miércoles, 28 de septiembre de 2011

Para hipocresía, la que se estila con el tema de los toros.

Lo que a mí me pasa es que cada vez estoy más hecho un lio.
Después de leer varias veces el artículo de José Antonio Carmona (porque hila tan fino que con una vez no sirve) me decido, osado yo, a dar mi opinión. Vaya por delante mi aplauso a dicho artículo.
Parece mentira que un berrinche de niño, provocado por intereses, pueda llegar a formar parte, de buenas a primera, de las leyes de una comunidad. Se está prohibiendo por ley (todos sabemos que el abuso de la prohibición es una de las características propias del fascismo. El humanismo informa, aconseja, oye, respeta…y penaliza el incumplimiento de la ley, pero después de existir una ley rumiada y consensuada.), una actividad ancestral, en un contexto donde la violencia forma parte del diario. Me encanta la frase de Carmona: “estoy en claro desacuerdo con las corridas y también en desacuerdo con la prohibición (dejemos que las aguas bajen por el río, ya llegarán al mar).
Analicemos un poco este atropello por el que muchos se están rasgando las vestiduras y analicemos también otros atropellos de los que nadie se asombra.
El toro de lidia vive su vida como un rey. Desde que nace está mejor cuidado que el perrito de la Presley (o Preysler), libre por el campo, con toda la comida que quiera, vacunado, desparasitado, mimado, con todas las hembras que quiera, (en esto está mejor que el Rey), e imagino que las vacas estarán igual de contentas, en fin, una vida plena y salvaje en el sentido peyorativo de la palabra. Pero durante veinte minutos, sufre la inmisericordia del hombre antes de morir.
Poniéndome la mano en el pecho y puestos a elegir, yo preferiría esa vida a la del perro del ciego, con la misma felicidad que los esclavos negros de las antiguas Américas, trabajando toda su vida en algo tan antiperruno y antianimal como la obediencia incondicional y la aceptación de las costumbres humanas. Estoy seguro de que el que se rasga las vestiduras por la muerte del toro no tendrá inconveniente, posiblemente, en tener un canario toda su vida en una jaula. Y -sin posiblemente- comerse una tortilla hecha con el huevo de una gallina que está toda su vida ¡toda su vida! en una jaula en la que con dificultad se puede dar media vuelta. Comer y poner huevos, comer y poner huevos y cuando no pone huevos es decapitada, sin haber podido escarbar en la tierra, ni fijar su posición social picando a otras gallinas, ni nada de lo que gusta un gallina.
Ese ultrantitaurino que se rasga las vestiduras, si viene a Sevilla, no tendrá inconveniente, dado el caso, de admirar esa gran ciudad subido a un carro tirado por un caballo que está amarrado toda su vida a esos dos palos, 14 horas diarias haga frio o calor a pleno sol, incluido domingos y añorando, como especie, su vida salvaje.
El toro no sufre más que el ñu o la cebra que es asfixiada lentamente bajo los colmillos de una leona mientras el ultrantitaurino se recrea viéndolo en Odisea.
Todo esto sin hablar del boxeo o de la prostituta propiedad de una mafia y posiblemente visitada, cuando se le desborda la testosterona, por un ultrantitaurino de esos que se tiñen de rojo y se tiran al suelo. No sé a vuestras señorías, pero yo prefiero reventarme un dedo con un martillo en privado que una humillación, injusta o no, en público. O del corredor de la muerte de EEUU, China, Irán u otros. Diez años en el corredor de la muerte y la media hora de la ejecución no tiene punto de comparación con los veinte minutos del toro bravo. Y no los he visto nunca metiendo los dedos en un enchufe para reivindicar la abolición de la  pena de muerte humana. Y sin hablar de los ciervos del parque de Los Alcornocales que, aterrados durante horas por la jauría de los perros de los señoritangos que los persiguen, son instigados, disparados, mordidos y muertos a puñal para disfruten de algunos.No me gustan los toros y soy contrario a la muerte cruenta del animal. Simplemente podría estudiarse llevar a cabo el espectáculo pero sin pica ni espada y todos tan contentos, esperando que, por su peso, desaparezcan las corridas (de toros), pero eso no creo que lo acepten algunos porque parece que lo que les interesa no es mirar por el sufrimiento de los animales sino ir cortando todos los hilos que les conecten con el resto del país. Políticos.
Al principio dije que estaba hecho un lio y lo digo porque a mí, aunque no me gusten los toros, me gusta pasear en coche caballo, me gusta ver Odisea,  el jamón de bellota y una vez tuve un canario en una jaula hasta su muerte.
Que seamos menos hipócritas y más consecuentes es lo que haría falta.
Luiyi

domingo, 25 de septiembre de 2011

Un apunte acerca de la palabra (y por tanto del concepto) cultura aplicada(o) a las corridas de toros

