domingo, 27 de diciembre de 2009

La maldad

José Antonio Hernández Guerrero

Sin necesidad de caer en catastrofismos, hemos de reconocer serenamente que, a pesar de los indudables progresos alcanzados por la humanidad, aún quedan fondos tenebrosos de maldad, en amplios sectores de nuestro mundo contemporáneo, y charcos encenagados, en rincones oscuros de nuestra sociedad avanzada. Es cierto que la humanidad, globalmente considerada, ha progresado de manera ininterrumpida en los ámbitos científico, técnico, económico, sociológico, jurídico e, incluso, moral. A pesar de los graves problemas que padecemos en la actualidad, una consideración histórica desapasionada pone de manifiesto que hemos superado trágicas situaciones de mortandad, de enfermedad, de esclavitud, de injusticias y de guerras. También podemos constatar cómo, en muchas partes de nuestro mundo, gracias al progresivo imperio del Derecho, las relaciones sociales son más justas y más equitativas las reglas económicas. De manera progresiva -y, a veces a costa de sangre y de vidas- se va extendiendo la democracia apoyada en la valoración real de los ideales de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad.

Pero este reconocimiento de los progresos logrados, no debería impedirnos considerar el abandono y el menosprecio de unos valores éticos que son imprescindibles para el logro de una vida individual más digna y de una convivencia social más justa. Debería llamarnos la atención, por ejemplo, la reticencia de muchos intelectuales para abordar los temas relacionados con las virtudes morales y la escasez en los medios de comunicación de unas críticas serias sobre la proliferación de vicios éticos tan mortíferos como el odio, la envidia, la maledicencia, la calumnia, la avaricia o el orgullo.

Nos da la impresión de que denunciar la maldad que encierran algunos comportamientos depravados de personajes públicos puede sonar a consideraciones moralizantes y a sermones de piadosos predicadores, pero el hecho cierto es que, en el fondo de esas acciones que devastan la naturaleza, en las raíces ocultas de las injusticias sociales, de la siniestralidad laboral, de las calumnias con las que tratan de argumentar algunos políticos, de las corrupciones administrativas y, por supuesto, en las guerras internacionales, late un profundo vacío de esas virtudes que constituyen los cimientos de la integridad personal, y palpita la ausencia de esos valores que proporcionan cohesión a la estructura de las relaciones sociales y que han de guiar las decisiones y los comportamientos políticos por los senderos de la racionalidad.

Nos resulta fácil admitir el "mal de la naturaleza" e, incluso, tenemos cierta propensión a concederle una influencia determinante, pero, por el contrario, constatamos una sorprendente resistencia a reconocer que, en muchos rincones de nuestra sociedad y en capas profundas de nuestras entrañas personales, se agolpan montones de podredumbre y depósitos siniestros de maldad, ese veneno mortal que, inoculado en las arterias de este organismo inhumano, malea las relaciones internacionales entre los pueblos y provoca altercados políticos entre los partidos. La mayoría de los problemas graves que, en estos momentos, tiene planteados nuestra sociedad exige que revisemos unos valores morales que, de hecho, deberían fundamentar los objetivos que los partidos pretenden alcanzar e, incluso, las estrategias que emplean en sus actividades. Al lamentarnos del triste espectáculo que nos ofrecen algunos políticos no nos sirven los calificativos con los que valoramos los efectos devastadores de los fenómenos atmosféricos porque, en aquellos casos, se trata de acciones humanas volunta­rias, perpetradas por unos hombres dedicados a la destrucción de otros.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Pobreza, crisis, esperanza. Juan de Dios Regordán

Pobreza, Crisis y Esperanza son palabras con significado diferente, pero cogidas de la mano en los momentos actuales. La pobreza es hija de un presente injusto, con futuro incierto. A la pobreza están llegando cada vez más personas, producto de una crisis no sólo financiera sino de un sistema global caduco. Es un sistema que ha dejado de tener sentido social e incluso económico. Gran número de personas están siendo victimas de la crisis, perdiendo sus puestos de trabajo, pasando de la inseguridad a la precariedad en el empleo y a la pobreza.

