Este mundo, o sociedad
occidental, en el que vivimos es fruto de una evolución de la conciencia humana
que empezó en los mismos albores del caminar del hombre sobre este planeta, -me
refiero a la conciencia humana solamente- pero también lo es de los errores y
desviaciones de dicha conciencia, sobre todo del salto cualitativo de la misma
más cercano. Me estoy refiriendo a la modernidad,
en la cual el pensamiento humano se liberó definitivamente de la esclavitud a
las formas de religión, que dictaba qué era verdadero y qué erróneo en todas
las formas del pensar humano, incluida la científica.
Por ello me pregunto
¿Cuál es la esencia de la modernidad? ¿La esencia de este movimiento de
conciencia (también movimiento conceptual) que dio un impulso nuevo a la
humanidad en su proceso evolutivo, en su filogenia? Aparte de otras muchas
afirmaciones negativas sobre la modernidad, lo que es su núcleo según Weber y
Habermas es: La diferenciación entre los
valores culturales. Entre arte, moral y ciencia.
Pero la diferenciación, que trajo tantas cosas
buenas, se convirtió muchas veces en disociación
y a veces en negación. Lo cual trajo
las muchas cosas malas de la modernidad (el desencanto del mundo que afirma
Weber).
La ciencia se convirtió
en cientif(ic)ismo, materialismo científico que terminaría siendo el talante
oficial de la modernidad. Su principio fundamental terminó siendo: Cualquier realidad que no sea material no
existe. La Gran Cadena del Ser no existe es la sentencia el Modernismo, ya
que la materia puede explicar por sí sola toda la realidad. Así quedó la
realidad reducida, según Whitehead, a un asunto aburrido, mudo, incoloro,
inodoro, el simple despliegue interminable y absurdo de lo material.
La escena postmoderna
queda reducida al nihilismo y al narcisismo, puesto que, según los teóricos
postmodernos, los estudios culturales no deben arraigarse en los hechos y las
evidencias, sino que las meras consignas han de ser tratadas como hechos. Las
afirmaciones que se escuchan, afirman, no son más que eslóganes que son
considerados como si fueran hechos. Es increíble su actitud de autoindulgencia
y de rebeldía y su negación constante de la evidencia. Donde se niega la
evidencia florece el narcisismo.
Las demandas de
evidencia y de pruebas de validez en las que siempre se ha anclado la ciencia
auténtica y progresiva, significan que mi ego no puede imponer al universo una
visión de la realidad que no se apoye en el Universo mismo. La evidencia y las
pruebas de validez constituyen la forma en que nos sintonizamos con el Kosmos
(así con mayúsculas), nos obligan a afrontar la realidad, refrenan nuestras
fantasías egoicas … y todo esto es rechazado de plano por el narcicismo. El
nihilismo y el narcisismo reunidos son un paradigma postmoderno del infierno.
Aunque hasta ahora no se
ha conseguido la integración entre ciencia y religión, ha sido, quizás, por el
fracaso a la hora de comprender la esencia de la modernidad (la diferenciación
de las esferas de valor correspondientes al arte, la moral y la ciencia) y la
de la premodernidad (la Gran Cadena del Ser). Así lo interpretan los teóricos
del transpersonalismo. Y éste es el tema que nos ocupa.
El significado de modernidad y postmodernidad
Según los historiadores,
la modernidad hunde sus raíces en el Renacimiento, florece con la Ilustración y
permanece hasta hoy día. Incluye tendencias en: Filosofía, arte, ciencia,
cognición cultural, identidad personal (de rol social a autonomía personal),
derechos civiles y políticos, tecnología, política…
El término postmoderno
tiene un significado lato y uno estricto. En sentido estricto y técnico afirma la noción de que la verdad no
existe, que lo que existen son sólo interpretaciones, que la verdad no es más
que construcciones sociales. Se trata de
un postmodernismo radical. Parte de ciertas intuiciones muy buenas pero las
extrapola hasta el delirio. En sentido
lato se refiere a cualquier corriente que nace como reacción contra la
modernidad, o como continuación de la modernidad por otros medios desde la
aurora de la misma.
El “mundo moderno”
consiste en una mezcolanza de corrientes premodernas, modernas y postmodernas.
Pero, al hablar de modernidad hablo en sentido estricto. Y es ésta la que
queremos comprender.
