sábado, 27 de septiembre de 2008

DE PACO MELERO

EL LOCO DE LA SALINA

PEDAZO DE DÍA

Mis amigos de la capital no paran de meterse conmigo, porque el San Fernando ha perdido en su casa con el Cádiz, pero sorprendentemente ninguno me ha llamado para felicitarme en estas fechas por haber nacido un servidor en La Isla, cuna de la Constitución y lugar sin el que Cádiz no hubiera podido alimentar a su querida Pepa. Las cosas como son. Yo quiero que viva la Pepa, pero que nadie olvide el humilde rincón donde la parieron. El mundo está lleno de desagradecidos.

En todo caso, después hablaremos del partido.
Hasta el Director del manicomio ha tenido en cuenta la importancia de estas fechas y me ha dado unos cuantos días de permiso.
El miércoles 24 de septiembre estuve en La Isla y me lo pasé bomba, aunque esta palabra no es de mi agrado, ni por las que siguen poniendo los descerebrados, ni por las que tiró aquí un tal Napoleón, a quien Dios tenga en su gloria aunque bien controlado por mucho que se golpee el pecho con la mano pidiendo perdón.
Amaneció un buen día gracias a que los hombres del tiempo habían pronosticado lluvia por un tubo. Sonaban trompetas y tambores, pero yo fui a lo mío. Tenía una invitación para ir a ver a los Príncipes de España y no quise faltar a la cita. El Real Teatro de las Cortes estaba a tope. Después de esperar un buen rato aparecieron Felipe y Leticia. Les cuento mi impresión. Felipe es muy alto; más alto todavía. Cuando mira hacia abajo nos ve allí con las cabezas levantadas intentando verle la cara. Yo conocía a su padre, no solo por haberlo visto en los euros, sino porque ya vino por aquí hace un par de años.
Sin embargo el personal quería sobre todo ver a Leticia, entre otras cosas porque Felipe también estuvo aquí antesdeayer. Y sinceramente Leticia parece que no estaba. No sé si era por el contraste con la altura de Felipe o por la dieta a que debe estar sometida. Yo, sin ser endocrino, puedo afirmar a bote pronto que un gotero de garbanzos en vena podría sentarle maravillosamente, aunque con la máxima urgencia la obligaría a comer una cuantas tortillitas de camarones.

El acto fue cortito y, cuando nos fuimos a dar cuenta, ya los Príncipes habían desaparecido. Lo consideré normal, pues imaginé que habían ido a cambiarse para asistir al partido de fútbol que era lo realmente importante.
Vamos a dejarnos de pamplinas. Donde se ponga un San Fernando-Cádiz no se puede poner un choque entre la guardia salinera y la vanguardia napoleónica. De modo que aquí en La Isla se esperaba el encuentro con más ilusión que si hubieran resucitado los diputados de aquel 1810, convertido hoy en turrón del bueno.
La Historia lo transforma todo. Hoy el enemigo de La Isla era el Cádiz y el peor enemigo de Cádiz era La Isla, cuando hace doscientos años más o menos el enemigo común de las dos era Napoleón. Nunca digas de esta agua no beberé. Pero yo me fui de tapitas a la ruta del tapeo y por la tarde quedé con unos cuantos amigos para ver el partido. Medio Cádiz se dio cita en Bahía Sur y el otro medio se quedó pendiente de noticias. Cuando terminó la primera parte, llamé a mi hijo a Londres, porque, si aquí no te enteras del resultado hasta dentro de unos días, imagínese allí con el Liverpool, el Manchester, el Chelsea y compañía. Le dije: Oscar, vamos ganado tres a dos. El tres a dos se convirtió al final en un tres a cuatro, pero ya no lo he vuelto a llamar, porque las conferencias cada vez están más caras.
Hemos perdido. ¡Y qué! Se veía venir comparando los presupuestos de ambos equipos.
Como dijo García Lorca: “Y aquí pasó lo de siempre, murieron cuatro romanos y cinco cartagineses” Se equivocó por muy poco.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

EL LOCO DE LA SALINA



LAS INYECCIONES

Siempre que el médico, sin levantar la vista de la receta, pregunta a bocajarro si preferimos para el niño jarabe o inyecciones, todos lo tenemos bastante claro y elegimos el jarabe por no escuchar al niño, aunque haya que dárselo contándole la última filigrana de Spiderman. Hay un temor enorme a las inyecciones por aquello de que el culito tiene una sensibilidad especial, lo cual está más que demostrado, y no está pensado para que lo pinche cualquiera que pase por allí, teniendo además en cuenta que el culo no suele ser el culpable directo de la calentura. Además los jarabes de hoy, menos el de palo, tienen un sabor tan estupendo, que los niños llegan a cogerle afición y cariño, lo cal facilita enormemente la tarea.

