sábado, 12 de octubre de 2013

LAICISMO


Amigo Juan de Dios. Tu artículo sobre el laicismo y sus consecuencias con respecto a la formación de los niños y adolescentes en las escuelas denuncia muchos factores que han de ser tenidos en cuenta a la hora de legislar. Pero... no sé si a otros, pero a mí su lectura me ha dejado un regusto desagradable. Me ha parecido que la visión del laicismo que hay tras tu escrito no es muy positiva (o al menos haces hincapié en aspectos negativos) y es muy posibles que muchos de los que se autoproclaman laicos piensen como tú dices o apuntas.
Yo entiendo que abriendo la mente a una comprensión amplia del hecho de la evolución de la consciencia a lo largo de los milenios, la visión sobre el laicismo es positiva. Por ello me atrevo a exponer aquí en el blog un artículo que escribí hace unos años en mi blog personal. Es largo y puede que pesado, pero creo que viene a cuento...

Es el siguiente:

Del laicismo o de una etapa más en la evolución del Espíritu

    He de comenzar este escrito confesándome hombre de fe, y de fe en Jesús, el Cristo. Toda mi educación ha venido marcada por la presencia constante en mi vida de Jesucristo, y en modo alguno he renunciado a él, antes bien, quiero hacer en mí lo que ya hicieron los místicos, tanto teístas como no teístas, y que en una línea cristiana marca, a mi entender, el Evangelio Gnóstico de María Magdalena:
“ He puesto mis huellas dentro de las Suyas y me he sentido libre por el mero hecho de no haber imitado Su actitud, sino haber descubierto su esencia.
...esto no es cuestión de creencias, la creencia es una fuerza ciega, suele reposar en la simple confianza ingenua, a veces en lo arbitrario... a veces se alimenta de una falta de lógica, que lleva al fanatismo, no es algo razonado... Yo te hablo de fe, que es una certeza, un conocimiento directo, y fuera del tiempo, de Aquello que es... una certeza que viene a alcanzarnos hasta la profundidad de nuestro cuerpo. ...Es como un soplo que ningún muro o prisión podría contener, ni siquiera frenar. Os sitúa en el Espíritu del Maestro, en ese espacio que ninguna palabra podría describir. Ahí es donde se redescubre el sentido del amor y de la libertad.”
Y puesto que lo que quiero es esto, le fe, a la que alimento cada día dejándome llevar al centro (meditari) y no la creencia, cada vez me siento personalmente más distante de cualquier institución que exija que se deponga todo criterio personal en favor de la creencia en sus afirmaciones y dogmas, en sus mandamientos e ideologías. Jesús de Nazaret fue un hombre verdaderamente libre, como lo fueron Buda, Lao Tse, Mahoma, Francisco de Asís, Lutero, Eckhart y todos los místicos que en el mundo han sido.
Creo que esta confesión personal ha de ser suficiente para que no se me alinee en una línea de no-espiritualidad a la que no pertenezco. Veo que todo cuanto es en el Kosmos no es sino la manifestación plena y libre, en cada momento, de la evolución del Espíritu. Sin Espíritu no hay Kosmos y sin éste tampoco hay Espíritu, como bien dice Raimon Panikkar, pues el Kosmos no es sino el modo de manifestación del mismo Espíritu.

Ya en varias entradas que he realizado en este blog hay material que ayuda a reflexionar sobre el tema que ahora propongo. De todas maneras he decidido hacer la reflexión desde una  perspectiva nueva, aunque lógicamente utilice mucho material del ya empleado.

Para llevar a cabo esta reflexión, se han de precisar varios conceptos, no definirlos, puesto que se trata de algunas realidades que van mucho más allá que nuestra mente humana racional, pero sí, como decimos, hemos de precisarlos, puesto que los términos como laicismo, Espíritu, religión...se utilizan para decir cosas muy distintas, en función de todo un contexto y de la persona que utilice el término.
Por Espíritu se entiende en este escrito la Meta y el Sustrato del que están hechos todos los peldaños de la evolución, el Misterio que abarca cuanto es tanto en el mundo manifiesto de las cosas, como en el no manifiesto, o quizás podamos decir: Aquella Plenitud que me saca de mi aislamiento, respetando mi soledad, en una palabra lo que quiere decir la palabra Dios sin todo el peso idolátrico que la historia ha cargado sobre la misma. Las cosas son el Espíritu en su forma manifiesta. Se huye expresamente de cualquier concepto dentro del cual queramos encerrarlo, pues se trataría de un ídolo mental (al que por desgracia estamos muy acostumbrados los hombres[1] en todas las religiones). Creo que la misma palabra Dios, como Yahvé, Alá... ha dejado en buena medida de ser un símbolo para convertirse en un ídolo. Así cuando afirmamos que Jesús es Dios, le estamos atribuyendo a Jesús aquellas cualidades que nuestra mente ha ido elaborando a través de la historia como pertenecientes a la Divinidad, cuando lo correcto sería la actitud inversa, si creemos que Jesús es Dios es porque Dios es Jesús, o sea, porque Dios no es sino lo que es Jesús y nada más. No lo que nosotros podamos pensar que es.

El Espíritu ha sido expresado de muchas maneras y formas en las más variadas teorías humanas teístas (religiosas) y no teístas: Vacío, Libertad absoluta, Amor, Tercera Persona de la Trinidad, Trinidad, Inspiración, Aliento...

       El laicismo, es una palabra a la que se aplican muchos matices. Proviene del latín (laicus) que a su vez proviene del griego laicos que significa: perteneciente al pueblo.
    En la iglesia católica la palabra laico ha significado: el que carece de órdenes religiosas. Y en su jerga teológica significa lo mismo que secular o perteneciente al mundo, en contraposición al clérigo que se “considera” consagrado y perteneciente a lo Divino. Como vemos es una palabra que en una estructura humana patológicamente jerarquizada ha sido muy utilizada con connotaciones algo peyorativas.
    Pero, ¿Qué significa laicismo en los últimos tiempos? ¿Qué sentido damos a esta palabra? Por supuesto que los matices varían mucho según el uso que se haga de ella, y de quien lo haga.
    “Este término tomó significado a partir de la raíz latina original para designar el impulso moderno (surgido durante el llamado Siglo de las Luces) de los Estados, organizaciones y personas para la independencia de las instituciones respecto al poder eclesiástico, el deseo de limitar la religión al ámbito privado, particular o colectivo, de las personas y permitir mejores condiciones para la convivencia de la diversidad religiosa, poniendo al Estado de árbitro y, como reglas del juego, los derechos humanos. En general, los laicistas afirman que la laicidad es un principio indisociable de la democracia, porque las creencias religiosas no son un dogma que deban imponerse a nadie ni convertirse en leyes.”
    Y en este sentido describimos el laicismo en este estudio como la doctrina que defiende la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente y cuya máxima representación se da hoy por hoy en el Estado Laico y en la que las reglas del juego vienen marcadas por los derechos humanos.

    En el Estado Laico la confesión religiosa es un derecho privado, personal o colectivo, y nunca un deber que se puede imponer a nadie.
       Por último nos falta describir de alguna manera qué entendemos en estas páginas por religión.

    Como podemos suponer, no es una cuestión baladí ni nada fácil porque la religión pertenece a lo más íntimo y sagrado de la persona, a un santuario que fácilmente puede ser afectado por cualquier virus (tal como están las suspicacias de muchos) y en la que muchos se juegan con verdad o erróneamente su seguridad vital. Aparte de la inercia de muchos siglos en nuestro país,  en el que la confesión religiosa católica con su Jerarquía ha venido imponiendo las normas sociales a seguir.
    No podemos olvidar que la Fe, que no es más que la Vida, es riesgo, como lo es la Vida, y no porque la Fe pueda estar errada (es una certeza vital que transforma todo en Amor, no una creencia, menos un fanatismo), sino porque estamos en el tiempo y el tiempo es riesgo, aunque ni la Fe ni la Vida lo sean.
    Además la multitud de acepciones que ha tenido esta palabra a través de los siglos aún hace más confuso el problema.

