miércoles, 30 de septiembre de 2009

LOS MAESTROS Y EL MES DE JULIO

He recibido del amigo Guillermo un correo con una misiva de maestros en el que, prácticamente, exhortan a la rebelión porque le van a obligar a trabajar el mes de julio. Por supuesto NO voy a "reenviarlo a todo maestr@ o profesor@".
Este panfleto me ha repateado de mala forma y creo que chorrea asco por todos los renglones.
Vaya por delante que soy un convencido defensor de que es necesario mejorar las condiciones de trabajo de este colectivo, tanto en revisar y reconvertir los Planes como en solucionar el problema de la violencia en las escuelas. Para ello me remito al comentario que hice al artículo "Disciplina y autoridad" de José Antonio Hernández Guerrero como prueba de mi opinión al respecto.
Pero una cosa es las condiciones de trabajo y otra muy distinta es el horario laboral.
Me pregunto si el que haya redactado este escrito se cree que el colectivo de los maestros es superior a los albañiles o si se cree superior a los pintores o a los conductores de autobús.
Me pregunto si el que haya redactado este escrito piensa que este colectivo está por encima de los médicos o los ingenieros o las enfermeras y enfermeros. Empiezo a creer que algunos maestros os sentís superiores al resto de los trabajadores.
Menos vosotros y la mayoría de los senadores y diputados, en este país se trabaja once meses al año. Los que trabajan a turno tienen más descanso pero eso es obvio; el cambio continuo de horario lo exige. Los autónomos son libres de fijar sus horarios pero lo normal es que trabajen 14 horas/día, seis días a la semana, doce meses al año.
Si vosotros trabajáis el mes de julio, aún os queda el mes de agosto y parte de septiembre, tres semanas en Navidad, la semana blanca (que no entiendo cómo se os ha permitido ese invento) y algunas que otras fiestecillas en días laborales que os sacáis de la manga. O sea: más de dos meses de vacaciones al año. Eso, trabajando en julio.

Y que conste que el mes de julio no sería para alargar el curso escolar, pero existen lo que se llama cursos de verano, clases de recuperación o apoyo, actividades creativas, etc.
Y ahora el que haya redactado este escrito exclama horrorizado que os van a tratar como a profesionales de escuelas guarderías ¿Pero es que acaso el que haya redactado este escrito cree que sois más que esos profesionales de las guarderías para permitirse hablar con ese desprecio?
Pues ¡claro que muchos de vosotros tenéis vida familiar que conciliar!, igual que la mayoría de los currantes hoy en día, por eso deberíais tener 30 días de descanso al año, como todo quisque.
Ya está bien de permitir a algunos pregonar este corporativismo que se cree superior y especial incluso por encima de los profesores licenciados.
Leyendo detenidamente esta misiva, vuestro retrato no sale muy favorecido: engreídos, sin atisbo de conciencia social, capaz de amenazar con hacer daño a la sociedad para revindicar vuestras injustas pretensiones, insolidarios, manipuladores... Os lo digo de corazón: vuestro retrato ha salido hecho un asquito en este escrito.

Conozco a muchos maestros vocacionales ante los que me quito el sombrero y a los que admiro.
Pero también es verdad que otros muchos dejan bastante que desear en voluntariedad.
Sospecho –y me gustaría- que esa misiva la haya redactado y enviado el sindicato de los maestros (las motivaciones de los sindicatos actualmente -todos lo sabemos- no siempre son limpias) y que no sea el sentir de todos vosotros.
Luis Vallecillo

domingo, 27 de septiembre de 2009

Y OLÉ A LA ALIANZA DE CIVILIZACIONES

EL SACRISTÁN DE SANTA ANA

¡El mundo entero necesita un líder como éste!

Kevin Rudd, Primer Ministro de Australia

A los musulmanes que quieren vivir bajo la ley Islámica Sharia se les dijo el miércoles que se vayan de Australia, cuyo gobierno ha emprendido una campaña contra los radicales en un esfuerzo para evitar potenciales ataques terroristas.

También Rudd despertó la furia de algunos musulmanes Australianos cuando declaró que él ha dado todo su apoyo a las agencias de contrainteligencia australianas para que espíen las mezquitas que hay en la nación.
Citamos:
"SON LOS INMIGRANTES, NO LOS AUSTRALIANOS, LOS QUE DEBEN ADAPTARSE. O lo toman o lo dejan. Estoy harto de que esta nación tenga que preocuparse si estamos ofendiendo a otras culturas o a otros individuos. Desde los ataques terroristas en Bali, estamos experimentando un incremento del patriotismo en la mayoría de los Australianos."