Luis (... ...) hoy se está viviendo un ambiente caldeado entre algunos sectores taurinos y antitaurinos de Cataluña, no sé si habrá algo más por el resto de España. Pero a mí lo taurino me afecta -en claro desacuerdo con los corridas y también en desacuerdo con la prohibición (dejemos que las aguas bajen por el río, ya llegarán al mar)- y por eso he rotomado un antiguo escrito, ya publicado y no sólo en mi blog, lo he rotocado mínimamente y te lo envío por si te pudiera servir. Te lo digo sinceramente: no sé si estoy hablando de algo que no interesa a nadie o a muy pocos.
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Un apunte acerca de la palabra (y por tanto del concepto) cultura aplicada(o) a las corridas de toros


Mañana 25/9/11 según dictamina lo aprobado por el “Parlament català se celebrará en la plaza de toros Monumental de Barcelona la última corrida de toros. Se ha vuelto, por este motivo, a remover las actitudes de mucha gente acerca del tema. Y para hablar de “los toros” es muy normal en nuestra sociedad utilizar la palabra cultura. Son los defensores del mantenimiento de las corridas los que utilizan asiduamente la palabra: “cultura” para apoyar su postura a favor de la llamada ”fiesta nacional”. Se oyen constantemente, refiriéndose no al animal sino a las corridas, que “los toros son arte, son cultura, son tradición”,. Esta mañana mismo he oído a un contertulio de un buen programa de una televisión catalana que las “corridas de toros” son cultura, son tradición y que las tradiciones hay que conservarlas. Y leo ahora mismo en la prensa que un determinado partido político ha dicho en el “Parlament català” que la de mañana (25/9/11) no será la última corrida de toros que se celebre en Barcelona. Ante estas manipulaciones, quizás bien intencionadas -de internis neque ecclesia, decían los escolásticos-, no puedo permanecer indiferente y expongo mi opinión sobre la cultura, pero, antes quiero decir que el hecho de que algo sea -o sea llamado- tradicional no justifica en modo alguno que haya que conservarlo. Hay ¿tradiciones? Que son una aberración para la conciencia humana que está alcanzando niveles que antes no tenía. No es necesario aludir a la famosa ablación del clítoris, o a los pies escayolados de las niñas chinas, en muchos pueblos de España se siguen haciendo cosas aberrantes con motivo de las fiestas: tirar una cabra de un campanario, jugar con un becerro para que caiga al mar, degollar a tirones a unas aves atadas, los corre-bous de muchos pueblos… Sin hablar de muchas tradiciones de la vida de la España profunda...

No voy a entrar en discusión sobre el tema: “toros” sí, “toros” no (¡aunque llamar a España “la piel de toro”! Suena muy mal, es quedarse muy corto con la expresión...), sobre todo porque no es el objetivo de este escrito. Y también, porque cualquier discusión es inútil si sólo se habla a la razón, es necesario un cambio de conciencia (no sólo moral, también ontológica -no simplemente óntica-), de actitud, de lo contrario la razón estará cerrada y “se obligará a Galileo a retractarse por decreto”. No sería posible hablar con un ciudadano de la Roma imperial de la conveniencia de comprar en el supermercado. Y las diferencias de conciencia no son sólo cronológicas. Este cambio, entre otras cosas, es don, un don que se entrega a todos, como la luz, pero tan sólo los que tienen el corazón abierto (las puertas de la casa -la Inteligencia o la Conciencia- abiertas) lo reciben en su interior. “Quien tenga oídos para oír que oiga” nos dice el Maestro de Nazaret, a todos llegaba su palabra, mas no todos la recibían. La razón buscará siempre motivos, no siempre auténticos, que “justifiquen” las actitudes preconcebidas, el ejemplo más patente lo tenemos en las “ideologías”.