    Proponemos el concepto de religión como sigue: La palabra religión, como bien sabemos, tiene una etimología controvertida: “relegere”, “religare”, “reeligere”. Es una cuestión que tiene su importancia, pues la etimología nos acerca a los orígenes. Personalmente me inclino claramente por “religare” por su significado de Unión ontológica. Pero, no es el tema principal de estas reflexiones incidir en la etimología, sino en la pluralidad de sentidos con que se utiliza hoy día la palabra religión, dando lugar a una ambigüedad conceptual, que llama frecuentemente a equívocos. Para evitarlos, sería conveniente especificar qué contenido le damos a la palabra en cada caso.
       La religión como compromiso no racional

       Esta acepción significa para los teólogos que la religión se ocupa de aspectos válidos, pero no racionales, como fe, gracia, transcendencia… Para los positivistas no puede ser un conocimiento válido, podría tener un “significado” emocional, pero no se trataría un conocimiento verdadero al no ser racional.
Esta visión es la que se refleja en el común de las gentes: “La religión no es racional, pertenece a la esfera de la creencia, o de lo que vulgarmente se llama fe (identificando fe y creencia, cosa que como hemos dicho es un error.)” Para la gente normal, de la calle, los dioses míticos de los “antiguos” serían algo religioso, pero no lo sería los conocimientos científicos actuales, ni el mismo laicismo que nos ocupa.
Según este uso, la religión no se realiza en todos los niveles de la conciencia humana, sino sólo en los que no son racionales. Y normalmente estos niveles racionales son los que se aprecian como los más elevados a los que puede llegar el ser humano. La religión, por consiguiente, sería una actitud humana que tendría que ser superada.
Pero, eso de que los niveles más elevados de la conciencia humana sean los racionales está en cuestión. Las experiencias místicas, las experiencias cumbres de conciencia, la transracionalidad, los principios fundamentales de la filosofía perenne… están siendo estudiados muy seriamente, y sus logros no pueden ser echados en saco roto, más bien todo lo contrario, apuntan a una clara superación de la racionalidad.
Nuestra cultura occidental es deudora, ya por un tiempo, excesivo, del principio de racionalidad cartesiano: “Cogito ergo sum”. Posiblemente R. Descartes expresó el error más básico, aunque lo adoren millones de racionalistas, al identificar el Ser con el pensamiento (reduciéndolo). El Ser es la Vida, es la Conciencia y ésta va mucho más allá que el pensamiento, ¿Dónde si no queda el amor, la alegría, la ilusión, el gozo, la tristeza, la ira…?
Por descontado que la racionalidad es un gran logro conseguido por la raza humana. Que ha tenido que evolucionar muchos cientos de milenios desde la primera etapa de conciencia, a la que podríamos llamar arcaica o pleromática, para conseguir la etapa racional, pero ésta no es la meta, no es el Punto Omega, que nos dirá Theilard. La humanidad ha de transcender la racionalidad para auparse hasta esas nuevas etapas, sutiles o causales, a esos niveles transpersonales que las conciencias más evolucionadas (los místicos) de la Historia ya han conseguido.

       Muy unida a esta visión está la del uso de la palabra y del concepto religión como una regresión a las actitudes infantiles y prerracionales. Está esta visión muy de moda hoy, sobre todo con la visión del mundo que dejó Freud. En este sentido se ha de considerar que la religión no es una actitud racional, pero tampoco pre-racional, sino trans-racional, supone no una regresión a las actitudes de la infancia, sino una transcendencia de la racionalidad que es asumida y negada a la vez, como afirma Hegel.

       La religión como compromiso en extremo significativo e integrador
       Según este uso, la religión es una actividad funcional particular, no es que sea racional o no racional, sino que actúa en cualquier nivel de conciencia tanto racional como no, y dicha actividad consiste en buscar significado, integración…
       Este uso, que es frecuente, refleja la búsqueda de lo que Wilber llama maná en cada nivel, del significado… Cada estado de conciencia exige una permanencia en sí mismo, una continuidad y para ello necesita alimentarse, y lo hace comiendo de todo aquello que aumente su poder, su fuerza, su eros. Así una persona que esté en el segundo grado de conciencia, o estado mágico, p.e. Un practicante del vudú, se alimentará de toda práctica, ceremonia, conversación… que le signifique a él un aumento de su magia, sea real dicho aumento, o no. Pero, también un científico, que está en el nivel racional, se alimentará de todo conocimiento, experimento… que le sirva para alimentar su estado de racionalidad pura. En ambos casos encontramos un compromiso humano con la realidad que da más cohesión y significado a la actitud propia, al estado de conciencia en que se halla cada persona. Para el primero la magia y para el segundo la ciencia tienen un carácter religioso.
       De hecho afirmamos en nuestra forma coloquial frases como la siguiente: “la ciencia es para él su religión” “su verdadera religión es el dinero”.

La religión como proyecto de inmortalidad

       La idea, que en esta frase se contiene, es que la religión consiste, en lo fundamental, en una creencia anhelante, defensiva, compensatoria, creada para mitigar la inseguridad/angustia, creada en la conciencia del ser cuando se hace consciente de que su muerte es un hecho inevitable. En el fondo, muchísimas personas buscan en la religión el rechazo de la muerte. La creencia en dicha inmortalidad, bien sea porque se crea que el alma no muere, bien porque se espere la resurrección de los muertos, o la reencarnación, o cualquier otra forma de supervivencia. Es una constante del fenómeno religioso tal como lo conocemos y lo experimentamos en nosotros mismos. Nuestra conciencia, esté en el nivel en que esté, necesita defenderse de la angustia que produce la muerte cierta, y utiliza la religión como defensa contra ella.
       Quizás tengamos que meditar un poco sobre el asunto y darnos cuenta que realmente no somos inmortales, meditar un poco y aceptar el hecho de nuestra mortalidad. Algo que no se opone en absoluto a otra verdad incuestionable, y que han conocido en su profunda experiencia los grandes místicos: “Nuestro ego es mortal, nuestro YO es eterno, no conoce ni el nacimiento, ni la muerte.”
       Los cristianos debiéramos vivir la resurrección no como un proyecto de inmortalidad, sino, como dice nuestro amigo Panikkar, como Misterio de eternidad de cada momento y en cada momento. AHORA[2].
       Los cuatro significados de la religión que a continuación se exponen, creo, que son de una gran importancia a la hora de calibrar nuestra actitud religiosa y ver en cuál de ellas estamos de cara a nosotros mismos, teniendo en cuenta que el Ser, el Misterio o Dios es “intimior intimo meo”
     
  Religión exotérica

       Se suele llamar religión exotérica, (del griego ezwteros = exterior) a todos los aspectos exteriores y preparatorios de la práctica religiosa. Suele ser un sistema de creencias utilizado para apoyar la fe. No es una religión inútil, si coexiste con la dimensión esotérica, pero, sin esta es puro teatro. En el aspecto exotérico se ha de incluir todas las doctrinas y rituales que constituyen al armazón de una religión institucionalizada. Si alguna religión carece por completo de una dimensión esotérica, entonces se la conoce como exotérica.

       Religión esotérica

       Se llama religión esotérica (del griego ‘esóoteros = interior) a todos los aspectos superiores, interiores y más avanzados de la práctica religiosa, cuya meta es la transformación de la conciencia y en última instancia la experiencia de Unión, de Identidad Absoluta, la experiencia mística, que no tiene nada que ver con el éxtasis. El éxtasis acompaña muchas veces a estas experiencias, pero no hay una relación de identidad, ni siquiera de igualdad. Puede darse un éxtasis sin experiencia mística, sino por razones muy diversas, desde el uso de drogas, hasta una situación extrema en la vida; y puede darse, de hecho se da, la experiencia mística sin éxtasis alguno. En nuestra cultura urbana hay una cierta identificación que es totalmente falsa.
       