El esplendor de la modernidad
Los valores de la
Ilustración liberal de Occidente han sido: igualdad, libertad, justicia;
democracia representativa y deliberativa, igualdad de todos ante la ley,
libertad de expresión, de religión..., aunque aún quede mucho por hacer.
El mundo premoderno carecía
de todos estos valores y derechos. Por ello, estos valores conseguidos, o, al
menos, desbrozados socialmente constituyen el esplendor de la modernidad. En
todas las sociedades premodernas había algún tipo de esclavitud. Ninguna de las
religiones premodernas se ocupó nunca de esas libertades y derechos. Fue la
modernidad y no las religiones la que nos proporcionó esas libertades.
Los críticos de la modernidad
Los críticos, los
defensores del nuevo paradigma, no parecen haber comprendido la grandeza de la
modernidad, aunque no tienen empacho de disfrutar de sus valores. Es cierto que
tienen también sus verdades que han de ser tenidas en cuenta.
Estos críticos
premodernos suelen caer en uno de estos tres tipos o corrientes:
.- El revivalismo premoderno. Afirma que el mundo moderno se
caracteriza por una conciencia disociada, fragmentada, mientras que las
culturas premodernas, tribales poseyeron una conciencia no disociada, eran
matriarcales, holísticas… El mundo moderno, según ellos, necesita la
recuperación de la conciencia perdida. Pero, lo cierto es que dichas sociedades
no fueron tales, ni su conciencia estuvo nunca unificada.
El revivalismo se apoya
en una marcha atrás de la evolución de la conciencia humana. Y ¿por qué la
evolución en el caso de los humanos ha de dar marcha atrás? ¿Si en todo lo que
conocemos la evolución, con sus meandros, es un camino hacia delante, por qué
se entiende que en el caso de los humanos la evolución ha de dar marcha atrás para
ir a parar a una sociedad más evolucionada? No es nada lógica esta aseveración,
que por otra parte no se confirma con el conocimiento ni de la historia, ni de
la filogenia.
.- El paradigma postmoderno (sentido estricto). Su afirmación
fundamental y universal es: No hay verdad, sino interpretación. Es esto
simplemente un narcisismo nihilista, no hay verdad, sino ego.
.- El paradigma de los sistemas globales. Reemplaza el atomismo
(compartimentos estancos de conocimiento) por el pensamiento sistémico (la red
de los conocimientos y de la “realidad”). Pero el problema de la ciencia no es
que sea atomística o sistémica, sino monológica,
que no admite ninguna profundidad humana, que niega la existencia de
cualquier dimensión que no sea superficial, el monólogo del “ello” frente al
diálogo del “yo” y del “nosotros”. Y estos partidarios de los sistemas globales
no hacen sino reproducir un sistema monológico.
Ninguno de estos
críticos de la modernidad muestra la menor evidencia de comprender la
diferencia existente entre diferenciación y disociación. Esto constituye la
base del problema.
La diferenciación es el esplendor
La modernidad se
caracterizó por lo que los estudiosos denominaron “la diferenciación entre las esferas culturales de valor” (entre el
arte, la moral y la ciencia). Ninguna de las visiones premodernas del mundo
diferenció claramente la estética-arte del empirismo-ciencia y de la
moral-religión. Aunque los revivalistas nos hablen de que el estado anterior a
la modernidad era un estado maravilloso, lo cierto que no había conciencia de
unidad, sino confusión, prediferenciación y por tanto, era imposible la
integración, pues lo que no se ha diferenciado no se puede integrar. Un ejemplo
clásico es la iglesia de la Edad Media. No se habían separado iglesia y estado,
y esto hizo que el poder de la iglesia fuese totalmente determinante en los
estados que estaban bajo su influencia. Ser hereje (apartarse de la comunión
con la institución eclesiástica) era romper con el estado, y por ello se
condenaba a muerte a los “caídos” en herejía.
La diferenciación de las tres esferas fue la dignidad de la
modernidad: La Bondad, la Verdad y
la Belleza
Hablar de arte, ciencia
y moral es hablar de Belleza, Verdad y Bondad.
La Bondad se refiere a la moral. Significa que todos los humanos hemos
de aprender a compartir el mismo espacio cultural.
La Verdad, en términos generales, no es una verdad ligada a mis
intereses o al de los míos, sino a un criterio desapasionado. Es el objetivo de
las ciencias en el sentido empírico, y el del conocimiento en sentido pleno.
La Belleza es un juicio hecho por cada sujeto, por cada “yo”. La
Belleza está en buena medida (o parcialmente) en el yo del espectador. Esto
supone una forma de educación determinada para captar los diversos tipos de
Belleza[1].
