sábado, 23 de agosto de 2008

LA CRISIS NINJA. Luiyi

Por consejo de mi amigo Juan García del Castillo, leí en el blog de Leopoldo Abadía su opinión sobre la situación económica actual a la que él llama “la crisis ninja”.

A pesar de ser un lego, como soy, del tema financiero, he llegado a la conclusión de que no hay crisis del país, hay crisis en los bancos; o sea, los bancos se han quedado sin dinero porque se lo han jugado todo a una carta, que si les sale bien, se ponen las botas, pero les ha salido mal y nos está afectando a todos porque los bancos, tan acostumbrados a ganar, no saben perder sólos en este juego que es la vida.

Resulta, parece, que los bancos norteamericanos empezaron a prestar dinero a todo el que pasaba por la puerta. Préstamos por un tubo porque el interés era muy bajo y había que dar muchos préstamos para ganar el dinero al que están acostumbrados.
Como dieron tantos préstamos, se quedaron sin dinero y entonces le pidieron más dinero a los bancos europeos para seguir dando préstamos a todo el que pasara por la puerta. Los bancos europeos, ente ellos los españoles, se creían que estaban haciendo el agosto durante varios años, porque le estaban prestando dinero a bancos americanos, ahí es nada, a un buen interés. Pero cuando la burbuja inmobiliaria de Norteamérica se ha venido abajo, los que pasaban por la puerta del banco en América del norte han dejado de pagar sus préstamos porque han perdido su trabajo. Entonces los bancos americanos no pueden devolver el dinero que les prestaron los bancos españoles, ente otros. Ahora resulta que los bancos españoles no tienen dinero. Está en NorteAmérica, lo tienen las promotoras americanas que han construido pisos para todos los que pasaran por la puerta del banco.
Haced la prueba de sacar del banco mil euros de una vez y pedid billetes de 100, 200 ó 500€. Veréis que los billetes mayores que tienen son los de 50..
En conclusión, los billetes grandes están en América, en manos de los promotores.
Esa es nuestra crisis, la crisis de los bancos. Pero como el gobierno no es capaz de darle dos tortas a los banqueros (como mucho les prestará dinero para que salgan de la crisis, pobrecitos), éstos no prestan dinero a los españoles porque no tienen, entonces la gente no puede comprar pisos ni nada grande, entonces no se construye, la gente se queda en el paro…
Este es, pues, la crisis de la pequeña y mediana empresa, sobre todo si su tarea está relacionada con la vivienda y por lo tanto es la crisis del currante (los inmigrantes están volviendo a sus países de origen) y del autónomo.
Para los funcionarios, y otros muchos afortunados, no hay crisis, porque si el gasoil ha subido 30 céntimos, con no pasarse a recoger a la suegra –que está a cinco minutos- cuando salen a cenar a las afueras el sábado-noche, tienen bastante; ya compensan la subida.
Por eso si vas a comer un domingo por ahí, está todo lleno, si quieres reservar una habitación en un hotel de playa de Cádiz, está lleno y por eso las colas de los hiper es enorme. Son los indemnes de la crisis de los bancos.
Cuando estos años anteriores, los bancos ganaban el doble cada año, lo pregonaban, encima, en voz alta. Ahora que se han jugado sus ganancias a una carta y les ha salido mal, lo tenemos que pagar todos.
La leche.
Esta es la impresión a la que yo he llegado al leer el artículo ese de Leopoldo Abadía. Seguramente porque soy un lego en el tema de las finanzas. Incluso alguien que sea todavía más bruto que yo, diría que este ha sido el atraco más grande de todos los tiempos que le hace un continente a otro.
Luiyi

domingo, 17 de agosto de 2008

La mala leche_sábado__16_agosto

La mala leche

José Antonio Hernández Guerrero

Aunque sea un presupuesto obvio que todos los lectores solemos tener en cuenta, no estaría de más que, de vez en cuando, les recordáramos que los que escribimos en los periódicos nos limitamos a ofrecer nuestra visión -nuestra percepción interpretativa y nuestra versión valorativa- de esa realidad equívoca, opaca y contradictoria que es la vida humana; deberíamos subrayar, por lo tanto, que nuestras ideas y nuestras emociones son los ecos y las resonancias, inevitablemente nuestras, de cualquier suceso; son los dibujos simplistas –y, a veces, en escorzo- de una realidad que, por ser humana, es compleja y, a veces, misteriosa.
Establecido el principio anterior, respondo a varias preguntas que, formuladas con diferentes palabras y en el transcurso de escasas semanas, me han enviado cinco lectores: Juan, Ignacio, Ana, Cristina y Raquel. Pretenden conocer mi opinión sobre el procedimiento humorístico –“la mala leche”, dicen dos de ellos- que emplean varios de los colaboradores más acreditados de este periódico.

