domingo, 24 de julio de 2011

¿En qué consiste la felicidad?

Los otros días, en una conversación, salió el tema.
Una vez tuve una discusión con un colega a causa de lo terriblemente desgraciada que era la vida de un conocido común. Él proponía hablar con él para echarle una mano altruistamente mientras que yo defendía que, mientras él no lo pidiera, nosotros debíamos respetar su deseo de disfrutar de sus somatizaciones, desgracias y paramales con las que tan a gusto se sentía en su vida diaria. “Chico, ni se te ocurra amargarle la vida convirtiéndole en una persona normal –le dije- ¿no ves que es feliz?”
¿En qué consiste la felicidad? Mis colegas no se han puesto de acuerdo todavía, ni creo que se pongan nunca. Por una razón: nos asusta la felicidad y, por ello, cada cual la rehuye como buenamente puede. Nos pone nervioso que durante varios días seguidos nos salga todo bien y enseguida nos alertamos: “Muy bien están saliendo las cosas, ¡algo malo va a pasar!” Como dijo mi colega Paul Watzlawich, “No nos hagamos ilusiones: ¿qué seríamos o dónde estaríamos sin nuestro infortunio? Lo necesitamos a rabiar, en el sentido más propio de esta palabra.”
Las mayores audiencias televisivas las obtienen los programas donde se llora, se sufre, todo el corazón encogido, se humilla al concursante o invitado y, además, termina mal. Eso es lo que nos va. Invito al lector –que espero lo esté pasando realmente bien al leer esto y confirmar así sus más secretos e inconfesables anhelos- a acudir a las puertas de los cines donde proyecten determinada películas. Es seguro que oirá comentarios como este: “Una película preciosa, lo he pasado fatal.”
Hagamos un somero repaso a la literatura universal.  Todos conocen “El infierno” de Dante y sin embargo “El paraíso” del mismo autor es desconocido. Y además, soso. Cualquier literatura donde el relato empieza bien, sigue bien y termina bien, aburre, sin embargo “Bodas de sangre” de Lorca nos llega al alma. Necesitamos que las cosas nos vayan mal. El hombre tiene una atracción fatal hacia la infelicidad. El principal de los principios de Las leyes de Murphy defiende que “si algo puede salir mal, saldrá mal” y esa es la razón del éxito del libro y de las francas sonrisas, principalmente en las élites, que provoca solamente comentarlo.
Indudablemente  hay determinadas situaciones durante la vida en las que nos permitimos sentirnos felices sin remordimiento por convención universal: cuando el primer amor (ahí no mandas tú sino tu descomposición hormonal), la boda, cuando tu país gana el mundial de futbol… y algunas más. Pero durante el resto de la vida, tendemos a buscar razones y conductas suficientemente eficaces como para sufrir de forma razonable. Hay varios caminos o vías para conseguirlo.
Una buena estratega para conseguir ser infelices es la localización externa de nuestras desdichas. Convencernos firmemente que nos va mal por culpa del jefe, de la pareja, del primo o del vecino de arriba. Se pueden alcanzar grados más sofisticados de atribución externa: mi mala suerte, el gobierno, o la tragaperras del bar de la esquina que está trucada la maldita. También sirve la creencia del maldeojo que me echaron de chico o las malaspasadas que el sino nos tendrá reservadas en la vida. El caso es quitarse de encima la responsabilidad de la propia desgracia y consecuentemente la posibilidad de enmendarla.
Otra estrategia es ser consecuente con tus principios, que nace de la convicción de que no hay más opinión correcta que la de uno mismo. Hay en los campos andaluces un aforismo que, cuando viene alguien con innovaciones en la solución de problemas, proclama: “¡No, no! Esto se hace a uso y costumbre.” Evitando así la apertura a nuevos y más eficaces estilos de vida que amortigüen la dureza de la misma y perpetuando su vida insoportable. Somos tan fieles a nuestro aprendizaje y principios adquiridos que aunque nos hagan polvo la vida, somos incapaces de traicionarlos. ¿Por qué, si no, nos cuesta tanto decir que nos hemos equivocado? Y en el fondo de nuestra alma somos infelices porque sabemos que estamos haciendo las cosas mal, pero nos sentimos incapaces de ser infieles a esos ancestrales principios. Aún en el caso de que nosotros mismos nos aconsejemos cambiar, no lo hacemos, consiguiendo con ello un estado de perfecta desdicha.
Otras estrategias son las reiteradas obsesiones con el pasado. Todo lo malo que nos pasó en alguna ocasión y que nos marcó, puede ser utilizado eficazmente para confirmarnos que nuestra vida debe ser infeliz: “Cada uno tiene lo que se merece, y yo también.”
Otra forma es estar convencido de la necesidad de ser perfectos. Esa es la mejor fórmula para ser rápidamente infeliz. Una vez en consulta, le pedí al paciente -terriblemente perfecto en el orden, la limpieza y las relaciones sociales, e infeliz por ello- que bajáramos a la calle. Le tiré sus llaves del coche a una alcantarilla no muy profunda y le pedí que las cogiera. Con muestras de enfado –ya que no había otra solución- levantó la rejilla, la cogió y las tuvo que limpiar. Al acabar, le dije: “Jo, macho, ahora apestas, pareces más humano.” Desconcertado se olió las manos y apareció en su cara una leve sonrisa (porque era inteligente) que fue el comienzo de su recuperación hasta que apareció la siguiente manía.
Otra forma: las profecías que se autocumplen sobre desgracias personales o colectivas. Os invito a leer –sin intención de donaros felicidad alguna- el cuento “Algo muy grave va a suceder en este pueblo” de García Márquez.  Para leerlo cliquear aquí. http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/ggm/algomuy.htm. Cuando aprendíamos a montar en bici, si nos fijábamos en un poste en la esquina, profetizábamos en seguida: ¡A que la doy! A que me la doy! Y, claro, te la dabas.
Pero lo curioso es que las profecías se cumplen desembocando en desgracias aunque tú las formules vaticinando lo contrario. Si odias el color verde, por ejemplo, y siempre repites: “Jamás me compraré un coche verde, jamás me compraré un coche verde.” ¿Sabes de qué color será el siguiente coche que te compres? Verde. Y serás desdichado que es lo importante.
Una última, para no cansar (que el cansancio provoca después una relajación acompañada de un sospechoso placer),  estrategia consiste en ser infeliz esperando que ocurra algo –que nunca ocurre- que nos haga feliz. Lo podríamos llamar “el suspiro de la dicha futura”. Toda una vida esperando que nos toque una lotería –por ejemplo- y sufriendo puntualmente cada semana por la mala suerte. O esperando que el mundo cambie a como nosotros deseamos y sintiéndonos infelices al comprobar que la maldad, la incompetencia y la necedad se desparraman por doquier.
Resumiendo. ¿En qué consiste la felicidad? Mis colegas no se ponen de acuerdo, ni creo que se pongan nunca. Te invito, amigo lector, a que la intentes definir tú.
Si algo, realmente, nos cae mal en esta vida es ver a alguien feliz. “Insensato” “Desgraciado” “Borracho” son algunos de los epítetos que se les dirige a los que intentan aparentar ser felices.
¡Después vienen los insumisos esos que tienen la osadía de hacer política en las plazas mientras bailan, ríen y hasta se quitan el frío de la noche follando bajo un toldo en el suelo de la Puerta del Sol! ¡Intolerable! ¡Impresentables!
Luis

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