"Nuestra cultura se ha ido desarrollando durante dos siglos de luchas, tribulaciones y victorias por parte de millones de hombres y mujeres que buscaban libertad"

"Hablamos principalmente INGLÉS, no Libanés, ni Árabe, ni Chino, ni Japonés, ni Ruso o cualquier otro idioma. De modo que si Usted quiere formar parte de nuestra sociedad, aprenda nuestro idioma."

"La mayoría de los australianos creen en Dios. Esto no es una posición Cristiana, política o de la extrema derecha. Esto en un hecho, porque hombres y mujeres cristianos, de principios cristianos, fundaron esta nación. Esto es históricamente comprobable. Y es ciertamente apropiado que esto aparezca en las paredes de nuestras escuelas. Si Dios le ofende a Usted, sugiero que considere vivir en otra parte del mundo, porque Dios es parte de nuestra cultura." "Aceptamos sus creencias y sin preguntar por qué. Todo lo que pedimos es que Usted acepte las nuestras, y viva en armonía y disfrute en paz con nosotros."

"Éste es NUESTRO PAÍS, NUESTRA PATRIA y ESTAS SON NUESTRAS COSTUMBRES Y ESTILO DE VIDA y PERMITIREMOS QUE DISFRUTEN DE LO NUESTRO, pero cuando dejen de quejarse, de lloriquear y de protestar contra nuestra bandera, nuestra lengua, nuestro compromiso nacionalista, nuestras Creencias Cristianas o nuestro modo de Vida, le animamos a que aproveche otra de nuestras grandes libertades Australianas, "EL DERECHO DE IRSE."

"Si Usted no está contento aquí, entonces VÁYASE. Nosotros no le obligamos a venir aquí. Usted pidió emigrar aquí. Así que ya es hora de que acepten el país que les acogió.

Manolo Argumedo

viernes, 25 de septiembre de 2009

Disciplina y autoridad

José Antonio Hernández Guerrero

Vaya por delante mi explícita adhesión a los lectores que solicitan que los gobernantes nos dicten normas claras con el fin de que se mantenga el orden en las clases e, incluso, a los que piden que se arbitren unas sanciones proporcionadas que faciliten la observancia de la disciplina en el ámbito de la enseñanza y de la educación. Si estamos de acuerdo en que exigir disciplina en cualquier tarea colectiva es una necesidad indiscutible, es razonable que, en la actividad docente, impongamos el acatamiento racional de unas reglas de comportamiento que, en primer lugar, ayuden a crear una atmósfera propicia para la comunicación y que, además, hagan posible el orden necesario para la labor docente del profesor y para los quehaceres discentes de los alumnos. El orden y la disciplina, además, son valores que hemos de transmitir en la escuela a través de explicaciones claras y convincentes, y son unas virtudes que hemos de inculcar, sobre todo, mediante el ejercicio de unas prácticas adecuadas que creen unos saludables hábitos de comportamiento.

Pero no podemos confundir los conceptos de “orden” y de “disciplina” con el de “autoridad”: el orden podemos lograrlo mediante la exigencia de unas pautas disciplinarias, pero es imposible imponer la autoridad a través de normas y, mucho menos, aplicando castigos. El orden –como sabemos- consiste en la disposición espacial, temporal o lógica de objetos o de acciones, mientras que la autoridad radica en el crédito, en la consideración, en la credibilidad y, sobre todo, en el respeto que inspiran un hombre o una mujer, un objeto o una acción.

Los profesores –arquitectos de seres humanos-, además de personas dotadas de un determinado perfil psicológico, son “personajes públicos” oficialmente preparados para cumplir una importante función reconocida socialmente; además de individuos dotados de rasgos –de virtudes y de defectos- físicos, psicológicos y morales, son profesionales que desempeñan una delicada tarea pública, son un actores que encarnan un prestigioso papel social. El buen profesor es el que logra que su personalidad, que su talante y su temperamento personales no anulen su figura como “maestro”; el que, en el aula, no es el amigo o el colega del alumno sino su profesor.