Religión legítima y religión auténtica

     Me voy a permitir recordar en estos momentos una pequeña anécdota personal. Formaba yo una tarde parte de una mesa que presentaba un libro de carácter “religioso” (versaba sobre el cristianismo oficial.) En el turno de preguntas y respuestas un señor que asistía al acto se dirigió a mí para interpelarme: “¿Puede usted decirme cuál es la religión verdadera? Porque de sus palabras se puede deducir que lo son todas.”
       No viene a cuento la respuesta que le dí, pero esta frase nos sirve para introducir el problema de la religión verdadera, algo que desde pequeño viene sonando en nuestros oídos con machacona insistencia, porque la iglesia institucional ha hecho causa beligerante de la que ella llama “verdadera” sin tener en cuenta las diversas acepciones de la palabra religión, ni la validez de la diversas experiencias religiosas que ha tenido la Humanidad.
       Lo primero que hemos de tener en cuenta es la misma palabra verdadera. Religión verdadera sería en todo caso la que estuviera fundamentada en la verdad. Sería muy pretencioso y vano de nuestra parte afirmar que la verdad está aquí y no allá y por otra parte sería absurdo, infantil, irracional negar la verdad o autenticidad de las experiencias religiosas de todos los hombres que no profesen la misma religión exotérica que nosotros (el Espíritu sopla cuándo y dónde quiere). Negar la autenticidad de las experiencias de Buda, Lao-Tse, Mahoma, sólo por poner algunos ejemplos, es sencillamente estúpido. Por ello creo que hay que comenzar precisando bien los conceptos.
       Y lo segundo que hemos de tener en cuenta es el mismo concepto de verdad. Según la filosofía escolástica verdad es la adecuación entre la mente que conoce y el objeto conocido. Si acudimos a lo que se piensa por la mayoría de las personas sobre qué es la verdad, nos daremos cuenta que se trata de una realidad representacional, pues todo el mundo piensa que la verdad es una especie de plano de algo que llevamos en la cabeza, cuanto más preciso sea el plano, o sea, cuanto más responda a ese “algo” más verdad es. En ambos casos estamos viendo que la verdad está exigiendo un dualismo: sujeto que representa frente a objeto representado.
       Precisamente la religión, al menos en su acepción esotérica, es un intento de superar este dualismo, si nos fiamos de los místicos, que son quienes más profundamente han vivido la religiosidad. Por ello, llamar a una religión verdadera es algo contradictorio.
       Por lo dicho, entiendo que es más preciso y correcto hablar de religión legítima y de religión válida.

        Religión legítima

       Es la que valida principalmente la traslación, o sea, el movimiento, el cambio, que se produce en la conciencia sin cambiar de nivel de evolución. Lo hace proporcionando, dicen los estudiosos del tema, un buen maná y ayudando a evitar el tabú, proporcionando significado y símbolos de inmortalidad.
       Se trata de una escala horizontal. El grado de legitimidad se refiere al grado relativo de integración, valor-significado, buen mana, facilidad de funcionamiento, evitación del tabú. “Más legítimo” significa más integrativo-significativo dentro de ese nivel.
       Cuando el maná y los símbolos de inmortalidad predominantes cesan, se produce la crisis de legitimidad. Esto puede suceder en los niveles inferiores de la religión mítico-exotérica (por ejemplo, las encíclicas del Papa, basadas como están en nociones biológicas aristotélico-tomistas, superadas desde hace mucho tiempo, han perdido legitimidad para mucha gente) y similar en otros niveles, p.e. El paradigma newtoniano.
       Es la religión de la que normalmente se habla en muchos tratados de teología, en las homilías, encíclicas. Es la religión asumida como compromiso, como proyecto de inmortalidad, la que responde a las ansias que tenemos de no morir, de asegurarnos una vida eterna (inmortal), cuando somos formas mortales, la exotérica[3]…
       Cuando la religión en cuestión deja de proporcionar  significado, integración o símbolos de inmortalidad, surge la crisis llamada de fe, pero, sólo se trata de una fe legítima, no auténtica.

       Religión auténtica

       Es la que valida principalmente la transformación de un nivel-dimensión particular. Esto es, la que exige con una actitud verdaderamente esotérica el ascenso a un nivel de consciencia superior al que se tiene. Normalmente estamos entre los niveles 3 ó 4 según el desarrollo personal de la conciencia
       Una crisis de autenticidad, como he dicho, ocurre cuando una visión del mundo (o lo que es lo mismo, una religión) prevaleciente se enfrenta con una visión de un nivel superior, que empieza a emerger y gana legitimidad por sí misma. La nueva visión del mundo encarna un poder transformativo nuevo y superior que se enfrenta a la vieja visión. Y ello exige la transformación en la conciencia.
       Corolario: El “grado de autenticidad” se refiere al grado relativo de transformación real expresado por una religión dada. Ésta es una escala vertical: “más auténtica” significa más capacitada para llegar a un nivel superior.- (Cada uno, como cada místico, o cada experto indicará cuál es su nivel superior).
       Puede ser que todo lo dicho sobre la religión aclare algunas cosas y confunda otras, pero es necesario para que enfoquemos debidamente el problema de la relación del laicismo con la evolución del Espíritu.

       Pequeña historia de la evolución de la conciencia

       Todo empezó con un juego del Espíritu, dicen los orientales, y por ello el Espíritu creó el Universo, el Mundo de las Formas. La Biblia, nos dice algo similar: “...la tierra era un caos informe... Y el Aliento de Dios (el Espíritu) se cernía sobre la faz de las aguas” (Gen.1,2). Con el Big Bang hace más de 15.000 millones de años (en la utilización que los estadounidenses hacen de los números, sería 15 billones) comenzó todo. Es el origen de los orígenes. Los homínidos aparecieron, según consta hoy, hace unos seis millones de años.
       Hasta muy avanzado el siglo pasado, en el seminario de Cádiz, por ejemplo, se enseñaba el creacionismo (aún hay lugares  superconservadores en los que personas fanatizadas lo enseñan). Yo personalmente recuerdo alguna anécdota de mi vida en el seminario, que me habla de mi furibunda oposición al evolucionismo. Ya hacía más de un siglo que Darwin había hecho su famoso viaje (1831-1836) que le sirvió para elaborar la teoría de la evolución. Hoy ya en círculos teológicos muy serios se habla de la co-creación del mundo, han cambiado mucho las cosas.
       Pero la evolución, cuyo conocimiento se ha desarrollado ampliamente desde Darwin, no sólo se atiene a los factores materiales y biológicos (al cuerpo), sino que afecta a todo cuanto es, a todas las dimensiones físicas, biológicas, psicológicas y espirituales de la existencia, y por tanto, también a la conciencia. Quizás convenga señalar que hoy se está haciendo una investigación sobre la conciencia que es una especie de correlato psicológico del proyecto del genoma humano.
        Y este estudio colectivo sobre la conciencia ha conseguido ya muchas metas. La primera que tenemos que destacar es el paralelismo, no identidad, entre la ontogenia (desarrollo individual) y la filogenia (desarrollo colectivo) de la conciencia. Los pasos y peldaños que va adelantando la raza humana, también lo adelantan casi sin esfuerzo los individuos posteriores, por ejemplo, nosotros hoy tenemos una relativa facilidad para acceder a la escritura, en pocos meses lo conseguimos, pero fueron muchos cientos de miles (¿millones?) de años los que tardó la humanidad en expresar algo por escrito.

       La Dinámica Espiral considera que el desarrollo (tanto ontogenia como filogenia) humano (de la conciencia) procede a través de ocho estadios generales a los que denomina memes. Un meme no es sino un estadio básico de desarrollo, que no es rígido, sino como olas fluidas que dan lugar a la compleja dinámica espiral de la conciencia.

       Por su parte Jean Gesber, y otros estudiosos de la evolución de la conciencia posteriores, ha dividido la filogenia en varios períodos que van desde el Arcáico hasta el Existencial. Esta división es un tanto arbitraria, o como se diría en filosofía escolástica medieval, distinctio rationis cum fundamento in re, podría dividirse en más estadios, pero estos explican suficientemente el desarrollo de la misma a través de la historia y prehistoria.

       Esta evolución de la conciencia a lo largo de los siglos, este ascender constante del Universo hacia niveles siempre más elevados, no es sino la manifestación del Espíritu en la Forma, este Eros que impulsa constantemente la realidad universal hacia un Telos siempre más allá, es el Espíritu volviendo a la casa de la que partió al Principio, pero sólo en apariencia porque “volvemos a la Casa de la que nunca en verdad, en esencia hemos salido” según las afirmaciones de todos los místicos habidos en la humanidad. Cuando se busca algo es porque ya de alguna manera se conoce ese algo, de lo que no sabemos absolutamente nada no nos preocupamos en absoluto, mucho menos lo buscamos.
       Y esta evolución de la conciencia o presencia del Espíritu en la Forma ha pasado muchas etapas, todas ellas cargadas de esa Presencia y Plenitud, la propia de cada momento. Comparar la etapa Arcaica con la Racional es una insensatez total, es como querer comparar el ir de un lugar a otro caminando o hacerlo en avión. Todo es Presencia el Espíritu, pero adecuada al momento y la forma.