Me está llamando mucho la atención el recurso constante que se está haciendo a la cultura para justificar en este caso las corridas de toros, pero podrían ser otros. Cuando afirmamos “eso es un fenómeno cultural” esperamos que nuestra sentencia sea definitiva y sin apelación posible. Por el mero hecho de ser cultural parece que cualquier cosa queda plenamente justificada. Estoy percibiendo que la palabra “cultura” tiene en cada (casi) boca que la utiliza un significado diferente, no significa lo mismo para un torero que carece de formación alguna, para un erudito en las artes plásticas, para un investigador, para un político... Por descontado que dicha palabra es ambigua, tiene varios significados, pero lo que no puede tener nunca es un significado distinto para cada persona, que es lo mismo que no tener significado alguno. Sinceramente deseo que cualquier persona que me afirme: “eso es cultura”, me explique a su vez qué entiende por cultura (erudición, arte, creatividad, información, conocimiento, técnica, vida, costumbre, tradición ¿cuánto tiempo necesita algo detrás para ser tradicional?, escritura manual, forma de conciencia, culturismo físico, capacidad atlética, conocimientos musicales... o todos ellos a la vez). Cuando un vocablo sirve para significar muchas cosas, termina no significando nada, por ejemplo: cosa, es un simple comodín. Puede significarlo todo, así no significa nada salvo por el contexto que será el que le dé el significado concreto en cada caso.

Me preocupa muy seriamente las afirmaciones que se están propagando por los defensores de las corridas, también por los políticos que las defienden, en el sentido de que los toros (las corridas de) son un bien cultural. ¿Qué significan con eso de “bien cultural”? Me encantaría que me lo describieran, no pido una definición, sino una simple descripción que nos pueda situar a todos sobre el mismo tema.

Por mi parte en este breve escrito voy a acudir al “Diccionario de la lengua española de la Real Academia”.

Dicho diccionario (normativo y por lo tanto conductivo para los que hablamos esta lengua) dice que cultural es lo perteneciente o relativo a la cultura.

Y a cultura le da varios significados (es ambigua o polivalente):

Etimológicamente procede del latín “colo, colui, cultum” = cuidar el campo, labor agri, agri-cultura: “cultura” = cultivo (del campo). Es claro que a este significado no se refieren los que hablan de cultura en los debates taurinos.
Anteriormente por culto se entendía el homenaje que se tributa a Dios. A éste significado tampoco.
Resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del hombre.
Creo que en este sentido en modo alguno puede ser aplicada la palabra cultura al mundo de los toros. Poco refinamiento hay de facultades intelectuales en este mundillo. Lo cual no obsta para que muchos periodistas y adláteres publiquen escritos sobre el tema, a veces, muy bien elaborados.
Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social, etc.
Algo podría aplicarse bajo el amparo de este significado. Se trata claramente de una costumbre, cuyo alcance social habría que calibrar y de una expresión artística que habría que reconsiderar dentro de todas las dimensiones de lo humano, la de la Verdad, el Bien y lo Bello. Hay muchas formas artísticas que no se pueden seguir realizando hoy por muy “culturales” que sean, como las pinturas rupestres, por poner un ejemplo. No digamos ya otras formas interpretadas en su tiempo como artísticas y que eran verdaderas aberraciones humanas vistas desde la perspectiva del mundo actual, como la costumbre china de vendar los pies de las niñas hasta deformárselos para que estuvieran bellas. Lo Bello es una invariante en el ser humano, la percepción de lo Bello es perecedera y cambiante. Esto sólo no puede justificar por sí mismo la pervivencia por tiempo indefinido de la costumbre. Y la crueldad no tiene cabida en una conciencia sensible a la Red de la Totalidad.


Por último, habla el Diccionario de cultura popular: conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo. Evidentemente este sentido cae de lleno en las corridas, pero tenemos que concluir que han de tener en principio el mismo valor cultural que los bailes de las fiestas populares, por ejemplo. Y que no todas las manifestaciones populares muestran un acercamiento de la conciencia a lo Bello, o Bueno, sino todo lo contrario.

