jueves, 22 de noviembre de 2012

RESURRECCIÓN, RESUCITAR Y EMERGENCIA



El análisis de estos tres términos y de los que están relacionados con ellos morfológicamente requiere una previa contextualización, con el fin de no perdernos en vaguedades a causa de sus posibles connotaciones. Así que vamos a ceñirnos a un contexto general de hermenéutica bíblica y, dentro de este, a uno próximo expresado con el complemento “de entre los muertos”, traducción de ex mortuis y de ek tôn nekrôn, como lenguas bíblicas de los textos neotestamentarios, que son los pertinentes en nuestro caso.
Partiendo de este contexto como terminus a quo salta a la vista que su correspondiente terminus ad quem no puede ser otro que la Vida. Con esta palabra designamos ese principio del que participan vegetales, animales y seres humanos en el orden natural. Y en el sobrenatural, lo que podemos llamar corte celestial y el mismo Dios. Todos estos seres participan de la vida, pero analógicamente.
 Si atendemos a la analogía de proporcionalidad interna o propia, cada uno participa del mismo concepto de ‘vida’ en proporción al grado de ser. Los vegetales como vegetales, los animales como seres sensitivos y los hombres como seres racionales, y en la cúspide de los seres, el Ser Supremo. Se da la igualdad proporcional de un concepto que puede aplicarse a cada uno en sentido propio como expresión intelectual de algo que internamente existe en ellos, pero en proporciones diversas.
 Esta analogía es también de atribución interna en la que el supremum analogatum es Dios, en quien el concepto se realiza de forma plena e ilimitada,  y en los   analogados inferiores se realiza según la proporción debida a cada uno. Esta es la doctrina tomista, que en desacuerdo con la interpretación de Suárez y de Cayetano, defiende Santiago Ramírez O. P. en el vol. IV de su obra De Analogía, p. 1849, donde admite la complementariedad de ambos tipos de analogía entre Dios y las criaturas.
Con esta aclaración previa ya descartamos que la ‘vida’ a la que indirectamente hacen referencia los términos sometidos a análisis lingüístico sea la ‘vida terrena recuperada’, sino más bien la ‘vida gloriosa’ de la que tenemos noticia por la fe en relación a Jesús y a los bienaventurados que gozan de la visión beatífica.
Los términos mismos son metafóricos como todos los que se refieren a conceptos abstractos, aun los más sublimes. Aquí cabe la aplicación de la sentencia escolástica quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur: como seres compuestos de materia y espíritu los conocimientos que recibimos vienen envueltos en un ropaje sensible aportado por el mundo material que nos rodea.
La palabra RESURRECCIÓN, se descompone en dos prefijos, re- y sub- cada uno de los cuales puede adoptar diversas formas por influencia del entorno fónico, re- red- y redi-, ante consonante (re-cibir), ante vocal (red-actar) y ante consonante con vocal de unión (red-i-vivo) aparte de posibles asimilaciones consonánticas parciales o totales. De la misma manera sub- adopta la forma sus- (sus-traer),  sos-(sos-tener) y so-(soportar) además de las modificaciones debidas a asimilación parcial o total, u otros fenómenos fonéticos.
 La raíz de la palabra es reg, e igualmente puede aparecer en diversas formas por lo dicho anteriormente. En el caso presente aparece como rec. El sufijo –ción es transformación del sufijo nominal latino para nombres de ‘acción-resultado’ –tio- de tema nasal –n. La palabra latina de la que deriva es resurrectione(m). Por la pérdida de la-m, que era muda ante vocal inicial de la palabra siguiente, y posterior caída de la –e final, desembocó en resurrección.
La raíz indoeuropea es *reg, que aparece en sánscrito, râjâ: ‘rey’ y mahâ: ‘grande’, conceptos admitidos en nuestro diccionario en las formas “rajá” y “maharajá”, como préstamos directos o indirectos.
