miércoles, 22 de abril de 2009

EL SUEÑO

José Antonio Hernández Guerrero

Les confieso que la visita que hice ayer al hospital no sólo ha removido ese fondo de ideas que permanecen estancadas en el fondo de mi conciencia sino que, además, ha deshecho muchos de mis tópicos sobre el bienestar, la felicidad e, incluso, sobre la salud. He llegado a dos conclusiones: la primera es que, en estos recintos alejados de la frivolidad, es donde más nos acercamos a la vida humana, y la segunda, que son estas personas cuyos problemas nada tienen que ver con las preocupaciones que nos acucian y con los valores hoy imperantes, quienes nos dictan las mejores lecciones sobre el arte de vivir.

En esta ocasión ha sido José Luis, un amigo de la infancia que, gracias a una delicada intervención quirúrgica que acaba de sufrir, y a la generosidad de una hermana suya, disfruta en la actualidad de un riñón nuevo. Me permito transcribirles casi literalmente las palabras con las que ha desdramatizado sus vivencias durante la dilatada estancia en el hospital.

Más de una vez -me dice José Luis- sentí que flotaba en el aire. Inmóvil y sin poder pronunciar palabras, me inquietaban más las preocupaciones de los seres queridos que me rodeaban, que mi propia enfermedad, porque, a pesar de los aparatos que tenía conectados a la mayoría de los órganos corporales o, quizás, gracias a ellos, no sentía dolores, no me atormentaban temores ni me afligían penas.

Pero es que, además, debido posiblemente a las sustancias que me inyectaban para aliviarme, vivía momentos maravillosos y sentía cómo, en mi interior, discurría, como un río, una vida fascinante mucho más atractiva de la que, hasta entonces, había protagonizado. Por eso no tenía ninguna necesidad de abandonar aquel lugar tan iluminado y hasta me molestaba que me tuvieran compasión por el estado en el que me encontraba. Vivir, pensaba, no es correr por montes y valles, no es transitar por calles y plazas: vivir hasta el fondo es profundizar en el interior de uno mismo hasta alcanzar una serenidad luminosa.

Es posible que, sin saberlo explicar, los seres humanos componemos nuestra vida de acuerdo con las leyes del amor y de la belleza, aún en los momentos de más profunda desesperación. Por eso, el temor a la muerte, que en algunos momentos aislados José Luis experimentaba, estaba compensado con el nacimiento de un amor intensamente bello.

En silenciosa concentración, a partir de las miradas que le dirigía a Teresa, la enfermera cuando entraba a controlar el suero, construía ensoñaciones bellas y placenteras. Su delicadeza, su simpatía y, sobre todo, su amabilidad –me explicaba José Luis-, fueron las razones que me liberaron de posibles angustias y las que me infundieron renovadas ganas de vivir.

Durante este mes intenso que estoy pasando en el hospital, si sufro algún temor, es justamente el de mejorar y el de que me den el alta. Siento cierto vértigo cuando me vienen al recuerdo las escenas de mi aburrida vida fuera de esta cálida habitación. De verdad que me da miedo regresar a la vida social y laboral, a esa interminable cabalgata de carnaval en la que desfilan cáscaras vacías lujosamente maquilladas y vestidas con ropa de diseño.

No hay comentarios:

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...