nuestro” de La Isla cumple hoy 16 años de existencia. Además leo que la cifra de personas necesitadas que recurren a ese comedor social va aumentando cada vez más y veremos cuándo se detiene, si se detiene.
La crisis sigue dando que sufrir y el número de parados no hay quien lo pare. Nosotros aquí tenemos por lo menos un techo, un plato de comida y un patio donde pasear y sacar a ventilar nuestras difíciles ideas, pero hay gente que no tiene nada de nada. Los locos estamos locos, pero no somos insensibles a tanta pobreza y miseria como estamos viendo y tendremos que ver por desgracia. Por eso desde aquí, antes de que me pongan la camisa de fuerza por decir verdades, le quiero tocar unas palmitas al padre Juan Mariano Jiménez Zayas, porque este hombre sí está llevando a cabo simplemente lo que dicen que dice el evangelio. Ni más, ni menos. Lo demás son gaitas, pamplinas y excesivos golpes de pecho delante de cualquier imagen de las muchas que saturan este pueblo. Como comprenderán yo no he inventado el orden de prioridades que marcaron los evangelios hace ya algún tiempo. Eso de dar de comer al hambriento está por encima de misas, credos y salves.


Nunca se cerraron las puertas de ese comedor, así lloviera, nevara, hiciera calor o frío, fuera sábado, domingo, martes, día festivo o año bisiesto. Y eso tiene un mérito extraordinario en una sociedad como ésta que va a lo suyo exclusivamente y que se olvida de los más débiles, porque la cuerda se parte siempre por ahí.


Hay otras personas que renuncian a ir al comedor, porque van tirando con lo que piden en la calle, aunque de esto se podría hablar largo y tendido, nunca mejor dicho. Algunos de estos señores y señoras dan un espectáculo gratis y denigrante a los que pasan por su vera, sobre todo a los niños. Siempre se les ve con una litrona de cerveza en la mano, borrachos y borrachas, sucios y sucias…

Por cierto, al parecer aquí se puede beber en la calle a garganta libre sin que la policía local se quiera dar por enterada del asunto. Lo que cuento no es una calumnia, porque se puede comprobar a cualquier hora del día en el mismo centro a la vista del que acierte a pasar por allí. Y eso no es necesidad, sino otra cosa que también tiene nombre. Por lo menos es lo que he podido ver cuando he salido de este manicomio a pasar unos días en la civilización. Y ya no sé si eso es normal o el que no es normal soy yo.


El padre Juan ha pasado por muchos agobios viendo que no podía más, que la economía no es de chicle y que tiene unos límites claros. Tampoco ha recibido ningún tipo de inyección de ésas que ahora sacan a flote a los bancos. Solamente ha contado con las escasas ayudas que ha podido recibir y sobre todo con esa fuerza interior que da la lucha por los más desfavorecidos. Enhorabuena. Aquí en el manicomio lo comentamos muchas veces. ¿No tendrá La Isla algún detalle con este hombre que, aun siendo cura, tanto se está entregando por los pobres?


Ya mismo parece que va a iniciar la campaña de Navidad recogiendo víveres, porque este año pintan bastos. Desde nuestro manicomio deseamos que el “Pan nuestro” cumpla otro montón de años más y que nosotros lo veamos, aunque por favor fuera ya de estas cuatro paredes, que ahora les toca a otros más locos que yo.

domingo, 26 de octubre de 2008

Club de Letras Algeciras

Supongo -querido amigo Luis- que no te habrá llegado la información sobre el posible creación de un CLUB DE LETRAS en Algeciras.
Es un proyecto del Vicerrectorado de Extensión Universitaria que funciona con "excesivo" éxito de público en Cádiz y en Jerez.
Me han aceptado la condición de que la inscripción sea gratis, pero el Vicerrectorado exige que, al menos se inscriban diez miembros.

Mucho me temo que, debido que allí soy un desconocido, no se llegue a ese número.
Si conoces a algún aficionado a la lectura o a la escritura -de cualquier género y estilo- puedes decirle que entre en la página del Vicerrectorado de Extensión y se inscriba. Si llegamos a ese número, tendremos la ocasión de reunirmos una vez al mes para conversar sobre libros y leer nuestros textos.
Las sesiones serían los terceros viernes de mes por la tarde y durarían dos horas.

Club de letras en Algeciras


Definición
El Club de Letras no es sólo un taller de escritura.
Evitamos una concepción estrecha de sus actividades y, sobre todo, rechazamos de manera categórica una noción simplista de la escritura: no existen fórmulas mágicas ni procedimientos rápidos para la adquisición de las destrezas literarias.
Las expectativas de remedios milagrosas entorpecen el desarrollo de un proceso que es apasionante y divertido pero, también, arduo, lento.
Posee todas las características del crecimiento físico, de la maduración intelectual y de la educación de la sensibilidad artística.
El Club de Letras de Algeciras no se limitará a proporcionar técnicas, a dibujar pautas y a proponer recetas para redactar de manera correcta un texto, sino que, además, orientará y estimulará la formación de profesionales que estén dispuestos a contemplar, analizar, valorar y crear la realidad. Escribir es una manera diferente de interpretar la vida, una forma crítica y profunda de ver y de recrear el mundo.

ObjetivosLas diferentes actividades se apoyan, desde el principio, en una reflexión seria sobre la naturaleza de la literatura que estimula, orienta y fundamenta los procesos de lectura y de escritura. A partir de esta "teoría", se propone alcanzar los siguientes objetivos concretos:
1. - Abrir un espacio de encuentro, de trasvase de informaciones, de contraste de opiniones, de reflexión y de debate sobre la lectura y sobre la escritura de textos periodísticos, ensayísticos y literarios de los diferentes géneros, estilos y corrientes.
2. - Proporcionar principios rigurosos, criterios válidos y pautas prácticas de lectura y de escritura de artículos de opinión y de composiciones literarias.
3. - Orientar y estimular la crítica rigurosa de obras literarias.
4. - Suministrar métodos, procedimientos y recursos variados que faciliten la escritura de obras de diferentes niveles, contenidos y estilos.


Método
Esta reflexión compartida se apoya en unos ejercicios escalonados que estimulan y encaminan una práctica progresiva de la lectura crítica y de la escritura creativa.
Nuestra concepción de la Literatura, por lo tanto, es vital, englobadora y totalizante. La definimos como "una manera más consciente, más intensa y más plena –más humana- de vivir la vida". En consecuencia, partimos del supuesto de que los principios básicos de las diferentes Ciencias Humanas -en especial de la Lingüística, de la Semiótica, de la Antropología, de la Psicología y de la Sociología- constituyen una base sólida e imprescindible para la adquisición y para el desarrollo de las difíciles y complejas destrezas de la lectura y de la escritura.
Si nos apoyamos en esta fundamentación teórica, estaremos en condiciones de seleccionar y de aplicar los criterios de análisis diferentes desde las distintas perspectivas interpretativas y valorativas de los textos de distintas épocas, géneros y corrientes.
Trazaremos unas pautas claras que nos permitan generar unos hábitos que estimulen el disfrute de la lectura y el placer del comentario riguroso.
Ofreceremos unos modelos de identificación, presentaremos unas propuestas de ejercicios y unos programas de actividades que despierten el interés alcanzar textos de calidad y, para lograr este fin, estimularemos la preocupación por cuidar el matiz, la inquietud por la búsqueda del adjetivo oportuno y la voluntad de lograr el procedimiento más original y expresivo, en cada uno de los escritos.
A manera de ejemplo, adelantamos que, para lograr textos interesantes, amenos y originales, aplicaremos algunas técnicas para desbloquear la imaginación utilizando los recursos de la realidad y del absurdo, y pondremos en marcha algunos mecanismos que faciliten la práctica de la concentración, del recuerdo, de la sensación y de la experiencia.
Provocaremos la invención a partir de las relaciones de palabras, estrategias de sustitución, eliminación, ampliación, descentrando los textos, etc.
Miembros de ClubDesde el primer momento, manifestamos una explícita voluntad de constituir un grupo relativamente homogéneo de escritores que participen en una concepción actual de la literatura, y una visión crítica y comprometida de la existencia humana.
Pretendemos crear las condiciones para que los miembros se sientan identificados con la creación de un proyecto común y para que intervengan de una manera activa en la generación de un ambiente de comunicación y de un clima de colaboración.
En resumen: puede participar todos los que -de cualquier edad y nivel de enseñanza- manifiesten amor a las letras, a la lectura y a la lectura

La vida empieza hoy

Mientras alentemos esperanzas, formulemos proyectos y miremos hacia el mañana, podemos decir con todo derecho que la vida empieza hoy, que tenemos toda la vida por delante y que lo mejor de la vida nos queda por vivir.

