sábado, 28 de marzo de 2009

EL LOCO DE LA SALINA

VUELVO A SER ABUELO

El lunes pasado, día 23 de marzo, dos días después de que comenzara la primavera, a las 19,15 horas y en el Hospital Puerta del Mar de Cádiz vino al mundo Martina. La tarde estaba jugando con el levante y quitándose la manta de un invierno que para nosotros se queda. Ya soy abuelo por segunda vez y, aunque hay muchos temas candentes sobre los que escribir, me van a perdonar, pero hoy no tengo cabeza para otra cosa que no sea Martina. Abundante pelo negro, dos ojos como dos ventanales, unas pestañas que son abanicos, unos deditos largos de pianista, una carita tan rosa como la ropa que tenía ya preparada y un cuerpo para comérselo de un bocado. ¿Qué va a decir su abuelo? Pues eso, lo que piensa. ¿Ha visto algún loco que no diga lo que piensa, aunque los demás crean que son pamplinas? Allí, con el oído pegado a la puerta del paritorio, estaba este loco atento al primer llanto. ¿Estará bien? ¿Tendrá algún problema? Cuando la escuché llorar, pensé dos cosas. La primera fue que llorar era una buena señal, porque la vida no es más que un valle de lágrimas y Martina se acomodaba rápidamente a la situación. La segunda fue que todo tiene una explicación y, como decía W. Shakespeare, lloramos al nacer, porque venimos a este inmenso escenario de dementes. Luego contemplé su primera foto, enviada por mi yerno con su móvil desde el mismo paritorio. Después la cogí en brazos y me dijeron que pesaba 2,9 kilos, pero a mí me pareció más ligera de peso que un gorrión. Y luego la sensación de verme con un paso más hacia delante, hacia el abismo profundo o hacia la escalera gloriosa, según se mire. Y a los locos nos gusta siempre elevar la mente y vivir en las nubes y, si es posible, permanecer en la Luna el mayor tiempo posible.

Martina ha nacido en plena crisis, pero a las puertas de la más floreciente estación del año, o sea, entre la oscuridad y la luz. No le voy a decir que estoy loquito por ella, porque ya lo estaba, según los facultativos, antes de que naciera. Y en los pocos días que lleva Martina entre nosotros ya me ha demostrado que también arrastra en su cabecita algo de la locura que tiene su abuelo, porque no atiende a razones y llora a rabiar, sobre todo cuando le aprieta el hambre, que es casi siempre.

Su nombre me encanta, porque todo concuerda. En la mitología romana, Marte, en latín Mars, era el dios de la guerra, hijo de Júpiter y de Juno, aunque en un principio era el dios de la fertilidad, la vegetación y el ganado. Se le representaba como a un guerrero con armadura y con un yelmo. Y a Martina se le ve guerrera y poco conformista. Marte también dio nombre a Marzo, mes de comienzo de las primeras luces y mes de su nacimiento. Además Marte es el cuarto planeta del sistema solar y próxima parada y fonda del hombre en el espacio, con lo que tiene todo un futuro por delante. También es día de la semana y primer día en que Martina vio su primer amanecer. Quizás llegue a gustarle el tenis como a Navratilova, aunque habrá que dejar pasar el tiempo.
Asociado su nombre a la palabra martillo, espero que sea dura ante la vida y constante como lo es su madre.

Ya tengo la parejita, como me dicen algunos. Espero disfrutar de los dos hasta que vengan a buscarme. Decía Ernesto Sábato que la vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que, cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.

Martina, que seas feliz y que tengas claro que las locuras que más se lamentan en la vida son las que no se cometieron cuando se tuvo la oportunidad. De tu loco abuelo.