La modernidad separó las
tres esferas de modo que ninguna de ellas tuviera que someterse a las otras,
cosa que nunca había sucedido hasta entonces.
El “yo”, el “nosotros”, el “ello”. Los diferentes lenguajes
Cada esfera, la del “yo”, la del “nosotros” y la del “ello”, dispone de un tipo diferente de lenguaje.
La Belleza habla el
lenguaje del “yo”. El dominio de lo subjetivo (no de lo individual, no podemos
confundir sujeto con individuo), de la intencionalidad.
La Moral habla el
lenguaje del “nosotros”. El dominio de lo intersubjetivo, de las costumbres, de
las relaciones sociales.
La Verdad habla el
lenguaje del “ello”. El dominio de lo objetivo. Realidades que pueden verse de
un modo empírico en sentido estricto, o sea, por los sentidos o sus
extensiones. La modernidad diferenció los diferentes lenguajes, los reinos del
yo, del nosotros y del ello.
Esta diferenciación
conllevó acabar con la tiranía de lo religioso y político (el nosotros) sobre
el yo y el ello. Llevó a reconocer los derechos del yo frente al nosotros (del
sujeto frente al estado…). Llevó a que la verdad objetiva no se viera sometida
a la arbitrariedad, porque los hechos machacones estaban constantemente
mostrando su parte de realidad a los sentidos. Así apareció la democracia
liberal, la igualdad, la libertad, la abolición de la esclavitud, la medicina,
la física…
Es el esplendor de la
modernidad.
Diferenciación y disociación
La diferenciación y posterior integración es lo que permite que una
célula fecundada (los cigotos) se transforme en un organismo pluricelular, en
un sistema complejo de exquisita unidad e integridad funcional. Pero, en el
caso de que algo vaya mal en el proceso de diferenciación nos encontraremos con
una patología, y cuando ésta vaya demasiado lejos, el resultado será una
disociación o fragmentación (como es el caso del cáncer en los organismos
vivos). En este caso se impide la integración posterior. Si confundimos
diferenciación con disociación, confundimos crecimiento con enfermedad,
esplendor con miseria, evolución con catástrofe.
Pero, la diferenciación
es el modo en que la naturaleza crea unidades más altas e integraciones más
profundas. Sin diferenciación no tenemos unidades más altas, ni profundidad. El
roble es más diferenciado, unificado e integrado que la bellota y esto lo logra
gracias a la diferenciación e integración posterior. Así es la bios.
Disociación = desastre
Algunas de las
diferenciaciones de la modernidad fueron demasiado lejos, se convirtieron en
disociaciones. La modernidad llegó a disociar las tres esferas. Pronto permitió
que la ciencia monológuica dominase al resto de las esferas. Esta es su gran
miseria. El yo y el nosotros se vieron colonizados por el ello. La ciencia se
degradó en cientificismo: no hay más realidad, ni verdad que la manifestada por
la ciencia. Lo que no podía ser registrado por los sentidos, o sus extensiones,
no existía, o como mucho no eran sino puros epifenómenos. Lo que dio lugar al
mundo chato. (Hay mucho cientismo que se aproxima mucho al cientifismo).
Fue el colapso del Cosmos.
La visión científica nos
ofreció un universo enteramente compuesto de procesos objetivos, descrito en el
lenguaje del ello. La visión científica fue, casi desde sus mismos comienzos,
una visión sistémica u holística. Pero, se trataba de un holismo totalmente
chato, sólo incluía “ellos”. No hay nada en ese holismo que se asemeje a la
belleza, la poesía, el valor, el deseo, el amor, el honor, la compasión, Dios o
la Diosa.… No hay más que un sistema holístico de ellos interrelacionados,
percibidos por el ojo de la carne. Los otros dos ojos de los que habla la
Filosofía Perenne (desde el budismo, pasando por los seguidores de Hugo de San Víctor
y S. Buenaventura).
Las culturas premodernas
no sufrieron las miserias de la modernidad, pero tampoco gozaron de su
esplendor, vivieron en la indiferenciación. Pretender volver a ellas con la
excusa de no padecer los problemas de la modernidad es resultado de confundir
la diferenciación con la disociación, hay que curar la disociación, pero no
volver a la indiferenciación. Hay que corregir las desviaciones de la edad
madura del hombre, pero no siendo infantiloide, sino sencillo.