       La  primera etapa es la llamada Arcaica o Pleromática en la que el hombre (la humanidad) sólo intenta sobrevivir, en la que no importa más que el alimento, el agua, el calor, el sexo, la seguridad. Apenas si existe el yo diferenciado, la vida requiere la agrupación en hordas  para sobrevivir. (Por desgracia, o no, aún hoy hay muchos humanos en este nivel primitivo, prehistórico).

       La segunda es la llamada Mágica. Es el período determinado por el pensamiento animista. Los espíritus mágicos llenan la tierra y hay que satisfacerlos con hechizos. Los hombres se agrupan en tribus étnicas que quedan cohesionadas por los ancestros, los espíritus de los antepasados. (De esto tiene mucho los equipos deportivos, las supersticiones mágicas, muchas de las oraciones de petición y no digamos las promesas hechas a la Virgen y a los santos, las apariciones... Se trata de una de las primeras etapas de religiosidad habidas en la prehistoria. ¿No habrá que ayudar a toda esta gente a evolucionar en el nivel de conciencia?).

       La tercera es la Agraria, también llamada de Mítico-pertenencia. Agraria porque el nivel de conciencia del hombre promedio sube hasta este peldaño en el Neolítico, cuando se hace cultivador de los campos y comienza a vivir en ciudades-estados. Y Mítico-pertenencia porque el hombre se integra en la ciudad en un orden mítico. La magia ya no le satisface, se ha dado cuenta con el paso de cientos de miles de años, de que los espíritus de los antepasados o no existen o no tiene poderes sobre las cosas. Se da cuenta de que la vida tiene un sentido, un Orden impuesto por Otro que al no conocerse se re-crea en el mito (las mitologías)[4], que nada tiene que ver con la fe, que recibe distintas formas en distintos contexto culturales sobre la base de una experiencia trascendente similar. Este orden impone un código de conducta basado en principios absolutistas y fijos acerca de lo que está “bien” y de lo que está “mal”. Quien acate el código será recompensado, quien lo rechace será condenado. Se establecen las jerarquías sociales y religiosas rígidas y paternalistas. Sólo hay un modo correcto de pensar. (Establece el fundamentalismo religioso que todavía inunda el mundo, y no precisamente sólo el musulmán. A este respecto se puede consultar, si se quiere, mi entrada en este blog sobre la mentalidad agraria de la iglesia católica). Aún cerca de la mitad de la población mundial está en esta etapa de la conciencia, con sus consecuencias de fundamentalismo religioso. Miremos a nuestro alrededor. Y no afirmo que en esta etapa no haya presencia del Espíritu, sino que es una etapa que gran parte de la humanidad ha dejado atrás, y que el Espíritu se manifiesta de una forma más avanzada. Así como sería improcedente tratar de imponer una religiosidad laica en el seno de una sociedad inundada de dioses, también lo es a la inversa, mantener una visión agraria en una etapa de la conciencia que habla de racionalidad. ¿Por qué no seguimos alumbrándonos con antorchas? ¿Por qué no nos trasladamos de una ciudad a otra a pie? Es la mentalidad azul (el color del meme) de los conservadores.

       La etapa racional.

       En esta ola el yo escapa de la mentalidad azul del rebaño y busca la verdad y el significado en términos individuales. Es un nivel hipotético-deductivo, experimental, objetivo, mecánico... en definitiva científico. El mundo se presenta como una máquina engrasada que funciona siguiendo sus leyes  naturales que pueden ser aprehendidas, dominadas y manipuladas en propio beneficio. Aunque los comienzos de esta etapa se puedan colocar allá por el entorno de 1000 años antes de Cristo, su expansión y momento álgido se corresponde con el Renacimiento y la Ilustración. Galileo al querer medir las cosas, Descartes al introducir la racionalidad como forma de alcanzar la verdad y más tarde Kant con sus demostraciones de la falta de fundamento cognitivo de la metafísica son los prohombres de esta etapa naranja (meme) de la evolución de la conciencia. Y como todas las etapas son la expresión, adecuada al momento, del Espíritu en el mundo de las Formas.

       Hay otras etapas superiores del nivel de conciencia (visión-lógica, psíquica, sutil, causal, no dual, y de todas ellas hay místicos que dan testimonio de su existencia), pero a nosotros por lo que compete al tema que nos trae el título, no nos interesan, por lo que las vamos a dejar para en otra ocasión poder estudiarlas con alguna seriedad.

       Como ya se ha dicho repetidamente, la Forma propia de cada etapa de la evolución es la expresión o manifestación del Espíritu en la Forma y querer mantener una etapa ya pasada, como la mítica o la mágica, es oponerse al desarrollo propio del Espíritu en el mundo manifiesto, es poner obstáculo al proceso por el cual el Espíritu se va haciendo patente identificándose con la conciencia.

       Estas etapas no son simplemente formas distintas de ver el mundo concreto ya predeterminado, sino que en la medida en que el Kosmos llega a conocerse a sí mismo más plenamente, emergen realmente mundos diferentes. Las diferentes visiones del mundo crean, actualizan diferentes mundos, lo cual es algo muy distinto al hecho de contemplar el mismo mundo de forma diferente. No es que exista un mundo concreto y predeterminado que pueda ser contemplado de formas distintas, sino que, en la medida en que el Kosmos llega a conocerse a sí mismo más plenamente, emergen mundos diversos. El Kosmos no está acabado, se está realizando continuamente, cada vez es mayor la manifestación del Espíritu. No es el Mundo del momento del Big Bang que el actual. Y el Mundo, no sólo la materia, sino la biosfera, la noosfera, la conciencia... siguen ampliando su realidad y co-creando un Mundo que manifiesta el Absoluto, el Vacío (budista), el gran Otro, el Espíritu, Dios...

       La visión que se tenía, y se tiene, de las cosas no es algo dado que se va percibiendo, sino también algo no realizado que se va co-creando. No tenemos más que mirarnos a nosotros mismos y compararnos con nosotros mismos, cuando teníamos treinta o cuarenta años menos, ¿No hay algo ganado y otro algo perdido en el camino?

       En esta última etapa, la racional, hay que destacar ciertos aspectos. Aunque empezara hace unos 3.000 años, no quiere decir que toda la humanidad haya avanzado hasta este nivel de conciencia, ya se ha dicho que estas etapas son como olas que se confunden unas sobre las otras. Sólo hablamos del nivel promedio de la humanidad. Por supuesto, hay muchos niveles de conciencia dentro de la sociedad, e incluso los hay dentro de cada individuo en función de la línea que se considere en él (moral, cognitiva, religiosa, afectiva...). Los aspectos a considerar son: la religión y metafísica premoderna o premodernidad, la modernidad y la postmodernidad.
       Y es necesario considerar estas subetapas porque la visión del mundo (y su realidad) y con ella la religión ha cambiado radicalmente.
       En la premodernidad, la subetapa de la Edad Media se mantuvo la visión del mundo que venía dada por la Gran Cadena del Ser. Visión que puede ser resumida, por razón de la brevedad, en el Gran Tres: Arte, Moral y Ciencia. El Arte era la subjetividad, la Moral la intersubjetividad, y la Ciencia era el ello. Toda esta visión estaba animada por la religiosidad, que era de orden mítico, religiosidad que aún hoy sigue dominando muchas mentes y estructuras humanas y religiosas. El Arte, la Moral y la Ciencia no se concebían tal como son concebidas hoy, sino que formaban en sí mismas una fusión, una sola cosa, no cabía Arte, Moral ni Ciencia que no fueran  dominadas por el criterio religioso de la jerarquía eclesiástica. El Arte expresaba comúnmente las distintas mitologías religiosas, sobre todo la cristiana, la Moral de los decretos eclesiásticos imperaba, junto con la fe (asentimiento externo) en los dogmas, y todo bajo del peligro constante de la inquisición, la Ciencia argumentaba a partir de los prejuicios concebidos por aquellas mentes infantiles a partir de una lectura literal de algunos pasajes de la Biblia. No me entretengo en repasar algunas de las páginas de la llamada Ciencia Medieval que argumentaban por ejemplo que el rostro del hobre tenía que tener siete orificios y sólo siete, o que la tierra era el centro del Universo... pues todo esto es anecdótico y lo importante es destacar que el Arte la Moral y la Ciencia estaban fusionadas y bajo el criterio déspota del dogma impuesto y alejado del verdadero sentido del amor de Cristo.  

