jueves, 30 de abril de 2009

El mes de las flores

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José Antonio Hernández Guerrero

Con el fin de evitar una errónea interpretación de mis palabras, declaro que uno mi voz a las de los que, en el contexto de crisis en el que estamos situados, denuncian la destrucción de puestos de trabajo y a las de los que lamentan que las organizaciones empresariales propongan como única solución la flexibilización del mercado laboral, el abaratamiento de los despidos, la precarización de las condiciones laborales y, en resumen, que el peso de la crisis se cargue sobre los hombros de los trabajadores.
En nuestra opinión, para enfrentarnos de una manera humana con esta crisis tan radical hemos de cambiar no sólo la forma de entender la economía sino también la manera de relacionarnos con los demás hombres e, incluso, con los elementos de la naturaleza: hemos de tratar a los seres humanos y utilizar las cosas no sólo por su utilidad práctica ni como mercancías cuantificables económicamente, sino también como sujetos y objetos portadores de valores éticos –la bondad- y de significados estéticos –la belleza-.
En esta ocasión me gustaría insistir en que la mayoría de las acciones que nos proporcionan bienestar y de las actividades que estimulan nuestro crecimiento humano no dependen del precio económico. Aprovechando que acabamos de iniciar el “mes de las flores”, podríamos reflexionar sobre la importancia humana que posee, por ejemplo, la contemplación de una flor.
Como afirma Eckhart Tolle, la belleza de una flor debería despertarnos a los humanos para que descubriéramos que el disfrute de la belleza constituye un placer que pone de manifiesto nuestra dimensión espiritual, nuestra esencia más íntima y nuestra verdadera naturaleza. Tengo la convicción de que el primer descubrimiento de la belleza fue uno de los hechos más importantes en la evolución de nuestra conciencia humana. Tú sabes –querida Carmen- que nuestra experiencia común nos confirma que los sentimientos de alegría e, incluso, de amor están intrínsecamente relacionados con ese reconocimiento. Aunque no seamos plenamente conscientes, las flores constituyen una expresión de lo más elevado, de lo más espiritual y de lo más sagrado que habita en nuestro interior. Las flores, los órganos más efímeros, más etéreos y más delicados de las plantas, con sus formas, con sus colores y con sus aromas, son mensajeros que nos hablan del reino del espíritu.
Desde tiempos inmemoriales, las flores tienen un significado especial para el espíritu humano. Pero, para que podamos interpretar el sentido de sus mensajes, es necesario que las contemplemos con admiración y que aprendamos a traducir su lenguaje. De lo contrario, sólo percibiremos sus cualidades físicas sin llegar a conocer las razones por las que nos sentimos atraídos.
Si cultivamos nuestro gusto estético nos asomaremos a ellas como si fueran ventanas que nos descubren el reino del espíritu totalmente alejado de un mundo injusto e insolidario, regido por ese círculo que es vicioso en el doble sentido -lógico y ético- de esta palabra: que nos obliga a consumir, a producir y, nuevamente, a consumir, y que genera desigualdad y pobreza. Esta crisis pone en cuestión la civilización montada sobre el macro-consumo, sobre el derroche de los recursos naturales, sobre el capricho y, en especial, sobre la búsqueda desenfrenada del beneficio inmediato. En estos momentos urge un cambio radical que trastoque las reglas económicas y, también, nuestras actitudes ante las personas y ante las cosas.

domingo, 26 de abril de 2009

NO SE LO DIGAS A MAMÁ.