La situación económica está afectando a toda la sociedad, pero de una manera muy especial a quienes menos tienen, a las personas más desprotegidas. La inseguridad se cierne en quienes han perdido su empleo y no se resignan a vivir de subsidios. Citemos algunos casos: Mujeres abandonadas por sus parejas y con cargas familiares, intentan sobrevivir a duras penas, si permanecen fieles a su dignidad de personas. Jóvenes con preparación y cualificación tienen que soportar la humillación de sueldos indignos. Peor lo tienen aquellos otros que sufren desempleo por su baja cualificación, que dificulta más aún su integración laboral y social.

Es indignante que los gobiernos para salvar el “sistema financiero global” les hayan inyectado grandes cantidades de dinero. Con sólo un uno por ciento de ese dinero entregado a los bancos se podría resolver el desastre de millones de personas que son víctimas de la hambruna. Pero hay que pagar la recompensa para mantenerse en el poder establecido. La crisis no es un casual. Es la consecuencia de una economía centrada en la acumulación, en la especulación sin importar los daños personales y medioambientales. Se ha creado una situación injusta, para hoy y para el futuro.

Hay que atreverse a decir que es imprescindible reflexionar y hacer propuestas, atajando las causas que han generado la situación actual, desterrando las operaciones de maquillaje, yendo a la raíz de las causas de la pobreza. Es urgente salir de la crisis, pero sin olvidar que el problema central es cómo resolver los problemas injustos que están destrozando a la humanidad. Por ello, con muchas dosis de esperanza, las soluciones han de tener presente lo concreto, sin olvidar al conjunto de la humanidad, desde una visión del bien común, de las personas de hoy y del futuro

En este mundo convulsivo, tenemos que ser personas de Esperanza y crear momentos de Esperanza. Tenemos, como ciudadanos, la obligación de exigir y aportar soluciones globales con actuaciones concretas. Es fundamental, por tanto, tomar conciencia de nuestro protagonismo y concebir la participación ciudadana como un derecho irrenunciable. Hay que proclamar que la gestión económica en democracia no puede ser responsabilidad exclusiva de las instituciones públicas ni de los políticos.

Todos tenemos un papel que desempeñar y hay que insistir en la participación ciudadana en las distintas organizaciones y plataformas sociales. La salida de la crisis pasa por lo comunitario, lo social y la cooperación. De lo contrario, estaremos apuntalando un sistema injusto y favoreciendo su repetición continua. Finalmente hay que afirmar que la pobreza se irradicará con la justicia, en la esperanza de que otro mundo es posible La crisis la superaremos si tenemos la esperanza y el coraje de erradicar la pobreza a través de un nuevo sistema participativo y justo.

sábado, 19 de diciembre de 2009

felicidades

José Antonio Hernández Guerrero

Sí, así: en plural y con minúsculas. Te repito esta fórmula tópica, sin preocuparme de que la consideres como una expresión vacía que te envío impulsado por la inercia de estas fechas. Te comprendo cuando me dices que el uso de estas expresiones tan consabidas te aburre por lo cansino que te resulta y que, a veces, te fastidia por su vaciedad, pero también sé lo mucho que disfrutas cuando saboreas unas sensaciones y unos sentimientos que, por haberlos experimentado durante tu niñez, se han incrustado en las fibras más íntimas de tus entrañas. Por eso repites año tras año que “la Virgen se está peinando entre cortina y cortina”, y por eso vuelves a paladear los mismos pestiños y aquellos polvorones de Estepa que tomabas en casa de tu abuela.