En primer lugar, he de reconocer que el humor es una herramienta que, como la pala o el palustre, como los alicates o el cincel, aumenta las fuerzas de nuestras manos para edificar unos mundos más confortables; es un instrumento que, como el pincel, la gubia o la flauta, embellece nuestras vidas; es una medicina que, como las vacunas, nos inmuniza; como los antibióticos, nos cura; y como los calmantes nos alivia los dolores del cuerpo y los sufrimientos del espíritu.
Pero es, también, un arma que, como la espada, la pistola o el fusil, destruye, hace daño, causa dolor e, incluso, nos puede infligir la muerte.Estos escritores, con sus parodias, además de hacernos reír, nos señalan la realidad elemental y profunda de nuestros comportamientos delirantes y, a veces, estúpidos: nos descubren algunos rasgos de nuestra hechura humana que a muchos nos pasan desapercibidos.

El humor -el buen humor y el mal humor-, efectivamente, es un procedimiento eficaz para lograr que el comentario resulte divertido, ameno e inteligible; lo dota de agilidad, de claridad y de fuerza sorpresiva; pero también es un arma peligrosa que puede originar considerables destrozos en su objeto, en su objetivo y hasta en el escritor que la emplea. Los condimentos alegran los platos, pero a condición de que no se le vaya la mano al cocinero.

No tengo más remedio que advertir, también, que para interpretar de manera adecuada estos comentarios tan ingeniosos y picantes, los lectores hemos de estar provistos de un amplio sentido del humor con el fin de que seamos capaces de distanciarnos, de comparar, de relativizar, de jugar y de sorprender. El humor es una manera de distanciarnos y de contemplar los sucesos desde una perspectiva más lejana.

Por eso afirmamos que desacraliza, desmitifica, desenmascara, desnuda de apariencias engañosas y de solemnidades vacías, pero también frivoliza asuntos serios y banaliza cuestiones graves. El que lo usa demasiado corre el riesgo de ser tachado de payaso profesional.

En cualquier caso, los que lo usamos hemos de tener claro que el buen humor -que humaniza las relaciones humanas- aunque no esté relacionado necesariamente con el amor, sí tiene mucho que ver con la amabilidad.

viernes, 8 de agosto de 2008

NUESTRAS VACACIONES

Nuestras vacaciones

José Antonio Hernández Guerrero

Las vacaciones nos proporcionan la ocasión propicia para dormir y para soñar, esas dos actividades tan eficaces y tan baratas que, al mismo tiempo, nos ayudan a descansar y a divertirnos.
Las historias que protagonizamos mientras dormimos como las que elaboramos cuando estamos despiertos, amplían los estrechos límites de nuestras experiencias cotidianas, nos proporcionan goces y, también, nos producen unos dolores que, en ocasiones son agudos, pero que la mayoría de las veces nos evitan las consecuencias realmente negativas de los actos que realizamos en plena vigilia: nos hacen intérpretes de acciones que, "realizadas realmente", nos harían correr peligros graves y amenazarían nuestra salud o, incluso, nuestras vidas.
Hemos de advertir, sin embargo, que para mantener el equilibrio psíquico, sólo es necesario que aceptemos una condición: que marquemos claramente los límites que separan la realidad del sueño.
Les confieso que, durante los paseos matutinos que estoy realizando estos días de poniente por el Balneario Victoria, aprovecho para olvidarme durante un rato de las inquietudes y de los pronósticos que los medios de comunicación –tanto los afines al Gobierno como los más próximos a la oposición- nos hacen sobre ese futuro inmediato cubierto de densos nubarrones.
Suelo soñar, en primer lugar, con la realización de los proyectos económicos, urbanísticos, educativos, culturales, deportivos y sociales que están elaborando las múltiples comisiones que se han creado para conmemorar el segundo centenario de la Pepa. Me he imaginado, por ejemplo, recorriendo el nuevo puente, contemplando la ampliación del aeropuerto de Jerez, viajando en el AVE y aplaudiendo la marcha ascendente del Cádiz.
Pero, ya que se trata de soñar, he apoyado mi reflexión en ese conjunto de valores permanentes que como la amistad, la generosidad y la tolerancia, definen –a juicio de algunos- nuestra peculiar idiosincracia.
Qué bien nos iría si esta nuestra naturaleza mestiza de tiempos y de civilizaciones, acogedora, rica, profunda, culta y universalista, equilibrada y profundamente humana y humanista, se completara con la reflexión, con la laboriosidad y con el diálogo.
Sólo así construiremos una ciudad que, sin olvidar la tradición, se encamine a un futuro que ha de hundir sus raíces en la autenticidad de un patrimonio cultural rico y vivo. Frente a una sociedad competitiva y deshumanizada, copia de los mitos televisivos, hemos de cultivar esos rasgos humanistas, solidarios e integradores que, como humus, nos alimente, como tierra fecunda nos sostenga y como clima estimulante nos enriquezca con nuevas ideas y con proyectos renovadores.
Desde una perspectiva realista, razonable y positiva, tras un análisis riguroso, de nuestras posibilidades y de las dificultades, deberíamos aprovechar la oportunidad para iniciar una nueva etapa que estuviera apoyada en la construcción de un entramado ciudadano, mediante la apertura de cauces de diálogo, de discusión y de debate, y a través de un diseño de vías de colaboración de todos los ciudadanos y de aquellos colectivos que tengan ganas, ilusiones, ideas y medios.
No sé si, soportando el peso de los tópicos repetidos durante siglos, podremos proyectar una imagen seria, de decidido compromiso con el trabajo y con la modernidad.
Tras soltar algunos de nuestros atávicos lastres, deberíamos analizar minuciosamente y desmentir con realidades muchos de esos lugares comunes y, al mismo tiempo, orientar nuestros esfuerzos por unos caminos diferentes a los del anquilosamiento y del ensimismamiento más estériles.
Insistimos en que imaginar también es una manera de realizar hechos y de vivir la vida.