DIARIO DE SEVILLA
21/03/09
Mariló Montero


Me gustaría saber la identidad de los nueve expertos en los que la ministra Bibiana Aído se escuda para defender que una niña de dieciséis años puede abortar sin consultar con sus padres. Me gustaría saber de qué son expertos y si son padres y madres.
Me gustaría saber en qué se fundamentan para decir que dejar tan dramática decisión en manos de una adolescente aterrada es lo mejor para ella.
Me gustaría saber si se han parado a pensar que esa criatura, tras mantener una relación sexual precipitada, va a empezar a sufrir lo que la literatura científica ya ha diagnosticado ante un aborto.
El síndrome de aborto reúne quince síntomas psicológicos que van desde la angustia al sentimiento de culpabilidad, la ansiedad, los terrores nocturnos, la depresión, los trastornos de alimentación o de la vida sexual. Síntomas que pueden llegar a aparecer, dicen los psicólogos de la Asociación de Víctimas del Aborto, incluso años después de haber abortado.
Me gustaría saber con qué valor lanza la joven ministra Aído, con una sonrisa, como quien anuncia un anticonceptivo novedoso, que una niña de dieciséis años está tan capacitada para abortar como para casarse.
Una niña de dieciséis años no está capacitada para abortar ni para casarse, por mucho que se esté normalizando lo que son parches en la vida. Una cosa es que lo haga y otra bien distinta la sacudida que la vida le da a una adolescente casada, quien sale adelante gracias a los apoyos de la familia.
Me gustaría saber quién le va a informar a una adolescente de dieciséis años de que si se queda preñada puede abortar sin decírselo a los padres y también en quién se va a apoyar ante semejante circunstancia. ¿En la mamá-administración, o en su mejor amiga, con la que intercambia los vaqueros e inventa en su habitación coreografías de Beyoncé? Me gustaría saber si esos expertos conocen lo que es ser padres y las complicaciones a las que nos enfrentamos para conquistar la confianza de nuestros hijos en la difícil adolescencia.
Me gustaría saber el protocolo de actuación que se llevará a cabo cuando una niña de dieciséis años acuda al centro para abortar y cómo será tratada.
Me gustaría saber qué pretenden con esta propuesta de ley, que autoriza a que se rompa la confianza entre hijos y padres. Y me gustaría saber qué se pretende de los padres el día que nuestra hija decidiera abortar en soledad. ¿La recibimos con un aplauso? ¿Le damos sopa caliente? ¿Le preguntamos si llegó a ponerle nombre? ¿O quién habría sido el padre? ¿Debemos obviar el tema, o celebrarlo con una barbacoa? ¿Trae esas instrucciones la nueva reforma de la ley del aborto?
Una cuestión más: ¿meterán en la cárcel a una madre que le discuta esa decisión a su hija adolescente? O es la ley del "no se lo digas a mamá porque no la necesitas". Señorita Aído, me gustaría saber si mi hija ha abortado sola.
Porque soy su madre.

EL ABORTO

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Pienso que en determinadas circunstancias (que se deberán concretar por la Ley a partir de informes de científicos, para que no sea ad libitum), la mujer debe tener derecho a elegir la interrupción del embarazo.
Para pensar esto, parto de un supuesto biológico:
Es aceptado que desde el instante de la concepción hasta el parto, el embrión tiene un largo camino por recorrer: la evolución filogenética de la especie. Al principio es sólo una célula viva y al finalizar el primer mes, el embrión pesa un gramo. Al final de los dos meses, tiene rabo y es casi idéntico, en la forma, al embrión de un ratón o de una jirafa, por ejemplo, lo que representa un punto concreto de la evolución de los mamíferos. Al final de los tres meses pesa 15 gramos y aunque ya aparecen los riñones, aún no funcionan.
Pero el desarrollo de los órganos vitales no es, a mi juicio, tan determinante para la calificación de humano como el desarrollo del cerebro y sobre todo del cortex –residencia en el futuro del pensamiento y de la distinción entre animales y humanos-. Yo no sé cuándo se forma esta corteza del cerebro y empieza a ser funcional, pero cuando el embrión se parece en todo más a un ratón que a un ser humano, yo pienso que no es un ser humano puesto que no reúne las características fundamentales que definen a un ser humano. ¿Hasta qué semana de embarazo? Yo no lo sé, pero alguien tiene que fijarlo.
Por necesidad moral.
En justicia y si aceptamos que hombre y mujer tienen que tener los mismos derechos y oportunidades, el aborto, durante las primeras semanas del embarazo, debe ser legal. Pongo un caso para explicarme: Imaginemos que un chico y una chica, en un momento dado y debido a una excitación sexual, llevan a cabo un coito y lo pasan en grande (lo cual no es difícil de imaginar). Para muchos cristianos esto es un pecado. Pero ella se queda embarazada. Él no. Los dos se arrepienten (esto ya es más difícil de imaginar, sobre todo en él) y Dios los perdona –porque Dios perdona a los arrepentidos- pero él conduce su vida por otro lado y ella, por no abortar, tiene que sufrir nueve meses de embarazo y trastocar posiblemente todos sus planes de futuro para su vida, porque aunque Dios le perdonó, no le permitió, no le dio un plazo de tiempo, para arreglar la plana y no sufrir unas consecuencias que él no sufrirá. Yo no creo en ese Dios machista. Creo que Dios (para otros, la Naturaleza) dio ese plazo de tiempo. Estoy seguro que por eso el embrión se parece más a un ratón que a un humano durante unas semanas. Y que por lo tanto el aborto, en los casos que fije la ciencia, no es un asesinato.
Peor aún es el caso de violación. En cualquiera de las dos formas: por violencia física o por incapacidad moral de reacción (me refiero a cuando una chica sin mucha cultura y con baja autoestima es seducida por una autoridad de cualquier tipo, a la que no se atreve, ni sabe, oponer resistencia). No creo que se le deba obligar legalmente a esa mujer tener el hijo de “ese canalla” Lo de “resignación hija mía”, no lo acepto.
Un último caso es cuando la pareja feliz descubre que su futuro hijo tiene problemas congénitos sin cura y sufrirá sin compasión durante su corta vida si es que llega a nacer y si es que no mata a su madre en el intento. ¿Le negamos el derecho a abortar?
Yo creo firmemente que, bajo determinadas condiciones, la mujer –y sólo ella- tiene derecho a elegir la interrupción del embarazo. Las condiciones las tienen que concretar los legisladores una vez oída la información de los científicos.
Si las razones que utilizan los legisladores para fijar el punto de corte, son electorales, les maldigo; si son sinceras, les aplaudo.
Luiyi