José Antonio Hernández Guerrero

LIBRO RECOMENDADO


Ensayo Título:

Ayudar a morir.

Con un prefacio y doce tesis de Jhon Berger
Autora: Dra. Iona Heath
Editorial: Katz, Buenos Aires


José Antonio Hernández Guerrero


Las propuestas que ofrece a sus colegas, los médicos, constituye, a nuestro juicio, oportunas, claras y prácticas


En la actualidad –debido a progreso de los procedimientos científicos y técnicos, y al ajetreo de la vida familiar, laboral y ciudadana-, corremos el riesgos de vivir el comienzo y el final de nuestra existencia temporal, aislados y alejados de esa atmósfera cordial imprescindible para, simplemente, morir en paz.


De igual manera que, para nacer, para sobrevivir y para crecer, necesitamos el servicio de unos profesionales expertos, para morir precisamos de la compañía alentadora y de la ayuda eficaz de otras personas que, además de respeto y de cariño, acierten con las expresiones y con los procedimientos adecuados. Lo mismo que anhelamos mejorar la calidad de nuestras vidas, hemos de aspirar a mejorar la calidad de nuestras muertes. Ésta es la razón por la que las diferentes civilizaciones han cuidado escrupulosamente las maneras de acompañar a sus seres queridos en esos difíciles momentos en los que afrontan este ineludible trance humano. No es de extrañar, por lo tanto, que esta cuestión haya sido objeto de serias reflexiones y de prolongados debates entre los que, profesionalmente, se dedican al cuidado de los enfermos.


Pero hemos de reconocer que, en la actualidad –debido a progreso de los procedimientos científicos y técnicos, y al ajetreo de la vida familiar, laboral y ciudadana-, corremos el riesgos de vivir el comienzo y el final de nuestra existencia temporal, aislados y alejados de esa atmósfera cordial imprescindible para, simplemente, morir en paz. Esta delicada cuestión cobra especial trascendencia en estos momentos, debido a la multiplicidad de las dimensiones médicas, éticas, religiosas y políticas que se imbrican. Por eso nos sorprende tanto la frivolidad con la que, con excesiva frecuencia, en los medios de comunicación se formulan unas afirmaciones categóricas carentes, en muchos casos, de fundamentos o apoyadas en prejuicios ideológicos apriorísticos.


El libro escrito por la doctora Iona Heath, médico generalista, miembro de la Real Comisión para el Cuidado de la Ancianidad, y de la Comisión de Genética Humana, directora del Grupo sobre Desigualdades de la Salud, responde a unas cuestiones que, a nuestro juicio, centran el actual estado de la cuestión: ¿Por qué son tan escasas las personas cuyas muertes podemos calificar de "buenas"? ¿Qué entendemos por una "buena muerte"? ¿Cómo es la muerte que queremos para nosotros y para nuestros seres queridos?


Tras constatar cómo en nuestras sociedades actuales, no sólo cerramos los ojos al hecho cierto de la muerte, sino también pretendemos negarlo, propone que consideremos este desenlace como un don, como una estimulante advertencia "que nos da el tiempo y su transcurso, sin el cual nos veríamos perdidos en un caos de eternidad, sin motivo alguno para actuar ni, de hecho, para vivir". Analiza las diferentes formas de morir y valora las ventajas e inconvenientes de las muertes repentinas y de las que acaecen tras un dilatado tiempo de progresivo agotamiento, entre los que fallecen anestesiados y los que se preparan de manera adecuada, entre los que se libran del sufrimiento y los que lo asumen con entereza y estoicismo.


Especialmente luminosas nos parecen sus reflexiones, sobre a dimensión trascendente de todas las vidas humanas, sobre el tiempo y la eternidad: sobre el presente, el pasado y el futuro, y, en especial, sobre la conexión –indispensable y alentadora- de cada una de las vidas humanas con los antepasados que la hicieron posible y con los herederos en los que pervivirán en el futuro. Las propuestas que ofrece a sus colegas, los médicos, constituye, a nuestro juicio, oportunas, claras y prácticas: les anima para que, además de los instrumentos terapéuticos, utilicen los ojos, "para ver la humanidad y la dignidad de nuestros pacientes y para evitar apartarnos del sufrimiento y de la angustia"; palabras, "para tratar de minimizar la inevitable soledad del que muere"; contacto físico, "para expresar un nivel más profundo de consuelo y de comunicación"; paciencia, para sincronizar con el ritmo de la muerte.


Es posible que la conclusión, apoyada en su dilatada experiencia y en sus múltiples lecturas a muchos resulte incongruente pero en nuestra opinión, es pertinente, valiosa e inevitable: los médicos –científicos y humanistas- necesitan la ayuda de los poetas.


John Berger, crítico, dramaturgo, guionista, novelista, ensayista y cuentista.

jueves, 16 de octubre de 2008

De Paco Melero

EL LOCO DE LA SALINA

¡HAY CADA ELEMENTO!

Decían los antiguos que el mapamundi y el resto del universo cosmos se compone de cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Yo no estoy muy de acuerdo. He visto muchos más elementos de carne y hueso paseando por la calle, pero, si los antiguos lo dicen, será así. El sábado pasado pudimos comprobar en nuestras propias carnes que no hay cosa peor que el agua, cuando se pone patosa y pertinaz. En todo caso, cualquiera de esos cuatro elementos tienen sus cosas buenas y sus cosas malas. Y yo, que no tengo otra cosa que hacer en el manicomio más que comerme el tarro, he pensado los brillantes pensamientos que siguen.
La tierra, por ejemplo, sirve para plantar las flores y para mantener firmes los árboles. Incluso algunos la emplean para echársela encima a algún asunto turbio. También se ha dicho siempre que los errores de los médicos los tapa la tierra. Sin embargo, tiene el inconveniente de que, cuando se mueve a lo bestia, nos mete el susto en el epicentro del cuerpo. De ella sabemos que al final va a ser empleada en darnos cristiana sepultura en nuestro entierro, palabra que nunca entenderé, pues debería ser “entierra”. Cambiemos de tema y dejemos tranquilos a los muertos, que ya tendremos tiempo de sobras el dos de noviembre y hasta entonces no vamos a estar tocando madera.
El aire es bueno, cuando está tranquilo, angelito. Es el padre directo de la sal y, si no fuera por el levante, nos comían a besos los mosquitos. Sin embargo el aire es capaz de despeinar a todos los que se le ponen por delante, excepto a los calvos. Lo mismo hincha las velas que sube las faldas.
El fuego es horroroso. No en vano, a la hora de inventarse un lugar jodido donde se pueda sufrir de verdad, los curas inventaron el infierno y además nos colaron de matute el Purgatorio, lugar de paso pero al parecer allí se disfruta de un fuego más llevadero. Otra cosa que escapa a mi cerebro. Aquí todos los incendios, duren más o duren menos, se apagan. Por lo visto allí en la otra vida el fuego del infierno no hay quien lo apague, de lo que se podría deducir que los bomberos no van al infierno. Sin embargo también el fuego tiene sus ventajas. Lo mismo sirve para hacer el puchero que para encender un cigarrillo.
El agua es para darle de comer aparte. A Dios el sábado se le fue la mano. Y mira que el agua tiene sus ventajas. Te quita la sed, te regala la playa y con ella lo mismo te puedes duchar que te puedes hacer el té de las cinco. Sin embargo, aunque aquí en el manicomio la vimos caer a chorros por las ventanas, no pasamos lo que padecieron el sábado muchas criaturas que se ven ahora en la calle por culpa de ella.
Por eso creo que el mundo está mal hecho, aunque la Biblia diga que Dios vio que todo era bueno. Y yo no tengo más remedio que preguntarme. ¿Todo esto ha sido por culpa de comerse una manzana Adán y Eva? ¿Con toda el agua que ha caído no se podría haber apagado el infierno para los restos? ¿Acaso no cayó agua para apagar incluso parte del Purgatorio? Después de lo visto el sábado ¿no será mejor amenazar a los malos con un infierno en el que hubiera agua en lugar de fuego? O en todo caso ¿no sería más justo darles a los malos la doble opción de quemarse o de ahogarse? Para volverse loco. Vamos a terminar pasando de la crisis bursátil a la crisis de los principios en los que nos hemos criado.

