El análisis de estos tres términos y de los que están
relacionados con ellos morfológicamente requiere una previa contextualización,
con el fin de no perdernos en vaguedades a causa de sus posibles connotaciones.
Así que vamos a ceñirnos a un contexto general de hermenéutica bíblica y, dentro
de este, a uno próximo expresado con el complemento “de entre los muertos”,
traducción de ex mortuis y de ek tôn nekrôn, como lenguas bíblicas de
los textos neotestamentarios, que son los pertinentes en nuestro caso.
Partiendo de este contexto como terminus a quo salta a la vista que su correspondiente terminus ad quem no puede ser otro que
la Vida. Con esta palabra designamos ese principio del que participan
vegetales, animales y seres humanos en el orden natural. Y en el sobrenatural,
lo que podemos llamar corte celestial y el mismo Dios. Todos estos seres
participan de la vida, pero analógicamente.
Si atendemos a la
analogía de proporcionalidad interna o propia, cada uno participa del mismo
concepto de ‘vida’ en proporción al grado de ser. Los vegetales como vegetales,
los animales como seres sensitivos y los hombres como seres racionales, y en la
cúspide de los seres, el Ser Supremo. Se da la igualdad proporcional de un
concepto que puede aplicarse a cada uno en sentido propio como expresión
intelectual de algo que internamente existe en ellos, pero en proporciones
diversas.
Esta analogía
es también de atribución interna en la que el supremum analogatum es Dios, en quien el concepto se realiza de
forma plena e ilimitada, y en los analogados inferiores se realiza según la
proporción debida a cada uno. Esta es la doctrina tomista, que en desacuerdo
con la interpretación de Suárez y de Cayetano, defiende Santiago Ramírez O. P.
en el vol. IV de su obra De Analogía,
p. 1849, donde admite la complementariedad de ambos tipos de analogía entre
Dios y las criaturas.
Con esta aclaración previa ya descartamos que la ‘vida’
a la que indirectamente hacen referencia los términos sometidos a análisis
lingüístico sea la ‘vida terrena recuperada’, sino más bien la ‘vida gloriosa’
de la que tenemos noticia por la fe en relación a Jesús y a los bienaventurados
que gozan de la visión beatífica.
Los términos mismos son metafóricos como todos los que
se refieren a conceptos abstractos, aun los más sublimes. Aquí cabe la
aplicación de la sentencia escolástica quidquid
recipitur ad modum recipientis recipitur: como seres compuestos de materia
y espíritu los conocimientos que recibimos vienen envueltos en un ropaje
sensible aportado por el mundo material que nos rodea.
La palabra RESURRECCIÓN,
se descompone en dos prefijos, re- y
sub- cada uno de los cuales puede
adoptar diversas formas por influencia del entorno fónico, re- red- y redi-, ante consonante (re-cibir), ante
vocal (red-actar) y ante consonante con vocal de unión (red-i-vivo) aparte de
posibles asimilaciones consonánticas parciales o totales. De la misma manera sub- adopta la forma sus- (sus-traer), sos-(sos-tener)
y so-(soportar) además de las
modificaciones debidas a asimilación parcial o total, u otros fenómenos
fonéticos.
La raíz de la
palabra es reg, e igualmente puede
aparecer en diversas formas por lo dicho anteriormente. En el caso presente
aparece como rec. El sufijo –ción es transformación del sufijo
nominal latino para nombres de ‘acción-resultado’ –tio- de tema nasal –n.
La palabra latina de la que deriva es resurrectione(m).
Por la pérdida de la-m, que era muda
ante vocal inicial de la palabra siguiente, y posterior caída de la –e final, desembocó en resurrección.
La raíz indoeuropea es *reg, que aparece en sánscrito, râjâ:
‘rey’ y mahâ: ‘grande’, conceptos admitidos
en nuestro diccionario en las formas “rajá” y “maharajá”, como préstamos directos
o indirectos.
Su significado general es: ‘mover en línea recta’.