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miércoles, 22 de abril de 2009

EL SUEÑO

José Antonio Hernández Guerrero

Les confieso que la visita que hice ayer al hospital no sólo ha removido ese fondo de ideas que permanecen estancadas en el fondo de mi conciencia sino que, además, ha deshecho muchos de mis tópicos sobre el bienestar, la felicidad e, incluso, sobre la salud. He llegado a dos conclusiones: la primera es que, en estos recintos alejados de la frivolidad, es donde más nos acercamos a la vida humana, y la segunda, que son estas personas cuyos problemas nada tienen que ver con las preocupaciones que nos acucian y con los valores hoy imperantes, quienes nos dictan las mejores lecciones sobre el arte de vivir.

En esta ocasión ha sido José Luis, un amigo de la infancia que, gracias a una delicada intervención quirúrgica que acaba de sufrir, y a la generosidad de una hermana suya, disfruta en la actualidad de un riñón nuevo. Me permito transcribirles casi literalmente las palabras con las que ha desdramatizado sus vivencias durante la dilatada estancia en el hospital.

Más de una vez -me dice José Luis- sentí que flotaba en el aire. Inmóvil y sin poder pronunciar palabras, me inquietaban más las preocupaciones de los seres queridos que me rodeaban, que mi propia enfermedad, porque, a pesar de los aparatos que tenía conectados a la mayoría de los órganos corporales o, quizás, gracias a ellos, no sentía dolores, no me atormentaban temores ni me afligían penas.

Pero es que, además, debido posiblemente a las sustancias que me inyectaban para aliviarme, vivía momentos maravillosos y sentía cómo, en mi interior, discurría, como un río, una vida fascinante mucho más atractiva de la que, hasta entonces, había protagonizado. Por eso no tenía ninguna necesidad de abandonar aquel lugar tan iluminado y hasta me molestaba que me tuvieran compasión por el estado en el que me encontraba. Vivir, pensaba, no es correr por montes y valles, no es transitar por calles y plazas: vivir hasta el fondo es profundizar en el interior de uno mismo hasta alcanzar una serenidad luminosa.

Es posible que, sin saberlo explicar, los seres humanos componemos nuestra vida de acuerdo con las leyes del amor y de la belleza, aún en los momentos de más profunda desesperación. Por eso, el temor a la muerte, que en algunos momentos aislados José Luis experimentaba, estaba compensado con el nacimiento de un amor intensamente bello.

En silenciosa concentración, a partir de las miradas que le dirigía a Teresa, la enfermera cuando entraba a controlar el suero, construía ensoñaciones bellas y placenteras. Su delicadeza, su simpatía y, sobre todo, su amabilidad –me explicaba José Luis-, fueron las razones que me liberaron de posibles angustias y las que me infundieron renovadas ganas de vivir.

Durante este mes intenso que estoy pasando en el hospital, si sufro algún temor, es justamente el de mejorar y el de que me den el alta. Siento cierto vértigo cuando me vienen al recuerdo las escenas de mi aburrida vida fuera de esta cálida habitación. De verdad que me da miedo regresar a la vida social y laboral, a esa interminable cabalgata de carnaval en la que desfilan cáscaras vacías lujosamente maquilladas y vestidas con ropa de diseño.

martes, 21 de abril de 2009

EL ABORTO

El 21 de abril de 2009 20:04, Argumedo <argumedodelolmo@yahoo.es> escribió:
Querido Juan:

Te adjunto un artículo, por si te parece oportuno publicarlo en el blog.
Un abrazo, Manolo.

