sábado, 31 de enero de 2009

Autofagia

José Antonio Hernández Guerrero

Si, durante los primeros minutos, a Lola le hizo gracia aquel juego de Rocky, cuando, al cabo de un rato, advirtió que, además de excitarse repitiendo una y otra vez esos giros circulares, la cola le sangraba tan abundantemente que corría el riesgo de desfallecer, temió que, más que una diversión, ese comportamiento fuera un síntoma de algún desequilibrio psíquico. Tras comprobar cómo había perdido el interés por sus juguetes más apreciados, decidió llevarlo a la consulta del veterinario quien le diagnosticó un trastorno análogo al de la onicofagia, ese hábito tan frecuente de morderse las uñas, o al de la tricotilomanía, esa manía de arrancarse pelos para tragárselos. "Son conductas –le confirmó- que suelen ser síntomas de leves trastornos psicológicos como la ansiedad, el nerviosismo o la depresión".

Lola recordó cómo, en su adolescencia, ella también había experimentado esa misma extraña tendencia a la autofagia cuando, aburrida, nerviosa o impaciente, se zampaba los pellejos de los dedos, la carnecilla blanda del interior de las mejillas o las esquirlas resecas de la piel de los labios.

Hace escasos días, el Departamento de Justicia de Texas ha informado que Thomas Andre se acababa de arrancar y de comer el único ojo que le quedaba. El otro ya se lo había tragado él mismo cuando, en 2004, esperaba el juicio en el que sería condenado a muerte por asesinar a puñaladas a su esposa, a su hijo y a una hijastra de 13 meses, a quienes les extrajo el corazón para comérselo. Como le comentó su marido Sebastián –recuerden que es biólogo-, la autofagia, que la practican algunos microorganismos que consumen su propia sustancia cuando en su entorno no encuentran suficientes nutrientes; a veces, la observamos en algunos animales e, incluso, en los seres humanos, en los grupos sociales y, en especial, en los partidos políticos.

En la actualidad resulta alarmante comprobar cómo estas prácticas autodestructivas aumentan paradójicamente en aquellos grupos cuya supervivencia depende, precisamente, de la cohesión y de la colaboración de sus miembros. Constituye ya un tópico cansino reconocer que los enemigos más encarnizados están en el seno del propio partido. Lo más incomprensible de estos usos aniquiladores es el criterio que suelen aplicar para elegir a los camaradas que han de ser sacrificados: en estos casos no es –como hacen hacía Rocky- la cabeza quien muerde la cola sino, por el contrario, es la cola que, valiéndose de las estrategias más inverosímiles, eliminan la cabeza. Me refiero a ese canibalismo político que consiste en la autodestrucción apoyada, a veces, en tramas de espionaje como, presumiblemente, han realizado en la Comunidad de Madrid a miembros del propio partido. No son pugnas políticas planteadas en el ámbito de las ideas con el fin de llegar a conclusiones beneficiosas para la mayoría de los ciudadanos, sino luchas personales que pretenden destruir a los compañeros más valiosos desprestigiándolos, mediante maniobras reñidas con la ética o con golpes bajos inadmisibles en el juego limpio.

Recuerdo aquella ingenua anécdota del joven diputado que señalando a Churchill el banco del partido contrario le preguntó: ¿Es allí donde se sientan nuestros enemigos? Churchill lo negó con la cabeza y le explicó: "No se equivoque, allí se sientan nuestros adversarios. Nuestros enemigos se sientan aquí".

EL LOCO DE LA SALINA

LA LUZ Y SUS CONSECUENCIAS

Se cuenta en la Biblia (para más detalle, en el Libro del Génesis) que un buen día Yavé hizo la luz, la separó de las tinieblas y creó de una tacada la noche y el día. Desde ese preciso instante se puede decir que comienza la película y a renglón seguido la condena que atosiga a la Humanidad en el asunto de la luz.

Bien es verdad que, cuando Adán y Eva cogieron la manzana prohibida del maldito árbol y se la comieron, ellos mismos remataron la faena echándonos tierra encima para toda la eternidad. Se nos condenó de por vida a trabajar (condena por la que muchos suspiran por culpa de la crisis), a parir los hijos con dolor (evidentemente las mujeres y no precisamente en el Hospital de San Carlos), a irnos para los restos de aquel Paraíso tan bonito y finalmente a morirnos para que vivan los del Tanatorio, los del Seguro…, toca madera. Para nada se nos castigó a sufrir el calvario de la luz, porque se nos puso el sol gratis y la luna regalada.

Pero el hombre quiso ver más de la cuenta y metió su propia luz en las casas, cuevas, garitos…A partir de ahí comenzó el negocio y se comenzó a ver la posibilidad de apretar el limón hasta que doliera la mano de apretar.