viernes, 1 de agosto de 2008

Luces y sombras_sábado_2_agosto

Luces y sombras

José Antonio Hernández Guerrero

Nuestros visitantes –sobre todo los que han leído a Manuel Machado- celebran con entusiasmo la luz tan cálida que baña todo nuestro paisaje y que, en cierta medida, ilumina nuestra peculiar concepción del tiempo y estimula la fluidez de las relaciones humanas.

Con el fin de evitar, en lo posible, que estas afirmaciones sean sólo tópicos vacíos, sería aconsejable que, de vez en cuando, los invitemos para que nos acompañen en las visitas por los diferentes espacios a distintas horas del día con el fin de que comprueben cómo las luces son cambiantes y cómo, en consecuencia, las sombras que proyectan, tanto las reales como las metafóricas, varían de manera permanente el significado de algunos de nuestros paisajes y, en especial, los más típicos.

Si, por ejemplo, nos paseamos a la salida del sol por las playas de nuestro suroeste, desde Santa María del Mar hasta Torregorda, podremos comprobar cómo el rostro de nuestra Ciudad va cambiando de manera continuada y cómo muestra diferentes estados de ánimo: ya verán cómo no todo es alegría ni juergas, y es posible que, en algunos rincones, se nos salten las lágrimas de pena o se nos encienda el rostro de coraje.

No dudamos de que este recóndito trozo del Océano Atlántico, abierto y libre, posee especial atractivo en los amaneceres brumosos, sobre todo, en los días en los que corre el viento suave y húmedo del sur, y en las noches en las que las luces -las celestes de la luna fría, de los luceros y de las estrellas, y las terrestres de los faros y de las farolas- parpadean al ritmo cadencioso y al sonido acompasado de sus olas. Pero, si prestamos atención, a lo mejor desde allí podemos divisar cómo, extenuados y cabizbajos, regresan los pescadores que, a pesar de las duras jornadas transcurridas en estos mares tan esquilmados, apenas traen pesca suficiente para alimentar a su familia.

Es posible que los permanentes cambios de luces hayan influido de manera decisiva en nuestras actitudes volubles y, a veces, contradictorias. A lo mejor esas alteraciones de ánimo tan rápidas que se plasman en nuestras fiestas populares –Navidad, Carnaval, Semana Santa- tienen que ver con los violentos contrastes de luces que se dan en Cádiz a lo largo de una jornada y en el sinuoso curso de un año.

Por las tardes, a la caída del sol, los lugares más placenteros son los que rodean a La Caleta, ese sitio mágico y hechicero, que guarda perfume de misterio y que tanto piropean las coplas del Carnaval.
Pero deberíamos completar nuestro paseo por las calles de los barrios de la Viña y de la Libertad –por los Callejones y por la Cruz Verde- para conversar con sus habitantes.

Estas luces del atardecer pueden servirnos para iluminar los rincones sombríos en los que se acumulan basuras de pobreza y para estimular esas intervenciones que son necesarias para limpiar ese ambiente que, contaminado de un consumismo entontecedor, favorece las malformaciones que corroen la vida familiar y ciudadana.
Sería saludable que, de vez en cuando, nos adentráramos hasta el fondo de algunos hogares para disipar esas sombras densas y alargadas que ocultan o disimulan las miserias éticas y sociales que aquejan a muchos de nuestros conciudadanos, en especial, a los más débiles e invisibles: a esas zonas desafortunadas cuyo aire aún no ha depurado la actual democracia.

Hemos de reconocer que, en determinados ámbitos de nuestra sociedad aún quedan resquicios de desigualdades injustificables, de injusticias lacerantes que permanecen escondidas debido, quizás, a una injustificable ignorancia.

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...