Hemos de reconocer, además, que su eficacia docente depende, en gran medida, de su auctoritas, de su prestigio académico que está determinado por los estudios que ha cursado y por los resultados que ha obtenido a lo largo de su trayectoria profesional. Su crédito depende de la reputación que él mismo se ha labrado gracias al acierto de sus enseñanzas. El profesor ha de ser consciente de que sus palabras convencen y persuaden -además de por la coherencia lógica de sus argumentos o por la fuerza expresiva de sus recursos retóricos- por la credibilidad que inspiran sus actitudes y sus comportamientos.

Aunque es posible que a muchos les sorprenda, me atrevo a afirmar que los profesores deberían ser conscientes de que, en cierta medida, es necesario que sus figuras estén rodeadas de un aura profesional y moral, de ese prestigio que envuelve a las personas que sobresalen por sus conocimientos científicos, por sus habilidades profesionales y por su rectitud moral. La delicadeza, la complejidad y la responsabilidad de sus diferentes tareas exigen que su persona esté envuelta en una aureola que nos despierte respeto y que nos mueva al reconocimiento.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Telenseñanza

José Antonio Hernández Guerrero

La Consejería de Educación de la Junta de Andalucía ha informado que, entre las novedades que se han programando para este curso, destaca la incorporación de los ordenadores portátiles a la enseñanza. Concretamente, durante este curso, a partir de enero, todos los colegios públicos y concertados recibirán un ordenador portátil para los alumnos de quinto y sexto de primaria: 173.000 jóvenes podrán llevarse el ordenador a su respectivos hogares para hacer los deberes.
Celebramos esta generosa decisión de igual manera que también hubiéramos aplaudido regalos de libros, de cuadernos, de compases y de lápices de colores: todos estos artículos son herramientas que facilitan el duro y el largo trabajo de aprendizaje de las diferentes ciencias y artes. Reconocemos también las ventajas de los ordenadores que, como es sabido, son instrumentos –hoy imprescindibles- que nos proporcionan una amplísima y cómoda –aunque no siempre rigurosa- información, y nos ofrecen la posibilidad de escribir, corregir, mejorar y archivar los propios textos.
Pero hemos de tener en cuenta que la enseñanza -y mucho más la educación- es un proceso de comunicación interpersonal y un diálogo presencial cuya eficacia depende, sobre todo, de la influencia que ejerce el profesor y de la atmósfera que se respira en la escuela. No debemos olvidar que la enseñanza es una actividad delicada y compleja que abarca diversos ámbitos que, convergentes y complementarios, son imprescindibles: el profesor, además de una información actualizada, ha de proporcionar unos métodos de aprendizaje, ha de desarrollar diversas destrezas y, con sus actitudes y comportamientos, ha de estimular hábitos saludables y, sobre todo, ha de transmitir valores.
Ya sabemos que, con el ordenador, el alumno no sólo memorizará con mayor facilidad todos los ríos y afluentes de Europa, sino que, además, se paseará virtualmente por ellos, penetrará gratis en los principales museos, subirá a la Torre Eiffel, descenderá a las cuevas de Altamira e, incluso, podrá convertir su habitación en la mejor biblioteca, pero no estoy tan seguro de que, sólo con la ayuda de Internet, desarrolle, por ejemplo, su capacidad crítica, su sensibilidad estética y su destreza literaria.
Aprender no es sólo almacenar informaciones sino digerirlas jerarquizándolas, interpretando sus significados y valorando su importancia, su utilidad y su repercusiones en la vida individual, familiar, social y política. En resumen, podemos afirmar que la meta de la enseñanza y de la educación es ayudar al crecimiento humano de los alumnos. Como me comenta Antonio Cantizano, la mejora de las infraestructuras y de las herramientas pedagógicas, el perfeccionamientos de la metodología didáctica y la adecuada selección de los contenidos contribuyen de manera muy positiva a elevar la calidad de la enseñanza, pero hemos de reconocer que estas metas necesarias no son suficientes. En nuestra opinión, la inversión más rentable en educación es la dedicada a la selección, a la motivación y a la actualización permanente de los profesores. Estamos convencidos de que la reforma educativa se ha de cimentar en la calidad humana, en la vocación docente y en la preparación científica, lingüística, artística y pedagógica de los “maestros”. En ellos es donde las administraciones públicas, las instituciones privadas y los demás miembros de la sociedad hemos de concentrar nuestros esfuerzos.