viernes, 10 de octubre de 2008

EL LOCO DE LA SALINA

A VER SI NOS ACLARAMOS

Tengo un lío en el coco que no me aclaro. El que comparte habitación conmigo en el manicomio es un picado de la astronomía y siempre tiene volando la imaginación.
El otro día me dijo que nosotros, los humanos, funcionamos de una forma muy rara y que hemos echado a perder la realidad a base de decir pamplinas.
Afirma con rotundidad que en el espacio exterior no existen los conceptos de arriba y abajo por mucho que se empeñen los dibujitos animados con tanto detrás-delante, cerca-lejos, arriba-abajo. Y pone un ejemplo para ilustrar su idea. Si uno mira hacia arriba por la noche puede ver la Luna en todo lo alto, pero si uno estuviera en la Luna, satélite que aquí frecuentamos por razones obvias, vería la Tierra también arriba. Para volverse loco. Dice que en el espacio todo es relativo y que todo depende de donde te coloques, con lo difícil que es buscar un trabajo.
Llevo varias semanas dando vueltas por el patio masticando esa idea y ya comienzo a poner cierto orden en mis escasas células grises. Por resumir he llegado a la conclusión de que, si no existe el arriba ni el abajo, tampoco debe existir la izquierda ni la derecha. Por supuesto que el centro se va directamente al agujero negro del cielo, que debe ser algo así como el culo del universo. Entonces me pregunto: ¿Puede decir alguien alegremente que es de izquierdas o de derechas? Evidentemente y, según mi amigo, puede decirlo, pero no respondería a la cruda realidad.

La verdad es que yo tengo amigos fuera de este manicomio que se atribuyen el ser de izquierdas o de derechas, porque el papel del carnet lo aguanta todo y la lengua es capaz de muchas cosas, sin especificar. Dentro de mis pocas luces me parece que se puede ser presentable o impresentable independientemente de que se esté a la izquierda o a la derecha. ¿Estaba el buen ladrón a la derecha o a la izquierda de Cristo? Depende. Para Cristo estaría a la derecha, pero para el que mira la estampita seguro que está a la izquierda. Sin embargo muchos están empeñados en que se distinga quién es de izquierdas o de derechas y cuanto más empeño ponen más me lío yo.
Unos defienden que los que están a la izquierda son progresistas y los de la derecha son conservadores. Esto no lo acabo de entender, porque todo el que progresa tiende a conservar lo que consigue y todo el que conserva algo es porque le sirve para progresar. Hasta el más tonto del pueblo, aunque se diga de izquierdas, tiene en la despensa de su cocina unas cuantas latas de conserva que no regala ni a tiros.
Otros dicen que la izquierda es pobre y que la derecha es rica. Pregunto: Y el que dice que es izquierdas toda la vida de Dios y de golpe le toca el Euromillón ¿de dónde es después del pelotazo? Otros dicen que la izquierda es honrada (la verdad es que cada vez lo dice menos gente) y que la derecha se lleva bien todo lo que haya que llevarse. La honradez no es de quienes se la atribuyen por la cara. Creo que para ser un chufla, un miserable o un cantamañanas lo mismo da que uno sea de izquierdas o de derechas. Algunos se presentan como presuntos revolucionarios o como salvadores de la tradición y ponen en ello más saliva que ejemplo. En fin, que Dios los cría y ellos se juntan, pero a mí me están volviendo majara del todo.

Por eso ya lo tengo claro. Cuando alguien me diga que es de izquierdas o de derechas, le voy a preguntar si ha ido alguna vez a la Luna. Aunque, si no hay izquierda ni derecha, tampoco debería hacerse la distinción entre locos y cuerdos, por lo que pido que me dejen salir ya de este manicomio y que metan aquí dentro a perpetuidad a unos cuantos que yo me sé y ellos también.

sábado, 4 de octubre de 2008

EL LOCO DE LA SALINA

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NO SÉ CÓMO DECIRLO

Acabo de abrir el primoroso sobre que todos los años por estas fechas me envía el Corte Inglés para felicitarme por mi santo.

Deberán emplear mucho esfuerzo, pues los Pacos abundan más de lo deseado. Dentro del sobre, en una cartulina candorosa, están mi nombre, dos apellidos y dirección presidiendo la fantástica carta.
Me felicitan efusivamente, hasta el punto de que tanta euforia me mosquea y me pone a la defensiva. Mañana es 4 de octubre, día de San Francisco de Asís, y mucho me temo que, sabiendo de la total pobreza de este santo, hayan decidido ahorrar conmigo a base de escritos, cuyo infalible destino es la papelera, lo que se van a ahorrar con un simple regalo.
“En este día tan señalado para usted y los suyos, me es grato poder acompañarle en su alegría, expresándole mi más cordial y sincera felicitación. Reciba al mismo tiempo, un afectuoso saludo”.

Agradezco ese acompañamiento y esa cordialidad, aunque ya les he dicho por activa y por pasiva que no me manden papeles por muy bonitos que sean. En realidad a mí me llama más la atención el día del cumpleaños, porque siento mejor en mis carnes el paso del tiempo, pero el santo no me dice casi nada, porque hay tanto trabajo en la Tierra, que los santos deben estar muy ocupados y ninguno se va a acordar de mí y menos en época de crisis.

Si quieren felicitarme y que yo salte de alegría, lo tienen muy fácil. Yo me conformo con poca cosa. No soy de los agonías que quieren un carrito lleno y gratis. Por ejemplo, ya que San Francisco de Asís era el amigo de los animales, entre los cuales se encuentra el cochino, me podrían obsequiar uno de esos jamones tan fantásticos que cuelgan a racimos contra la pared de la carnicería o apilados en algún pasillo central. Son tantos los que tienen allí expuestos, que quién iba a notar la ausencia de uno cualquiera de ellos. Tampoco hace falta que sea de bellotas. Eso sí, que no sea un hueso con carne salada. Aunque este loco no es delicado, el paladar lo conserva intacto.

Pues nada, no escarmientan. Tampoco le haría asco a una cajita de botellas o a un simple bolígrafo.
Allí nadie echaría de menos cualquiera de estas cosas y además quedarían divinos, pues parece que su lema es tener satisfechos a los clientes. Que sepan que yo así me quedaría gratamente impresionado y más satisfecho que el Cádiz cuando gana fuera, e incluso cuando gana dentro. Sin embargo son duros, me mandan la cartita de siempre, como si los locos careciéramos del sentido del gusto.

No sé si estas líneas caerán en manos de algún ejecutivo del Corte Inglés. Tampoco sé si las partirán cuando vean el remite del manicomio. Sin embargo guardo la firme esperanza de que alguno decida seguirme la corriente por aquello de la locura y comprenda mi punto de vista.

Por si faltara algo, mi santo no es el 4 de octubre, día de San Francisco de Asís, sino el 2 de abril, día de San Francisco de Paula. Ambos eran más pobres que las ratas, pero esto no debe ser una excusa, porque eran tíos muy espléndidos. De hecho San Francisco de Paula era de familia acomodada y se cuenta que un día le dio su lujosa capa a un pobre. ¿Le servirá esto de ejemplo al Corte Inglés?