En esta ocasión, prefiero dejar toda grandilocuencia y huir de las abstracciones: te deseo, simplemente, “felicidades”. Dejo para otro momento la que escribimos con mayúsculas, esa Felicidad Eterna, Infinita y Absoluta. Me conformo con que te sigas llevando bien con tus gentes y, sobre todo, contigo mismo; es suficiente con que, a pesar de algunos achaques, recuperes y conserves la salud, el trabajo y el buen humor. Intenta evitar contagiarte con esos otros mensajes que, de manera machacona, nos transmiten los medios de comunicación. Te pido, por favor, que, al menos durante estos días, no leas las informaciones que nos hablan del descenso del PIB o del aumento del precio de la gasolina. En varias ocasiones hemos hablado de la escasa repercusión tienen en la felicidad los bienes que se venden en los supermercados.

A mí me gustaría que, durante estas fiestas navideñas, nos ejercitáramos en el arte de esperar: me refiero a la espera y a la esperanza. En esta época -en la que nuestras vidas están sujetas a horarios apretados y en la que el adjetivo “instantáneo” se ha convertido en un calificativo de valor- el verbo “esperar” se llena de connotaciones negativas. Sometidos a la presión de las urgencias, nos molesta esperar en la antesala de una consulta o guardar colas para comprar una entrada en la ventanilla de un cine. Las prisas hacen que disminuyan los bienes que, por su naturaleza, sólo pueden producirse de forma personal y lenta; me refiero a esos placeres profundos que, como afirma Enric Moliné, florecen tras el establecimiento de relaciones intensas e íntimas.

Estas fiestas navideñas nos ofrecen la oportunidad de producir y de compartir muchos de esos bienes personales que, en la actualidad, tristemente añoramos, esos gustos de los que, por culpa del exceso de trabajo y de cansancio, no podemos disfrutar. felicidades.

Una Iglesia del pueblo y para el pueblo

Encuentro del FORO andaluz DIAMANTINO GARCÍA
“Una solución a la escasez de vocaciones al sacerdocio”

El tema ha saltado a los medios de comunicación en estas últimas semanas: la alarmante falta de sacerdotes. Somos muy pocos y muy viejos. Más de la mitad de las parroquias de nuestro país no tienen cura fijo. He conocido en el Pirineo oscense un solo cura con 15 parroquias. Entre ellas la otrora sede episcopal Roda de Isabena en el medieval condado de Ribagorza. Los seminarios y noviciados están vacíos. Conozco un seminario andaluz que se construyó para albergar a cien seminaristas y en la actualidad tiene sólo cuatro. Se ven pocas perspectivas de que esto cambie. Por eso el Papa ha establecido un Año Santo Sacerdotal para que toda la Iglesia reflexione sobre el significado del sacerdocio y sobre la falta de vocaciones. Ante esta situación, ¿qué podemos hacer: lamentarnos, rezar o además buscar nuevos caminos, buscar alternativas? Son muchos los que optamos por esto último. Es más, pensamos que el Espíritu nos invita a la búsqueda de nuevos modelos, a la creatividad, a la audacia. Tal vez con nosotros va a morir un modelo de Iglesia y hemos de alumbrar otro. Pero más que mirar al futuro hemos de mirar al pasado, como nos aconseja el teólogo Castillo. En este caso, como se verá a continuación, el pasado, el primer milenio de nuestra Iglesia, nos ilumina .