Aparece en el verbo latino rego: ‘dirigir’,
‘gobernar’. Y en multitud de palabras españolas derivadas del latín: “regir”, “regencia”,
“regentar”, “regular”, “regla”, “rey”, “recto”. Como puede observarse, todas
poseen un valor positivo de ‘ordenación’, ‘rectitud,’ ‘dominio’ y, por oposición, sugieren un ‘desorden’ o ‘situación torcida o desviada’ que es el objeto de esa
imposición de orden y gobierno.
Antes de aplicar estos datos etimológicos a la palabra
que nos ocupa observemos que el verbo latino regere, como otros muchos de la tercera conjugación latina, pasó en latín vulgar a la cuarta
conjugación en la forma regire, razón
por la que en español sólo hay tres conjugaciones verbales, y en la tercera de
ellas está incluido el infinitivo “regir”.
En compuestos
de regere la raíz está en grado cero vocálico
por efecto de una síncopa, por ejemplo en su-rg-ere/su-rg-ire. De esta segunda forma deriva el verbo español surgir y sus derivados.
Por tal motivo el participio correspondiente a resurrección, que sería “resurgido” o
“resurrecto” (no atestiguado), se suple con resucitado, y el infinitivo “resurgir” es sustituido por resucitar.
De modo que cada uno de los términos que estamos analizando tiene su ventaja y
su inconveniente en su aplicación a la designación de ‘la vuelta del Señor a la
Vida’.
Desentrañando someramente la etimología de la palabra
tenemos que el primer prefijo re-
tiene el valor ‘vuelta hacia atrás’ del concepto expresado por el lexema.
Parece ser que
el referente es el adverbio retro: ‘atrás’,
tal como vemos en la frase Vade retro:
‘retírate, vete para atrás’. El sufijo –tro
es grado cero vocálico de –tero que
significa alternancia y más tarde se aplicó a los comparativos griegos. En
latín aparece en noster, vester, dexter, sinister, magister, minister.
Este valor de ‘vuelta atrás’ pudo quedar impreso en la
partícula re- de re-tro y utilizarse para designar una
de las direcciones de la acción, recíprocamente opuestas. Así pro-mover
/ re-mover, sobre la base de mover forman una oposición equipolente
en que cada término contiene un sema distinto,
siendo expresado un término por el prefijo pro-
y otro por el prefijo re-. En un
contexto laboral el primer término significará ‘ascender de categoría’ y el
segundo ‘descender de categoría o de escalafón’ o ‘ser apartado del puesto de
trabajo’.
En un contexto culinario remover se opondría a mover en
oposición privativa en la que el rasgo sémico distintivo lo posee el verbo
compuesto, mientras que el simple, desprovisto de tal rasgo, contiene un valor
genérico, más extensivo pero menos preciso. En este supuesto, en la expresión
“remover el guiso” el prefijo re-
adquiere un valor iterativo, mientras que el simple mover, como término no marcado, por sí solo no designa claramente
el tipo de acción.
Todo esto demuestra que el valor de este prefijo es
una combinación de su propio valor genérico ‘vuelta atrás’, del lexema al que
pertenece, del temático o asunto del discurso, del situacional y de otros más
que intervienen en el proceso del habla, como el cultural, social, etc. Esta
condición afecta a todos los demás prefijos.
En cuanto al prefijo sub- su sentido como opuesto a super- es ‘abajo’ ya sea en sentido
dinámico vertical ascendente o descendente o de reposo, según el valor del
lexema.
Si resumimos los diversos valores estudiados, la resurrección es ‘la vuelta hacia atrás
desde una posición de postración en un movimiento de recuperación de la
rectitud y el dominio que se habían perdido’. Puede concebirse la muerte como
postración y pérdida total de la energía vital, de la que se sale al recuperar
el vigor por el que el ser humano puede
caminar erguido (e-rg –ido> erguido) y ejercer el dominio de sus actos.
Las precisiones que determinan este concepto y lo
inscriben en un orden sobrenatural se obtienen via fidei por un don gratuito del mismo Cristo muerto y resucitado,
pues si reducimos el análisis al plano lingüístico tendríamos un mero estudio
filológico. Pero la hermenéutica bíblica, como se decía de la filosofía, ha de
ponerse al servicio de la teología, de modo que los modestos conocimientos
filológicos que, como en el caso presente, el intérprete posea, además del valor
y dignidad que como producto de una actividad intelectual por sí mismos tienen,
reciban nueva luz y nobleza de la intención teológica que los inspira.