Lo dicho, gracias por la carta, pero que conste que no me quedo satisfecho y que, si doy saltos en el patio del manicomio no es por la alegría, sino por funcionarme esta cabeza como me funciona.


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DE JOSE ANTONIO HERNÁNDEZ.

Palabras pasadas de moda

José Antonio Hernández Guerrero

Las mismas razones que provocan que, en un momento determinado, algunas palabras irrumpan en nuestro vocabulario y las repitamos sin cesar, influyen para que, de pronto, otras desaparezcan de la circulación y, a veces, hasta se borren de los diccionarios. Y es que las vicisitudes de nuestro lenguaje dependen, como es natural, del rumbo y del ritmo de la vida, de la evolución de los gustos y, en cierta medida, de los "caprichos" de la moda.

La moda se define -como es sabido- por su radical transitoriedad, por la rapidez con la que surge y se esfuma, por la aceptación entusiasta con la que, ilusionados, la acogemos y por la fría displicencia con la que, aburridos, la rechazamos. Si es cierto que todas las modas son pasajeras, también es verdad que, a veces, regresan mostrando nuevos alicientes.
Seguimos la moda para expresar nuestra disposición de conectar con el momento presente, para mostrar que seguimos estando vivos y coleando, pero hemos de evitar que, con la obsesión de cambiar para seguir siendo los mismos, corramos el riesgo de desechar unos objetos o unos usos que son valiosos, y los sustituyamos por otros que carecen de utilidad y, quizás, de belleza.

Este fenómeno, que es tan frecuente en el ámbito de los vestidos y del glamour, también lo observamos en el terreno de la literatura y del lenguaje en general. Fíjense cómo, por ejemplo, una buena promoción publicitaria convierte en best-seller cualquier novela, con independencia de su valor literario.
Éste fenómeno es tan frecuente que muchos lectores han llegado a creerse que un libro, por ser el "más vendido", es una obra que está dotada de calidad. Con las palabras nos ocurre algo parecido: algunos cambian el léxico impulsados por el deseo vehemente de mostrarse modernos, o movidos por el comprensible temor de que, el simple hecho de pronunciar un vocablo algo desfasado les pueda granjear la etiqueta de persona que no está "al loro", o mejor dicho, que no está al día, al corriente de las modas actuales.
Pero aunque es cierto que algunos hablantes emplean palabras insólitas por el simple deseo de llamar la atención, también es verdad que los cambios léxicos son inevitables, debido a causas lingüísticas, históricas, sociales y psicológicas, o, dicho de otra manera, por la permanente evolución de la vida y por la aparición de realidades nuevas. Por esta razón, opinamos que nos puede resultar interesante repasar esas palabras que hace escaso tiempo empleábamos.
De esta manera podremos comprobar cómo, efectivamente, el mundo de hoy es muy diferente al de hace escasos años.
Con esta intención -y a propuesta de algunos lectores adictos- en este espacio, que lleva por título genérico "Del Puente a la Alameda ", podremos recordar ese pasado nuestro que, aunque haya transcurrido escaso tiempo, se ha separado notablemente de nuestra actual manera de pensar, de hablar y de actuar. Es una forma fácil de advertir la extraordinaria capacidad que poseemos para adaptarnos de manera casi insensible a situaciones nuevas.
Si prestan atención, ya verán como ustedes mismos se sienten sorprendidos al comprobar cómo, casi sin advertirlo, el vocabulario que emplean en la actualidad para designar, por ejemplo, los vestidos, las viviendas, los muebles, las herramientas, las profesiones o los cosméticos, han cambiado en una proporción bastante mayor de la que podrían imaginar y cómo algunos términos que muchos de nosotros empleábamos con relativa frecuencia, en la actualidad, son desconocidos por los más jóvenes.

sábado, 27 de septiembre de 2008

DE PACO MELERO

EL LOCO DE LA SALINA

PEDAZO DE DÍA

Mis amigos de la capital no paran de meterse conmigo, porque el San Fernando ha perdido en su casa con el Cádiz, pero sorprendentemente ninguno me ha llamado para felicitarme en estas fechas por haber nacido un servidor en La Isla, cuna de la Constitución y lugar sin el que Cádiz no hubiera podido alimentar a su querida Pepa. Las cosas como son. Yo quiero que viva la Pepa, pero que nadie olvide el humilde rincón donde la parieron. El mundo está lleno de desagradecidos.

En todo caso, después hablaremos del partido.
Hasta el Director del manicomio ha tenido en cuenta la importancia de estas fechas y me ha dado unos cuantos días de permiso.
El miércoles 24 de septiembre estuve en La Isla y me lo pasé bomba, aunque esta palabra no es de mi agrado, ni por las que siguen poniendo los descerebrados, ni por las que tiró aquí un tal Napoleón, a quien Dios tenga en su gloria aunque bien controlado por mucho que se golpee el pecho con la mano pidiendo perdón.
Amaneció un buen día gracias a que los hombres del tiempo habían pronosticado lluvia por un tubo. Sonaban trompetas y tambores, pero yo fui a lo mío. Tenía una invitación para ir a ver a los Príncipes de España y no quise faltar a la cita. El Real Teatro de las Cortes estaba a tope. Después de esperar un buen rato aparecieron Felipe y Leticia. Les cuento mi impresión. Felipe es muy alto; más alto todavía. Cuando mira hacia abajo nos ve allí con las cabezas levantadas intentando verle la cara. Yo conocía a su padre, no solo por haberlo visto en los euros, sino porque ya vino por aquí hace un par de años.
Sin embargo el personal quería sobre todo ver a Leticia, entre otras cosas porque Felipe también estuvo aquí antesdeayer. Y sinceramente Leticia parece que no estaba. No sé si era por el contraste con la altura de Felipe o por la dieta a que debe estar sometida. Yo, sin ser endocrino, puedo afirmar a bote pronto que un gotero de garbanzos en vena podría sentarle maravillosamente, aunque con la máxima urgencia la obligaría a comer una cuantas tortillitas de camarones.

El acto fue cortito y, cuando nos fuimos a dar cuenta, ya los Príncipes habían desaparecido. Lo consideré normal, pues imaginé que habían ido a cambiarse para asistir al partido de fútbol que era lo realmente importante.
Vamos a dejarnos de pamplinas. Donde se ponga un San Fernando-Cádiz no se puede poner un choque entre la guardia salinera y la vanguardia napoleónica. De modo que aquí en La Isla se esperaba el encuentro con más ilusión que si hubieran resucitado los diputados de aquel 1810, convertido hoy en turrón del bueno.
La Historia lo transforma todo. Hoy el enemigo de La Isla era el Cádiz y el peor enemigo de Cádiz era La Isla, cuando hace doscientos años más o menos el enemigo común de las dos era Napoleón. Nunca digas de esta agua no beberé. Pero yo me fui de tapitas a la ruta del tapeo y por la tarde quedé con unos cuantos amigos para ver el partido. Medio Cádiz se dio cita en Bahía Sur y el otro medio se quedó pendiente de noticias. Cuando terminó la primera parte, llamé a mi hijo a Londres, porque, si aquí no te enteras del resultado hasta dentro de unos días, imagínese allí con el Liverpool, el Manchester, el Chelsea y compañía. Le dije: Oscar, vamos ganado tres a dos. El tres a dos se convirtió al final en un tres a cuatro, pero ya no lo he vuelto a llamar, porque las conferencias cada vez están más caras.
Hemos perdido. ¡Y qué! Se veía venir comparando los presupuestos de ambos equipos.
Como dijo García Lorca: “Y aquí pasó lo de siempre, murieron cuatro romanos y cinco cartagineses” Se equivocó por muy poco.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

EL LOCO DE LA SALINA



LAS INYECCIONES

Siempre que el médico, sin levantar la vista de la receta, pregunta a bocajarro si preferimos para el niño jarabe o inyecciones, todos lo tenemos bastante claro y elegimos el jarabe por no escuchar al niño, aunque haya que dárselo contándole la última filigrana de Spiderman. Hay un temor enorme a las inyecciones por aquello de que el culito tiene una sensibilidad especial, lo cual está más que demostrado, y no está pensado para que lo pinche cualquiera que pase por allí, teniendo además en cuenta que el culo no suele ser el culpable directo de la calentura. Además los jarabes de hoy, menos el de palo, tienen un sabor tan estupendo, que los niños llegan a cogerle afición y cariño, lo cal facilita enormemente la tarea.