Pero vamos al grano.
Endesa nos envió en diciembre una factura de la luz que era una bicoca. La factura tenía muy buen color. Como la manzana prohibida. Por lo visto estaba hecha a ojo de buen cubero y por la misma cara, ya que el empleado no apareció a ver el contador.

Esto lo hacen y lo harán en el futuro, porque ya ningún empleado pasará mensualmente a leer el contador, con lo simpático que era el hombre, sino cada dos meses. Sin embargo la factura sí va a pasar a castigar nuestra cuenta corriente todos los meses. Con lo cual ahorran empleados y a nosotros, los paganini, nos hunden en la miseria al segundo mes del parto. Hasta aquí es lo que hay en la superficie.
Pero la trampa es clara. Aquí el más tonto hace un avión de papel y vende los pasajes a manojitos.

El pirata inglés Francis Drake era como una inocente criaturita, si lo comparamos con lo que tenemos por delante. Como la luz sube en enero por ley, ahora en diciembre nos han cobrado menos consumo del real, pues el estimado que han cobrado es algo así como la cuarta parte de la factura bimestral del año anterior por estas fechas. Con otras palabras, nos están cobrando una pequeña parte del consumo real de ese último mes, para que en enero, ya con la subida, nos cobren bastante más del consumo real que hayamos tenido en ese mes, pero ya a precio nuevo con la subida.

¿Lo ven? ¿Han visto qué forma de aprovechar la subida legal? Más listos es imposible. Como somos diez millones de clientes, hagan cálculos y me lo cuentan.
Habrá que mirar la factura de diciembre, llamar a Endesa y reclamar dándole la lectura real del contador para que anulen la factura de diciembre y la sustituyan por otra. Y, si ya es tarde, que lo será, que no le apliquen la subida a todo el consumo que ellos pongan en la factura de enero. Quiere decir que, cuando nos vengamos a dar cuenta, ya tenemos las banderillas puestas en todo lo alto, al torero mirando al tendido y al toro de nuestra cuenta corriente echando sangre. Perdonen la metáfora, pero no la he empleado para ofender.

Digo todo esto, porque en el manicomio nos están apagando la luz y la calefacción a las ocho de la tarde con el frío que está haciendo. Y encima, algunos locos echan tanto de menos la luz, que ya no dicen que son Napoleón, ni Felipe II, sino Aladino o Campanita.

sábado, 24 de enero de 2009

La retórica de Obama

La retórica de Obama

José Antonio Hernández Guerrero

Sorprendentemente, Lola, al comprobar que Rocky no la esperaba como de costumbre a las puertas del Instituto, regresó a su domicilio especialmente contenta. En su recorrido de ida había advertido que su fiel acompañante había mirado con cierto desparpajo a Tara, a ese otro perro “compañero suyo, más pequeño de estatura, pero de una raza más noble y más cotizada que la suya” que, unos días antes, despertó aquellos celos que causaron su abandono del hogar familiar.

Lola no pudo contener su alegría cuando, ya muy cerca de su casa, comprobó que Rocky y Tara, sin pizca de resentimiento, jugaban mordisqueándose y revolcándose en el césped del jardín de enfrente. Cuando él se dio cuenta de que ella regresaba, corrió gozoso a su encuentro y, presto, entró en la vivienda. Durante todo el día no paró de expresar sus expansivas ganas de vivir. Lola no salía de su asombro al comprobar cómo esa incontenible alegría de Rocky sólo era explicable porque, de manera quizás natural, en sus entrañas se había volatilizado el odio, esa fuerza mortífera -homicida y suicida-, ese veneno pernicioso, ese virus contagioso tan difícil de controlar y tan imposible de disimular.

Animada con estas sensaciones positivas, Lola pasó la tarde contemplando por televisión el solemne acto de la toma de posesión de Obama y escuchando con atención su discurso de investidura. Los analistas políticos de los diferentes periódicos nacionales coincidían en que, durante la campaña electoral, este profesor universitario había puesto de manifiesto que, gracias a su calidad humana y a las destrezas que había desarrollado ayudado por un joven especialista en Retórica, era un maestro en el arte de la comunicación. Prestó especial atención tratando de identificar los procedimientos –los trucos decía ella- con los que “comería el coco” a los conciudadanos.