Su significado general es: ‘mover en línea recta’. Aparece en el verbo latino rego: ‘dirigir’, ‘gobernar’. Y en multitud de palabras españolas derivadas del latín: “regir”, “regencia”, “regentar”, “regular”, “regla”, “rey”, “recto”. Como puede observarse, todas poseen un valor positivo de ‘ordenación’, ‘rectitud,’ ‘dominio’ y,  por oposición, sugieren un ‘desorden’ o ‘situación  torcida o desviada’ que es el objeto de esa imposición de orden y gobierno.
Antes de aplicar estos datos etimológicos a la palabra que nos ocupa observemos que el verbo latino regere, como otros muchos de la tercera conjugación  latina, pasó en latín vulgar a la cuarta conjugación en la forma regire, razón por la que en español sólo hay tres conjugaciones verbales, y en la tercera de ellas está incluido el infinitivo “regir”.
 En compuestos de regere la raíz está en grado cero vocálico por efecto de una síncopa, por ejemplo en su-rg-ere/su-rg-ire. De esta segunda forma deriva el verbo español surgir y sus derivados.
Por tal motivo el participio correspondiente a resurrección, que sería “resurgido” o “resurrecto” (no atestiguado), se suple con resucitado, y el infinitivo “resurgir” es sustituido  por resucitar. De modo que cada uno de los términos que estamos analizando tiene su ventaja y su inconveniente en su aplicación a la designación de ‘la vuelta del Señor a la Vida’.
Desentrañando someramente la etimología de la palabra tenemos que el primer prefijo re- tiene el valor ‘vuelta hacia atrás’ del concepto expresado por el lexema.
 Parece ser que el referente es el adverbio retro: ‘atrás’, tal como vemos en la frase Vade retro: ‘retírate, vete para atrás’. El sufijo –tro es grado cero vocálico de –tero que significa alternancia y más tarde se aplicó a los comparativos griegos. En latín aparece en noster, vester, dexter, sinister, magister, minister.
Este valor de ‘vuelta atrás’ pudo quedar impreso en la partícula re- de re-tro y utilizarse para designar una de las direcciones de la acción, recíprocamente opuestas. Así  pro-mover / re-mover, sobre la base de mover forman una oposición equipolente en que cada término contiene un sema distinto, siendo expresado un término por el prefijo pro- y otro por el prefijo re-. En un contexto laboral el primer término significará ‘ascender de categoría’ y el segundo ‘descender de categoría o de escalafón’ o ‘ser apartado del puesto de trabajo’.
En un contexto culinario remover se opondría a mover en oposición privativa en la que el rasgo sémico distintivo lo posee el verbo compuesto, mientras que el simple, desprovisto de tal rasgo, contiene un valor genérico, más extensivo pero menos preciso. En este supuesto, en la expresión “remover el guiso” el prefijo re- adquiere un valor iterativo, mientras que el simple mover, como término no marcado, por sí solo no designa claramente el tipo de acción.
Todo esto demuestra que el valor de este prefijo es una combinación de su propio valor genérico ‘vuelta atrás’, del lexema al que pertenece, del temático o asunto del discurso, del situacional y de otros más que intervienen en el proceso del habla, como el cultural, social, etc. Esta condición afecta a todos los demás prefijos.
En cuanto al prefijo sub- su sentido como opuesto a super- es ‘abajo’ ya sea en sentido dinámico vertical ascendente o descendente o de reposo, según el valor del lexema.
Si resumimos los diversos valores estudiados, la resurrección es ‘la vuelta hacia atrás desde una posición de postración en un movimiento de recuperación de la rectitud y el dominio que se habían perdido’. Puede concebirse la muerte como postración y pérdida total de la energía vital, de la que se sale al recuperar el vigor  por el que el ser humano puede caminar erguido (e-rg –ido> erguido) y ejercer el dominio de sus actos.