Queridos caballeros y caballeras de San Bartolomé: En relación con comentarios aparecidos recientemente en nuestro Blog, transcribo seguidamente un artículo del farmacéutico Don Emilio Jesús Alegre del Rey sobre el aborto, aparecido en la página web del "Centro Laico de Información Católica" de Cádiz.
Permítanme el atrevimiento, a continuación, de expresar mi modesta opinión sobre este tema.
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Aborto ilegal en el Hospital “Punta Europa” http://www.centrocatolico.com/node/52
Tenía veinticuatro semanas y media de vida, y quiso vivir. A cada pinchazo de cloruro potásico que recibía, dice su madre que la notaba saltar en su vientre, quejándose, defendiéndose, llamando a las puertas de la conciencia de sus verdugos y de su propia madre. ¿Sólo eso? No puedo creerlo. No quiero creerlo. Debe haber una salida, una esperanza. Miremos en nuestras raíces, ya olvidadas; raíces que hablan de perdón, de liberación, de que Cristo cargó con nuestros pecados para que no nos aplastasen.
Y entonces, pienso que esa madre que no quiso serlo, aún puede ser madre, madre de su hijo o de su hija, como son madres también –y padres- aquellos que han perdido a sus hijos por una enfermedad o accidente, porque les aman y volverán a encontrárselos en el Cielo.
También tienen otra oportunidad los cientos de miles de chicas que no han querido ser madres, y que se han acercado a esos técnicos de la muerte, enfundados de blanco, pero carcomidos de podredumbre moral... hasta ellos tienen otra oportunidad.
Y aún puede ser madre esta sociedad que no quiere ser madre, que mata a sus hijos por millares, mientras pretende construir la paz. Es absurdo.
Un país que masacra a sus hijos no puede construirse, se está autodestruyendo. Pero tiene cura: tomemos conciencia, reconozcamos con dolor nuestro pasado desprecio, respetemos la vida humana prenatal, y pongamos el amor a todo ser humano como fundamento de nuestra sociedad, como cimiento sobre el que construir la justicia, para que Dios nos dé la paz.
Tenía veinticuatro semanas y media... y nos ha dado una lección a todos: quiso ayudarnos a despertar. ¡Gracias!
Emilio Jesús Alegre del Rey Farmacéutico de hospital Cádiz (España)
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Si saco a la luz este artículo es porque sé que no son solamente los obispos de la conferencia episcopal los que están en contra del aborto. Son muchos, muchísimos millones de españoles los que comulgan con esta misma doctrina.
Y, aunque yo mismo pueda no estar de acuerdo con sus ideas, es en nombre de estos millones de españoles, de los obispos y de los farmacéuticos de turno, por los que levanto mi voz, pidiendo respeto.
La Iglesia es una institución doctrinal, como cualquier otra, con sus virtudes y sus defectos, con sus errores y sus aciertos. Y, como tal, en un estado democrático y de derecho, ella y sus representantes tienen todo el derecho a expresar su opinión, estén o no estén equivocados.
Y lo mismo que pido respeto para cualquier persona cual fuere su ideología, también para la iglesia reclamo respeto, respeto y respeto.
Si digo esto es porque en mi querido blog de Compañía19, en más de una ocasión, he leído artículos en los que se critica con dureza a la Iglesia.
Se critica con dureza y hasta me atrevería a decir, que es lo que más me molesta e indigna, con un cierto tufillo de resentimiento y desprecio hacia todo lo que se refiere a esta entidad.
Y lo hacen, o al menos a mí me lo aparenta, revestidos de una seudo ilustración, adornada con sinónimos de Word, que les hace creerse el ombligo del mundo y poseedores de la verdad absoluta.
Tengo que confesar que soy católico, pero no del todo practicante y que yo mismo discrepo de muchas de sus teorías. Pero lo mismo que digo esto, también digo a boca llena que tengo mucho que agradecer a la Iglesia.
Agradecimiento por la cultura que me dio, agradecimiento porque me proporcionó la ocasión de amar el arte, la música, la poesía y agradecimiento por haberme cobijado y alimentado durante seis maravillosos años. Quizás también debido a que, sin su mediación, yo no hubiera podido estudiar. Y, como de bien nacido, es ser agradecido: “gracias”
Nunca podré olvidar a los Guerrero, Arroyo Barberá, Hernández, Fuentes, Marcelino, Castro, Ángel (merci, mon père, par m’avoir fourni l’occasion d’apprendre et d’aimer le français et sa culture), José Manuel, Luís, el ingenuo tocapelotas, Cejudo, Regordán, Charlo, Marcos, Brajones; mis inolvidables compañeros, como Cepero, Muriel, Cascado, Bustamante y en especial ese chiclanero de oro que es mi querido Juanito Martín.
Por eso me pregunto: ¿En qué clase de democracia nos hallamos?, ¿En nombre de qué dogma moral o ético nos permitimos la libertad de mandar a callar a un obispo, una costurera o un farmacéutico, porque discrepa de nuestras propias doctrinas y creencias? ¿Hasta dónde vamos a llegar?, ¿en qué mierda de país vivimos donde los padres y los hijos, y los propios hermanos de sangre entre sí se desprecian mutuamente porque son de ideologías políticas diferentes? Ésta sí que debería ser la auténtica razón del sustento y el reconocimiento de la “memoria histórica”.
Una “memoria histórica” que nos haga recordar y reavivar lo atroz que fue el enfrentamiento entre hermanos, que, afortunadamente, ninguno de nosotros vivimos, para que no vuelva a suceder. Y no una “memoria histórica” que sólo sirva para desenterrar los muertos del pasado, los muertos de ambos bandos, los muertos del odio y de la autodestrucción, clamando reparación y deseando venganza.
Hago desde aquí un llamamiento a la reflexión y que nos preguntemos mirando a los limpios, inocentes y felices ojos de nuestros nietos, que qué sería de nosotros, si, en algún momento de su gestación, alguien hubiera decidido que no debería nacer. Sus palabras, las palabras de este farmacéutico, recubiertas de dolor e indignación, son claras y están exentas de odio y rencor hacia los demás. No hace falta saber latín para entenderlo. Yo no necesito que me lo traduzcan, ni me ha hecho falta leer ningún libro para comprender lo que quiere decir: “Respeto por la vida”. Porque si empezamos por respetar una vida que empieza, habremos aprendido a respetarnos a nosotros mismos, y por ende, a respetar a los demás. Y cada uno lo entiende, lo vive y lo expresa a su manera.
Aimez la paix, vivez en paix, et le Dieu de la charité et de la paix sera avec vous.
Que la paix soit avec vous et sur le monde.
Manolo Argumedo.