Todavía recuerdo de pequeño aquella fascinante ceremonia con que el practicante realizaba su trabajo. Al final terminaba pinchando con sabiduría el correspondiente culo entre el alivio de los no afectados y las lágrimas de dolor del pinchado. El hombre llegaba a mi casa con la sonrisa dibujada en el rostro, como diciendo por la cara que el que bien te quiere te hará llorar. Se sentaba rodeado de mis curiosos hermanos, cuya primera intención era asistir al espectáculo sin sospechar siquiera que al terminar aquella liturgia uno iba a ser llamado al patíbulo y pinchado sin compasión. El practicante sonreía, sacaba sus avíos con mucha parsimonia, los ponía ordenados en la mesa y para empezar llenaba de alcohol una de aquellas diabólicas y alargadas cajitas de metal que tenían más tiros dados que los patos del parque. Con una pinza sujetaba la tapita, en cuyo interior lleno de agua había depositado la fatídica aguja. El momento más emocionante era cuando prendía fuego al alcohol. Todos clavábamos la vista en aquella tierna e incolora llama, mientras que el practicante suspendía la tapita con la aguja a dos dedos del fuego y esperaba tranquilamente. Ya sabíamos que cuanto antes se apagara aquello, antes llegaba la hora de la verdad para uno de nosotros. En ese momento mi madre agarraba firmemente al señalado por la mala fortuna de la enfermedad y los demás ya podíamos respirar y disfrutar sin coca-cola de la chispa de la vida.
Para el enfermo ya era tarde poder elegir entre inyección y jarabe. Entonces los jarabes eran más fuertes y además abrían las ganas de comer, lo cual, unido a la situación en que se encontraba el patio en aquella España para olvidar a pesar de lo de la memoria histórica, hacía que se uniera el hambre con las ganas de comer, nunca mejor dicho.

Bueno, y ¿por qué estoy contando estas cosas? Esta cabeza cada día me funciona peor. ¡Ah, por lo de los bancos! Por lo visto ahora los bancos se están poniendo inyecciones unos a otros a ver si se curan. Difícil, aunque con inyecciones de euros me curo yo también mañana mismo y me largo de este manicomio para los restos. El problema es que los bancos suelen tener los culos a su entera disposición y ya veremos quién sufre más por los pinchazos, porque yo nunca he visto cómo llora un banco, pero sí cómo llora cualquiera de los que se sientan en él. Por lo visto, hace unos días recibieron los bancos una inyección de un montón de euros, ahora están recibiendo otra inyección de otro montón de dólares y mañana ya veremos. Muy malito debe estar el enfermo, porque en estos casos ni se le ha preguntado si prefiere jarabe o inyección.

En todo caso, a mí que me den jarabe, que por estar sentado tantas horas en el patio no tengo yo el culo para muchas alegrías. ¿De qué estaba yo hablando?

Paco Melero


martes, 23 de septiembre de 2008

MIS RECUERDOS. Ernesto Caldelas Lobo


MI IMPRESIÓN DE LA SEGUNDA QUEDADA

Llegamos a Cádiz como si fuera principio de curso y puntualmente a las doce. Ahora íbamos sin el colchón y realizamos una hojeada a la puerta principal, por si acaso, efectivamente estaba cerrada a cal y canto y no había ningún compañero. Nos dirigimos a una de las tres puertas de la calle Magistral Cabrera, no llegué a llamar porque una señora en el balcón del primero, seguramente familia o vecina de la famosa “Loli,” que muchos recordarán, me tuvo que ver cara de seminarista todavía pues me dijo: “Para entrar en el Seminario es por aquella puerta y llame varias veces porque tardan mucho en abrir.” Por ello quiero hacer especial mención a esta señora y agradecerle el gesto amable porque, si no es por ella, muchos de nosotros no hubiésemos podido entrar.

Nos abrió el antiguo compañero y hoy superior del Seminario Antonio Torrejón, serio y amable. La entrada al edificio no se puede describir, me abrumaban los recuerdos después de 43 años, en mi caso, el patio del cuchillo, la noria con los azulejos, la vetusta campana que tocaba Lorenzo el portero ahora sin cuerda, las escaleras que tantas y tantas veces teníamos que subir o bajar por ellas recogiéndome la sotana que usaba con los calcetines y zapatos negros que yo, desde entonces, conservo y nunca he podido utilizarlos de otro color, la capilla con el sillón de Ferry y el órgano que tocaba Mañé, el salón con el púlpito donde hacíamos los actos de la academia o las obras de teatro al final de curso, el mismo comedor con sus mesas de mármol donde repartíamos la comida, la biblioteca donde colocábamos los instrumentos de la rondalla, una vez afinados, para despertar “dulcemente” a los demás al día siguiente, las habitaciones con sus ventanas en alto para que no pudiésemos mirar a la calle, etc.

Dentro nos esperaban los demás y el encuentro con los antiguos compañeros fue súper emocionante, después de tanto tiempo, con los misterios de la memoria haciendo de las suyas: recordaba la cara de Antúnez pero no me acordaba de su nombre, Vicente Pecino me recordaba a mí por la voz, que decía “Es inconfundible,” a Jesús Guerrero Amores le reconocí por sus gestos, a Paco Cianca me lo tuvieron que decir y le recordé, a su vez, cuando en el comedor tenía que pedir a través del torno: “¡La comida blanda para Cianca!” El se rió a mandíbula batiente y otro compañero le dijo: “¡Oye Paco! ¿eso es verdad?” y el contestó cuando pudo: ¡Si es verdad!, claro, si yo tenía el estómago hecho polvo por el stres.” La alegría característica de Basallote, las bromas de Rafael Pozo, etc.

El detalle de Luis Suárez que nos zampó una pegatina conmemorativa del acto y nos entregó una foto dedicada con el mayor cariño. He visto los recuerdos que hemos llevado entre todos, principalmente los libros que estudiábamos y hemos podido comer en las mismas mesas. La satisfacción fue enorme y un día de los más felices de mi vida.

He sabido de otros compañeros que al comentarles estos encuentros uno ha dicho que “¿esto para qué sirve?” y otro ha dicho que para qué va a asistir si él no es “nostálgico.” Pues yo lo siento pero si a algunos de nuestros antiguos amigos, después de los años vividos juntos, con estos actos y estos encuentros no sienten nada dentro, a estas alturas de la vida ni puedo ni quiero explicárselo.
Hasta la próxima.

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...