El nivel de asombro fue aumentando a medida en que comprobaba que esta manera de explicar sus ideas era totalmente opuesta a las fórmulas que, en nuestro ámbito, emplean los políticos. Obama, en contra de la arrogancia con la que suelen hablar los líderes ganadores, tanto en el contenido de su discurso, como en el tono con el que lo pronunciaba, daba explícitas muestras de modestia y de gratitud. Sus primeras palabras sirvieron de overtura de toda su declaración: “Me encuentro hoy aquí con humildad ante la tarea que enfrentamos, agradecido por la confianza que me ha sido otorgada, consciente de los sacrificios de nuestros antepasados”. Pero, de manera explícita, mostró su agradecimiento a su predecesor destacando sus “servicios”, su “generosidad” y su “cooperación”. Es cierto que sus propuestas seguían una dirección opuesta a las de Bush, pero también es verdad que, en ningún momento descalificó a su persona: “Agradezco al presidente Bush su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y la cooperación que ha demostrado a lo largo de esta transición”.

Lola soñó con el momento en el nuestros políticos –imitando el comportamiento de Rocky- extirpen el tumor de ese resentimiento que, nublándoles la vista, les ofusca la razón, les carcome los sentimientos más nobles y desacredita sus propuestas. Es doloroso comprobar –me dice- cómo nuestros líderes políticos, con la intención de ser más persuasivos, cargan sus propuestas con la pólvora mortal del odio sin advertir que, a la larga, pierden toda su credibilidad.

viernes, 16 de enero de 2009

Ladridos y palabras

Ladridos y palabras
José Antonio Hernández Guerrero

A pesar de la distancia que los separaba, Lola advirtió que Rocky –ese perro amigo que la había abandonado por celos- la seguía durante todo el trayecto hacia el Instituto.
Durante toda la mañana él permaneció recostado en la acera esperando que terminaran las clases.
Éste era el acuerdo tácito al que habían llegado al comienzo del curso: los dos estaban convencidos de que mezclar los asuntos profesionales con los familiares perjudicaba tanto al trabajo como a la familia.
Durante el regreso, Rocky la siguió a la misma distancia pero, cuando se aproximaron al domicilio, él se adelantó y la esperó delante de la puerta. Lola se hizo la despistada, entró, cerró la puerta y dejó a Rocky fuera.
Durante los cinco días siguientes los dos repitieron el mismo comportamiento con el fin de ocultar su incontenible y común alegría por el reencuentro y con la intención de enfatizar los mensajes entrecruzados que silenciosamente se enviaban.
Lola, con su aparente despiste, trataba de dar la impresión de que no lo había visto, y Rocky, con una forzada expresión de tristeza, subrayaba su profundo arrepentimiento por haber abandonado el hogar sin tener razones suficientes.
La separación espacial y el silencio temporal, aunque fueron breves, produjeron en los dos unos considerables efectos terapéuticos.
Rocky comprendió que aquella reacción suya había sido excesiva, y Lola comprobó cómo algunas ingenuas manifestaciones de cariño con otros seres e, incluso, con otros objetos, se prestan a peligrosas interpretaciones.
Los dos habían descubierto que marcar y respetar los territorios personales y guardar silencio antes de intervenir eran las condiciones indispensables para alcanzar éxito en las negociaciones. Tengo la impresión de que estos dos principios elementales son desconocidos por algunos de nuestros políticos y por muchos periodistas ya que, frecuentemente, confunden los papeles y hablan antes de pensar.
Estamos de acuerdo en que, cuando se producen fallos, hemos de denunciar a los responsables pero, a condición de que todos nos esforcemos por buscar sus orígenes, por elaborar un acertado diagnóstico y por aplicar los remedios eficaces. Por eso opinamos que mantenerse en silencio hasta que se serenen los ánimos evita que, víctimas de nuestros propios impulsos, lancemos ruidosos ladridos, y nos ayuda a encontrar palabras adecuadas.
La palabrería, por el contrario, desenfoca y distorsiona las medidas de los episodios y oscurece nuestra visión de la realidad. La más elemental lucidez exige que reconozcamos los errores, y la conciencia ciudadana nos impone la obligación de corregirlos.
Algunas reacciones incontroladas quizás resulten comprensibles en niños y en adolescentes, pero son inaceptables en los conciudadanos a los que les encomendamos la administración de nuestros asuntos públicos. Los errores más graves de la ministra Magdalena Álvarez no consisten, a mi juicio, en la falta de previsión ni en su acento andaluz, sino en la banalidad de las explicaciones y en la agresividad con la que las expone.
Los defectos de su pronunciación no se deben a su condición de andaluza sino a su torpeza para administrar los silencios y a su incapacidad para controlar el tono de su voz y para evitar que, cada vez que habla, los oyentes tengamos la impresión de que nos está riñendo.
Tenemos noticias de que el PP ha solicitado el asesoramiento de una empresa para mejorar la imagen de Mariano Rajoy.
Esperamos que, en vez de cambiarle la indumentaria, los gestos o su pronunciación gallega, le proporcionen fórmulas válidas y estrategias eficaces para callar más y para hablar menos.

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...