El mundo chato afecta a la institución llamada católica
Un problema, mejor, una
realidad que constatamos junto con muchísimos pensadores es la de que vivimos
en un mundo chato. Vivimos en un mundo sin horizontes de libertad verdadera,
por mucho que los políticos, con más o menos razón (a veces con ninguna),
hablen de libertad, y se la planteen con una cierta seriedad al menos los mal
llamados de izquierdas, pero el caso es que vivimos en un mundo que no va más
allá de un bienestar material, de una salud que casi no transciende la del
cuerpo (como mucho el cultivo de la mente), con una visión puesta
exclusivamente en los años que pasamos en esta tierra, un mundo que ignora la
profundidad, la evolución en sus aspectos más elevados, un mundo que ignora al
Espíritu, a Cristo, aunque se reúnan masivamente las gentes y los gobernantes
para recibir al Papa. Este hecho en definitiva no es más que una superficialidad
más en un mundo que sólo sabe de superficialidades. Incluso esas
beatificaciones y canonizaciones masivas que han hecho algunos papas
últimamente, y la petición de tantos cientos de miles de ¿cristianos?
adocenados de que se hiciera santo al mismo Juan Pablo II. Un hombre que,
aunque probablemente con buena fe, se ha opuesto en muchos aspectos a un
verdadero desarrollo espiritual de la humanidad. Y pueden que lo nombren santo,
como él hizo con Escrivá de Balaguer. En definitiva esto de las canonizaciones
pertenece a la parafernalia de la institución católica. No conozco ninguna otra
confesión religiosa en el mundo que haga algo similar en cuanto a boato e
histrionismo. Pertenece al teatro visual de la iglesia católica. Algo que
colabora a la superficialidad de la mayoría de occidente, pero que posiblemente
haya cumplido una misión en la evolución o en la involución. Lo malo es que la
evolución ha de seguir y todas estas manifestaciones involucionistas impiden el
desarrollo. En una palabra, también dentro de la llamada iglesia católica
vivimos en un mundo chato. Esta institución luchando contra la Modernidad (con
mayúsculas porque la ha personificado: Pio X en la Pascendi) por oponerse a la religión agraria que la misma
institución alimenta, ha caído también en una disociación gravísima y ha
abandonado al Espíritu, sustituyéndolo por la ley objetiva. Mientras, en la
sociedad el cientificismo ha dado el paso siguiente, pues no sólo no se ocupa
de las interioridades, sino que niega su existencia, como hemos dicho
anteriormente.
La consecuencia de las
debilidades de la modernidad es este mundo chato, este mundo cuya cultura no ve
más allá de sus propias narices. Con ello no me estoy refiriendo a lo mucho
avanzado en el mundo de las exterioridades, en esto esta cultura no es chata, todo
lo contrario. Me refiero al mundo de las interioridades que el cientificismo ha
reducido a puras superficialidades. Esta cultura ha hecho de la mente un
cerebro, del pensamiento un epifenómeno del cerebro, del amor un sentimiento
mudable, una pura atracción, de la calidad una cantidad…
De hecho en Occidente
hemos asistido en el último siglo a un reduccionismo como nunca se había
conocido en la historia. La cultura cientificista ha comenzado creyendo que los
espacios subjetivos e intersubjetivos podían explicarse por las exterioridades
y ha terminado negando la existencia de esas interioridades y como consecuencia
del Espíritu. Y así nos encontramos en un mundo en el que las maravillas
técnicas, médicas, de psicología conductista, informáticas… son lo normal para
los hombres, pero, en el que se niega la existencia del hombre mismo al negarle
su propia profundidad, su dimensión interna. Así, como he dicho, la mente se ha
reducido al cerebro, la calidad a la cantidad, la verdad a la mentira, los
valores a magnitudes computables, la transcendencia interior a meros records
olímpicos… Por lo que el hombre se está asfixiando y con él se está asfixiando a
todo el planeta, porque las armas han sustituido por completo al amor.
No es en modo alguno
agradable vivir en un mundo de estas características. Por supuesto que no
afirmo con los románticos del ayer que cualquier tiempo pasado fue mejor. La
conciencia humana se va desarrollando, va evolucionando hacia una mayor unión
con el Espíritu, con Dios, con el Misterio para que todos los hombres podamos
decir con Pablo de Tarso: “Vivo mas no ya yo, sino que es Cristo quien vive en
mí”. Estoy totalmente convencido con Theilard de que caminamos hacia la
Cristificación universal. Mas en estos momentos, mejor, hace más de un siglo
que hemos caído en una disociación de la que hay que librarse. Una disociación
que ha separado totalmente las realidades subjetivas y espirituales de los
humanos y del Kosmos (con mayúsculas, para indicar su interioridad frente al
cosmos con minúsculas del que habla la ciencia externa) de las realidades
exteriores de ambos que son las únicas a las que da validez existencial y
cognitiva.