Como en los comentarios que han originado este
ensayito ha salido a relucir la palabra anastasis
emparejada con la latina resurrectio en
la literatura bíblica, bueno será hacer un esfuerzo por sacarle de las entrañas
el sentido que encierra.
En ella descubrimos tres fragmentos: ana, sta
y sis, un prefijo, una raíz y un
sufijo. Prescindiendo de acentos y espíritus en la transcripción del griego, el
prefijo ana- se opone a kata, con los valores que ofrece la oposición
equipolente anabasis / katabasis,
‘subida’ / ‘bajada’ ‘retirada’. Se desprende, pues, que ana- significa en general ‘arriba’ y kata-
‘abajo’ ‘atrás’, con las modificaciones ya mencionadas antes.
Como curiosidad,
el primer nombre proporciona a Jenofonte el título para su libro Anábasis y el segundo trae a la memoria
la bajada o catábasis de Odiseo, entre la de otros héroes mitológicos, al reino
de Hades, narrada en el Canto XI de la Odisea.
Volviendo a anastasis la raíz –sta- pertenece al verbo histêmi
< sistêmi, verbo con reduplicación en el tema de presente con conversión
de la sigma inicial en espíritu áspero, representado en la transcripción
española por h-. La –a- breve del sustantivo alterna con la vocal larga –â-
representada en jónico-ático por ê. (eta). El sufijo –sis es propio de sustantivos del que tenemos numerosos ejemplos en
palabras cultas españolas como “síntesis”, “crisis”, “dosis” “tisis”.
El significado de la raíz es ‘estar en pie’ que
justifica la acertada elección de la palabra anastasis para expresar el concepto de ‘retirarse o subir para ponerse
en pie desde los muertos’ y, por otra parte, el acierto de su traducción latina
por resurrectio, que recoge todos los
semas de la palabra griega.
Añadamos para terminar que el verbo anistêmi, según el Diccionario Exegético
del Nuevo Testamento de Hors Balz-Gerhard Schneider, Ed. Sígueme, Salamanca
1996, aparece 108 veces en el NT, de las cuales 72 corresponden a las obras de
Lucas – Hechos. En 35 ejemplos tiene el sentido técnico de ‘levantar’ de entre
los muertos (transitivo) o de’resucitar’ uno mismo de entre los muertos
(intransitivo) con referencia a un individuo, a todos los muertos, o a Jesús.
El término RESUCITAR está compuesto de los dos
prefijos ya estudiados, el segundo de los cuales está en la forma –su-, del tema –cit-, compuesto a su vez de la raíz –ci- y del sufijo iterativo –t-,
y del morfema de infinitivo –ar.
La raíz indoeuropea es *kei-. Teniendo en cuenta que
la i de la raíz funciona como
semivocal, el grado cero vocálico de la misma es ki- representada en latín por
ci-, como aparece en el verbo ciere con el significado de ‘poner en movimiento’
y en los formados sobre esta raíz sufijada con la dental –t de valor iterativo, formando
el tema ya mencionado cit- del que
se derivan accitare, concitare, excitare, recitare. De los
tres últimos, a su vez, se derivan los verbos españoles concitar, excitar y recitar.
Recitar tiene mayor interés para nosotros pues con la
incorporación de un segundo prefijo –su-
se obtiene Re-su-cit-ar.
De la misma raíz indoeuropea *kei en grado cero vocálico añadiendo el sufijo nasal -n se obtiene el tema *kin con el que se forma en griego el
verbo kineo, del que se derivan algunos sustantivos españoles
como “telequinesia”, “discinesia”, “quinestesia”, “cinematógrafo” y algunas
otras.