       Con la modernidad apareció un vuelo en la conciencia del hombre. Hace 1600 años Galileo se empeñó en medir las cosas. Y comprobó que la que rota es la tierra y no el sol, y la Ciencia empezó a despegarse de la Moral y del Arte. Y así, poco a poco, empezó la grandeza de la modernidad que primero con Descartes y más tarde con Kant y la Ilustración diferenció el Gran Tres: Arte, Moral y Ciencia, que ya no tuvieron que someterse el uno al otro y sobre todo no tuvieron que someterse al despótico imperio de una fe mítica que los subyugaba y no los dejaba caminar su propio camino. Esta diferenciación fue la gran conquista de la Modernidad.

Mas poco a poco, la Ciencia y el empirismo sensible fue enamorando a las mentes y fue dominando a la Moral y al Arte, y sobre todo terminó despreciando todo aquello que no cayera bajo el control de los sentidos, del empirismo craso de los mismos. Con lo cual aquella diferenciación inicial entre las parte del Gran Tres se convirtió en disociación, es más se eliminó toda dimensión que no fuera sensible y experimentable por los sentidos. Con lo que consiguieron, como dice Wilber, tirar al niño que bañaban (lo espiritual y subjetivo) junto con el agua sucia del baño (la fusión del Gran Tres).

       Para que haya verdadera evolución es necesaria la diferenciación posterior a la fusión, pero luego ha de venir una integración en la que los elementos diferenciados pasen a ser parte de un todo emergente superior.

       Posteriormente, el idealismo de los siglos XVIII y XIX con Schelling y Hegel a la cabeza intentaron esta integración, considerando la Historia como el Espíritu en acción, pero carecieron de los medios prácticos para perpetuar sus logros e intuiciones, a parte del fervor con que el mundo académico recogió los avances del empirismo radical (en buena medida como reacción ante la imposición tiránica del dogma religioso).

       El postmodernismo reaccionó contra la visión estrecha de la modernidad que no tenía en cuenta la relación de los sujetos entre sí a la hora de formar una Cultura (No voy a introducirme ahora en la versión patológica del postmodernismo radical, que hasta llega a caer en una clara petición de principio). Sus teorías (nueva forma de avance de la evolución del Espíritu) se basan en tres ideas fundamentales:
1.   La realidad no está, en modo alguno, predeterminada, sino que es en muchos sentidos una construcción, o una interpretación. (Este principio que no tenemos tiempo de desarrollar, ni es nuestra misión, elimina de un tajo toda la metafísica medieval, algo que ya había hecho con mucha hondura I. Kant con sus famosas y profundísimas “Críticas”).
2.   Todo significado depende del contexto y estos son ilimitados.
3.   La cognición no es privilegio de ninguna perspectiva concreta, con lo que dan origen al “aperspectivismo integral”

En este aperspectivismo integral es donde se sitúa, o ha de situarse, el laicismo, un laicismo sin patologías. Ha de ser esa postura que tenga en cuenta todas las subjetividades (y por ende religiosidades) y no prime a ninguna sobre las demás, sino que a todas las mantenga en la realización justa y adecuada de los derechos humanos. Esto, sin dudas, es, a mi entender, un gran avance en el camino de la realización del Espíritu, del Amor en el mundo de las Formas y del Tiempo en el que nosotros aún estamos.

       Llegar hasta aquí ha costado muchos miles de años de evolución, evolución que aquí no ha de quedar parada, sino que ha de avanzar hacia nuevos horizontes, hasta llegar al Punto Alfa, que nos dice Theilard, que no es otro que la Plenitud, que a veces atisbamos en un gesto de amor hacia alguien tan entrañable como la pareja, un hijo, una nietecita..., Punto Alfa que los cristianos vemos en la consumación en Cristo y en el Padre por el Amor que es el Espíritu, ese Espíritu que no para de manifestarse bajo las más diversas formas y maneras (entre ellas el mal “o bien” llamado ateísmo). Por ello Jesús nos advertía: ”Quien tenga oídos para oír que oiga”.

       Por supuesto, no todas las formas de religión reaccionan de la misma manera ante el laicismo. Por ejemplo: la religión asumida como proyecto de inmortalidad, que lo que intenta es sólo mitigar la inseguridad existencial del ser humano, si se sitúa en la época agraria, como sucede con muchísimos católicos que no han avanzado más, el laicismo es el horror que ataca directamente su propia seguridad existencial.

       La religión exotérica, la que se refiere a los aspectos exteriores de cualquier religión que tiene aspectos interiores y sublimes. La que tiene un sistema de creencias utilizados para apoyar la fe, pero carece de toda dimensión esotérica en la mayoría de sus adictos, algo que también pasa mucho con la religión católica oficial. Esta se interpreta a sí misma como la única verdadera y legítima, pues es la única que a su juicio se basa en hechos históricos fundamentados (algo dudoso en principio que el hecho histórico sea fundante de la mal llamada “religión verdadera”). Para esta expresión externa el laicismo es la personificación del mal, pues en su postura aperspectivista equipara la verdad con el error.

       Para la religión auténtica el laicismo no es más que un paso adelante hacia un nivel de transformación más profundo, impulsado por un amor universal. Es más el laicismo en sí se convierte en una mayor exigencia de autenticidad, de Amor que sabe ponerse en la perspectiva del otro. ¿No nos suena esto a ama a tu prójimo como a ti mismo (porque es tú mismo)?

José A. Carmona



[1]Una vez más me niego a emplear la manida fórmula hombre/mujer por dos razones.
La primera porque hombre no se opone a mujer, pues no es sinónimo de varón, sino que en su significado abarca los dos polos de la humanidad
La segunda porque no haría más que un servicio al machismo, actitud que se quiere reprochr con la fórmula hombre/mujer, porque estaría identificando  a hombre (ser de la especie humana) con varón (uno de los dos polos de la humanidad).
[2] El tema de la resurrección merece un Tema aparte. Como apunte sólo diré que resucitar es la meta de nuestra vida, o sea, caer en la cuenta de que en lo más profundo de nuestro Ser somos Amor y Eternidad. Y con este significado podemos leer más profundamente el relato de la resurrección en los evangelios.
[3] Casi todas las formas institucionales: liturgia, doctrina, moral… de la religión católica pertenecen a la religión legítima. Tan sólo los místicos (de todas las épocas y religiones), los espirituales fueron capaces de asumir la transcendencia vertical, dejando la legitimidad horizontal
[4]Hay una acepción de la palabra mito que es totalmente positiva, cuando éste no es interpretado de forma literal, sino que se percibe su contenido transcendente. Contenido que en cada etapa de la evolución de la conciencia tendrá una forma de expresión diversa. Por ejemplo, para los cristianos (y los no cristianos) la resurrección como Realidad que supera el tiempo, el espacio y las formas y nos aboca a lo más profundo de nuestro Ser.



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José Antonio Carmona Brea

viernes, 31 de mayo de 2013

DEL MUNDO CHATO



Este mundo, o sociedad occidental, en el que vivimos es fruto de una evolución de la conciencia humana que empezó en los mismos albores del caminar del hombre sobre este planeta, -me refiero a la conciencia humana solamente- pero también lo es de los errores y desviaciones de dicha conciencia, sobre todo del salto cualitativo de la misma más cercano. Me estoy refiriendo a la modernidad, en la cual el pensamiento humano se liberó definitivamente de la esclavitud a las formas de religión, que dictaba qué era verdadero y qué erróneo en todas las formas del pensar humano, incluida la científica.