La estructura de la Iglesia católica no ha sido siempre como hoy la conocemos. La Iglesia ha echado mano de estructuras, principios y formas de la sociedad y del estado secular de cada época. Así, por ejemplo, con la palabra presbítero se designaba a los senadores o ancianos consejeros en la asambleas civiles, la palabra episcopo designaba a los inspectores que garantizaban el orden correcto entre la ciudadanía, lo mismo puede decirse de los diáconos o camareros, esto es, los servidores de las comunidades. Hasta la palabra iglesia (asamblea de hombres libres) fue tomada del lenguaje laico de la época. Todas estas palabras pasaron pronto a las comunidades cristianas, pero no con el carácter que hoy tienen de autoridad y soberanía sino de servicio humilde a los hermanos. El término sacerdote no se usa en la iglesia hasta comienzos del siglo tercero, quizás por influencia del judaísmo y de las llamadas religiones paganas. Por este motivo hemos de ser conscientes que un cambio en la organización de la Iglesia no sería ninguna revolución, sería más bien una manera razonable de retomar una antigua tradición eclesial: aprender de la sociedad civil. Indudablemente la Iglesia de hoy tendríamos muchas cosas que aprender de la sociedad en la que estamos inmersos. Una sociedad cada día menos monárquica, menos piramidal, más democrática, dialogante, sinodal y solidaria. Por ejemplo, uno de los elementos más importantes de un estado de derecho es que el poder judicial sea independiente del resto de los poderes. El trato que la Congregación para la Doctrina de la fe da a los teólogos sospechosos es un gran escándalo. Y lo seguirá siendo mientras se reúnan en una sola figura (Congregación para la Doctrinad de la fe) el policía, el abogado del estado y el juez. Pero el miedo a lo nuevo nos impide avanzar.

Para dialogar en torno a estos temas, cerca de un centenar de laicos y curas, pertenecientes al Foro andaluz Diamantino García, nos hemos dado cita en Antequera hace unos días. Nos acompañó el prestigioso teólogo José M. Castillo quien, con su habitual lucidez y esmerada documentación, nos aseguraba que la tarea principal de Jesús de Nazaret no fue divinizar al mundo, como tantas veces se ha dicho, sino humanizar la religión. Por eso muere asesinado por lo dirigentes religiosos de su época, a los que no le interesaba humanizar sus prácticas religiosas, perder sus privilegios. Como Jesús pretendía lo contrario, no tuvieron más remedio que eliminarlo. Por tanto, hemos de tomar conciencia que en Jesús Dios se hace hombre para que nosotros sus seguidores, curas y laicos, nos esforcemos por humanizar nuestra sociedad: la religión, la política, la economía, la convivencia, las relaciones sociales, la familia, la empresa, la educación, etc. Hasta los curas, obispos, cardenales, monjas y frailes tenemos que esforzarnos por humanizarnos cada día más.

Según el teólogo Castillo, para renovar y vitalizar los ministerios o servicios en la comunidad tendríamos que volver a la Iglesia del primer milenio. Entonces no había falta de vocaciones. En los inicios del cristianismo el centro era la comunidad, y el quehacer fundamental del misionero o evangelizador era crear y animar comunidades cristianas. La comunidad elegía a sus ministros o servidores de modo democrático. Y para un periodo determinado (ad tempus). El elegido era una persona de la comunidad, hombre, mujer, soltero o casado. Los responsables nunca eran tenidos como jerarquía, palabra que como se sabe, significa poder sagrado. Ese poder sólo pertenece a Dios, ningún ser humano puede ostentarlo. Los responsables o dirigentes (como les llama el segundo Pablo), democráticamente elegidos y para un tiempo concreto, eran los servidores de la comunidad al estilo de Jesús.

No había problemas a la hora de celebrar la Eucaristía, pues eran conscientes de que quien celebra es la comunidad, si no hay ministro ordenado es toda ella la que celebra y recuerda el memorial de Jesús, como ya se hace en muchos lugares, pues el derecho de la comunidad a celebrar el recuerdo del Señor está por encima de que haya o no ministro ordenado. De manera parecida tendrían que nombrarse a los obispos, volviendo al sistema que instituyó uno de los mayores papas de la historia, San León Magno (Siglo V) Que cada Obispo sea elegido por el clero, aceptado por los creyentes de su comunidad diocesana y consagrado por los obispos de la provincia eclesiástica. Nos unimos a las reivindicaciones de los curas donostiarras al rechazar un pastor impuesto y no consensuado por las bases. Lo que ellos pretenden es establecer una disciplina muy antigua y que en la actualidad sigue en vigor en algunas diócesis de Suiza y Alemania. Habría que llegar a establecer periódicamente ( cada cinco años) sínodos regionales con un papel muy importante en la configuración de la doctrina y de la disciplina de la Iglesia.. En fin, necesitamos un nuevo modelo de organización eclesial. Mientras tanto, necesitamos laicos, obispos, curas y diáconos que sean capaces de oír, escuchar, convivir y compartir con todos, pero especialmente con las victimas del sistema, como lo hizo el cura Diamantino. ¡Sólo la compasión salvará a nuestro mundo y a nuestra Iglesia!