Entre resurrección y resucitar puede
advertirse una leve diferencia de matiz. La primera expresa ‘rectitud’
‘estabilidad’ ‘firmeza’ como rasgos sémicos aportados por la raíz i.e. *reg,
presentes también en el original griego anastasis por el valor de su raíz *sta. En cambio, resucitar
indica mayor dinamismo, ya que la raíz expresa movimiento, como queda dicho.
Una expresa el punto final de la resurrección, que es la estabilidad tras la
postración de la muerte, y la otra el salto desde el sepulcro a la luz y la
vida.
La
última palabra que nos queda por analizar es EMERGENCIA, que ha provocado este comentario con el único deseo de
abordar desde otra vertiente el concepto más extendido hasta ahora por medio de
los dos términos que acabamos de estudiar.
Nuestro querido
amigo José Antonio Carmona con la loable intención de procurar un
sustituto para la palabra “resurrección”, a la que “una carga acumulada a
través de los siglos” ha “desdibujado su significado”, propone el término
“emergencia”, que, a su entender, expresa de manera más clara “la indicación
hacia el Misterio”.
Fundamenta su propuesta en la exigencia o conveniencia
de que al status de “hombre nuevo”,
adquirido con la venida de Cristo y su obra salvífica, le corresponde una
renovación del vocabulario, o al menos de ciertos términos que, como escribía
Horacio en el Ars poética v.70, han caído desde su alto pedestal donde
durante un tiempo eran honrados, y yacen olvidados o barridos por los vientos
de la modernidad y la tiranía del democrático capricho: Multa renascentur quae iam
cecidere cadentque quae nunc sunt in honore vocabula, si volet usus quem penes est et ius et norma loquendi
Reflexionemos, pues, sobre el sentido de esta palabra
y de los miembros de su familia tales como “emerger, emergente, inmerso,
inmersión, emersión e inmergir”
“Emergencia” es palabra derivada del latín emergentia,
participio plural neutro del participio de presente del verbo emergere. En tales participios, nombres o adjetivos en nominativo/acusativo
plural de género neutro como ta biblia, ‘los
libros’ correspondiente al singular to biblion ‘el libro’, es fácil
advertir el sentido colectivo y así fue cómo se siguió percibiendo cuando en
español pasó al femenino singular: “la biblia”. En casos como el de la palabra emergentia > “emergencia” ‘las
cosas que emergen’ el sentido de los participios pasó a significar o
‘acción-resultado’ o ‘hábito operativo’ como en eloquentia >“elocuencia” o ‘virtud moral’ como en prudentia > “prudencia”.
Así que, por esa parte, no hay dificultad en que se
emplee este término para el milagroso hecho que se pretende clarificar y
rescatar de las nebulosidades que el tiempo ha depositado sobre él.
La dificultad que se prevé es la polisemia que le
afecta, con la que se verá tan obnubilado en su sentido como el que, por
diferentes motivos, se pretende sustituir.
El verbo latino emergere
tiene el significado general de ‘salir del agua, salir de debajo de algo, o del
fondo de una cosa’. Está compuesto del prefijo ex/e, la raíz de origen desconocido –merg- y sufijo de infinitivo –ere.
En la oposición equipolente, e-mergere / in-mergere en la que cada término presenta un rasgo
distintivo diferente y opuesto, se descubre que frente al prefijo in- portador del valor ‘hacia dentro’
tenemos el valor de e- ‘desde
dentro’. Por este camino tampoco habría obstáculo para su aplicación al concepto
‘salir de entre los muertos y del sepulcro y de la muerte hacia la vida’. No
queda claro, por la ausencia del prefijo re-
como en los anteriores casos, el concepto de ‘vuelta a’ ‘de nuevo’ pero se sobrentiende.
Si nos atenemos a la oposición igualmente equipolente e-mersus / in-mersus, sorprende que en
el Diccionario Ideológico de don
Julio Casares, Secretario perpetuo de la RAE, purista donde los haya, como
puede comprobarse mediante la lectura de su obra Crítica profana, Colección Austral, nº 469, año 1944, 1º ed. y
1946, 2ª ed. se registre bajo la entrada
“inmersión”, aparte del significado astronómico ‘entrada de un astro en el cono de la sombra
que proyecta otro’ la acepción de ‘acción
de introducir o introducirse una cosa
en un líquido’, definición que habría de forzarse para entender con ella el
bautismo de inmersión, a no ser que consideremos al catecúmeno como una simple cosa.