Las precisiones que determinan este concepto y lo inscriben en un orden sobrenatural se obtienen via fidei por un don gratuito del mismo Cristo muerto y resucitado, pues si reducimos el análisis al plano lingüístico tendríamos un mero estudio filológico. Pero la hermenéutica bíblica, como se decía de la filosofía, ha de ponerse al servicio de la teología, de modo que los modestos conocimientos filológicos que, como en el caso presente, el intérprete posea, además del valor y dignidad que como producto de una actividad intelectual por sí mismos tienen, reciban nueva luz y nobleza de la intención teológica que los inspira.
Como en los comentarios que han originado este ensayito ha salido a relucir la palabra anastasis emparejada con la latina resurrectio en la literatura bíblica, bueno será hacer un esfuerzo por sacarle de las entrañas el sentido que encierra.
En ella descubrimos tres fragmentos: ana, sta y sis, un prefijo, una raíz y un sufijo. Prescindiendo de acentos y espíritus en la transcripción del griego, el prefijo ana- se opone a kata, con los valores que ofrece la oposición equipolente anabasis / katabasis, ‘subida’ / ‘bajada’ ‘retirada’. Se desprende, pues, que ana- significa en general ‘arriba’ y  kata- ‘abajo’ ‘atrás’, con las modificaciones ya mencionadas antes.
 Como curiosidad, el primer nombre proporciona a Jenofonte el título para su libro Anábasis y el segundo trae a la memoria la bajada o catábasis de Odiseo, entre la de otros héroes mitológicos, al reino de Hades, narrada en el Canto XI de la Odisea.
Volviendo a anastasis la raíz –sta- pertenece al verbo histêmi < sistêmi, verbo con reduplicación en el tema de presente con conversión de la sigma inicial en espíritu áspero, representado en la transcripción española por h-. La –a- breve del sustantivo alterna con la vocal larga –â- representada en jónico-ático por ê. (eta). El sufijo –sis es propio de sustantivos del que tenemos numerosos ejemplos en palabras cultas españolas como “síntesis”, “crisis”, “dosis” “tisis”.
El significado de la raíz es ‘estar en pie’ que justifica la acertada elección de la palabra anastasis para expresar el concepto de ‘retirarse o subir para ponerse en pie desde los muertos’ y, por otra parte, el acierto de su traducción latina por resurrectio, que recoge todos los semas de la palabra griega.
Añadamos para terminar que el verbo anistêmi, según el Diccionario Exegético del Nuevo Testamento de Hors Balz-Gerhard Schneider, Ed. Sígueme, Salamanca 1996, aparece 108 veces en el NT, de las cuales 72 corresponden a las obras de Lucas – Hechos. En 35 ejemplos tiene el sentido técnico de ‘levantar’ de entre los muertos (transitivo) o de’resucitar’ uno mismo de entre los muertos (intransitivo) con referencia a un individuo, a todos los muertos, o a Jesús.
El término RESUCITAR está compuesto de los dos prefijos ya estudiados, el segundo de los cuales está en la forma –su-, del tema –cit-, compuesto a su vez de la raíz –ci- y del sufijo iterativo –t-, y del morfema de infinitivo –ar.
La raíz indoeuropea es *kei-. Teniendo en cuenta que la i de la raíz funciona como semivocal, el grado cero vocálico de la misma es ki- representada en latín por ci-,  como aparece en el verbo ciere con el significado de ‘poner en movimiento’ y en los formados sobre esta raíz sufijada con la dental –t de valor iterativo, formando el tema ya mencionado cit- del que se derivan accitare, concitare, excitare, recitare. De los tres últimos, a su vez, se derivan los verbos españoles concitar, excitar y recitar.
Recitar tiene mayor interés para nosotros pues con la incorporación de un segundo prefijo –su- se obtiene  Re-su-cit-ar.
            De la misma raíz indoeuropea *kei en grado cero vocálico añadiendo el sufijo nasal -n se obtiene el tema *kin con el que se forma en griego el verbo kineo, del que se derivan algunos sustantivos españoles como “telequinesia”, “discinesia”, “quinestesia”, “cinematógrafo” y algunas otras.