Por ello me pregunto ¿Cuál es la esencia de la modernidad? ¿La esencia de este movimiento de conciencia (también movimiento conceptual) que dio un impulso nuevo a la humanidad en su proceso evolutivo, en su filogenia? Aparte de otras muchas afirmaciones negativas sobre la modernidad, lo que es su núcleo según Weber y Habermas es: La diferenciación entre los valores culturales. Entre arte, moral y ciencia.

Pero la diferenciación, que trajo tantas cosas buenas, se convirtió muchas veces en disociación y a veces en negación. Lo cual trajo las muchas cosas malas de la modernidad (el desencanto del mundo que afirma Weber).

La ciencia se convirtió en cientif(ic)ismo, materialismo científico que terminaría siendo el talante oficial de la modernidad. Su principio fundamental terminó siendo: Cualquier realidad que no sea material no existe. La Gran Cadena del Ser no existe es la sentencia el Modernismo, ya que la materia puede explicar por sí sola toda la realidad. Así quedó la realidad reducida, según Whitehead, a un asunto aburrido, mudo, incoloro, inodoro, el simple despliegue interminable y absurdo de lo material.

La escena postmoderna queda reducida al nihilismo y al narcisismo, puesto que, según los teóricos postmodernos, los estudios culturales no deben arraigarse en los hechos y las evidencias, sino que las meras consignas han de ser tratadas como hechos. Las afirmaciones que se escuchan, afirman, no son más que eslóganes que son considerados como si fueran hechos. Es increíble su actitud de autoindulgencia y de rebeldía y su negación constante de la evidencia. Donde se niega la evidencia florece el narcisismo.

Las demandas de evidencia y de pruebas de validez en las que siempre se ha anclado la ciencia auténtica y progresiva, significan que mi ego no puede imponer al universo una visión de la realidad que no se apoye en el Universo mismo. La evidencia y las pruebas de validez constituyen la forma en que nos sintonizamos con el Kosmos (así con mayúsculas), nos obligan a afrontar la realidad, refrenan nuestras fantasías egoicas … y todo esto es rechazado de plano por el narcicismo. El nihilismo y el narcisismo reunidos son un paradigma postmoderno del infierno.

Aunque hasta ahora no se ha conseguido la integración entre ciencia y religión, ha sido, quizás, por el fracaso a la hora de comprender la esencia de la modernidad (la diferenciación de las esferas de valor correspondientes al arte, la moral y la ciencia) y la de la premodernidad (la Gran Cadena del Ser). Así lo interpretan los teóricos del transpersonalismo. Y éste es el tema que nos ocupa.


El significado de modernidad y postmodernidad

Según los historiadores, la modernidad hunde sus raíces en el Renacimiento, florece con la Ilustración y permanece hasta hoy día. Incluye tendencias en: Filosofía, arte, ciencia, cognición cultural, identidad personal (de rol social a autonomía personal), derechos civiles y políticos, tecnología, política…
El término postmoderno tiene un significado lato y uno estricto. En sentido estricto y técnico afirma la noción de que la verdad no existe, que lo que existen son sólo interpretaciones, que la verdad no es más que  construcciones sociales. Se trata de un postmodernismo radical. Parte de ciertas intuiciones muy buenas pero las extrapola hasta el delirio. En sentido lato se refiere a cualquier corriente que nace como reacción contra la modernidad, o como continuación de la modernidad por otros medios desde la aurora de la misma.

El “mundo moderno” consiste en una mezcolanza de corrientes premodernas, modernas y postmodernas. Pero, al hablar de modernidad hablo en sentido estricto. Y es ésta la que queremos comprender.


El esplendor de la modernidad

Los valores de la Ilustración liberal de Occidente han sido: igualdad, libertad, justicia; democracia representativa y deliberativa, igualdad de todos ante la ley, libertad de expresión, de religión..., aunque aún quede mucho por hacer.

El mundo premoderno carecía de todos estos valores y derechos. Por ello, estos valores conseguidos, o, al menos, desbrozados socialmente constituyen el esplendor de la modernidad. En todas las sociedades premodernas había algún tipo de esclavitud. Ninguna de las religiones premodernas se ocupó nunca de esas libertades y derechos. Fue la modernidad y no las religiones la que nos proporcionó esas libertades.


Los críticos de la modernidad

Los críticos, los defensores del nuevo paradigma, no parecen haber comprendido la grandeza de la modernidad, aunque no tienen empacho de disfrutar de sus valores. Es cierto que tienen también sus verdades que han de ser tenidas en cuenta.

Estos críticos premodernos suelen caer en uno de estos tres tipos o corrientes:

.- El revivalismo premoderno. Afirma que el mundo moderno se caracteriza por una conciencia disociada, fragmentada, mientras que las culturas premodernas, tribales poseyeron una conciencia no disociada, eran matriarcales, holísticas… El mundo moderno, según ellos, necesita la recuperación de la conciencia perdida. Pero, lo cierto es que dichas sociedades no fueron tales, ni su conciencia estuvo nunca unificada.

El revivalismo se apoya en una marcha atrás de la evolución de la conciencia humana. Y ¿por qué la evolución en el caso de los humanos ha de dar marcha atrás? ¿Si en todo lo que conocemos la evolución, con sus meandros, es un camino hacia delante, por qué se entiende que en el caso de los humanos la evolución ha de dar marcha atrás para ir a parar a una sociedad más evolucionada? No es nada lógica esta aseveración, que por otra parte no se confirma con el conocimiento ni de la historia, ni de la filogenia.

.- El paradigma postmoderno (sentido estricto). Su afirmación fundamental y universal es: No hay verdad, sino interpretación. Es esto simplemente un narcisismo nihilista, no hay verdad, sino ego.

.- El paradigma de los sistemas globales. Reemplaza el atomismo (compartimentos estancos de conocimiento) por el pensamiento sistémico (la red de los conocimientos y de la “realidad”). Pero el problema de la ciencia no es que sea atomística o sistémica, sino monológica, que no admite ninguna profundidad humana, que niega la existencia de cualquier dimensión que no sea superficial, el monólogo del “ello” frente al diálogo del “yo” y del “nosotros”. Y estos partidarios de los sistemas globales no hacen sino reproducir un sistema monológico.

Ninguno de estos críticos de la modernidad muestra la menor evidencia de comprender la diferencia existente entre diferenciación y disociación. Esto constituye la base del problema.


La diferenciación es el esplendor

La modernidad se caracterizó por lo que los estudiosos denominaron “la diferenciación entre las esferas culturales de valor” (entre el arte, la moral y la ciencia). Ninguna de las visiones premodernas del mundo diferenció claramente la estética-arte del empirismo-ciencia y de la moral-religión. Aunque los revivalistas nos hablen de que el estado anterior a la modernidad era un estado maravilloso, lo cierto que no había conciencia de unidad, sino confusión, prediferenciación y por tanto, era imposible la integración, pues lo que no se ha diferenciado no se puede integrar. Un ejemplo clásico es la iglesia de la Edad Media. No se habían separado iglesia y estado, y esto hizo que el poder de la iglesia fuese totalmente determinante en los estados que estaban bajo su influencia. Ser hereje (apartarse de la comunión con la institución eclesiástica) era romper con el estado, y por ello se condenaba a muerte a los “caídos” en herejía.

La diferenciación de las tres esferas fue la dignidad de la modernidad: La Bondad, la Verdad y la Belleza

Hablar de arte, ciencia y moral es hablar de Belleza, Verdad y Bondad.

La Bondad se refiere a la moral. Significa que todos los humanos hemos de aprender a compartir el mismo espacio cultural.

La Verdad, en términos generales, no es una verdad ligada a mis intereses o al de los míos, sino a un criterio desapasionado. Es el objetivo de las ciencias en el sentido empírico, y el del conocimiento en sentido pleno.

La Belleza es un juicio hecho por cada sujeto, por cada “yo”. La Belleza está en buena medida (o parcialmente) en el yo del espectador. Esto supone una forma de educación determinada para captar los diversos tipos de Belleza[1].


La modernidad separó las tres esferas de modo que ninguna de ellas tuviera que someterse a las otras, cosa que nunca había sucedido hasta entonces.

 

El “yo”, el “nosotros”, el “ello”. Los diferentes lenguajes

Cada esfera, la  del “yo”, la del “nosotros” y la del “ello”,  dispone de un tipo diferente de lenguaje.