Todavía recuerdo de pequeño aquella fascinante ceremonia con que el practicante realizaba su trabajo. Al final terminaba pinchando con sabiduría el correspondiente culo entre el alivio de los no afectados y las lágrimas de dolor del pinchado. El hombre llegaba a mi casa con la sonrisa dibujada en el rostro, como diciendo por la cara que el que bien te quiere te hará llorar. Se sentaba rodeado de mis curiosos hermanos, cuya primera intención era asistir al espectáculo sin sospechar siquiera que al terminar aquella liturgia uno iba a ser llamado al patíbulo y pinchado sin compasión. El practicante sonreía, sacaba sus avíos con mucha parsimonia, los ponía ordenados en la mesa y para empezar llenaba de alcohol una de aquellas diabólicas y alargadas cajitas de metal que tenían más tiros dados que los patos del parque. Con una pinza sujetaba la tapita, en cuyo interior lleno de agua había depositado la fatídica aguja. El momento más emocionante era cuando prendía fuego al alcohol. Todos clavábamos la vista en aquella tierna e incolora llama, mientras que el practicante suspendía la tapita con la aguja a dos dedos del fuego y esperaba tranquilamente. Ya sabíamos que cuanto antes se apagara aquello, antes llegaba la hora de la verdad para uno de nosotros. En ese momento mi madre agarraba firmemente al señalado por la mala fortuna de la enfermedad y los demás ya podíamos respirar y disfrutar sin coca-cola de la chispa de la vida.
Para el enfermo ya era tarde poder elegir entre inyección y jarabe. Entonces los jarabes eran más fuertes y además abrían las ganas de comer, lo cual, unido a la situación en que se encontraba el patio en aquella España para olvidar a pesar de lo de la memoria histórica, hacía que se uniera el hambre con las ganas de comer, nunca mejor dicho.

Bueno, y ¿por qué estoy contando estas cosas? Esta cabeza cada día me funciona peor. ¡Ah, por lo de los bancos! Por lo visto ahora los bancos se están poniendo inyecciones unos a otros a ver si se curan. Difícil, aunque con inyecciones de euros me curo yo también mañana mismo y me largo de este manicomio para los restos. El problema es que los bancos suelen tener los culos a su entera disposición y ya veremos quién sufre más por los pinchazos, porque yo nunca he visto cómo llora un banco, pero sí cómo llora cualquiera de los que se sientan en él. Por lo visto, hace unos días recibieron los bancos una inyección de un montón de euros, ahora están recibiendo otra inyección de otro montón de dólares y mañana ya veremos. Muy malito debe estar el enfermo, porque en estos casos ni se le ha preguntado si prefiere jarabe o inyección.

En todo caso, a mí que me den jarabe, que por estar sentado tantas horas en el patio no tengo yo el culo para muchas alegrías. ¿De qué estaba yo hablando?

Paco Melero


martes, 23 de septiembre de 2008

MIS RECUERDOS. Ernesto Caldelas Lobo


MI IMPRESIÓN DE LA SEGUNDA QUEDADA

Llegamos a Cádiz como si fuera principio de curso y puntualmente a las doce. Ahora íbamos sin el colchón y realizamos una hojeada a la puerta principal, por si acaso, efectivamente estaba cerrada a cal y canto y no había ningún compañero. Nos dirigimos a una de las tres puertas de la calle Magistral Cabrera, no llegué a llamar porque una señora en el balcón del primero, seguramente familia o vecina de la famosa “Loli,” que muchos recordarán, me tuvo que ver cara de seminarista todavía pues me dijo: “Para entrar en el Seminario es por aquella puerta y llame varias veces porque tardan mucho en abrir.” Por ello quiero hacer especial mención a esta señora y agradecerle el gesto amable porque, si no es por ella, muchos de nosotros no hubiésemos podido entrar.

Nos abrió el antiguo compañero y hoy superior del Seminario Antonio Torrejón, serio y amable. La entrada al edificio no se puede describir, me abrumaban los recuerdos después de 43 años, en mi caso, el patio del cuchillo, la noria con los azulejos, la vetusta campana que tocaba Lorenzo el portero ahora sin cuerda, las escaleras que tantas y tantas veces teníamos que subir o bajar por ellas recogiéndome la sotana que usaba con los calcetines y zapatos negros que yo, desde entonces, conservo y nunca he podido utilizarlos de otro color, la capilla con el sillón de Ferry y el órgano que tocaba Mañé, el salón con el púlpito donde hacíamos los actos de la academia o las obras de teatro al final de curso, el mismo comedor con sus mesas de mármol donde repartíamos la comida, la biblioteca donde colocábamos los instrumentos de la rondalla, una vez afinados, para despertar “dulcemente” a los demás al día siguiente, las habitaciones con sus ventanas en alto para que no pudiésemos mirar a la calle, etc.

Dentro nos esperaban los demás y el encuentro con los antiguos compañeros fue súper emocionante, después de tanto tiempo, con los misterios de la memoria haciendo de las suyas: recordaba la cara de Antúnez pero no me acordaba de su nombre, Vicente Pecino me recordaba a mí por la voz, que decía “Es inconfundible,” a Jesús Guerrero Amores le reconocí por sus gestos, a Paco Cianca me lo tuvieron que decir y le recordé, a su vez, cuando en el comedor tenía que pedir a través del torno: “¡La comida blanda para Cianca!” El se rió a mandíbula batiente y otro compañero le dijo: “¡Oye Paco! ¿eso es verdad?” y el contestó cuando pudo: ¡Si es verdad!, claro, si yo tenía el estómago hecho polvo por el stres.” La alegría característica de Basallote, las bromas de Rafael Pozo, etc.

El detalle de Luis Suárez que nos zampó una pegatina conmemorativa del acto y nos entregó una foto dedicada con el mayor cariño. He visto los recuerdos que hemos llevado entre todos, principalmente los libros que estudiábamos y hemos podido comer en las mismas mesas. La satisfacción fue enorme y un día de los más felices de mi vida.

He sabido de otros compañeros que al comentarles estos encuentros uno ha dicho que “¿esto para qué sirve?” y otro ha dicho que para qué va a asistir si él no es “nostálgico.” Pues yo lo siento pero si a algunos de nuestros antiguos amigos, después de los años vividos juntos, con estos actos y estos encuentros no sienten nada dentro, a estas alturas de la vida ni puedo ni quiero explicárselo.
Hasta la próxima.

sábado, 23 de agosto de 2008

LA CRISIS NINJA. Luiyi

Por consejo de mi amigo Juan García del Castillo, leí en el blog de Leopoldo Abadía su opinión sobre la situación económica actual a la que él llama “la crisis ninja”.

A pesar de ser un lego, como soy, del tema financiero, he llegado a la conclusión de que no hay crisis del país, hay crisis en los bancos; o sea, los bancos se han quedado sin dinero porque se lo han jugado todo a una carta, que si les sale bien, se ponen las botas, pero les ha salido mal y nos está afectando a todos porque los bancos, tan acostumbrados a ganar, no saben perder sólos en este juego que es la vida.