De todas formas en la obra Sacramentos y culto en los Santos Padres de Jean Daniélou, p.70 se establece
un paralelismo entre la destrucción del hombre viejo = inmersión / muerte de
Cristo, por una parte, y la creación del hombre nuevo = emersión / resurrección
de Cristo por otra, con estas palabras: “la
destrucción del hombre viejo y la creación del hombre nuevo no se operan
inicialmente en el bautizado, sino en Cristo muerto y resucitado” para
insistir en que la eficacia de la inmersión
para la purificación del pecado y de la emersión
para la comunicación del Espíritu y el don de la filiación divina no es un acto
de magia sino que recibe toda su fuerza
de la muerte y resurrección de Cristo (p.69).
El empleo de los términos “inmersión” y “emersión” en un contexto
bautismal garantiza plenamente su utilización. Para los Testigos de Jehová, si
no estuvieran convencidos de ello, sería una buena noticia.
Sin necesidad de utilizar el bautismo de inmersión,
cualquier catecúmeno podría confesar su fe en Jesús que padeció, murió y emergió de entre los muertos por
nuestra salvación, sin recibir reproche alguno por parte del ministro del
sacramento.
Más problemático sería si proclamara “la emergencia
del Misterio-Cristo en la muerte de Jesús.” Y más aún si rematara tan solemne
sentencia con el epitafio: “Jesús ha muerto. R. I. P”.
Cualquiera que fuera el desenlace de tan hipotético
experimento quedaría por dilucidar, sobre la base de la función comunicativa
del lenguaje, si la propuesta renovadora que analizamos, habría que limitarla ad usum privatum o extenderla ad usum publicum, en caso de que se
albergara alguna esperanza de mejora comunitaria en una percepción y vivencia más profunda y
esclarecedora del Misterio.
Nuestra sensación es que la nueva “terminología” ocasionaría
enojosos equívocos y situaciones embarazosas. Con expresiones como “Domingo de
Emergencia” “Emergencia de Cristo”, “El maravilloso Cristo Emerso de mi
cofradía” “La impresionante estatua en madera policromada del Cristo emergente
del Greco”, su emisor vería irremediablemente obstruido el acceso a los
ambientes civil, eclesiástico, cultural, académico, teológico, cofrade, tipográfico,
museístico y algunos más, con la desagradable consecuencia de quedar reducido
al más desolador de los aislamientos.
Por el contrario, con frases como “huevos de Pascua”,
“roscón de Reyes”, “Martes de Pentecostés”, “Miércoles de Ceniza”, “huesos de
santos”, “yemas de Santa Teresa”, “tetillas de monjas”, “noche de San Juan”
podría uno recorrer más de medio mundo hispanoparlante, sin miedo a ser tildado
de “más falso que Judas”, aunque sin la esperanza de ser considerado “más
bonito que un San Luis”, sino más bien con la certeza de ser encasillado en la
nómina de los que son “más viejos que Matusalén”.
Y ese inconveniente es muy grave. Además, la razón
aducida de la “carga acumulada a través de los siglos” como explicación del
oscurecimiento del término “resurrección”, habría de limitarse, en todo caso,
al área occidental. En la Iglesia oriental los siglos no han oscurecido ni
apagado el esplendor del arte, la liturgia, la arquitectura, la impresionante
belleza de los templos. Allí se procura más la doxa o gloria que la sangre y tenebrosidad de la Pasión.
En este sótano de Europa prevalecen los crucificados y
las dolorosas, el barroquismo del estremecimiento y de la pena, frente al
hieratismo de iconos y pantocrátores. Aparte del día de los Difuntos y tres o
cuatro Misas de difuntos al año, en las que sale a relucir la imagen de Cristo
resucitado sobre el fondo negro de la muerte con aquello del vita mutatur non tollitur del Prefacio, para
aportar consuelo a los dolientes con la promesa compensatoria de la
participación en la gloria de la resurrección para aquellos que ya han
compartido con el Señor de la Vida el dolor de la muerte, y la celebración del
mismo Domingo de Pascua, pocas veces ha intervenido en nuestras vidas el
pensamiento de la Resurrección.