La Belleza habla el lenguaje del “yo”. El dominio de lo subjetivo (no de lo individual, no podemos confundir sujeto con individuo), de la intencionalidad.

La Moral habla el lenguaje del “nosotros”. El dominio de lo intersubjetivo, de las costumbres, de las relaciones sociales.

La Verdad habla el lenguaje del “ello”. El dominio de lo objetivo. Realidades que pueden verse de un modo empírico en sentido estricto, o sea, por los sentidos o sus extensiones. La modernidad diferenció los diferentes lenguajes, los reinos del yo, del nosotros y del ello.

Esta diferenciación conllevó acabar con la tiranía de lo religioso y político (el nosotros) sobre el yo y el ello. Llevó a reconocer los derechos del yo frente al nosotros (del sujeto frente al estado…). Llevó a que la verdad objetiva no se viera sometida a la arbitrariedad, porque los hechos machacones estaban constantemente mostrando su parte de realidad a los sentidos. Así apareció la democracia liberal, la igualdad, la libertad, la abolición de la esclavitud, la medicina, la física…

Es el esplendor de la modernidad.


Diferenciación y disociación

La diferenciación y posterior integración es lo que permite que una célula fecundada (los cigotos) se transforme en un organismo pluricelular, en un sistema complejo de exquisita unidad e integridad funcional. Pero, en el caso de que algo vaya mal en el proceso de diferenciación nos encontraremos con una patología, y cuando ésta vaya demasiado lejos, el resultado será una disociación o fragmentación (como es el caso del cáncer en los organismos vivos). En este caso se impide la integración posterior. Si confundimos diferenciación con disociación, confundimos crecimiento con enfermedad, esplendor con miseria, evolución con catástrofe.

Pero, la diferenciación es el modo en que la naturaleza crea unidades más altas e integraciones más profundas. Sin diferenciación no tenemos unidades más altas, ni profundidad. El roble es más diferenciado, unificado e integrado que la bellota y esto lo logra gracias a la diferenciación e integración posterior. Así es la bios.


Disociación = desastre

Algunas de las diferenciaciones de la modernidad fueron demasiado lejos, se convirtieron en disociaciones. La modernidad llegó a disociar las tres esferas. Pronto permitió que la ciencia monológuica dominase al resto de las esferas. Esta es su gran miseria. El yo y el nosotros se vieron colonizados por el ello. La ciencia se degradó en cientificismo: no hay más realidad, ni verdad que la manifestada por la ciencia. Lo que no podía ser registrado por los sentidos, o sus extensiones, no existía, o como mucho no eran sino puros epifenómenos. Lo que dio lugar al mundo chato. (Hay mucho cientismo que se aproxima mucho al cientifismo).

Fue el colapso del Cosmos.

La visión científica nos ofreció un universo enteramente compuesto de procesos objetivos, descrito en el lenguaje del ello. La visión científica fue, casi desde sus mismos comienzos, una visión sistémica u holística. Pero, se trataba de un holismo totalmente chato, sólo incluía “ellos”. No hay nada en ese holismo que se asemeje a la belleza, la poesía, el valor, el deseo, el amor, el honor, la compasión, Dios o la Diosa.… No hay más que un sistema holístico de ellos interrelacionados, percibidos por el ojo de la carne. Los otros dos ojos de los que habla la Filosofía Perenne (desde el budismo, pasando por los seguidores de Hugo de San Víctor y S. Buenaventura).

Las culturas premodernas no sufrieron las miserias de la modernidad, pero tampoco gozaron de su esplendor, vivieron en la indiferenciación. Pretender volver a ellas con la excusa de no padecer los problemas de la modernidad es resultado de confundir la diferenciación con la disociación, hay que curar la disociación, pero no volver a la indiferenciación. Hay que corregir las desviaciones de la edad madura del hombre, pero no siendo infantiloide, sino sencillo.

El mundo chato afecta a la institución llamada católica

Un problema, mejor, una realidad que constatamos junto con muchísimos pensadores es la de que vivimos en un mundo chato. Vivimos en un mundo sin horizontes de libertad verdadera, por mucho que los políticos, con más o menos razón (a veces con ninguna), hablen de libertad, y se la planteen con una cierta seriedad al menos los mal llamados de izquierdas, pero el caso es que vivimos en un mundo que no va más allá de un bienestar material, de una salud que casi no transciende la del cuerpo (como mucho el cultivo de la mente), con una visión puesta exclusivamente en los años que pasamos en esta tierra, un mundo que ignora la profundidad, la evolución en sus aspectos más elevados, un mundo que ignora al Espíritu, a Cristo, aunque se reúnan masivamente las gentes y los gobernantes para recibir al Papa. Este hecho en definitiva no es más que una superficialidad más en un mundo que sólo sabe de superficialidades. Incluso esas beatificaciones y canonizaciones masivas que han hecho algunos papas últimamente, y la petición de tantos cientos de miles de ¿cristianos? adocenados de que se hiciera santo al mismo Juan Pablo II. Un hombre que, aunque probablemente con buena fe, se ha opuesto en muchos aspectos a un verdadero desarrollo espiritual de la humanidad. Y pueden que lo nombren santo, como él hizo con Escrivá de Balaguer. En definitiva esto de las canonizaciones pertenece a la parafernalia de la institución católica. No conozco ninguna otra confesión religiosa en el mundo que haga algo similar en cuanto a boato e histrionismo. Pertenece al teatro visual de la iglesia católica. Algo que colabora a la superficialidad de la mayoría de occidente, pero que posiblemente haya cumplido una misión en la evolución o en la involución. Lo malo es que la evolución ha de seguir y todas estas manifestaciones involucionistas impiden el desarrollo. En una palabra, también dentro de la llamada iglesia católica vivimos en un mundo chato. Esta institución luchando contra la Modernidad (con mayúsculas porque la ha personificado: Pio X en la Pascendi) por oponerse a la religión agraria que la misma institución alimenta, ha caído también en una disociación gravísima y ha abandonado al Espíritu, sustituyéndolo por la ley objetiva. Mientras, en la sociedad el cientificismo ha dado el paso siguiente, pues no sólo no se ocupa de las interioridades, sino que niega su existencia, como hemos dicho anteriormente.

La consecuencia de las debilidades de la modernidad es este mundo chato, este mundo cuya cultura no ve más allá de sus propias narices. Con ello no me estoy refiriendo a lo mucho avanzado en el mundo de las exterioridades, en esto esta cultura no es chata, todo lo contrario. Me refiero al mundo de las interioridades que el cientificismo ha reducido a puras superficialidades. Esta cultura ha hecho de la mente un cerebro, del pensamiento un epifenómeno del cerebro, del amor un sentimiento mudable, una pura atracción, de la calidad una cantidad…


De hecho en Occidente hemos asistido en el último siglo a un reduccionismo como nunca se había conocido en la historia. La cultura cientificista ha comenzado creyendo que los espacios subjetivos e intersubjetivos podían explicarse por las exterioridades y ha terminado negando la existencia de esas interioridades y como consecuencia del Espíritu. Y así nos encontramos en un mundo en el que las maravillas técnicas, médicas, de psicología conductista, informáticas… son lo normal para los hombres, pero, en el que se niega la existencia del hombre mismo al negarle su propia profundidad, su dimensión interna. Así, como he dicho, la mente se ha reducido al cerebro, la calidad a la cantidad, la verdad a la mentira, los valores a magnitudes computables, la transcendencia interior a meros records olímpicos… Por lo que el hombre se está asfixiando y con él se está asfixiando a todo el planeta, porque las armas han sustituido por completo al amor.


No es en modo alguno agradable vivir en un mundo de estas características. Por supuesto que no afirmo con los románticos del ayer que cualquier tiempo pasado fue mejor. La conciencia humana se va desarrollando, va evolucionando hacia una mayor unión con el Espíritu, con Dios, con el Misterio para que todos los hombres podamos decir con Pablo de Tarso: “Vivo mas no ya yo, sino que es Cristo quien vive en mí”. Estoy totalmente convencido con Theilard de que caminamos hacia la Cristificación universal. Mas en estos momentos, mejor, hace más de un siglo que hemos caído en una disociación de la que hay que librarse. Una disociación que ha separado totalmente las realidades subjetivas y espirituales de los humanos y del Kosmos (con mayúsculas, para indicar su interioridad frente al cosmos con minúsculas del que habla la ciencia externa) de las realidades exteriores de ambos que son las únicas a las que da validez existencial y cognitiva.