sábado, 18 de abril de 2009

LA ISLA NO ES SINCERA

EL LOCO DE LA SALINA

Pasó la Semana Santa dejando un pringoso y ennegrecido goteo de cera por las calles. Los niños se han despachado a gusto engordando pelotas de cera a costa de aquellos penitentes que, ocultos bajo el capirote y con un cirio inclinado en la mano, iban colmando la insaciable demanda de los pequeños. Las calles, sucias ya desde tiempo inmemorial, han llegado a coger otro aspecto más resbaladizo y peligroso con el derrape de los coches y el pánico de los ancianos a dejarse la cadera en cualquier resbalón.

Ahora el Ayuntamiento ha puesto dos maquinitas con un chorrito de agua que hace lo que puede, pero que lo que no puede no lo hace. Sin embargo aquí nadie dice nada. Los cañaíllas callan, aguantan, hablan del tiempo y comentan los goles de Messi, pero no dicen nada sobre aquello que les afecta de verdad. Este loco, que se pasa el día leyendo cosas raras, ha podido comprobar que La Isla no es sincera, tal como lo explico a continuación.

Los artistas de la antigua Roma realizaron hermosas esculturas. Hoy te vas a un Museo y allí están calladas y sin quejarse, aunque a la que no le falta un brazo, le falta una pierna, porque el tiempo no perdona. Muchas perdieron incluso la cabeza, que es lo que nos ha pasado a los locos, aunque nos diferenciemos de las estatuas en el movimiento que nos dan los nervios. Cuando una escultura se partía por algún sitio, el artista reemplazaba la parte quebrada con cera pintada, para que se pareciera lo máximo a la original. En muchos casos se vendía después sin advertir de la chapuza, pero, cuando llegaba un comprador entendido, delicado y con pasta de sobra en busca de una estatua costosa, la pedía “sin cera”, expresión latina compuesta de la preposición “sine” (sin) y de “cera”. De la unión de estas palabras nace la palabra sincera. De donde una persona es sincera, cuando es auténtica, original, sin falsedad ni añadidos y en cuya vida no hay partes hechas de cera, sobre todo en el careto que es donde habría que ponerle una buena cantidad a algunos paisanos para ablandarles un poco el rostro tan duro que tienen.

Bueno, ¿de qué estaba yo hablando? Ah, de la cera que se ha quedado pringando las calles de La Isla. Por eso decía que La Isla no es sincera, sino que es con cera, con muchísima cera, palabra que habrá que inventar.