Resulta, parece, que los bancos norteamericanos empezaron a prestar dinero a todo el que pasaba por la puerta. Préstamos por un tubo porque el interés era muy bajo y había que dar muchos préstamos para ganar el dinero al que están acostumbrados.
Como dieron tantos préstamos, se quedaron sin dinero y entonces le pidieron más dinero a los bancos europeos para seguir dando préstamos a todo el que pasara por la puerta. Los bancos europeos, ente ellos los españoles, se creían que estaban haciendo el agosto durante varios años, porque le estaban prestando dinero a bancos americanos, ahí es nada, a un buen interés. Pero cuando la burbuja inmobiliaria de Norteamérica se ha venido abajo, los que pasaban por la puerta del banco en América del norte han dejado de pagar sus préstamos porque han perdido su trabajo. Entonces los bancos americanos no pueden devolver el dinero que les prestaron los bancos españoles, ente otros. Ahora resulta que los bancos españoles no tienen dinero. Está en NorteAmérica, lo tienen las promotoras americanas que han construido pisos para todos los que pasaran por la puerta del banco.
Haced la prueba de sacar del banco mil euros de una vez y pedid billetes de 100, 200 ó 500€. Veréis que los billetes mayores que tienen son los de 50..
En conclusión, los billetes grandes están en América, en manos de los promotores.
Esa es nuestra crisis, la crisis de los bancos. Pero como el gobierno no es capaz de darle dos tortas a los banqueros (como mucho les prestará dinero para que salgan de la crisis, pobrecitos), éstos no prestan dinero a los españoles porque no tienen, entonces la gente no puede comprar pisos ni nada grande, entonces no se construye, la gente se queda en el paro…
Este es, pues, la crisis de la pequeña y mediana empresa, sobre todo si su tarea está relacionada con la vivienda y por lo tanto es la crisis del currante (los inmigrantes están volviendo a sus países de origen) y del autónomo.
Para los funcionarios, y otros muchos afortunados, no hay crisis, porque si el gasoil ha subido 30 céntimos, con no pasarse a recoger a la suegra –que está a cinco minutos- cuando salen a cenar a las afueras el sábado-noche, tienen bastante; ya compensan la subida.
Por eso si vas a comer un domingo por ahí, está todo lleno, si quieres reservar una habitación en un hotel de playa de Cádiz, está lleno y por eso las colas de los hiper es enorme. Son los indemnes de la crisis de los bancos.
Cuando estos años anteriores, los bancos ganaban el doble cada año, lo pregonaban, encima, en voz alta. Ahora que se han jugado sus ganancias a una carta y les ha salido mal, lo tenemos que pagar todos.
La leche.
Esta es la impresión a la que yo he llegado al leer el artículo ese de Leopoldo Abadía. Seguramente porque soy un lego en el tema de las finanzas. Incluso alguien que sea todavía más bruto que yo, diría que este ha sido el atraco más grande de todos los tiempos que le hace un continente a otro.
Luiyi

domingo, 17 de agosto de 2008

La mala leche_sábado__16_agosto

La mala leche

José Antonio Hernández Guerrero

Aunque sea un presupuesto obvio que todos los lectores solemos tener en cuenta, no estaría de más que, de vez en cuando, les recordáramos que los que escribimos en los periódicos nos limitamos a ofrecer nuestra visión -nuestra percepción interpretativa y nuestra versión valorativa- de esa realidad equívoca, opaca y contradictoria que es la vida humana; deberíamos subrayar, por lo tanto, que nuestras ideas y nuestras emociones son los ecos y las resonancias, inevitablemente nuestras, de cualquier suceso; son los dibujos simplistas –y, a veces, en escorzo- de una realidad que, por ser humana, es compleja y, a veces, misteriosa.
Establecido el principio anterior, respondo a varias preguntas que, formuladas con diferentes palabras y en el transcurso de escasas semanas, me han enviado cinco lectores: Juan, Ignacio, Ana, Cristina y Raquel. Pretenden conocer mi opinión sobre el procedimiento humorístico –“la mala leche”, dicen dos de ellos- que emplean varios de los colaboradores más acreditados de este periódico.

En primer lugar, he de reconocer que el humor es una herramienta que, como la pala o el palustre, como los alicates o el cincel, aumenta las fuerzas de nuestras manos para edificar unos mundos más confortables; es un instrumento que, como el pincel, la gubia o la flauta, embellece nuestras vidas; es una medicina que, como las vacunas, nos inmuniza; como los antibióticos, nos cura; y como los calmantes nos alivia los dolores del cuerpo y los sufrimientos del espíritu.
Pero es, también, un arma que, como la espada, la pistola o el fusil, destruye, hace daño, causa dolor e, incluso, nos puede infligir la muerte.Estos escritores, con sus parodias, además de hacernos reír, nos señalan la realidad elemental y profunda de nuestros comportamientos delirantes y, a veces, estúpidos: nos descubren algunos rasgos de nuestra hechura humana que a muchos nos pasan desapercibidos.

El humor -el buen humor y el mal humor-, efectivamente, es un procedimiento eficaz para lograr que el comentario resulte divertido, ameno e inteligible; lo dota de agilidad, de claridad y de fuerza sorpresiva; pero también es un arma peligrosa que puede originar considerables destrozos en su objeto, en su objetivo y hasta en el escritor que la emplea. Los condimentos alegran los platos, pero a condición de que no se le vaya la mano al cocinero.

No tengo más remedio que advertir, también, que para interpretar de manera adecuada estos comentarios tan ingeniosos y picantes, los lectores hemos de estar provistos de un amplio sentido del humor con el fin de que seamos capaces de distanciarnos, de comparar, de relativizar, de jugar y de sorprender. El humor es una manera de distanciarnos y de contemplar los sucesos desde una perspectiva más lejana.

Por eso afirmamos que desacraliza, desmitifica, desenmascara, desnuda de apariencias engañosas y de solemnidades vacías, pero también frivoliza asuntos serios y banaliza cuestiones graves. El que lo usa demasiado corre el riesgo de ser tachado de payaso profesional.

En cualquier caso, los que lo usamos hemos de tener claro que el buen humor -que humaniza las relaciones humanas- aunque no esté relacionado necesariamente con el amor, sí tiene mucho que ver con la amabilidad.

viernes, 8 de agosto de 2008

NUESTRAS VACACIONES

Nuestras vacaciones

José Antonio Hernández Guerrero

Las vacaciones nos proporcionan la ocasión propicia para dormir y para soñar, esas dos actividades tan eficaces y tan baratas que, al mismo tiempo, nos ayudan a descansar y a divertirnos.
Las historias que protagonizamos mientras dormimos como las que elaboramos cuando estamos despiertos, amplían los estrechos límites de nuestras experiencias cotidianas, nos proporcionan goces y, también, nos producen unos dolores que, en ocasiones son agudos, pero que la mayoría de las veces nos evitan las consecuencias realmente negativas de los actos que realizamos en plena vigilia: nos hacen intérpretes de acciones que, "realizadas realmente", nos harían correr peligros graves y amenazarían nuestra salud o, incluso, nuestras vidas.
Hemos de advertir, sin embargo, que para mantener el equilibrio psíquico, sólo es necesario que aceptemos una condición: que marquemos claramente los límites que separan la realidad del sueño.
Les confieso que, durante los paseos matutinos que estoy realizando estos días de poniente por el Balneario Victoria, aprovecho para olvidarme durante un rato de las inquietudes y de los pronósticos que los medios de comunicación –tanto los afines al Gobierno como los más próximos a la oposición- nos hacen sobre ese futuro inmediato cubierto de densos nubarrones.
Suelo soñar, en primer lugar, con la realización de los proyectos económicos, urbanísticos, educativos, culturales, deportivos y sociales que están elaborando las múltiples comisiones que se han creado para conmemorar el segundo centenario de la Pepa. Me he imaginado, por ejemplo, recorriendo el nuevo puente, contemplando la ampliación del aeropuerto de Jerez, viajando en el AVE y aplaudiendo la marcha ascendente del Cádiz.
Pero, ya que se trata de soñar, he apoyado mi reflexión en ese conjunto de valores permanentes que como la amistad, la generosidad y la tolerancia, definen –a juicio de algunos- nuestra peculiar idiosincracia.
Qué bien nos iría si esta nuestra naturaleza mestiza de tiempos y de civilizaciones, acogedora, rica, profunda, culta y universalista, equilibrada y profundamente humana y humanista, se completara con la reflexión, con la laboriosidad y con el diálogo.
Sólo así construiremos una ciudad que, sin olvidar la tradición, se encamine a un futuro que ha de hundir sus raíces en la autenticidad de un patrimonio cultural rico y vivo. Frente a una sociedad competitiva y deshumanizada, copia de los mitos televisivos, hemos de cultivar esos rasgos humanistas, solidarios e integradores que, como humus, nos alimente, como tierra fecunda nos sostenga y como clima estimulante nos enriquezca con nuevas ideas y con proyectos renovadores.
Desde una perspectiva realista, razonable y positiva, tras un análisis riguroso, de nuestras posibilidades y de las dificultades, deberíamos aprovechar la oportunidad para iniciar una nueva etapa que estuviera apoyada en la construcción de un entramado ciudadano, mediante la apertura de cauces de diálogo, de discusión y de debate, y a través de un diseño de vías de colaboración de todos los ciudadanos y de aquellos colectivos que tengan ganas, ilusiones, ideas y medios.
No sé si, soportando el peso de los tópicos repetidos durante siglos, podremos proyectar una imagen seria, de decidido compromiso con el trabajo y con la modernidad.
Tras soltar algunos de nuestros atávicos lastres, deberíamos analizar minuciosamente y desmentir con realidades muchos de esos lugares comunes y, al mismo tiempo, orientar nuestros esfuerzos por unos caminos diferentes a los del anquilosamiento y del ensimismamiento más estériles.
Insistimos en que imaginar también es una manera de realizar hechos y de vivir la vida.

