martes, 23 de diciembre de 2008

Muchas felicidades


Muchas felicidades
José Antonio Hernández Guerrero

Si cultivar deseos –esos sentimientos tan relacionados con la autoestima y con la esperanza- es iniciar la senda que nos lleva a su realización, manifestarlos a los demás es, además, mostrarles nuestra disposición de ayudarles a alcanzarlos. Éstas son las razones que me mueven a defender la costumbre de entrecruzarnos felicitaciones durante estas fechas tan cargadas de historia y de simbolismos.



Estoy convencido de que, por muy estereotipadas que sean las frases que usemos, si salen desde lo profundo de nuestro corazón, además de infundirnos ánimo, estrechan los lazos que nos unen y nos transmiten unas saludables energías para seguir caminando.
En la celebración de estas fiesta navideñas y del fin de año, en vez de dejarnos arrastrar por el temor o por la tristeza ante lo desconocido, podríamos animarnos mutuamente para palpar con detenimiento cada uno de los instantes que nos quedan por vivir. Yo les deseo –queridos lectores- felicidad y felicidades. Sí; les deseo el bienestar del cuerpo y del espíritu: esa felicidad honda, sosegada y apacible que consiste en lograr un equilibrio que es el resultado de nuestra propia aceptación, del conocimiento de nuestras cualidades, de la estimación de nuestros valores y del reconocimiento de nuestras limitaciones. Pero, además, les deseo muchas otras felicidades como, por ejemplo, la felicidad del conocimiento hondo, la felicidad de una lectura placentera, la felicidad del trabajo bien hecho, la felicidad del ocio compartido, la felicidad del diálogo respetuoso, la felicidad de la amistad sincera y, sobre todo, la felicidad de un amor expansivo. Os deseo todas esas cosas que llenan la vida aunque no nos cuesten dinero ni ocupen demasiado tiempo.
Les deseo que sigáis creciendo intelectual, artística y al moralmente: que sigáis aprendiendo, pensando, disfrutando y, también, siendo bondadosos. Estoy convencido de que estas felicitaciones, si son sinceras, crean una atmósfera transparente y cálida de confianza mutua y de calor humano que facilita la armonía familiar, el trabajo profesional y la convivencia social.
Es posible que, si creamos entre todos este clima de benévola y de cordial amabilidad –esa benevolencia de la que hablan los retóricos-, será más fácil encontrar las expresiones adecuadas y los gestos elocuentes para honrar y para mostrar nuestra gratitud a los familiares, amigos, compañeros y colaboradores que, durante este año, nos han soportado y ayudado.
Por todas esta razones, este año me permito reiterarles varias peticiones: que agucen sus mirada con el fin de descubrir algo nuevo y bello en los seres que les rodean; que luchen para no caer en el desencanto ni en la rutina -la gran arrasadora de la vida-, que presten atención para ver las cosas como recién estrenadas. Si pretendemos aprovechar el jugo de la vida, hemos de aprender a apreciarnos a nosotros mismos y a valorar la realidad que nos rodea; sin admiración, la vida es anodina y puede llegar a perder su sentido, por eso es necesario que cultivemos nuestro espíritu para penetrar en el fondo de las cosas y para descubrir sus mensajes. Les ruego que, a pesar de los contratiempos, pongan caras más alegres y que esbocen unas sonrisas más permanentes.
Les pido, al menos, una palabra amable, un abrazo cordial y un beso cariñoso. A todos vosotros -queridos amigos- a los que siempre recuerdo y a los que, sabiéndolo o sin saberlo, hacen grata y fecunda mi vida, les deseo felicidad y felicidades. Ustedes son mis mejores regalos.






viernes, 19 de diciembre de 2008

Lo peor de la crisis

Dedico este artículo -de una manera especial- a Alberto Revuelta. Lo felicito cordialmente por su lucha discreta y eficaz. Un abrazo. José Antonio





Lo peor de la crisis
José Antonio Hernández Guerrero

Todos los medios de comunicación han reflejado el temblor frío que el escándalo Madoff ha generado en la aristocracia financiera mundial. Finalmente han pillado con las manos en la masa a este personaje -el último estafador de Wall Street- que, durante veinte años, ha estado engañando a esos ricos que habían picado porque, como es natural, pretendían ser más ricos.


Lo peor de esta crisis galopante -que tiene que ver más con la avaricia, con la ambición, con la voracidad especuladora y con la poca vergüenza de unos cuantos- es, sin duda alguna, que la están sufriendo los de siempre: los “desfavorecidos”, aquellos que no son, como algunos piensan, los que no han recibido favores -ese dinero fácil con el que se controla a los partidos y, a veces, a los periodistas-, sino los que carecen de los medios indispensables para vivir y para sobrevivir, o sea, los pobres y los parados.
Poe si quieres seguir leyendo

Todos sabemos quienes son los que, tras llevar años pasándolo mal, ahora lo van a pasar peor. Es cierto que tendrán que ajustarse el cinturón los que tienen que pagar una hipoteca, los que tienen la intención de cambiar el automóvil y los están habituados a viajar al extranjero o a cenar en restaurantes de lujo, pero el problema más grave se plantea a los jóvenes que aún no han encontrado un trabajo o a los adultos que han sido despedidos.

Se sostiene que está fallando el sistema liberal capitalista. Posiblemente. Pero lo que están fallando sobre todo son las personas que lo han gestionado en los últimos años. Vivimos en un mundo exclusivamente pendiente del beneficio, de los favores, de las trampas, de buscar agujeros en las leyes para perpetrar delitos de cuello blanco: es un mundo que, a la larga, genera una inseguridad y una desigualdad social sobre la que no se puede construir un sistema libre.
Tengo la esperanza de que si la justicia y la solidaridad no nos mueven para que compartamos con los famélicos y con los desnutridos los excedentes de nuestras despensas y frigoríficos, a lo mejor, preocupados como estamos por nuestra salud física y mental, nos decidimos a distribuir esas reservas. Resulta paradójico constatar que, mientras millones de seres humanos mueren por falta de alimentos, otros enferman por comer demasiado. Todos podemos comprobar cómo esta excesiva abundancia de unos pocos no sólo origina dolencias cardiovasculares y trastornos metabólicos, sino que también genera enfermedades psicológicas y complicaciones sociales. En mi opinión la sobriedad y la generosidad son unas vías complementarias para conservar la salud corporal, el equilibrio mental y, también, la armonía social. Recordemos que los ayunos prescritos por todas las religiones tenían inicialmente una finalidad higiénica y terapéutica: servían para limpiar el cuerpo y para sanar el espíritu.
Pero es que, además, valen para que disfrutemos más de las comidas. Cuando nos sentimos satisfechos o empachados, ni siquiera los manjares más exquisitos logran atraer nuestra atención ni despertar nuestro entusiasmo. No es extraño que el desinterés, la falta de entusiasmo y la desidia crezcan de una manera tan alarmante en nuestra sociedad occidental. A lo mejor el temor a contraer esas enfermedades de la opulencia puede ser más eficaz que las apremiantes llamadas a la generosidad.



Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...