            Entre resurrección y resucitar puede advertirse una leve diferencia de matiz. La primera expresa ‘rectitud’ ‘estabilidad’ ‘firmeza’ como rasgos sémicos aportados por la raíz i.e. *reg,  presentes también en el original griego anastasis por el valor de su raíz *sta. En cambio, resucitar indica mayor dinamismo, ya que la raíz expresa movimiento, como queda dicho. Una expresa el punto final de la resurrección, que es la estabilidad tras la postración de la muerte, y la otra el salto desde el sepulcro a la luz y la vida.
            La última palabra que nos queda por analizar es EMERGENCIA, que ha provocado este comentario con el único deseo de abordar desde otra vertiente el concepto más extendido hasta ahora por medio de los dos términos que acabamos de estudiar.
Nuestro querido  amigo José Antonio Carmona con la loable intención de procurar un sustituto para la palabra “resurrección”, a la que “una carga acumulada a través de los siglos” ha “desdibujado su significado”, propone el término “emergencia”, que, a su entender, expresa de manera más clara “la indicación hacia el Misterio”.
Fundamenta su propuesta en la exigencia o conveniencia de que al status de “hombre nuevo”, adquirido con la venida de Cristo y su obra salvífica, le corresponde una renovación del vocabulario, o al menos de ciertos términos que, como escribía Horacio en el Ars poética v.70, han caído desde su alto pedestal donde durante un tiempo eran honrados, y yacen olvidados o barridos por los vientos de la modernidad y la tiranía del democrático capricho: Multa  renascentur quae iam cecidere cadentque quae nunc sunt in honore vocabula, si volet usus quem penes est et ius et  norma loquendi
Reflexionemos, pues, sobre el sentido de esta palabra y de los miembros de su familia tales como “emerger, emergente, inmerso, inmersión, emersión e inmergir”
“Emergencia” es palabra derivada del latín  emergentia, participio plural neutro del participio de presente del verbo emergere.  En tales participios, nombres o adjetivos en nominativo/acusativo plural de género neutro como ta biblia, ‘los libros’ correspondiente al singular to biblion ‘el libro’, es fácil advertir el sentido colectivo y así fue cómo se siguió percibiendo cuando en español pasó al femenino singular: “la biblia”. En casos como el de la palabra emergentia > “emergencia”  ‘las cosas que emergen’ el sentido de los participios pasó a significar o ‘acción-resultado’ o ‘hábito operativo’ como en eloquentia >“elocuencia” o ‘virtud moral’ como en prudentia > “prudencia”.
Así que, por esa parte, no hay dificultad en que se emplee este término para el milagroso hecho que se pretende clarificar y rescatar de las nebulosidades que el tiempo ha depositado sobre él.
La dificultad que se prevé es la polisemia que le afecta, con la que se verá tan obnubilado en su sentido como el que, por diferentes motivos, se pretende sustituir.
El verbo latino emergere tiene el significado general de ‘salir del agua, salir de debajo de algo, o del fondo de una cosa’. Está compuesto del prefijo ex/e, la raíz de origen desconocido –merg- y sufijo de infinitivo –ere.
En la oposición equipolente, e-mergere / in-mergere en la que cada término presenta un rasgo distintivo diferente y opuesto, se descubre que frente al prefijo in- portador del valor ‘hacia dentro’ tenemos el valor de e- ‘desde dentro’. Por este camino tampoco habría obstáculo para su aplicación al concepto ‘salir de entre los muertos y del sepulcro y de la muerte hacia la vida’. No queda claro, por la ausencia del prefijo re- como en los anteriores casos, el concepto de ‘vuelta a’ ‘de nuevo’  pero se sobrentiende.
Si nos atenemos a la oposición igualmente equipolente e-mersus / in-mersus, sorprende que en el Diccionario Ideológico de don Julio Casares, Secretario perpetuo de la RAE, purista donde los haya, como puede comprobarse mediante la lectura de su obra Crítica profana, Colección Austral, nº 469, año 1944, 1º ed. y 1946, 2ª  ed. se registre bajo la entrada “inmersión”, aparte del significado astronómico ‘entrada de un astro en el cono de la sombra que proyecta otro’ la acepción de ‘acción de introducir o introducirse una cosa en un líquido’, definición que habría de forzarse para entender con ella el bautismo de inmersión, a no ser que consideremos al catecúmeno como una simple cosa.