Si la misma rapidez con que se ha quitado la carrera oficial, se hubiera empleado en quitar la cera del suelo, no hubiera tenido que escribir estas líneas con lo que me duele la cabeza. Es de admirar la enorme diligencia que le pone el Ayuntamiento (en teoría laico) al barrido y preparación de las calles por donde pasan las procesiones católicas. Comprendo que donde están los votos es donde está el exclusivo interés de los políticos, esto es algo enfermizo, pero hasta cinco hombres de la limpieza he podido ver en determinadas calles barriendo a toda prisa para que el Cristo de turno no se asustara al pasar, ni la Virgen se espantara. Las calles están para que la misma divinidad se eche a temblar, incluso si los penitentes no hubieran tirado cera alguna. Puede ocurrir que no haya dinero en la Casa Consistorial más que para dos maquinitas, o también puede ser que el dinero haya sido limpiado limpia y presuntamente, o que aquí no hay más cera que la que arde, que ya han visto que es mucha. Total, por una cosa o por otra la mierda no se quita, la limpieza no brilla, y los dineros no aparecen. A ver si alguna vez, en lugar de semana santa, celebramos el año santo, con procesiones todos los días y con esa fabulosa delantera de cinco técnicos de la limpieza allanando el camino de la gloria y de paso quitando la pringue de esta ciudad.

La meta

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José Antonio Hernández Guerrero

Partiendo del convencimiento de que la tarea del escritor -y mucho más la del periodista- consiste en contar, de la manera más exacta y más clara posible, los episodios que vive o presencia, he decidido componer este texto transcribiendo las palabras que me ha dirigido Ricardo, un anciano lúcido al que, de vez en cuando, visito en la residencia donde, desde hace tres años, vive y convive. Les confieso que estas conversaciones apacibles con este hombre que habla en voz baja me sirven para aislarme de esos ruidos externos que me impiden oír y disfrutar de los sonidos de la naturaleza y del espíritu. En este ambiente calmo tengo la sensación de que me despojo de las orejeras impuestas por los medios de comunicación, me salgo de los carriles trazados por los líderes políticos, me libero de la noria impuesta por la convenciones sociales y que, sentado al borde de la autopista, respiro a pleno pulmón.

Ahora, ya en la última etapa de mi vida reconozco con dolor -me explica Ricardo- que he recorrido la mayor parte de mi existencia estimulado por una estéril ansiedad; confieso que he vivido inquieto y desasosegado. He surcado largas travesías que no me han llevado a ningún puerto. Hasta ahora, desgraciadamente, no había encontrado el momento oportuno ni el lugar preciso para ejecutar proyectos porque nunca fui capaz de trazarlos ni de recorrerlos palmo a palmo.

He gastado todas mis energías en investigar científicamente las raíces secretas de esta ansia incontenible de correr a ninguna parte, de cambiar de lugares, de tiempos y de personas; he luchado tenazmente con el propósito de descubrir las raíces secretas de estas extrañas manías. Posiblemente los demás problemas que tengo planteados estén íntimamente relacionados con el primero.

Cuando me invitaban a un acto, preguntaba, más que por la hora del comienzo, por su duración y, hasta en las fiestas, siempre esperaba con ansiedad el momento en el que empezaban a despedirse los invitados. De las novelas sólo me interesaban los finales. Tenía excesiva prisa por acabar los trabajos y, sin embargo, no quería morir. Me inquietaba la marcha lenta de los relojes, me impacientaba el alba y me tranquilizan los atardeceres.

Pero ahora, cuando, en esta residencia de la tercera edad, he mirado detenidamente los ojos transparentes y la sonrisa abierta de Carmela, he decidido pararme, no cambiar de lugar ni correr para llegar a nuevas metas. Detendré el reloj, pararé el tiempo y lograré que cada minuto sea eterno. Ahora -convencido de que todavía estoy a tiempo para disfrutarlos- escogeré los caminos más largos, tiraré por las veredas que más me alejen del destino.

Al salir de la residencia he recordado que el crítico literario francés Maurice Nadeau dice que las grandes novelas son aquellas que transforman al escritor al hacerlas, y al lector al leerlas. El arte, efectivamente, es más que una simple decoración y la literatura más que una mera diversión. Me atrevo a afirmar, incluso, que el trabajo del poeta se reduce a observar y a escuchar con atención mientras que busca la palabra adecuada para atinar con el nombre verdadero de lo que percibe. Estoy convencido de que, al nombrar la realidad, no sólo la transformamos sino que, en cierta medida, nos trasforma a nosotros: la palabra no deja el mundo intacto.

viernes, 10 de abril de 2009

EL LOCO DE LA SALINA

COMO DIOS NOS TRAJO AL MUNDO

Hoy estamos en el manicomio loquitos de alegría. Le explico. Parece que ahora quieren poner una playa nudista desde Cortadura hasta no sé dónde y creemos que ya era hora. Los locos hemos recibido muy bien la noticia, pero me han comentado que ahí fuera está el personal que trina. Y digo yo, ¿por qué tanta preocupación, si todo son ventajas? Déjeme que le diga cuatro cosas sobre el particular y verá que lo mejor que hace es seguirme la corriente por la cuenta que le trae.