Por supuesto que no todos los significados de la palabra cultura tiene el mismo valor para la humanidad y su evolución. Lo que ha conseguido la cultura en las ciencia médicas no es comparable al hecho de tirar una cabra desde el campanario de una iglesia (una costumbre popular que expresa la forma de ser de un pueblo) o que los toros “embolaos” de las tierras del Ebro (algo similar a lo de la cabra). Hay valores e infravalores... y todo ello cabe en el campo semántico de la palabra cultura, salvo que queramos ser reduccionistas y quedarnos sólo con lo que entendemos como bueno. Se habla y con razón de la “cultura de la guerra”. No podemos decir, por desgracia, que la guerra no sea una costumbre entre los pueblos, pero, ¿es un valor?.

No es tema de este escrito calificar la fiesta llamada nacional, así que en ello no entro. Sólo una confesión personal, que muchos conocen, yo fui muy aficionado a las corridas de toros, fui a muchas “tientas” y en todas toreaba, y durante dos años capellán de la plaza de toros de Cádiz (antes de que la derruyeran), allá conocí a toreros muy famosos de la época: Paco Camino, Rafael Ortega, Palomo Linares, El Cordobés...

Quiero recordar en estos momentos algo que dije ya en mi blog sobre el miedo existencial a la muerte, porque tiene que ver con el concepto de cultura. La cultura es la historia de lo que ha hecho la humanidad para luchar contra la muerte, para distanciarla en el tiempo. Y entre los elementos culturales de la época mágica, cuando la conciencia aún estaba en pañales, el hombre creó los sacrificios sustitutorios, cuya sombra se alarga hasta hoy en las corridas de toros. Por eso también, éstas son cultura, porque son herederas de los sacrificios sustitutorios pre-neolíticos o neolíticos, son cultura pero cultura pre-neolítica, generada por una conciencia en ciernes, por una Diosa (la Gran Diosa) sedienta de sangre, generada por unos hombres que no habían abierto aún los ojos a la comunión con la Totalidad, son cultura nacida en la crueldad.

Por ello las corridas de toros, entiendo, son un bien cultural, o sea, son cultura que muestra algo de la forma de vivir de un pueblo, pero cultura de la época mágica de la humanidad, como pueda ser el Vudú, el animismo, los sacrificios rituales... o escribir en papiros y alumbrarse con lámparas de aceite, las corridas de toros son culturas de la crueldad neolítica. ¿No serán un ancestro que aún sobrevive?

José A. Carmona

sábado, 24 de septiembre de 2011

¿NACIONALISMO? Reflexiones de andar por casa

Recuerdo que hace años cuando Miguel Indurain triunfaba en Francia se formó un revuelo en la prensa, se afirmaba en la misma que Indurain “renegaba” de ser español. A los pocos días el propio ciclista corrigió lo dicho en la prensa -¡el sensacionalismo de los mass media!- diciendo que él no renegaba de ser español, que lo que había dicho era “¿Qué más da ser español, francés, italiano...? ¡La nacionalidad no tiene importancia alguna! Es claro que existe un abismo entre lo que se afirmaba en los medios al dar la noticia y lo que afirmó posteriormente Indurain. Es indiferente ser de la nación que se sea, el nacimiento en un lugar determinado es fortuito. (Probablemente muchos “esotéricos” entiendan que no lo es).

El pasado día 11 se celebró en Cataluña la fiesta “nacional”. Los catalanes y las instituciones la llaman “nacional” porque entienden y propugnan que Cataluña es una nación. En ese día, mientras paseaba, me conecté por radio a la emisora del arzobispado de Barcelona porque emiten una música de alta calidad. Mas resultó que en esos momentos no daban música, sino un sermón de un “cura” que predicaba la necesidad del amor a Cataluña como patria, pero advirtiendo que este amor no podía ser óbice para el amor universal -¿a todas las naciones?-, porque el llamamiento cristiano es al amor universal. Amor que a juicio del que hablaba se había de realizar a través del, o en el amor a Cataluña.

Yo entiendo estos dos casos como ejemplo de dos actitudes humanas ante el hecho de la nacionalidad, sea ésta política o simplemente cultural.

Yo soy andaluz y como tal soy miembro de la nación-estado llamada España. Hace cuarenta años que vivo en Cataluña, a la que los catalanes llaman también nación, aunque no sea estado . Actualmente hay una gran efervescencia nacionalista, que en muchas personas es independentista. Las razones que aducen son de lo más variado, a mi parecer abundan las sentimentales que también han contado, y cuentan mucho, en la historia de la humanidad. Pero ante todo soy hombre -en mi caso varón-, y aún antes sencillamente soy, lo cual me hace miembro de la Humanidad y del Kosmos. Esta es la realidad histórica -y metahistórica- en la que vivo y sobre la que quiero opinar alguna cosa, aunque a nadie pueda importar lo que yo opine.