domingo, 13 de septiembre de 2009

CONTESTACIÓN DEL ALCALDE A VARELA

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Recibí su pringosa carta y perdone que no le haya contestado antes, pero es que me tienen loco entre una cosa y otra. La última es que los obreros del tranvía han sacando a flote un montón de cañones de cuando vino Napoleón, y ahora tengo que pensar dónde los vamos a colocar antes de que se los lleven fuera que es la costumbre que aquí se estila. Trillo, persona non grata aquí en La Isla, a pesar de mandar ahora menos que yo en mi casa, es capaz de llevárselos a Cartagena para ponerlos en la entrada de la Escuela de Artillería que ya se llevó en su momento. Total, que me tienen loco. Sin embargo no quería dejar pasar más días sin contestarle.
Como usted mismo dice, el arquitecto que diseñó la Plaza del Rey no pensó en ningún momento que usted estuviera allí en medio con su caballo, rodeado de un estanque sin sentido y en lo alto de un peñasco artificial por mucha predilección que La Isla le profesara. Es más, si se lo llega a imaginar, le da el infarto encima de los planos. Lo mismo le digo sobre el Premio Nóbel que obligó a poner el Corazón de Jesús en la fachada principal del Ayuntamiento. La cuestión es que lleva usted ahí la tira de años y comprendo que se queje de su nada envidiable situación. Le comprendo sobre todo por las cagadas de las palomas. Sé lo molesto que es eso, porque a mí también me caen cagadas de gaviotas continuamente, aunque éstas me las he buscado yo solito. Si yo le contara. El otro día me echó la bronca mi señora porque llevaba en la chaqueta una miserable cagadita de paloma. Y yo, mientras aguantaba el broncazo, pensaba en usted y en el mérito que tiene permanecer callado más de sesenta años con ese impresentable abrigo. Usted lo que quiere es que lo quitemos ya de la Plaza del Rey y que lo pongamos en un lugar más discreto. Le voy a ser sincero, es complicado. Bastantes líos llevo ahora mismo entre manos, como para meterme en otro charco. Aunque usted exponga en su carta que antiguamente señalaba con su magnífico dedo hacia un freidor que había enfrente y se pregunte desconcertado hacia dónde está señalando ahora, le puedo decir que ahora es precisamente cuando está prestando un extraordinario servicio a esta ciudad. Le explico. El gobierno ha regalado una bombilla de bajo consumo a cada hogar. Por favor, no se ría. Es cierto. Pues bien, tenemos que ir a recogerla a Correos. Por favor, si se sigue riendo, no le cuento más cosas. Ahí es donde entra usted con su impagable dedo señalando exactamente las oficinas de Correos para que ningún ciudadano se confunda y vaya al sitio, aunque después guarde treinta horas de cola y al final le digan que no hay existencias. El año que viene regalarán otra bombilla y así sucesivamente, de modo que yo calculo que hasta el año 2.050 tiene usted trabajo asegurado señalando y nosotros habremos podido sustituir al menos las lámparas del salón.
A veces pienso que usted se queja por vicio. Mire usted el Cardenal Spínola. Nació aquí en La Isla. Fue muy célebre y casi tan buena gente como yo; sin embargo ahí lo tenemos callado detrás de Capitanía, sin caballo, sin fuente, sin abrigo y dando solamente la cara encima de una columnita, como si el “obispo de los mendigos” no se mereciera mucho más que usted.
Bueno, en todo caso estudiaremos su petición y formaremos una comisión, a ver si así enterramos el tema de una vez. Lo del dinero perdido ni me lo miente. Ya les he dicho a los del tranvía que busquen bien y que menos cañones y más bolsas llenas de pasta.
Yo también le daría un fuerte abrazo, pero lo que me faltaba es que mi esposa me viera abrazándole con la de mierda que lleva encima.


EL LOCO DE LA SALINA
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TELETRABAJO

José Antonio Hernández Guerrero

Según los medios de comunicación, algunas empresas proyectan proporcionar ordenadores portátiles a los trabajadores con el fin de que, si éstos se contagian de la gripe A, sigan desarrollando en la cama las tareas laborales. Con esta medida pretenden que se mantenga el nivel de productividad. Por otro lado, también hemos tenido noticias de que el Ministro de Educación, Ángel Gabilondo, ha prometido que firmará un convenio con todas las Comunidades Autónomas con el propósito de que todos los alumnos de 5º de Primaria posean un portátil con el que puedan seguir aprendiendo en sus respectivos hogares. Ya es sabido que, gracias a la teleinformación, podemos leer los periódicos sin necesidad de acudir al kiosco y que, a través de la teletienda, podemos comprar los productos sin hacer colas en los mercados.