Crisis de humanidad

José Antonio Hernández Guerrero

Aunque no podamos afirmar que lo hacen con una intención premeditada -como, por ejemplo, con el noble propósito de evitar que cunda la indignación entre los electores-, hemos de reconocer que el mensaje explícito que lanzan los políticos, y que, a una, nos transmiten todos los medios de comunicación, es que esta crisis económica mundial es un fallo exclusivo del sistema y que, por lo tanto, no podemos señalar a ningún culpable. Si no avanza el tren, en el que -instalados en diferentes categorías- todos viajamos, y si recula sin que podamos frenarlo, es porque la máquina se ha estropeado y no porque los técnicos sean unos ineptos y los maquinistas unos aprovechados: es porque algunas de las piezas no están bien ajustadas, y no porque, por culpa de los que llevan el volante, la máquina se ha salido de la vía y corre sin rumbo.

Nosotros opinamos que las claves de la crisis –ese profundo agujero del que los economistas, los políticos, los periodistas y ni siquiera los espeleólogos aciertan en divisar el fondo- están encerradas en la caja negra que nadie se atreve a abrir. La razón del despiste tan generalizado que sufren los “especialistas” estriba, en cierta medida al menos, en la decisión de poner parches mientras que renuncian a profundizar en las raíces éticas de la dolencia. Como ocurre con el dolor, con la fiebre y con los demás síntomas patológicos, estos trastornos económicos deberían hacernos conscientes, al menos, de que el motor de la conciencia moral y social ha fallado.

Esta crisis económica es, además, una llamada de atención para que los responsables se detengan, hagan un diagnóstico acertado y apliquen los remedios eficaces. Pero el cuadro de síntomas se complica gravemente cuando, en vez de interpretar correctamente esas advertencias, los “curanderos” se empeñan en ocultarlas mediante la aplicación de simples calmantes que nos distraen pero que no eliminan el daño: no podemos curar el cáncer que nos corroe las entrañas –la conciencia- con una simple aspirina.

Está bien que los políticos serenen los ánimos de los ciudadanos a condición de que, al mismo tiempo, concentren sus energías en la búsqueda de soluciones eficaces; no es admisible que resten importancia a los problemas ocultando sus datos fundamentales. Si no es suficiente, como ha hecho Obama, denunciar las raíces éticas de unas prácticas perversas, tampoco es válido, como acostumbra Zapatero, generar unas ilusionantes expectativas, sin identificar el origen de los males o, como hace Rajoy, lamentarse sin proponer remedios concretos.

En el fondo de crisis económica actual encontramos una crisis de humanidad que consiste en considerar que la parte más importante del ser humano es el bolsillo. Las raíces hondas de esta crisis que presenciamos todos, que lamentamos muchos y que sufren los de siempre, se ahonda en un egoísmo suicida que anula la cooperación y la solidaridad. Mientras que no orientemos todas las actividades económicas por un concepto integrador del ser humano que considere la dimensión individual-personal y la social-comunitaria, mientras que se concentren todos los esfuerzos en resolver sólo la crisis económico-financiera aplicando la única receta de los despidos baratos y de los recortes de salario, dejando empantanada la crisis de humanidad, los problemas más graves seguirán acuciando a la gran mayoría de ciudadanos.

viernes, 20 de marzo de 2009

GUERRA A LOS CONDONES. El loco de la Salina

Por lo visto ahí fuera no hay quien se aburra y aquí dentro menos. Todos los días nos desayunamos los locos con una noticia sorprendente que deja en pañales a la del día anterior. Ahora el Jefe de Estado del Vaticano ha ido a África a poner las cosas en su sitio. Y nada más llegar lo ha puesto claro: nada de esto, nada de lo otro y nada de condones. O sea, a pelo. Guerra a los condones.

No me puedo explicar la aversión que estos señores les tienen a los condones, cuando son simples fundas de plástico, aunque, eso sí, de diseño pecaminoso y provocador. Tampoco sé lo que los traductores les habrán trasladado a los negritos, pero no deben ser muy buenas las traducciones, porque las criaturas siguen levantando las banderitas como si el tema no fuera con ellos. Condenas por aquí, excomuniones por allá, prohibiciones por el otro sitio. Y el Sida loco de contento al contar con tan buenos amigos. ¿Se han vuelto locos? Tampoco es malo volverse loco, pero sin abusar y sobre todo sin que los demás quedemos de idiotas.