viernes, 1 de agosto de 2008

Luces y sombras_sábado_2_agosto

Luces y sombras

José Antonio Hernández Guerrero

Nuestros visitantes –sobre todo los que han leído a Manuel Machado- celebran con entusiasmo la luz tan cálida que baña todo nuestro paisaje y que, en cierta medida, ilumina nuestra peculiar concepción del tiempo y estimula la fluidez de las relaciones humanas.

Con el fin de evitar, en lo posible, que estas afirmaciones sean sólo tópicos vacíos, sería aconsejable que, de vez en cuando, los invitemos para que nos acompañen en las visitas por los diferentes espacios a distintas horas del día con el fin de que comprueben cómo las luces son cambiantes y cómo, en consecuencia, las sombras que proyectan, tanto las reales como las metafóricas, varían de manera permanente el significado de algunos de nuestros paisajes y, en especial, los más típicos.

Si, por ejemplo, nos paseamos a la salida del sol por las playas de nuestro suroeste, desde Santa María del Mar hasta Torregorda, podremos comprobar cómo el rostro de nuestra Ciudad va cambiando de manera continuada y cómo muestra diferentes estados de ánimo: ya verán cómo no todo es alegría ni juergas, y es posible que, en algunos rincones, se nos salten las lágrimas de pena o se nos encienda el rostro de coraje.

No dudamos de que este recóndito trozo del Océano Atlántico, abierto y libre, posee especial atractivo en los amaneceres brumosos, sobre todo, en los días en los que corre el viento suave y húmedo del sur, y en las noches en las que las luces -las celestes de la luna fría, de los luceros y de las estrellas, y las terrestres de los faros y de las farolas- parpadean al ritmo cadencioso y al sonido acompasado de sus olas. Pero, si prestamos atención, a lo mejor desde allí podemos divisar cómo, extenuados y cabizbajos, regresan los pescadores que, a pesar de las duras jornadas transcurridas en estos mares tan esquilmados, apenas traen pesca suficiente para alimentar a su familia.

Es posible que los permanentes cambios de luces hayan influido de manera decisiva en nuestras actitudes volubles y, a veces, contradictorias. A lo mejor esas alteraciones de ánimo tan rápidas que se plasman en nuestras fiestas populares –Navidad, Carnaval, Semana Santa- tienen que ver con los violentos contrastes de luces que se dan en Cádiz a lo largo de una jornada y en el sinuoso curso de un año.

Por las tardes, a la caída del sol, los lugares más placenteros son los que rodean a La Caleta, ese sitio mágico y hechicero, que guarda perfume de misterio y que tanto piropean las coplas del Carnaval.
Pero deberíamos completar nuestro paseo por las calles de los barrios de la Viña y de la Libertad –por los Callejones y por la Cruz Verde- para conversar con sus habitantes.

Estas luces del atardecer pueden servirnos para iluminar los rincones sombríos en los que se acumulan basuras de pobreza y para estimular esas intervenciones que son necesarias para limpiar ese ambiente que, contaminado de un consumismo entontecedor, favorece las malformaciones que corroen la vida familiar y ciudadana.
Sería saludable que, de vez en cuando, nos adentráramos hasta el fondo de algunos hogares para disipar esas sombras densas y alargadas que ocultan o disimulan las miserias éticas y sociales que aquejan a muchos de nuestros conciudadanos, en especial, a los más débiles e invisibles: a esas zonas desafortunadas cuyo aire aún no ha depurado la actual democracia.

Hemos de reconocer que, en determinados ámbitos de nuestra sociedad aún quedan resquicios de desigualdades injustificables, de injusticias lacerantes que permanecen escondidas debido, quizás, a una injustificable ignorancia.

miércoles, 30 de julio de 2008

LOS VALORES DEL POBRE JUAN. Juan de Dios


En el silencio de la noche permaneces en mi mente y quisiera que para siempre llegara tu mensaje a mi corazón. No has tenido mucha suerte para los que gobiernan ni para los que depositan su afán en el prestigio y el dinero. Tú, amigo Juan, te contentas con otros valores. Tu sinceridad derrumba todos los conocimientos teóricos de la misma teología de manual. Tú eres de otra materia. Para ti no hay prostitutas, sino compañeras.

Ayer, al llegar al comedor, no querías comer porque tu perro estaba enfermo. Si él no podía comer, tú tampoco lo querías hacer. Tenías hambre, pero el cuerpo te pedía ayunar. Me decías…”¿Cómo voy a comer yo, si mi perro, mi fiel amigo, está a punto de morir…? Con cariño y lágrimas en tus profundos ojos, me transmitías:”¿Qué va ser de mi cuando pierda a mi perro?…es mi amigo, siempre me ha sido fiel y yo debo corresponderle…”

Amigo Juan, con tu conversación llena de profundo cariño, me llegabas a sentir envidia de tu esquelético perro. Vuestras miradas eran cómplices del mucho sufrimiento y abandono de un mundo que os ignora y os da de lado. Pero vosotros os entendéis y queréis seguir juntos. El sentimiento desesperado que me lanzaste deja a cualquiera sin armas de defensa. “Si mi perro muere…yo deseo morir también con él…”

Ahora, a media noche, te imagino durmiendo en tu refugio, en un portal abandonado o en un cajero del que cada mes puedes sacar trescientos veintiocho Euros con 44 céntimos. Esta es tu pensión de invalidez. La tuya parece que no ha entrado en el lote de las promesas. Pero, tú lo que necesitas es cariño. Con el de tu perro te basta. ¡Ojalá sepamos saber sintonizar con tus sentimientos, que son los sentimientos de un POBRE!