No tengo la menor duda de que los progresos de la telemática –teleinformación, telenseñanza, teletrabajo y teletienda- nos proporcionan notables ventajas para el trabajo, para el estudio, para el negocio y para la diversión, pero no me atrevo a afirmar que, de esta manera, se mejore la calidad de los trabajos o se eleve el nivel de nuestro bienestar individual o familiar. Sabemos que posibilita la prolongación de la jornada laboral y facilita la distribución del tiempo ya que podemos empezar, terminar y distribuir las tareas de diferentes maneras, ajustarlas a nuestras posibilidades y a las preferencias de cada uno y nos ahorra el tiempo que gastamos en desplazarnos al taller o a la oficina, pero, en mi opinión, ese trabajo a distancia, ese “capitalismo rápido”, como lo llama Ben Agger, también reduce el tiempo y los espacios privados y, sobre todo, elimina el contacto, la comunicación directa, la colaboración personal y, en consecuencia, dificulta el desarrollo de la “cultura de la afectividad” cuya condición es que estemos físicamente cerca para podernos mirar, escuchar y tocar.


Estoy convencido de que el contacto personal posee una importancia cardinal en la enseñanza, en el trabajo y en las relaciones comerciales. No podemos perder de vista que buena parte de la eficacia de estas actividades depende de las disposiciones emocionales que transmitimos a través de las expresiones del rostro, de los gestos y de la entonación de las palabras. Tampoco deberíamos olvidar que el éxito profesional no sólo consiste en obtener mayores ganancias económicas sino también en ser conocidos y reconocidos, en conocer y en reconocer a los demás. Por eso los psicólogos coinciden en que el rendimiento de los trabajadores, de los estudiantes y de los clientes depende, en gran medida, de sus sentimientos, de su amabilidad, de su compasión, de su ternura, de su alegría y, en resumen, de su simpatía y de su empatía. No exageramos, por lo tanto, si afirmamos que la eficacia de nuestros trabajos está relacionada con los sentimientos que entrecruzamos con los destinatarios de nuestras actividades y de nuestras palabras.


Por eso afirmamos que la capacidad de comunicación se convierte en una destreza imprescindible para el ocio y para el negocio. Me estoy refiriendo al ethos comunicativo, a esa facultad que, diluyendo las divisiones y los enfrentamientos, nos ayuda a vernos en la mirada del otro y a establecer relaciones de empatía. Cuando se borran las fronteras que separan el hogar y el lugar de trabajo, cuando se confunde el tiempo de descanso y el de trabajo, y cuando, por estar siempre a disposición del jefe, se elimina el tiempo sagrado que hemos de dedicar a nosotros mismos y a la familia, por mucho que rinda nuestro trabajo, el bienestar se pone en peligro.

viernes, 4 de septiembre de 2009

La venganza estética

José Antonio Hernández Guerrero

Tras escuchar la queja que un cualificado diputado ha proferido en el Congreso -"Su venganza, señoría, no ha sido ética ni, mucho menos, estética"-, algunos periodistas se preguntan con extrañeza, cómo un vicio, que por su naturaleza pertenece al ámbito de la moral, puede ser evaluado también artísticamente.

Recordemos que la "venganza" ha sido tratada, valorada y ejecutada de diferentes maneras en nuestra civilización judeo-cristiana. Si en el léxico actual, vengarse es castigar una ofensa devolviendo mal por mal, en el lenguaje bíblico la venganza restablece la justicia sobre el mal. Aunque la Biblia prohíbe vengarse por odio, permite que la sociedad y, sobre todo, Dios -el único vengador legítimo de la justicia- restituya el derecho atropellado compensando los males causados. La venganza solidaria era un arma defensiva de la sociedad nómada israelita en sus orígenes; por eso, el "vengador de la sangre", convencido de que la sangre derramada clama venganza, compensaba al clan matando al asesino. Posteriormente, la Ley del Talión -"ojo por ojo y diente por diente"- prohibió la venganza ilimitada de los tiempos bárbaros y frenó la pasión humana, pronta a devolver mal por mal.