De momento y con la crisis que aprieta, nos podemos ahorrar de golpe el bañador, el sombrero, las gafas y las zapatillas. Al principio gastaremos un poquito más de aftersun para que no desentonen las partes bajas, pero compensa. Otra ventaja clara es la salud que nos va a entrar por el cuerpo cuando todo el organismo se exponga cara al sol sin que le haga falta la camisa nueva ni la vieja. Por otra parte, el moreno dejará de ser agroman y se acabará con la discriminación que ahora mismo existe entre las diversas partes de nuestra castigada piel. Todos seremos como Obama, pero de una pieza. Además los seres humanos dotados de belleza y de otras cosas tendrán la oportunidad de lucir sus encantos sin ninguna cortapisa (no sé por qué esta palabra sigue dando escalofrío). Comprendo que la envidia es muy mala, que algunos se van a comer las uñas, que otros se preguntarán que dónde está la igualdad y que muchos y muchas lamentarán haber acumulado durante el invierno tantísimo michelín.

Sabemos que en la calle hay opiniones para todos los gustos y que ya están alertados los perros del hortelano. Pero en el manicomio estamos todos de acuerdo. Pensamos con nuestro débil cerebro que, si nacemos desnudos, no hay razón alguna para que nos prohíban recuperar nuestro estado primitivo. Por eso entenderíamos que se reservaran playas para los que quisieran ir con toda la ropa del mundo, pero no comprendemos que se invierta el orden natural de las cosas y se persiga, como hasta ahora se hace, a los que desean respetar ese orden establecido por la sabia naturaleza. Los que defienden la playa textil argumentan que Adán y Eva se taparon sus partes, cuando se vieron desnudos. Los locos pensamos que la historia fue de otra manera.

Primero, que, según dice la Biblia, cuando Yavé hizo con el barro al hombre y luego a la mujer, vio que lo que había hecho era bueno y sin embargo los dos estaban tal como Dios los trajo al mundo (nunca mejor dicho). No hubiera estado yo tan seguro de la bondad de tal obra a la vista de la cantidad de sinvergüenzas que abarrotan este país, pero ése es otro tema. Segundo, que Adán y Eva se avergonzaron no por verse desnudos, sino porque había que tener muy poca vergüenza para haber comido la manzanita del único árbol prohibido, cuando Yavé se había portado con ellos de dulce. De modo que se taparon lo que pudieron y hubieran preferido que se los comiera la tierra.

Tercero, que a través de las Sagradas Escrituras se insiste en que, si no nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino de los Cielos. Y ya vemos que los niños pasan del tema olímpicamente enseñando lo que haya que enseñar hasta que los educamos y les metemos en el coco todos nuestros prejuicios. También están diciendo los textiles que en Cádiz hay muchos sátiros que están locos por que se ponga ya la playa nudista. Nosotros decimos que el sátiro deja de serlo, cuando se le priva del placer que proporciona todo lo que es secreto y está oculto a la vista. Otros afirman que es pecado mortal y nosotros creemos que lo que puede ser mortal es el bello espectáculo que se le puede ofrecer a nuestras cansadas retinas.

En fin, los locos pensamos que por lo visto los humanos desconocemos que debajo de nuestra ropa todos sin excepción vamos desnudos. Así que adelante con los faroles.

martes, 7 de abril de 2009

Obituario

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ObituarioChano Lobato: un hombre cabal

José Antonio Hernández Guerrero

Juan era -es- una de esas personas que, por su arte, por su bondad y, sobre todo, por su calidad humana no deberían morir. Este hombre bueno ha sido uno de esos seres valiosos, amados y únicos cuya sola existencia nos hace seguir confiando en la humanidad porque mitigan las atrocidades que otros han hecho. Somos muchos los aficionados y los amigos que, tras conocer su estado de salud, habíamos gritado, corazón adentro, pidiendo que no se nos muriera.

Gracias a su sentido del compás, a su amplitud de registros, al dominio de su voz y, sobre todo, a su intensa capacidad emotiva y a su fuerza transmisora, Chano Lobato ha entrado, por derecho propio, en la historia de nuestra cultura contemporánea. Con su voz quebrada y con su alma lastimada, logró ahondar o aligerar cualquier tipo de cante acomodándolos al “trance” que vivía o celebraba: tenía poder para “hacer” unas chuflillas “jondas” y una soleá, “liviana”.