Quizás la gran
preocupación religiosa que me inunda estos días en los que Occidente está
navegando hacia el infantilismo, a causa de la actitud de poca fe y de mucha
superficialidad que inunda a la mayor parte de la llamada iglesia católica, y
con el pésimo ejemplo de España en la que se moviliza la ignorancia y
superficialidad de una masa de mal llamados cristianos, con algún que otro
cardenal al frente, es la de la necesidad de la fe, de la profundidad, de la
dimensión dialógica en este ser social que somos todos.
No quiero hablas ahora
de mi fe, ya lo he hecho por medio de cinco escritos en este blog, pero quiero
hablar sobre ella, como expresión dialógica y profunda que brota en el hombre.
San Juan de la Cruz en
su Subida al Monte Carmelo, en la canción segunda de la noche activa del
Espíritu dice:
“A oscuras y segura
Por la secreta escala disfrazada,
¡Oh, dichosa ventura!,
A oscuras y en celada,
Estando ya mi casa sosegada”.
Afirma el santo que el
alma guiada por la fe, y a obscuras de todo racionamiento (razonamiento) y de
toda percepción por los sentidos, camina segura. La fe es ante todo seguridad
del Ser, no seguridad intelectual: “A oscuras y SEGURA”.
Lo mismo nos dice Miriam
de Magdala, la discípula bienamada de Jesús:
“Sí, como el maestro yo enseño ahora el riesgo. No porque me
adhiera a ideas que me han seducido en Él, no porque Él haya decretado que las
cosas debían ser así, sino porque he experimentado en mí misma los efectos del
riesgo… soy un testigo vivo de lo que Él encarna. He puesto mis huellas dentro
de las suyas y me he sentido libre por el mero hecho de no haber imitado su
actitud, sino de haber descubierto su esencia…
No es una cuestión de
creencia (descubrir su esencia)… La
creencia es una fuerza ciega; suele reposar en la simple confianza ingenua, a
veces en lo arbitrario. Incluso se alimenta de una falta de lógica. Yo hablo de
la fe porque la fe es una certeza, un conocimiento directo, y fuera del tiempo,
de Aquello que es… Hay muchos creyentes en este mundo, ya que hay muchos seres
influenciables y que aceptan que uno piense por ellos lo que debe llenar su
alma. Sin embargo, hay pocos hombres y mujeres que conozcan la fe y que la
vivan. La fe es esa certeza que viene a alcanzarnos hasta la profundidad de
nuestro cuerpo.
Me preocupa poder
plasmar lo que yo estoy experimentando sobre la fe, o mejor, cómo la
experimento yo mismo. No se trata de creer en dogmas, en palabras que otros
dijeron. Algo, por otra parte, interesante, y necesario para pertenecer a una
religión institucional. Creer en lo que dicen los grandes maestros de la
mística, y sobre todo Jesús en los evangelios, es bueno y positivo y te puede
ir abriendo un camino para llegar a una fe seria y profunda, que sea realmente
un apoyarte en la esencia del Misterio, que sea realmente el resultado de la
experiencia del Misterio, que es Dios, que es el Ser, que eres tú mismo en
comunión de identidad con lo Divino y que percibes cuando vas más allá de tu
propio ego corporal y mental, cuando vas más allá de las doctrinas y dogmas
impuestos, cuando atiendes a la voz interior que te llama al riesgo, igual que
hizo el Maestro de Nazaret.
Todos aquellos que se
han soltado de las creencias, y han ido más lejos, han llegado a experimentar
el Misterio, han llegado al Ser en sí mismos, han llegado a realizar lo que
Teresa de Ávila oyó que le decía Jesús:
“Búscate en mí, búscame en ti”. O sencillamente han realizado lo que nos
dice Jesucristo en el evangelio de Juan: “Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, éste da
mucho fruto, porque fuera de mí nada podéis hacer…” No es necesaria mucha reflexión para entender
que el sarmiento y la vid tienen la misma vida, son el mismo Misterio. Es la
comunión con el Cristo, con la Realidad profunda y universal, con la Persona
Cósmica del Cristo que no es reducida a ningún lugar, ni espacio, ni religión,
con el Misterio, única realidad que existe y que sostiene el Universo y se
manifiesta de múltiples formas y maneras en tiempos y lugares también
múltiples. Esla comunión con el Logos como lo llaman el prólogo del evangelio
de Juan y también los gnósticos.