José Sánchez Luque

Foro andaluz Diamantino García

domingo, 13 de diciembre de 2009

La habilidad de leer

José Antonio Hernández Guerrero

Los recientes informes emitidos por los organismos europeos y por las instituciones españolas responsables de la enseñanza coinciden en que una de las deficiencias más graves de nuestro sistema educativo es la escasa habilidad de los alumnos para leer. Resulta una paradoja injustificable que, después de haber cursado largos años de Lengua Española, nuestros estudiantes carezcan de la destreza suficiente para enterarse, criticar y asimilar los escritos periodísticos, históricos, científicos o literarios. Tras estudiar múltiples definiciones de “las partes de la oración”, han hecho análisis gramaticales, pero cuando leen un editorial o un comentario de opinión son incapaces de extraer su sustancia y de valorar sus contenidos.

Aunque nos parezca una impertinente exageración, hemos de reconocer que, durante la segunda mitad del siglo pasado, era frecuente que los profesores de Lengua Española partieran del supuesto de que era más “científico” y más “moderno” explicar nociones complicadas de “Lingüística”. Nuestros alumnos conocían a la perfección las definiciones de Saussure, de Hjemsvlef, de Alarcos o Lázaro Carreter pero tropezaban con serias dificultades para resumir con sus propias palabras las ideas principales y los mensajes más importantes de las páginas que leían.

Estamos convencidos de que, para mejorar la calidad de nuestra enseñanza, más que dictar nuevas normas, hemos de cambiar las actitudes de los profesores: hemos de partir del supuesto de que, además de conocimientos, hemos de desarrollar destrezas, además de información hemos de proporcionar pautas para que los alumnos aprendan las habilidades de hablar, de escuchar, de comprender, de leer y de escribir. Lo mismo que se hace con el inglés o con el francés, las metas de las clases de español han de ser que los alumnos pronuncien, entiendan y escriban con mayor claridad, precisión y belleza.

Algunos profesores se sorprenden cuando escuchan que el objetivo común de los diferentes niveles de la enseñanza es lograr que los alumnos profundicen en los sucesos, que se adentren en sí mismo y que se acerquen a los otros; que escuchen y hablen con el fin de que se pongan en el lugar de los otros sin dejar de ser ellos mismos. Todas estas ideas me han acudido tras leer un atractivo libro que, titulado La comprensión lectora: propuestas para la atención a la diversidad en el aula, está sólidamente apoyado en las investigaciones realizadas por un equipo de coordinado por el profesor Antonio de Gracia. El cuaderno de prácticas es una amable invitación para que los alumnos, siguiendo el ritmo pausado de la tortuga de la fábula de Esopo, recorran “despacito, despacito”, un poquito cada día, el apasionante camino de la lectura comprensiva.