Lo que para otros cantaores ha constituido una irreconciliable disyuntiva, él lo conjugó en armoniosa unidad: supo concentrar la “jondura”, el compás, el genio y la gracia; armonizó la savia del clasicismo con el aroma de la renovación; hermanó el duende con el ángel, la vibración del drama con la chispa de la gracia; condensó la amplia gama plástica de la sensibilidad gitana en el señorío majestuoso del sentido popular andaluz. Su cante representa el equilibrio entre el grito elemental y el cante elaborado.

Pero en estos momentos de dolor, nosotros queremos destacar, sobre todo, la exquisita sencillez, la expansiva amabilidad y la esmerada nobleza de un hombre bueno que, con su cuidado aspecto de genio distraído ha proporcionado un toque de distinción al arte popular. Chano –Juan- seguirá vivo en esta tierra, en los corazones de quienes le conocimos, quisimos, y admiramos. Ha fallecido un sabio de los cantes de Cádiz, un privilegio de la gracia y del compás, un hombre cabal.
Que descanse en paz.

viernes, 3 de abril de 2009

Torpeza_sábado_4_abril

José Antonio Hernández Guerrero

Ya les he dicho que Lola acogió en su hogar a Rocky porque fue empujada por un sentimiento de lástima, tras haber contemplado su mirada triste y apagada. Le había sorprendido la rapidez con la que él cogió confianza y la habilidad con la que, según ella, interpretaba todas sus palabras, sus gestos e, incluso, las expresiones de su rostro. Rocky advertía a la perfección cuando ella estaba contenta o disgustada, preocupada o distendida. Su marido, Sebastián, y sus dos hijos, Pepe y Rosa, comentaban cómo, aquella inicial lástima de Lola se fue transformando en unos sucesivos sentimientos de compasión, de afecto y de ternura, que ella expresaba a través de los múltiples cuidados que le prodigaba: lo duchaba varias veces a la semana, lo peinaba y hasta lo perfumaba con una colonia perruna.

Pero lo que más llamaba la atención a los amigos que visitaban la casa era el confort de la caseta que le preparó en un rincón de su espaciosa cocina. Pepe –el que más molesto se sentía por este comportamiento de la madre- con indisimulado tono de indignación le repetía una y otra vez: “¡Hay que ver la habilidad que tienes para convertir a Rocky en un perro mariquita!”

Según unas investigaciones realizadas recientemente en la Universidad de Estocolmo, las nuevas generaciones de perros con pedigrí, normalmente sociables y curiosos por naturaleza, se están volviendo desinteresados, indolentes, tímidos y menos obedientes a las órdenes de sus amos. Han llegado a la conclusión de que estos perros están perdiendo los instintos que tenían sus predecesores. Según los análisis de varios especialistas, estos cambios de comportamiento obedecen a la excesiva “civilización”, “urbanización” o “domesticación” de unos animales cuyo hábitat natural no son las actuales viviendas urbanas donde, además de perder su fuerza, su agilidad y sus habilidades, se hacen perezosos, cómodos, torpes, amanerados y presumidos.

Reconozco –queridos lectores- que soy uno de esos comentaristas que adoptan cierta prevención a la hora de abordar asuntos relacionados con la disciplina, con la austeridad, con el sacrificio, con el esfuerzo, con la sobriedad, con el trabajo; les confieso que -debido a mi frivolidad- me preocupa que tachen mis comentarios de sermones o de piadosas recomendaciones ascéticas, pero no tengo más remedio que admitir que estos modelos de vida muelle que los adultos ofrecemos en la actualidad a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes, y que las blandas pautas de comportamiento que les transmitimos en la familia y que, además, el bombardeo publicitario que reciben de manera permanente les impiden que descubran la necesidad de cultivar esas virtudes que, fortaleciendo el cuerpo y el espíritu, los preparan para luchar en unas condiciones que cada vez les son más adversas.

Les juro que les digo la verdad si les cuento que un catedrático de universidad me confesó con toda seriedad que le gustaría ser rector para viajar en un conche de lujo conducido por un chófer oficial. ¿También creen ustedes que el lujo en los despachos, en los atuendos o en los vehículos es una exigencia ineludible para mantener la dignidad de un cargo de servicio público? ¿Piensan de verdad que, para inspirar respeto, son necesarios el derroche y la ostentación? ¿Creen que el buen gusto y la elegancia tienen mucho que ver con los presupuestos dedicados a gastos suntuarios? ¿Piensan de verdad que el buen gusto y la elegancia es igual que confort, la pompa y el boato? Nada me extrañaría que algunos piensen que estas ideas han de ser tachadas de fácil demagógicas.

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...