Es poco probable que nuestro contacto con este
misterio haya sido causa de su desgaste. Así que lo que se ha desfigurado y fraccionado,
es la imagen real y la vivencia de Cristo, de su Resurrección y de todos sus
misterios, no los términos lingüísticos en que se expresan. ¿Qué lugar ha
ocupado Cristo en nuestra formación? ¿El centro y fundamento de nuestro
cristianismo? ¿No se ha dispersado este en mil devociones marginales y recetas
variadas para apuntalar nuestra piedad?
Un ejemplo, entre otros muchos, es
el que nos ofrece el libro tan recomendado y utilizado en noviciados y
seminarios “Ejercicio de perfección y virtudes cristianas” del Padre Alonso
Rodríguez. Ya la palabra “perfección” nos sugiere un trabajo minucioso,
detallista y preciosista más propio de marquetería que de la frescura y
espontaneidad de la vida. Pues bien, de las 1890 páginas de que consta, se
dedican 133 a la meditación del “tesoro de
grandes bienes que tenemos en Cristo” y “del modo que habemos de tener en
meditar los misterios de su sagrada Pasión”, un poco sobre la comunión y la
santa misa, y aquí se acaba toda la “cristología”. Es decir, un apéndice a una
selva de disposiciones, consejos, métodos, ejemplos sobre las virtudes
cristianas, exhortaciones a cumplir los votos y remedios para combatir las
tentaciones.
Se ha reprochado a Santo Tomás el
haber desplazado el tratado sobre Cristo a la tercera parte de la Suma. Esta
crítica procede, en primer lugar, del desconocimiento de la estructura de la
labor científica y el tratamiento de la sacra
doctrina que imponía su época, a la que forzosamente había de acomodarse el
Aquinatense y, en segundo lugar, a una visión “topológica” y no lógica del
trabajo teológico tal como se concebía entonces. Si es teología, es decir,
estudio de Dios, según Santo Tomás, como explica en la 1ª parte, cuestión
segunda, en primer lugar hay que tratar de Dios, luego del movimiento de la
criatura racional hacia Dios y en tercer lugar de Cristo, qui, secundum quod homo, via est nobis tendendi in Deum.
Es decir, Cristo es nuestro camino para llegar hasta
Dios, la clave de bóveda de todo el edificio teológico, sobre el que se apoya la
Trinidad, la creación, los ángeles, los hombres y su vida moral, a los que
arrastra en comunidad eclesial y sacramental hasta Dios para cerrar el círculo
de la historia.
Si este método dificulta la comprensión del papel
central de Cristo en la teología y en la vida cristiana, volvamos a la Biblia,
tomemos en una mano el himno del principio de la carta a los Efesios, y en la
otra el prólogo del Evangelio de San Juan, y desde la tercera Parte de la Suma
remontémonos al seno del Padre antes de todos los siglos, y contemplemos a
Cristo como centro soteriológico del Universo y de la Historia, y a nosotros
con él y en él como sus elegidos, hermanados con él en adoptiva y divina filiación, destinados a la santidad, a
la alabanza de su gloria, a receptores de una Luz que ilumina la Historia de la
salvación, y descendamos para contemplar su concepción virginal, su nacimiento,
su ministerio mesiánico, sus milagros, sus enseñanzas, su transfiguración, su
pasión, su muerte, su resurrección, su ascensión, la efusión del Espíritu, su
comunidad eclesial, la parusía en esperanza, la imagen totalizada de sus
misterios, ese milagro de lo universal concreto que aglutina su persona, y
proyectemos sobre él el rationabile
obsequium de nuestra Fe.
Esta es la manera de redibujar su rostro no como simple
causa exemplaris de nuestra vida sino
causa formalis, de modo que el frío
concepto aristotélico-tomista de forma
substantialis quede impregnado, sobrenaturalizado y revitalizado por la forma christiana, que imprime en ella la
presencia real y espiritual de la Santísima Trinidad, rebasando el espacio y el
tiempo en la efusión de sus dones y la participación actual de todos los
misterios concentrados en Cristo.