Soy un lector asiduo de J. Krishnamurti. Pienso que es uno de los grandes místicos del siglo XX. Pues bien, Krishnamurti allá por los años 50 del siglo pasado habló sobre el nacionalismo en una entrevista. En la misma dijo cosas como ésta: “el nacionalismo es un veneno” o “cuando termina el nacionalismo llega la inteligencia, esto es, la comprensión -no meramente intelectual, sino vital, la persona que abraza, que se abre y acepta- de lo que es”. Se trata de una opinión muy importante, que él razona en la entrevista, pero que yo quiero matizar.

Nación, país, estado, región, provincia, comarca, ciudad, pueblo..., cuerpo, psique, espíritu, familia, paisano... individuo, colectividad... espiritual, material... científico, filosófico, histórico, artístico... constantemente estamos marcando fronteras de todo tipo y nuestra cultura parece regodearse de forma especial en ellas. Tenemos en Occidente una mente analítica muy desarrollada. Esta mente analítica que reporta grandes beneficios a la hora de medir, es un gran obstáculo a la hora de “comprender”. ¡Hemos llegado a llamar “comprender” a la percepción meramente mental! Hemos borrado la “comprensión” de nuestro mundo vital, la hemos reducido a la mente. Esto ya empezó cuando con la mejor intención posible se identificó pensar con existir como paso inconsciente posterior al “cogito ergo sum”. ¡Y lo que más me duele es que vivimos en ello tan tranquilos! Sin pretender ir “ab ovo” veo en este desarrollo analítico una de las raíces, hay otras causas como la tecnología, el cientificismo..., del individualismo exacerbado y patológico en el que vivimos. Así empezamos a poner fronteras: Kosmos o Totalidad, Tierra, Humanidad, Europa, España (o Cataluña, o País Vasco), Cataluña (o Andalucía...), Barcelona (o Cádiz), Badalona (o Chiclana...) hasta llegar a la familia y al individuo.

Las fronteras tiene mucho de bueno y necesario porque los hombres tenemos sentidos y éstos viven dentro de lo cercano, pero a su vez tiene mucho de malo si lo que hacemos con ellas es separar en lugar de integrar porque el hombre es espíritu, o sea, ser que “comprende”, que vive en comunión con la Totalidad. El hombre no es simplemente un individuo, como lo es una manzana o una piedra, sino que es persona. Y la persona es relación constitutiva, mucho más, aunque también, que un simple sujeto de derechos, a lo que queda reducida en esta sociedad y aún muchas veces ni eso. Mucho más que lo opuesto a la sombra, mucho más que el ego, es sencillamente consciencia constitutiva de unidad. Y en esta consciencia no cabe la exclusión, no cabe la frontera por la sencilla razón de que no existe, no es. No es lo mismo ser individuo, sujeto de derechos, que ser persona: consciencia de unidad.

Sabemos que la palabra griega que traduce la de persona es hipóstasis, nombre con el que se conocía a la máscara que los actores teatrales se ponían para interpretar a los personajes en la Grecia clásica. Dicha máscara servía para que la voz llegara hasta los espectadores, pues servía como un megáfono que aumentaba el sonido, de ahí que los latinos tradujeran la palabra griega por per-sonare (hablar desde el interior, hablar desde dentro, re-sonar). Simbólicamente podemos utilizar el origen de dicha palabra para indicar que persona es aquel individuo que habla desde su interior, que habla desde el sí-mismo y en el sí-mismo recibe y se realiza. El ser abierto a..., el ser-relación. En este sentido podemos renunciar a la tan conocida comparación de hipóstasis- persona con hipóstasis-máscara.

