sábado, 24 de enero de 2009

La retórica de Obama

La retórica de Obama

José Antonio Hernández Guerrero

Sorprendentemente, Lola, al comprobar que Rocky no la esperaba como de costumbre a las puertas del Instituto, regresó a su domicilio especialmente contenta. En su recorrido de ida había advertido que su fiel acompañante había mirado con cierto desparpajo a Tara, a ese otro perro “compañero suyo, más pequeño de estatura, pero de una raza más noble y más cotizada que la suya” que, unos días antes, despertó aquellos celos que causaron su abandono del hogar familiar.

Lola no pudo contener su alegría cuando, ya muy cerca de su casa, comprobó que Rocky y Tara, sin pizca de resentimiento, jugaban mordisqueándose y revolcándose en el césped del jardín de enfrente. Cuando él se dio cuenta de que ella regresaba, corrió gozoso a su encuentro y, presto, entró en la vivienda. Durante todo el día no paró de expresar sus expansivas ganas de vivir. Lola no salía de su asombro al comprobar cómo esa incontenible alegría de Rocky sólo era explicable porque, de manera quizás natural, en sus entrañas se había volatilizado el odio, esa fuerza mortífera -homicida y suicida-, ese veneno pernicioso, ese virus contagioso tan difícil de controlar y tan imposible de disimular.

Animada con estas sensaciones positivas, Lola pasó la tarde contemplando por televisión el solemne acto de la toma de posesión de Obama y escuchando con atención su discurso de investidura. Los analistas políticos de los diferentes periódicos nacionales coincidían en que, durante la campaña electoral, este profesor universitario había puesto de manifiesto que, gracias a su calidad humana y a las destrezas que había desarrollado ayudado por un joven especialista en Retórica, era un maestro en el arte de la comunicación. Prestó especial atención tratando de identificar los procedimientos –los trucos decía ella- con los que “comería el coco” a los conciudadanos.

El nivel de asombro fue aumentando a medida en que comprobaba que esta manera de explicar sus ideas era totalmente opuesta a las fórmulas que, en nuestro ámbito, emplean los políticos. Obama, en contra de la arrogancia con la que suelen hablar los líderes ganadores, tanto en el contenido de su discurso, como en el tono con el que lo pronunciaba, daba explícitas muestras de modestia y de gratitud. Sus primeras palabras sirvieron de overtura de toda su declaración: “Me encuentro hoy aquí con humildad ante la tarea que enfrentamos, agradecido por la confianza que me ha sido otorgada, consciente de los sacrificios de nuestros antepasados”. Pero, de manera explícita, mostró su agradecimiento a su predecesor destacando sus “servicios”, su “generosidad” y su “cooperación”. Es cierto que sus propuestas seguían una dirección opuesta a las de Bush, pero también es verdad que, en ningún momento descalificó a su persona: “Agradezco al presidente Bush su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y la cooperación que ha demostrado a lo largo de esta transición”.

Lola soñó con el momento en el nuestros políticos –imitando el comportamiento de Rocky- extirpen el tumor de ese resentimiento que, nublándoles la vista, les ofusca la razón, les carcome los sentimientos más nobles y desacredita sus propuestas. Es doloroso comprobar –me dice- cómo nuestros líderes políticos, con la intención de ser más persuasivos, cargan sus propuestas con la pólvora mortal del odio sin advertir que, a la larga, pierden toda su credibilidad.

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