martes, 1 de diciembre de 2009

Temporal de Poniente

EL SACRISTÁN DE SANTA ANA


Queridos parroquianos:
Aunque preocupado por la incertidumbre de los resultados y bastante mosqueado por el pedazo de temporal de poniente con el que me encontré, el jueves pasado fue un día, que podría calificar como redondo para mí.
Si digo lo de preocupado, es porque me tuve que desplazar a la Residencia Puerta del Mar de Cádiz para hacerle una resonancia nuclear a mi nuevo nieto, que tan sólo cuenta con un mes de vida.
Pero sobre este tema, y sobre la frialdad e indiferencia de la administración y algunos profesionales del hospital, ya comentaré algo en otra ocasión.
Si digo lo de redondo es porque tuve la suerte y la ocasión de ver, saludar y compartir unos instantes con dos entrañables personajes:
Por un lado, darle un abrazo a mi querido y admirado Juan Cejudo, y por otro lado, ajustarle las cuentas a mi insigne y no menos querido párroco Luis Suárez. Sí señor! El mismísimo “Eugenio”! El auténtico, incombustible, ritual, paradigmático, modelo, ejemplar y prototipo “tocapelotas” en persona!
En cuanto a Juan, y corroborando la impresión manifestada por Guillermo, tengo que confesar que lo encontré con muy buen semblante. Tenía un aspecto jovial y saludable.
Mantuvo constantemente una actitud afable y cordial, mientras me contaba a media voz lo mal que lo había pasado y el largo y lento proceso de recuperación que, según los médicos, aún le queda.
Con la bondad y ternura que la caracteriza, Manoli, a pesar de los duros y malos momentos por los que está y ha tenido que estar pasando, estuvo complaciente y simpática en todo momento. Manoli debe ser una de esas personas abnegadas y reconfortantes que a uno le gustaría tener a su lado cuando aparecen las contrariedades, o en momentos de desaliento, desdicha o adversidad.
Fue simpático el hecho de que, nada más verme, me dijo: Yo no te conozco, pero tú eres Argumedo. Supongo que debe ser una visitadora asidua de nuestro blog y que me reconoció por la fotografía.
Así que Juan y Manoli, con todo mi cariño, os deseo una rápida y total recuperación, para que todo vuelva a la normalidad y pronto podáis estar en vuestra casa con los que os quieren y con los que sé que amáis. Un beso y un abrazo para ambos, también para Mª Ángeles y su marido y en especial para la tierna y entrañable Daniela.
En cuanto al carota de mi párroco, (perdón, a ver si me explico: lo de carota no lo digo porque tenga o pueda tener la cara más o menos dura, que también. No! Faltaría más. Es que, tanto él, como yo también, estamos sumidos en tal grado de alopecia, que la cara nos llega hasta la coronilla. O dicho de otra manera, que descuidadamente nos estamos dejando la frente.)
Decía que, después de 43 años, tuve la suerte y sentí la alegría de poderle dar un fuerte abrazo, mientras compartíamos unos calentitos y crujientes churritos acompañados de café con leche.
Como es habitual, repasamos y recordamos con nostalgia tiempos pasados, y, sobre todo yo, le pregunté por antiguos compañeros que quedaron atrás cuando me trasladé a Algeciras.
Fueron instantes cortos pero intensos y hasta simpáticos. Recuerdo que le referí un comentario que le oí a uno de los camareros mientras espera su llegada.
Este camarero decía, con la gracia y el desparpajo característicos de los gaditanos, que, con motivo de la visita que recientemente hizo a Egipto nuestro Presidente, estuvo visitando el Museo De Arte Faraónico de El Cairo, acompañado de la Vicepresidenta 1ª del Gobierno, Doña Mª Teresa Fernández de la Verja.
Y contaba que, al salir del museo, se le acercó un guardia de seguridad y le dijo tajantemente: Vd. puede salir, pero la momia la tiene que dejar dentro.
Qué arte!, Pa revolcarse.
Y poco más. Yo me marché al hospital a ver cómo iba el tema de mi nieto, con ganas de haber quedado más tarde para tomarme unas cañas y unas tapas de pulpitos o pulpitas aliñados.
Hoy retomo el reparto habitual de flores y en esta ocasión se la ofrezco a Manoli para que siga cuidando con la misma abnegación y cariño a nuestro querido Juan. Adjunto al mismo tiempo algunas fotos del evento.
Manolo Argumedo.

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...