En nuestra opinión, la venganza más eficaz y, probablemente, la más gratificante, es la estética: es la respuesta inesperada del agredido que, con un gesto elegante y con una palabra sobria, restablece el equilibrio; es la reacción controlada del ofendido que, con una sonrisa abierta o con unos elogios comedidos, se enfrenta a la cólera encendida del agresor y a las injurias apasionadas del atacante.

Aunque es cierto que el dominio de las armas dialécticas es una destreza difícil de alcanzar, también es verdad que devolver amabilidad cortés por toscas groserías, suavidad discreta por asperezas vulgares y silencio distante por gritos estridentes constituyen una estrategia de sorpresa, una táctica de disuasión y, a veces, un arma persuasiva. La venganza es un vicio ético, pero puede ser también una habilidad estética.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Año nuevo

José Antonio Hernández Guerrero

Con mayor razón aún que lo hacemos el uno de enero, podemos afirmar que, en el mes de septiembre, empezamos un año nuevo: éste es el momento en que -descansados o más cansados- iniciamos unas actividades diferentes o, al menos, recuperamos nuestros hábitos de vida. Tengo la impresión de que, para la mayoría de nosotros, el “síndrome” postvacacional es un tópico que repetimos de manera mimética pero que no siempre posee un fundamento real. En estos últimos días he escuchado abundantes comentarios sobre “las ganas con las que reanudamos los trabajos habituales” e, incluso, sobre el cansancio acumulado durante las “relajadas” vacaciones.
En mi opinión, el bienestar posible hemos de buscarlo, sobre todo, durante el tiempo de trabajo: en medio de estas actividades cotidianas que llevamos a cabo en nuestros hogares, en las ocupaciones laborales, en nuestros paseos por las calles y plazas, y en los lugares de ocio y de expansión. No es una contradicción decir que el descanso -aunque no sea eterno- puede resultarnos una actividad agobiante; por eso, aunque suspirar por disfrutar de un tiempo indefinido -¿eterno?- de ocio, al margen de pautas o desprovisto de obligaciones sea una comprensible aspiración, sería más saludable que nos propusiéramos extraer el mayor jugo posible a las jornadas de trabajo.
Para lograr que nuestro trabajo no nos resulte excesivamente pesado ni aburrido es necesario que, con imaginación y con esfuerzo, cambiemos de postura. Me refiero a la actitud que adoptamos ante el paso del tiempo, ante esa imparable e irreversible corriente que constituye uno de los bienes más enigmáticos, escasos, evanes­centes e irrecupe­rables de la existencia humana.
Todos conocemos a personas que no viven la vida porque sólo valoran el tiempo pasado; son esos nostálgicos que, de espaldas a la actualidad, están convencidos de que el tiempo pasado fue mejor. A otros, por el contrario, tampoco les luce el tiempo porque están permanentemente a la espera de un futuro en el que puedan empezar a vivir. En estos momentos, tras observar atentamente los comportamientos de muchos de nuestros conciudadanos y, sobre todo, tras escuchar detenidamente sus comentarios, llegamos a la conclusión de que la actitud más generalizada en nuestra sociedad es la de reducir el tiempo al instante, la de desconectarse del pasado y del futuro: olvidar y, en la medida de lo posible, borrar la historia y despreocuparse por el porvenir. Podemos afirmar que vivimos en una cultura del “perpetuo presente” que niega o, al menos desdeña, el largo plazo y los valores duraderos: todo es sorprendentemente transitorio.
Nosotros creemos que, para vivir intensamente la vida de cada día y para extraer todo el jugo a cada uno de sus instantes, deberíamos aprender el arte de llenar el presente con una selección de los mejores materiales pertenecientes al pasado y al futuro. Por un lado, podríamos rescatar trozos de las experiencias vividas mediante el recuerdo, mediante la estimulante recuperación de tiempos gozosos, de sensaciones juveniles provechosas y de vivencias placenteras; por otro lado, también está en nuestras manos adelantar el porvenir recurriendo a la imaginación, a los sueños, a las expectativas y a las esperanzas. La cultura del olvido borra el sentido de nosotros mismos y el significado de nuestras acciones; destruye los fundamentos de nuestra historia y erosiona los cimientos de nuestra propia biografía.

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...