miércoles, 24 de septiembre de 2008

EL LOCO DE LA SALINA



LAS INYECCIONES

Siempre que el médico, sin levantar la vista de la receta, pregunta a bocajarro si preferimos para el niño jarabe o inyecciones, todos lo tenemos bastante claro y elegimos el jarabe por no escuchar al niño, aunque haya que dárselo contándole la última filigrana de Spiderman. Hay un temor enorme a las inyecciones por aquello de que el culito tiene una sensibilidad especial, lo cual está más que demostrado, y no está pensado para que lo pinche cualquiera que pase por allí, teniendo además en cuenta que el culo no suele ser el culpable directo de la calentura. Además los jarabes de hoy, menos el de palo, tienen un sabor tan estupendo, que los niños llegan a cogerle afición y cariño, lo cal facilita enormemente la tarea.

Todavía recuerdo de pequeño aquella fascinante ceremonia con que el practicante realizaba su trabajo. Al final terminaba pinchando con sabiduría el correspondiente culo entre el alivio de los no afectados y las lágrimas de dolor del pinchado. El hombre llegaba a mi casa con la sonrisa dibujada en el rostro, como diciendo por la cara que el que bien te quiere te hará llorar. Se sentaba rodeado de mis curiosos hermanos, cuya primera intención era asistir al espectáculo sin sospechar siquiera que al terminar aquella liturgia uno iba a ser llamado al patíbulo y pinchado sin compasión. El practicante sonreía, sacaba sus avíos con mucha parsimonia, los ponía ordenados en la mesa y para empezar llenaba de alcohol una de aquellas diabólicas y alargadas cajitas de metal que tenían más tiros dados que los patos del parque. Con una pinza sujetaba la tapita, en cuyo interior lleno de agua había depositado la fatídica aguja. El momento más emocionante era cuando prendía fuego al alcohol. Todos clavábamos la vista en aquella tierna e incolora llama, mientras que el practicante suspendía la tapita con la aguja a dos dedos del fuego y esperaba tranquilamente. Ya sabíamos que cuanto antes se apagara aquello, antes llegaba la hora de la verdad para uno de nosotros. En ese momento mi madre agarraba firmemente al señalado por la mala fortuna de la enfermedad y los demás ya podíamos respirar y disfrutar sin coca-cola de la chispa de la vida.
Para el enfermo ya era tarde poder elegir entre inyección y jarabe. Entonces los jarabes eran más fuertes y además abrían las ganas de comer, lo cual, unido a la situación en que se encontraba el patio en aquella España para olvidar a pesar de lo de la memoria histórica, hacía que se uniera el hambre con las ganas de comer, nunca mejor dicho.

Bueno, y ¿por qué estoy contando estas cosas? Esta cabeza cada día me funciona peor. ¡Ah, por lo de los bancos! Por lo visto ahora los bancos se están poniendo inyecciones unos a otros a ver si se curan. Difícil, aunque con inyecciones de euros me curo yo también mañana mismo y me largo de este manicomio para los restos. El problema es que los bancos suelen tener los culos a su entera disposición y ya veremos quién sufre más por los pinchazos, porque yo nunca he visto cómo llora un banco, pero sí cómo llora cualquiera de los que se sientan en él. Por lo visto, hace unos días recibieron los bancos una inyección de un montón de euros, ahora están recibiendo otra inyección de otro montón de dólares y mañana ya veremos. Muy malito debe estar el enfermo, porque en estos casos ni se le ha preguntado si prefiere jarabe o inyección.

En todo caso, a mí que me den jarabe, que por estar sentado tantas horas en el patio no tengo yo el culo para muchas alegrías. ¿De qué estaba yo hablando?

Paco Melero


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