Sin embargo nada de esto es nuevo. Ha sido costumbre del Vaticano a través de los tiempos ir a por todas y no precisamente cuando tenía que haberlo hecho. Por ejemplo, prefirió apoyar (he dicho apoyar) al dictador y no excomulgarlo. O se pasa o no llega.
Esa obsesión por el sexo y todo lo que cuelga es algo que llama la atención, sobre todo en boca de caballeros que ni comen (es un decir), ni dejan comer (es un hecho).


Después me sale el otro, con una cara de místico que se la pisa, diciendo lo del lince. No entiendo nada. Parece que quiere decir que los niños son una especie que está en extinción, como el lince, y que por tanto hay que protegerlos. Y a las madres ¿quién las protege? ¿Ustedes? ¿Cuándo lo han hecho? En todo caso, Monseñor, no diga más lo del lince para no darles pistas a los cazadores, que aquí el más tonto coge una escopeta y se lía a tiros, aunque se juegue el puesto. ¿Ha probado usted a casarse, a tener hijos, a sufrir suegra y a padecer los mismos problemas que soporta la mayoría de la gente a pie de obra? Ah, que lo ha leído en los libros. Perdone, pero lea menos y viaje más. El único lince que hay aquí es usted, porque se las ve venir. Para colmo entre los estudios de Teología no aparece la materia de Biología, con lo que usted se convierte en el maestro Liendres, que de todo sabe y de nada entiende.

Y digo yo. Todo ese interés que manifiesta el Jefe de Estado del Vaticano, junto con la Curia, cardenales y demás séquito pontificio (por cierto, estos montajes no aparecen en los Evangelios) por las decisiones de las mujeres, ¿por qué no lo hacen patente en temas que también afectan a las mujeres y que tienen en sus manos resolver rápidamente? Por ejemplo. ¿Por qué no hay mujeres curas? ¿No son dignas? ¿Por qué no hay mujeres Papas? ¿No están preparadas?

¿Las mujeres son solamente objeto de tentaciones horribles? Cuando se reúnen tantos cargos eclesiásticos masculinos ¿ninguno de ellos se siente machista hasta las trancas? ¿Por qué no ofrecen un decidido respaldo a los curas que se quieren casar? ¿Por qué no les dan su sitio y reconocimiento a los curas ya casados después de superar muchos problemas y obstáculos? ¿Por qué no quitan ya lo del celibato (por cierto, nada se dice en los Evangelios sobre el particular)? ¿Tan malas son las mujeres que no se deciden ustedes a apoyarlas (he dicho apoyarlas)? Entre los linces que hay aquí y la hipocresía de que algunos hacen gala estamos apañados y apañadas.

¿Saben ustedes lo que va a pasar? Que por todas estas barbaridades pedirán un humilde perdón dentro de 500 años, lo mismo que hicieron con Galileo Galilei, cuando estemos calvos y calvas.

Viejos y ancianos


Viejos y ancianos
José Antonio Hernández Guerrero

La interesante, amena y profunda conversación que acabo de mantener con los académicos Antonio Mingote, Gregorio Salvador y Darío Villanueva me ha generado una reflexión sobre las diferentes maneras de recorrer nuestros respectivos tiempos. Ellos constituyen demostraciones contundentes de que los hombres y las mujeres envejecemos de una forma distinta de la que lo hacen un caballo o una palmera, una vela o una mesa.

El envejecimiento de los animales y de las plantas es parecido al deterioro de los objetos materiales: es un proceso de desgaste progresivo que limita sus actividades e impide sus funciones orgánicas. Con el paso del tiempo, estos seres se convierten en instrumentos inservibles y, en consecuencia, son desechados.