Evidentemente en tanto en que la relación es elemento constitutivo de mi propio ser, las trabas a esta relación entorpecen mi propio ser, no me dejan ser persona. Y todo nacionalismo (el español, el francés, el británico, el catalán...) a lo largo de los últimos siglos de historia ha entorpecido y mucho la relación entre los individuos. Digo en los últimos siglos porque antes no existía el nacionalismo, sino el imperialismo, el tribalismo... Pero a la vez la nación es algo necesario para que el hombre (varón/mujer) viva en desarrollo. El hombre no puede perderse en una vaguedad, en una Totalidad a la que su conciencia no ha llegado. De igual manera que el lenguaje es una de las grandes conquistas humanas, pero que ha de ser ejercida por medio de una lengua concreta, no de forma genérica, lo mismo sucede con la integración en la Totalidad, se ha de ejercer por un medio concreto, (de un trozo de tierra o de toda ella, de una historia concreta no de la historia...) medio que no puede ser una frontera cerrada, sino una puerta abierta a... El ejemplo de una mansión con muchas puertas nos puede servir: para entrar en la mansión necesito acceder, hoy por hoy, a través de una puerta (en el futuro puede que se acceda de otra forma), pero si me quedo en la puerta no estoy en la mansión. La puerta en este ejemplo sería la nación o la lengua, según lo dicho. Si antepongo la lengua o la nación a la Totalidad, no estoy en la conciencia de unidad (¿no soy persona? Al menos plenamente), pero si la puerta solamente es un medio de acceso, ésta ha dejado de ser límite y se ha convertido en apertura. Los nacionalismos sin conciencia de Plenitud no son más que tribalismos con la cara lavada. Hay mucho tribalismo aún en la humanidad y, porque lo llamamos cultura, no queremos avanzar, no queremos ser personas.

¡Ojo! Lo que afirmo de los nacionalismos puede ser aplicado igualmente a la pertenencia a una institución sea religiosa o no, a un club de fútbol, a un partido político... a cualquier frontera colectiva que nos de la fuerza para afianzarnos en nuestra individualidad, en vez de ser la conciencia que elimine toda frontera o exclusión.

Sabemos que la concepción de la nación-estado surgió allá por los comienzos del siglo XVI, y hoy vemos todos los inconvenientes que está creando para que los estados se integren en una unidad mayor. Nadie quiere renunciar a la soberanía. A la vez que contemplamos que algunas naciones-culturales quieren convertirse en naciones-estado. Por descontado que una nación-cultural tiene un significado mucho más amplio que la nación-estado, es más difícil de concretar, es más subjetivo y variable, los vínculos que unen a los miembros son más intangibles, pero no menos inteligibles (lengua, costumbres, literatura, folclore...). Pero siempre son elementos del pasado o presente histórico, nunca de lo transhistórico (la consciencia de Unidad o de Plenitud), algo a lo que la inmensa mayoría de los hombres niegan no sólo la validez, sino incluso la existencia. Así se identifica a la persona con el sujeto de derechos nacionales, algo que está muy bien pero que es a todas luces una verdadera castración. La persona no sólo es sujeto de derechos, simplemente humana, un mero animal racional, sino también, y sobre todo, consciencia siempre abierta, capax Dei, siempre receptiva al Misterio, al Todo.

La nación, pues, si es obstáculo, sea éste cultural, político, religioso, jurídico, histórico... es como dice Krishnamurti -él estaba en la consciencia de unidad- un veneno, pero si es sencillamente una puerta que atravesamos y no nos quedamos en ella es hoy por hoy, entiendo, un elemento válido del desarrollo. Lo tremendo es que los hombres tenemos una tendencia terrible a quedarnos en la puerta y no atravesarla. ¡La difícil tarea de llegar a ser persona!¡Nos da tanta satisfacción identificarnos con algo más grande que nosotros como individuos! No tenemos más que atender a nuestros egos.

El único camino, hablando en lenguaje dual -no tengo otro para escribir-, para atravesar la puerta es el Amor, pero el Amor que nace del Ser, no solamente el sentimiento que brota en nuestros egos, aquella Realidad que nos hace Uno, no unidad que es cantidad, que nos hace Uno sin-segundo . Ese Amor, que no es más que comprensión de lo que es, nos hace ver que toda frontera que divide (nacionalismos, cristianismo, hinduismo, ateísmo...) es pura creación humana (aunque por desgracia mate a mucha gente), que las fronteras son puntos de encuentro, formas relativamente reales de manifestar la Plenitud. Que las fronteras en la Realidad no existen. ¡No seamos bobos!


José Antonio Carmona

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...