Quizás la gran preocupación religiosa que me inunda estos días en los que Occidente está navegando hacia el infantilismo, a causa de la actitud de poca fe y de mucha superficialidad que inunda a la mayor parte de la llamada iglesia católica, y con el pésimo ejemplo de España en la que se moviliza la ignorancia y superficialidad de una masa de mal llamados cristianos, con algún que otro cardenal al frente, es la de la necesidad de la fe, de la profundidad, de la dimensión dialógica en este ser social que somos todos.

No quiero hablas ahora de mi fe, ya lo he hecho por medio de cinco escritos en este blog, pero quiero hablar sobre ella, como expresión dialógica y profunda que brota en el hombre.

San Juan de la Cruz en su Subida al Monte Carmelo, en la canción segunda de la noche activa del Espíritu dice:


“A oscuras y segura

Por la secreta escala disfrazada,

¡Oh, dichosa ventura!,

A oscuras y en celada,

Estando ya mi casa sosegada”.


Afirma el santo que el alma guiada por la fe, y a obscuras de todo racionamiento (razonamiento) y de toda percepción por los sentidos, camina segura. La fe es ante todo seguridad del Ser, no seguridad intelectual: “A oscuras y SEGURA”.
 
Lo mismo nos dice Miriam de Magdala, la discípula bienamada de Jesús:


“Sí, como el maestro yo enseño ahora el riesgo. No porque me adhiera a ideas que me han seducido en Él, no porque Él haya decretado que las cosas debían ser así, sino porque he experimentado en mí misma los efectos del riesgo… soy un testigo vivo de lo que Él encarna. He puesto mis huellas dentro de las suyas y me he sentido libre por el mero hecho de no haber imitado su actitud, sino de haber descubierto su esencia…


No es una cuestión de creencia (descubrir su esencia)… La creencia es una fuerza ciega; suele reposar en la simple confianza ingenua, a veces en lo arbitrario. Incluso se alimenta de una falta de lógica. Yo hablo de la fe porque la fe es una certeza, un conocimiento directo, y fuera del tiempo, de Aquello que es… Hay muchos creyentes en este mundo, ya que hay muchos seres influenciables y que aceptan que uno piense por ellos lo que debe llenar su alma. Sin embargo, hay pocos hombres y mujeres que conozcan la fe y que la vivan. La fe es esa certeza que viene a alcanzarnos hasta la profundidad de nuestro cuerpo.

Me preocupa poder plasmar lo que yo estoy experimentando sobre la fe, o mejor, cómo la experimento yo mismo. No se trata de creer en dogmas, en palabras que otros dijeron. Algo, por otra parte, interesante, y necesario para pertenecer a una religión institucional. Creer en lo que dicen los grandes maestros de la mística, y sobre todo Jesús en los evangelios, es bueno y positivo y te puede ir abriendo un camino para llegar a una fe seria y profunda, que sea realmente un apoyarte en la esencia del Misterio, que sea realmente el resultado de la experiencia del Misterio, que es Dios, que es el Ser, que eres tú mismo en comunión de identidad con lo Divino y que percibes cuando vas más allá de tu propio ego corporal y mental, cuando vas más allá de las doctrinas y dogmas impuestos, cuando atiendes a la voz interior que te llama al riesgo, igual que hizo el Maestro de Nazaret.

Todos aquellos que se han soltado de las creencias, y han ido más lejos, han llegado a experimentar el Misterio, han llegado al Ser en sí mismos, han llegado a realizar lo que Teresa de Ávila oyó que le decía Jesús: “Búscate en mí, búscame en ti”. O sencillamente han realizado lo que nos dice Jesucristo en el evangelio de Juan: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto, porque fuera de mí nada podéis hacer…”  No es necesaria mucha reflexión para entender que el sarmiento y la vid tienen la misma vida, son el mismo Misterio. Es la comunión con el Cristo, con la Realidad profunda y universal, con la Persona Cósmica del Cristo que no es reducida a ningún lugar, ni espacio, ni religión, con el Misterio, única realidad que existe y que sostiene el Universo y se manifiesta de múltiples formas y maneras en tiempos y lugares también múltiples. Esla comunión con el Logos como lo llaman el prólogo del evangelio de Juan y también los gnósticos.

El Misterio somos todos, y los humanos podemos ser conscientes de lo que somos, como lo fue Jesús de Nazaret, sencillamente podemos experimentar lo que en esencia somos: Esos sarmientos, esa vida, ese Misterio que se manifiesta a través de nosotros, esa Eternidad que aflora en el tiempo, para experimentar la duración, cuando es (somos) puro y absoluto presente.

Esta experiencia que es inefable, pero, que puede ser descrita de alguna manera aproximada e imprecisa es la fe. Es una experiencia que aparece en la raíz de la meditación. Es una experiencia que es fruto de la contemplación. Jesús se retiraba con mucha frecuencia por las noches a orar, se retiraba sencillamente a contemplar su unidad (no sólo su unión) indisoluble con su Padre, con la Fuente y Origen de toda Vida y Amor. Jesús se retiraba a experimentar de forma más profunda su propio Misterio del que nosotros formamos parte (en sentido onto-teológico, no cuantitativo), porque somos miembros del Cuerpo Místico. Y esto no era un privilegio de Él, es una realidad en todos nosotros. No somos creados simplemente a imagen de Dios, sino que tenemos en nosotros el mismo Misterio, la misma Sangre, la misma Vida, pues formamos todos un solo Cuerpo. Y no ya nosotros solos, sino todo el Kosmos, que gime con dolores de parto.

En este lugar se ha colocado mi fe. YO SÉ, no yo creo, yo me fío…, y sé porque he experimentado. De la misma manera que sé si es de día o de noche porque experimento a través de mis sentidos que el sol está fuera, u oculto, de igual manera que sé que una ecuación algebraica puede ser solucionada por varios métodos, y que uno de ellos puede ser el método de igualación, porque lo he experimentado, de igual manera mi fe es saber, es seguridad, porque es experiencia del Misterio que siendo yo, me transciende y me hace existir.

Vuelvo a insistir en algo muy importante, por si alguien leyera estas líneas (todo lo que se escribe en el fondo es porque se espera que sea leído), cuando hablo de mí, no me estoy refiriendo a mi ego, a este conjunto de cuerpo, mente y quizás alma, quizás no, no lo sé. Por supuesto, no me estoy refiriendo a José Antonio Carmona, que es una manifestación perecedera del Espíritu, del Misterio, sino a mi identidad más profunda, a mi sí mismo. Esto por descontado no me quita las penalidades y sufrimientos de esta vida, pero me está empezando a dar una paz y serenidad muy interesantes. Paz que, creo, siempre la he buscado en el tiempo.

Sin dudas que esta experiencia tiene que ser interpretada, y por lo tanto, ha de tener una ayuda en la inteligencia, una ayuda doctrinal, no dogmática en el sentido de la imposición. Doctrina y experiencias que han de ser cotejadas con las de los demás que hayan pasado por el mismo paso meditativo y de fe, de seguridad en el fondo del Ser. Esta comprobación es la salvaguardia para que no caigamos en alucinaciones paranoicas. Como también la conciencia apoyada en el Misterio, en la presencia interior de la Trinidad, no en la manifestación contingente de nuestras personalidades temporales.

Uno de los aspectos más interesantes de esta fe, es para mí, la conexión con Jesús de Nazaret y con el Cristo, con el Señor resucitado, o sea con Jesús de Nazaret Plenificado. Es algo que me importa mucho. Cuando experimento en la soledad de mi corazón esta presencia que va más allá de mi cuerpo y de mi mente, sé que estoy conectando con la Totalidad, aunque sólo sea con pequeños arañazos por mi parte, y que el centro de esa Totalidad, si es que podemos hablar así, es el Cristo, más bien es la misma Totalidad que no tiene partes, por tanto estoy experimentando la unión con Él. Mejor sería experimentar la identidad, como María de Magdala, pero mi mente necesita también ser iluminada para poder interpretar mejor estos barruntos, y para caminar más lejos.


José A. Carmona


 
 

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

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