De todas formas en la obra Sacramentos y culto en los Santos Padres de Jean Daniélou, p.70 se establece un paralelismo entre la destrucción del hombre viejo = inmersión / muerte de Cristo, por una parte, y la creación del hombre nuevo = emersión / resurrección de Cristo por otra, con estas palabras: “la destrucción del hombre viejo y la creación del hombre nuevo no se operan inicialmente en el bautizado, sino en Cristo muerto y resucitado” para insistir en que la eficacia de la inmersión para la purificación del pecado y de la emersión para la comunicación del Espíritu y el don de la filiación divina no es un acto de magia sino  que recibe toda su fuerza de la muerte y resurrección de Cristo (p.69).
El empleo de los términos  “inmersión” y “emersión” en un contexto bautismal garantiza plenamente su utilización. Para los Testigos de Jehová, si no estuvieran convencidos de ello, sería una buena noticia.
Sin necesidad de utilizar el bautismo de inmersión, cualquier catecúmeno podría confesar su fe en Jesús que padeció, murió y emergió de entre los muertos por nuestra salvación, sin recibir reproche alguno por parte del ministro del sacramento.
Más problemático sería si proclamara “la emergencia del Misterio-Cristo en la muerte de Jesús.” Y más aún si rematara tan solemne sentencia con el epitafio: “Jesús ha muerto. R. I. P”.
Cualquiera que fuera el desenlace de tan hipotético experimento quedaría por dilucidar, sobre la base de la función comunicativa del lenguaje, si la propuesta renovadora que analizamos, habría que limitarla ad usum privatum o extenderla ad usum publicum, en caso de que se albergara alguna esperanza de mejora comunitaria en una  percepción y vivencia más profunda y esclarecedora del Misterio.
Nuestra sensación es que la nueva “terminología” ocasionaría enojosos equívocos y situaciones embarazosas. Con expresiones como “Domingo de Emergencia” “Emergencia de Cristo”, “El maravilloso Cristo Emerso de mi cofradía” “La impresionante estatua en madera policromada del Cristo emergente del Greco”, su emisor vería irremediablemente obstruido el acceso a los ambientes civil, eclesiástico, cultural, académico, teológico, cofrade, tipográfico, museístico y algunos más, con la desagradable consecuencia de quedar reducido al más desolador de los aislamientos.
Por el contrario, con frases como “huevos de Pascua”, “roscón de Reyes”, “Martes de Pentecostés”, “Miércoles de Ceniza”, “huesos de santos”, “yemas de Santa Teresa”, “tetillas de monjas”, “noche de San Juan” podría uno recorrer más de medio mundo hispanoparlante, sin miedo a ser tildado de “más falso que Judas”, aunque sin la esperanza de ser considerado “más bonito que un San Luis”, sino más bien con la certeza de ser encasillado en la nómina de los que son “más viejos que Matusalén”.
Y ese inconveniente es muy grave. Además, la razón aducida de la “carga acumulada a través de los siglos” como explicación del oscurecimiento del término “resurrección”, habría de limitarse, en todo caso, al área occidental. En la Iglesia oriental los siglos no han oscurecido ni apagado el esplendor del arte, la liturgia, la arquitectura, la impresionante belleza de los templos. Allí se procura más la doxa o gloria que la sangre y tenebrosidad de la Pasión.
En este sótano de Europa prevalecen los crucificados y las dolorosas, el barroquismo del estremecimiento y de la pena, frente al hieratismo de iconos y pantocrátores. Aparte del día de los Difuntos y tres o cuatro Misas de difuntos al año, en las que sale a relucir la imagen de Cristo resucitado sobre el fondo negro de la muerte con aquello del vita mutatur non tollitur del Prefacio, para aportar consuelo a los dolientes con la promesa compensatoria de la participación en la gloria de la resurrección para aquellos que ya han compartido con el Señor de la Vida el dolor de la muerte, y la celebración del mismo Domingo de Pascua, pocas veces ha intervenido en nuestras vidas el pensamiento de la Resurrección.