El Misterio somos todos,
y los humanos podemos ser conscientes de lo que somos, como lo fue Jesús de
Nazaret, sencillamente podemos experimentar lo que en esencia somos: Esos
sarmientos, esa vida, ese Misterio que se manifiesta a través de nosotros, esa
Eternidad que aflora en el tiempo, para experimentar la duración, cuando es
(somos) puro y absoluto presente.
Esta experiencia que es
inefable, pero, que puede ser descrita de alguna manera aproximada e imprecisa
es la fe. Es una experiencia que aparece en la raíz de la meditación. Es una
experiencia que es fruto de la contemplación. Jesús se retiraba con mucha
frecuencia por las noches a orar, se retiraba sencillamente a contemplar su
unidad (no sólo su unión) indisoluble con su Padre, con la Fuente y Origen de
toda Vida y Amor. Jesús se retiraba a experimentar de forma más profunda su
propio Misterio del que nosotros formamos parte (en sentido onto-teológico, no
cuantitativo), porque somos miembros del Cuerpo Místico. Y esto no era un
privilegio de Él, es una realidad en todos nosotros. No somos creados
simplemente a imagen de Dios, sino que tenemos en nosotros el mismo Misterio,
la misma Sangre, la misma Vida, pues formamos todos un solo Cuerpo. Y no ya
nosotros solos, sino todo el Kosmos, que gime con dolores de parto.
En este lugar se ha
colocado mi fe. YO SÉ, no yo creo, yo me fío…, y sé porque he experimentado. De
la misma manera que sé si es de día o de noche porque experimento a través de
mis sentidos que el sol está fuera, u oculto, de igual manera que sé que una
ecuación algebraica puede ser solucionada por varios métodos, y que uno de
ellos puede ser el método de igualación, porque lo he experimentado, de igual
manera mi fe es saber, es seguridad, porque es experiencia del Misterio que
siendo yo, me transciende y me hace existir.
Vuelvo a insistir en
algo muy importante, por si alguien leyera estas líneas (todo lo que se escribe
en el fondo es porque se espera que sea leído), cuando hablo de mí, no me estoy
refiriendo a mi ego, a este conjunto de cuerpo, mente y quizás alma, quizás no,
no lo sé. Por supuesto, no me estoy refiriendo a José Antonio Carmona, que es
una manifestación perecedera del Espíritu, del Misterio, sino a mi identidad
más profunda, a mi sí mismo. Esto por descontado no me quita las penalidades y
sufrimientos de esta vida, pero me está empezando a dar una paz y serenidad muy
interesantes. Paz que, creo, siempre la he buscado en el tiempo.
Sin dudas que esta
experiencia tiene que ser interpretada, y por lo tanto, ha de tener una ayuda
en la inteligencia, una ayuda doctrinal, no dogmática en el sentido de la
imposición. Doctrina y experiencias que han de ser cotejadas con las de los
demás que hayan pasado por el mismo paso meditativo y de fe, de seguridad en el
fondo del Ser. Esta comprobación es la salvaguardia para que no caigamos en
alucinaciones paranoicas. Como también la conciencia apoyada en el Misterio, en
la presencia interior de la Trinidad, no en la manifestación contingente de
nuestras personalidades temporales.
Uno de los aspectos más
interesantes de esta fe, es para mí, la conexión con Jesús de Nazaret y con el
Cristo, con el Señor resucitado, o sea con Jesús de Nazaret Plenificado. Es
algo que me importa mucho. Cuando experimento en la soledad de mi corazón esta
presencia que va más allá de mi cuerpo y de mi mente, sé que estoy conectando
con la Totalidad, aunque sólo sea con pequeños arañazos por mi parte, y que el
centro de esa Totalidad, si es que podemos hablar así, es el Cristo, más bien
es la misma Totalidad que no tiene partes, por tanto estoy experimentando la
unión con Él. Mejor sería experimentar la identidad, como María de Magdala,
pero mi mente necesita también ser iluminada para poder interpretar mejor estos
barruntos, y para caminar más lejos.
José A. Carmona