Juan de Dios Regordán Domínguez

jueves, 24 de julio de 2008

Sonidos y ruidos_sábado_26_julio

Sonidos y ruidos


José Antonio Hernández Guerrero

Cuando estamos a punto de iniciar un nuevo “veraneo”, me permito invitarlos –queridos amigos- para que me acompañen en este paseo semanal que realizamos “del Puente a la Alameda”. Les propongo que cambiemos el ritmo de nuestros pasos y que despleguemos las velas de nuestra imaginación.
El verano, como ustedes saben, es la época propicia para descubrir nuevas rutas y para leer nuevos libros, pero también nos proporciona una oportunidad para que volvamos a recorrer los caminos ya conocidos y para que adoptemos nuevas perspectivas con el fin de experimentar inéditas sensaciones y nuevas emociones. Los paisajes, igual que los libros, admiten múltiples lecturas.
En mi opinión, una de las maneras más fáciles de volver a disfrutar de nuestro paisaje gaditano es advertir cómo sus diferentes rincones alteran sus mensajes a medida en que cambian las luces del día y viran los vientos de las diferentes estaciones. Les propongo que, por ejemplo, escuchen los sonidos de los vientos en los diversos barrios, en las distintas plazas y en algunas de nuestras calles más transitadas como, por ejemplo, Corneta Soto Guerrero, Buenos Aires, San Francisco o Columela. Ya verán cómo esos elementos intangibles, etéreos y volátiles, silban de manera diferente, según sea su dirección y la esquina en la que los escuchemos.
Los vientos -los de la geografía y los de la historia- aunque de manera distinta a como influyen en nuestro organismo y configuran nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar, alteran los colores y los movimientos de nuestros mares, los olores de nuestras edificios e, incluso, modifican los ecos con los que las voces humanas resuenan en nuestras plazas.
Para volver a recrearnos con los alicientes de nuestro paisaje gaditano, hemos de prestar singular atención a las resonancias de las brisas que proceden de los diferentes puntos cardinales y descubrir las distintas maneras de soplar el levante o el poniente, el norte o el sur.
Para saborear con fruición, por ejemplo, las voces del viento del norte -claro y frío-, hemos de situarnos en la balaustrada de la Alameda Apodaca, junto al protector y cultural Baluarte de Candelaria, y allí, oliendo el suave perfume del refinado y seductor jardín que rodea al majestuoso Ficus, permanecer quietos durante un rato, escuchando los ecos de las olas que acarician la muralla.
Los mensajes de los vientos del sur -borrascosos y húmedos- los interpretamos mejor detrás del Baluarte de los Mártires, sobre todo, si observamos el suntuoso planear y los insistentes graznidos de las gaviotas. El lugar más adecuado para oír los cálidos y secos vientos del este es el paseo de la Barriada de la Paz: allí está el punto de partida de las cambiantes oleadas de rumores que se difunden por nuestras calles y plazas, y de los aromas que empapan el alma de los gaditanos.Quizás la perenne visión de este mar sea una de las claves para comprender el sentido de las actitudes públicas y para interpretar la singular filosofía de la vida de muchos gaditanos Las cambiantes brisas marinas nos han creado una especial atmósfera de libertad, un particular carácter lúdico, un agudo sentido del lugar y del tiempo, un concepto diferente del trabajo y del ocio. Reconozcamos, sin embargo, que, para escuchar con atención esos sonidos de los diferentes vientos y para saborear con fruición sus voces, hemos de pasear a esas horas matinales en las que el bullicio disminuye; hemos de cambiar nuestro horario con el fin de defendernos, en la medida de lo posible, de la creciente contaminación acústica, de esos molestos ruidos que producen las máquinas y de los desaforados gritos de nuestros conciudadanos.

viernes, 18 de julio de 2008

OTRO ARTICULO PARA LA POLEMICA

Amigo Luis te mando un nuevo artículo para la polémica en el Blog. Creo que es una polémica sana donde cada uno aporta lo que verdaderamente siente. Seguro que poco a poco nos iremos entendiendo mejor. Como siempre, si tu lo crees oportuno, lo pones. ¿Cuando nos vamos a comer otro "pescaito frito"?

Un abrazo.

Ernesto Caldelas Lobo

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El Semanal
Nº 1052.- De 23 al 29 de Diciembre de 2007

Permitidme tutearos imbéciles
Arturo Pérez Reverte.
Cuadrilla de golfos apandadores, unos y otros.
Refraneros casticistas, analfabetos de la derecha, demagogos iletrados de la izquierda, Presidente de este Gobierno, ex presidente del otro, Jefe de la patética oposición, secretarios generales de partidos nacionales o de partidos autonómicos, Ministros y ex ministros- aquí matizaré ministros y ministras- de Educación y Cultura, Consejeros varios. Etc.

No quiero que acabe el mes sin mentaros- el tuteo es deliberado- a la madre. Y me refiero a la madre de todos cuantos habéis tenido en vuestras manos infames la enseñanza pública en los últimos veinte o treinta años. De cuantos hacéis posible que este autocomplaciente país de mierda sea un país de más mierda todavía. De vosotros, torpes irresponsables, que extirpasteis de las aulas el latín, el griego, la Historia, la Literatura, la Geografía, el análisis inteligente, la capacidad de leer y por tanto de comprender el mundo, ciencias incluidas. De quienes por incompetencia y desvergüenza, sois culpables de que España figure entre los países más incultos de Europa, nuestros jóvenes carezcan de comprensión lectora, los colegios privados se distancien cada vez más de los públicos en calidad de enseñanza y los alumnos estén por debajo de la media en todas las materias evaluadas.

Pero lo peor no es eso. Lo que me hace hervir la sangre es vuestra arrogante impunidad, vuestra ausencia de autocrítica y vuestra cateta contumacia. Aquí, como de costumbre, nadie asume la culpa de nada. Hace menos de un mes, al publicarse los desoladores datos del informe Pisa 2006, a los meapilas del Pepé les faltó tiempo para echar la culpa de todo a la Logse de Maravall y Solana- que es cierto, deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural- pasando por alto que durante dos legislaturas, o sea, ocho años de posterior gobierno, el amigo Ansar y sus secuaces se estuvieron tocando literalmente la flor en materia de Educación, destrozando la enseñanza pública en beneficio de la privada y permitiendo, a cambio de pasteleo electoral, que cada cacique de pueblo hiciera su negocio en diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores en el País Vasco y Cataluña. Y, en cuanto al Pesoe que ahora nos conduce a la Arcadia feliz, ahí están las reacciones oficiales, con una consejera de Educación de la Junta de Andalucía, por ejemplo, que tras veinte años de gobierno ininterrumpido en su feudo, donde la cultura roza el subdesarrollo, tiene la desfachatez de cargarle el muerto al “retraso histórico.” O una ministra de Educación, la señora Cabrera, capaz de afirmar impávida que los datos están fuera de contexto, que los alumnos españoles funcionan de maravilla, que “el sistema educativo español no solo lo hace bien, sino que lo hace muy bien.” Y que este no ha fracasado porque “es capaz de responder a los retos que tiene la sociedad.” Entre ellos el de que “los jóvenes tienen su propio lenguaje: el chat y el sms.” Con dos cojones.
Pero lo mejor ha sido lo tuyo, presidente- recuérdame que te lo comente la próxima vez que vayas a hacerte una foto a la Real Academia Española- Deslumbrante, lo juro, eso de que “lo que más determina la educación de cada generación es la educación de sus padres.” Aunque tampoco estuvo mal lo de: “hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que tenemos.” Dicho de otro modo, lumbrera: que después de dos mil años de Hispania grecorromana, de Quintiliano a Miguel Delibes pasando por Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Machado, la gente buena, la culta, la preparada, la que por fin va a sacar a España del hoyo, vendrá en los próximos años, al fin, gracias a futuros padres felizmente formados por tus ministros y ministras, tus Loes, tus educaciones para la ciudadanía, tu género y génera, tus pedagogos cantamañanas, tu falta de autoridad en las aulas, tu igualitarismo escolar en la mediocridad y falta de incentivo al esfuerzo, tus universitarios apáticos y tus alumnos de cuatro suspensos y tira p’adelante. Pues la culpa de que ahora la cosa ande chunga, la causa de tanto disparate, descoordinación, confusión y agrafía, no la tenéis los políticos culturalmente planos. Niet. La tiene el bajo rendimiento educativo de Ortega y Gasset, Unamuno, Cajal, Menéndes Pidal, Manuel Seco, Julián Marías o Gregorio Salvador o el de la gente que estudió bajo el franquismo: Juan Marsé, Muñoz Molina, Carmen Iglesias, José Manuel Sánchez Ron, Ignacio Bosque, Margarita Salas, Luis Mateo Díez, Alvaro Pombo, Francisco Rico y algunos otros analfabetos, padres o no, entre los que generacionalmente me incluyo. Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado.






Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...