Es poco probable que nuestro contacto con este misterio haya sido causa de su desgaste. Así que lo que se ha desfigurado y fraccionado, es la imagen real y la vivencia de Cristo, de su Resurrección y de todos sus misterios, no los términos lingüísticos en que se expresan. ¿Qué lugar ha ocupado Cristo en nuestra formación? ¿El centro y fundamento de nuestro cristianismo? ¿No se ha dispersado este en mil devociones marginales y recetas variadas para apuntalar nuestra piedad?
            Un ejemplo, entre otros muchos, es el que nos ofrece el libro tan recomendado y utilizado en noviciados y seminarios “Ejercicio de perfección y virtudes cristianas” del Padre Alonso Rodríguez. Ya la palabra “perfección” nos sugiere un trabajo minucioso, detallista y preciosista más propio de marquetería que de la frescura y espontaneidad de la vida. Pues bien, de las 1890 páginas de que consta, se dedican 133 a la meditación del  “tesoro de grandes bienes que tenemos en Cristo” y “del modo que habemos de tener en meditar los misterios de su sagrada Pasión”, un poco sobre la comunión y la santa misa, y aquí se acaba toda la “cristología”. Es decir, un apéndice a una selva de disposiciones, consejos, métodos, ejemplos sobre las virtudes cristianas, exhortaciones a cumplir los votos y remedios para combatir las tentaciones.
            Se ha reprochado a Santo Tomás el haber desplazado el tratado sobre Cristo a la tercera parte de la Suma. Esta crítica procede, en primer lugar, del desconocimiento de la estructura de la labor científica y el tratamiento de la sacra doctrina que imponía su época, a la que forzosamente había de acomodarse el Aquinatense y, en segundo lugar, a una visión “topológica” y no lógica del trabajo teológico tal como se concebía entonces. Si es teología, es decir, estudio de Dios, según Santo Tomás, como explica en la 1ª parte, cuestión segunda, en primer lugar hay que tratar de Dios, luego del movimiento de la criatura racional hacia Dios y en tercer lugar de Cristo, qui, secundum quod homo, via est nobis tendendi in Deum.
 Es decir,  Cristo es nuestro camino para llegar hasta Dios, la clave de bóveda de todo el edificio teológico, sobre el que se apoya la Trinidad, la creación, los ángeles, los hombres y su vida moral, a los que arrastra en comunidad eclesial y sacramental hasta Dios para cerrar el círculo de la historia.
Si este método dificulta la comprensión del papel central de Cristo en la teología y en la vida cristiana, volvamos a la Biblia, tomemos en una mano el himno del principio de la carta a los Efesios, y en la otra el prólogo del Evangelio de San Juan, y desde la tercera Parte de la Suma remontémonos al seno del Padre antes de todos los siglos, y contemplemos a Cristo como centro soteriológico del Universo y de la Historia, y a nosotros con él y en él como sus elegidos, hermanados con él en adoptiva y  divina filiación, destinados a la santidad, a la alabanza de su gloria, a receptores de una Luz que ilumina la Historia de la salvación, y descendamos para contemplar su concepción virginal, su nacimiento, su ministerio mesiánico, sus milagros, sus enseñanzas, su transfiguración, su pasión, su muerte, su resurrección, su ascensión, la efusión del Espíritu, su comunidad eclesial, la parusía en esperanza, la imagen totalizada de sus misterios, ese milagro de lo universal concreto que aglutina su persona, y proyectemos sobre él el rationabile obsequium de nuestra Fe.
Esta es la manera de redibujar su rostro no como simple causa exemplaris de nuestra vida sino causa formalis, de modo que el frío concepto aristotélico-tomista de forma substantialis quede impregnado, sobrenaturalizado y revitalizado por la forma christiana, que imprime en ella la presencia real y espiritual de la Santísima Trinidad, rebasando el espacio y el tiempo en la efusión de sus dones y la participación actual de todos los misterios concentrados en Cristo.