¿Habrá que recrear palabras para resaltar el Misterio,
cuando lo vivimos desde dentro de nosotros mismos, cuando podemos convertirnos
en sacramentos, como miembros de la iglesia, sacramento radical, y hermanos de
Cristo, sacramento del encuentro con Dios, y tenemos su imagen viviente en la
humildad y desgracia de los pobres, que a cambio de nuestro amor y ayuda
fraterna, al entrar en comunión con ellos, nos ofrecen el Cristo que durante el
calvario de sus vidas se ha ido marcando, sin saberlo ellos mismos, en el
sacramento de sus maltrechas carnes?
También ellos se han incorporado a este cristocentrismo, al que han contribuido a partir de la tercera y
cuarta década del siglo veinte, diversos factores como la renovación de los
estudios bíblicos, el ecumenismo, el movimiento misional, la vuelta a la Patrística
griega y latina, la reconstrucción de la fractura operada entre
Teología-Espiritualidad, Biblia-Teología, Jerarquía-Laicado, A.Testam--N.Testam,
Liturgia-vida cristiana, la consideración de los pobres como locus theologicus en la lista de los
tradicionales loci de Melchor Cano, y
la influencia de encíclicas como Mystici
Corporis y Mediator Dei, que
representan el reflejo de la investigación teológica en la Jerarquía de la
Iglesia. Todo esto sin acudir al Vaticano II, crisol de todas estas tendencias.
Por último habrá que pronunciarse sobre la necesidad
de la utilización de un término nuevo para el concepto recogido hasta ahora por
“resurrección”, en consonancia con nuestro status
de hombre nuevo.
Es verdad que Pablo nos exhorta a caminar “in novitate vitae”, pero ¿implica esta exigencia cristiana hacerlo in novitate philologiae? Por coherencia teológica, si el principio gratia non destruit naturam sed perfecit eam
¿va a perfecciona la gracia a la naturaleza y a destruir, en cambio, un sistema
lingüístico tan íntimamente integrado en la naturaleza de un grupo humano?
La renovación del hombre y su elevación al nivel
sobrenatural de la gracia transforma y renueva e incluso trasmuta el sentido y
la entraña del lenguaje pero no su materialidad
y su corteza fónica. En esa especie de “iniciación a la semántica
cristiana” que se encuentra en el cap. 6 de la 2ª carta de San Pablo a los
corintios, hay una trasposición de valores semánticos en la que la muerte se
trasmuta en vida, la tristeza se en alegría y la pobreza en riqueza desde los
distintos niveles de interpretación: quasi
morientes, et ecce vivimus…quasi tristes, semper autem gaudentes:
sicut egentes, multos autem locupletantes.
Esta es la única renovación que ha realizado el
cristianismo: la de los significados y sentidos, no la de los significantes,
que han sido extraídos del caudal de las distintas lenguas.
Tras este recorrido filológico-teológico se nos han
mostrado los términos tradicionales “resurrección” “resucitar” y “resucitado”,
capacitados por etimología y cualidades comunicativas para seguir cooperando a
la predicación o kerigma del Misterio Pascual. Frente a ellos la opción de
“emergencia”, privada de credenciales públicas, no ofrece las suficientes
garantías para tal cometido, no por su contenido etimológico, sino por su
escasa energía comunicativa, necesaria para desbancar a unos términos que
cuentan con siglos de servicio a una comunidad de cerca de 500 millones de
hispanohablantes.
Por todo lo cual respondeo
dicendum con la misma respuesta enviada por el Papa San Esteban I a San
Cipriano: Nihil innovetur, nisi quod
traditum est, aunque unida a su traducción, para eliminar esa ambigüedad,
propia del oráculo de Delfos, de que viene revestida: “Que nada cambie. (Manténgase)
lo tradicional”. No la otra interpretación posible: “No se cambie nada sino lo
tradicional”
¿Es que tal vez el Papa no quiso cogerse los dedos?
Juan de la Fuente