jueves, 3 de septiembre de 2009

Año nuevo

José Antonio Hernández Guerrero

Con mayor razón aún que lo hacemos el uno de enero, podemos afirmar que, en el mes de septiembre, empezamos un año nuevo: éste es el momento en que -descansados o más cansados- iniciamos unas actividades diferentes o, al menos, recuperamos nuestros hábitos de vida. Tengo la impresión de que, para la mayoría de nosotros, el “síndrome” postvacacional es un tópico que repetimos de manera mimética pero que no siempre posee un fundamento real. En estos últimos días he escuchado abundantes comentarios sobre “las ganas con las que reanudamos los trabajos habituales” e, incluso, sobre el cansancio acumulado durante las “relajadas” vacaciones.
En mi opinión, el bienestar posible hemos de buscarlo, sobre todo, durante el tiempo de trabajo: en medio de estas actividades cotidianas que llevamos a cabo en nuestros hogares, en las ocupaciones laborales, en nuestros paseos por las calles y plazas, y en los lugares de ocio y de expansión. No es una contradicción decir que el descanso -aunque no sea eterno- puede resultarnos una actividad agobiante; por eso, aunque suspirar por disfrutar de un tiempo indefinido -¿eterno?- de ocio, al margen de pautas o desprovisto de obligaciones sea una comprensible aspiración, sería más saludable que nos propusiéramos extraer el mayor jugo posible a las jornadas de trabajo.
Para lograr que nuestro trabajo no nos resulte excesivamente pesado ni aburrido es necesario que, con imaginación y con esfuerzo, cambiemos de postura. Me refiero a la actitud que adoptamos ante el paso del tiempo, ante esa imparable e irreversible corriente que constituye uno de los bienes más enigmáticos, escasos, evanes­centes e irrecupe­rables de la existencia humana.
Todos conocemos a personas que no viven la vida porque sólo valoran el tiempo pasado; son esos nostálgicos que, de espaldas a la actualidad, están convencidos de que el tiempo pasado fue mejor. A otros, por el contrario, tampoco les luce el tiempo porque están permanentemente a la espera de un futuro en el que puedan empezar a vivir. En estos momentos, tras observar atentamente los comportamientos de muchos de nuestros conciudadanos y, sobre todo, tras escuchar detenidamente sus comentarios, llegamos a la conclusión de que la actitud más generalizada en nuestra sociedad es la de reducir el tiempo al instante, la de desconectarse del pasado y del futuro: olvidar y, en la medida de lo posible, borrar la historia y despreocuparse por el porvenir. Podemos afirmar que vivimos en una cultura del “perpetuo presente” que niega o, al menos desdeña, el largo plazo y los valores duraderos: todo es sorprendentemente transitorio.
Nosotros creemos que, para vivir intensamente la vida de cada día y para extraer todo el jugo a cada uno de sus instantes, deberíamos aprender el arte de llenar el presente con una selección de los mejores materiales pertenecientes al pasado y al futuro. Por un lado, podríamos rescatar trozos de las experiencias vividas mediante el recuerdo, mediante la estimulante recuperación de tiempos gozosos, de sensaciones juveniles provechosas y de vivencias placenteras; por otro lado, también está en nuestras manos adelantar el porvenir recurriendo a la imaginación, a los sueños, a las expectativas y a las esperanzas. La cultura del olvido borra el sentido de nosotros mismos y el significado de nuestras acciones; destruye los fundamentos de nuestra historia y erosiona los cimientos de nuestra propia biografía.

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