¿Habrá que recrear palabras para resaltar el Misterio, cuando lo vivimos desde dentro de nosotros mismos, cuando podemos convertirnos en sacramentos, como miembros de la iglesia, sacramento radical, y hermanos de Cristo, sacramento del encuentro con Dios, y tenemos su imagen viviente en la humildad y desgracia de los pobres, que a cambio de nuestro amor y ayuda fraterna, al entrar en comunión con ellos, nos ofrecen el Cristo que durante el calvario de sus vidas se ha ido marcando, sin saberlo ellos mismos, en el sacramento de sus maltrechas carnes?
También ellos se han incorporado a este  cristocentrismo, al que  han contribuido a partir de la tercera y cuarta década del siglo veinte, diversos factores como la renovación de los estudios bíblicos, el ecumenismo, el movimiento misional, la vuelta a la Patrística griega y latina, la reconstrucción de la fractura operada entre Teología-Espiritualidad, Biblia-Teología, Jerarquía-Laicado, A.Testam--N.Testam, Liturgia-vida cristiana, la consideración de los pobres como locus theologicus en la lista de los tradicionales loci de Melchor Cano, y la influencia de encíclicas como Mystici Corporis y Mediator Dei, que representan el reflejo de la investigación teológica en la Jerarquía de la Iglesia. Todo esto sin acudir al Vaticano II, crisol de todas estas tendencias.
Por último habrá que pronunciarse sobre la necesidad de la utilización de un término nuevo para el concepto recogido hasta ahora por “resurrección”, en consonancia con nuestro status de hombre nuevo.
Es verdad que Pablo nos exhorta a caminar “in novitate vitae”, pero ¿implica  esta exigencia cristiana hacerlo in novitate philologiae? Por coherencia teológica, si el principio gratia non destruit naturam sed perfecit eam ¿va a perfecciona la gracia a la naturaleza y a destruir, en cambio, un sistema lingüístico tan íntimamente integrado en la naturaleza de un grupo humano?
La renovación del hombre y su elevación al nivel sobrenatural de la gracia transforma y renueva e incluso trasmuta el sentido y la entraña del lenguaje pero no su materialidad  y su corteza fónica. En esa especie de “iniciación a la semántica cristiana” que se encuentra en el cap. 6 de la 2ª carta de San Pablo a los corintios, hay una trasposición de valores semánticos en la que la muerte se trasmuta en vida, la  tristeza se  en alegría y la pobreza en riqueza desde los distintos niveles de interpretación: quasi morientes, et ecce vivimus…quasi tristes, semper autem gaudentes: sicut egentes, multos autem locupletantes.
Esta es la única renovación que ha realizado el cristianismo: la de los significados y sentidos, no la de los significantes, que han sido extraídos del caudal de las distintas lenguas.
Tras este recorrido filológico-teológico se nos han mostrado los términos tradicionales “resurrección” “resucitar” y “resucitado”, capacitados por etimología y cualidades comunicativas para seguir cooperando a la predicación o kerigma del Misterio Pascual. Frente a ellos la opción de “emergencia”, privada de credenciales públicas, no ofrece las suficientes garantías para tal cometido, no por su contenido etimológico, sino por su escasa energía comunicativa, necesaria para desbancar a unos términos que cuentan con siglos de servicio a una comunidad de cerca de 500 millones de hispanohablantes.
Por todo lo cual respondeo dicendum con la misma respuesta enviada por el Papa San Esteban I a San Cipriano: Nihil innovetur, nisi quod traditum est, aunque unida a su traducción, para eliminar esa ambigüedad, propia del oráculo de Delfos, de que viene revestida: “Que nada cambie. (Manténgase) lo tradicional”. No la otra interpretación posible: “No se cambie nada sino lo tradicional”
¿Es que tal vez el Papa no quiso cogerse los dedos?

Juan de la Fuente

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