Los seres humanos, por el contrario, a medida que pasa el tiempo, si cuidamos el cuerpo y el espíritu, seguimos creciendo hasta que la última enfermedad nos apaga la vida. Hemos de distinguir, por lo tanto, la ancianidad y la vejez. La primera noción posee un contenido positivo, y la segunda, por el contrario, una connotación negativa. Preparar la ancianidad es mirar nuestra propia existencia examinado los elementos que pueden resultarnos rentables: es prestar atención al camino recorrido y contemplarnos a nosotros mismos duplicados.

Con este fin hemos de decidirnos a aceptar serenamente las realidades, a respetar espacios y los tiempos vitales y, en resumen, a comprender nuestras vidas. Preparar la ancianidad es cuidar el organismo con el fin de prolongar su capacidad de movimiento y de aumentar la sensibilidad, esa facultad de disfrutar con los olores, sabores, sonidos, texturas, luces y colores, pero, sobre todo, con el propósito de lograr que se desarrollen las destrezas de recordar y olvidar, de esperar y soñar, de hablar y callar, de amar y crear.

El arte de envejecer consiste, sobre todo, en desplegar todas las capacidades para seguir creciendo, para alcanzar una vida más plena, más consciente, más intensa y más humana: para interpretar, comprender, valorar, disfrutar y vivir plenamente en el mundo actual. Por eso afirmamos que una ancianidad confortable tiene mucho que ver con la salud del cuerpo, con el alimento del espíritu, con el crecimiento ético y con la educación estética, con el trabajo y con el ocio, con los recuerdos y con las ilusiones, con la esperanza y con el amor, con la vida y con la muerte.

Ocupados y preocupados por los múltiples quehaceres de cada día, no caemos en la cuenta de que el mayor capital que poseemos es la propia vida y, en consecuencia, no encontramos con facilidad las fórmulas adecuadas para administrarla ni, mucho menos, para aprovecharla extrayendo todos sus jugos. Pero para vivir humanamente también deberíamos comprender la aparente paradoja según la cual vivimos más plenamente la vida, si no nos apegarnos excesivamente a la vida, si dejamos que nuestro tiempo fluya mansamente hasta llegar a su plenitud.

Hemos de ser conscientes de que aferrándonos excesivamente a la vida, en vez de purificarla, la dañamos y, a veces, la acortamos. Este pensamiento está formulado, como es sabido, en el Evangelio de San Juan: “El que ama su vida la perderá”. La ancianidad es la época en la que recogemos los frutos maduros y saboreamos los jugos nutritivos de las experiencias más fecundas y gratificantes de nuestra existencia.

lunes, 16 de marzo de 2009

EL LOCO DE LA SALINA

YA ESTÁ BUENO LO BUENO

El pasado fin de semana me dieron por fin permiso y aproveché para darme una vuelta por La Isla. Y me dieron permiso ahora y no antes, porque el director del manicomio dice que el carnaval era cosa de locos y que lo que nos conviene a nosotros es la Semana Santa. Pues no lo entiendo. ¿Quién puede comprender que nos aparten de lo nuestro y nos recomienden lo que es propio de personas formales? Es lo que menos soporto de este manicomio, que me priven de febrerillo el loco y que me adoctrinen en marzo. ¿Será por vivir en pecado permanente y en un año repleto de semanas no santas?

En fin, que dando unas vueltas por La Isla y, aparte de que la calle Real no la está conociendo ya ni la madre que la parió, como aseguraba el otro, tengo que decir que hay cosas que me siguen llamando mucho la atención.

De siempre La Isla ha tenido gente pidiendo por las calles, pordioseros, estafadores de las limosnitas, pobres de solemnidad, pobres de apariencia, lectoras de manos a cambio de euros, personal ofreciendo ramitas de romero a cambio de lo mismo, inundaciones de estampitas de cualquier santo, mecheritos encima de un papel…
Eso ha pasado desde que yo empezaba a estar loco y sigue pasando ahora que mi locura me lleva al pozo de las pamplinas más gordas.

El problema es que La Isla se está llenando de pordioseros tirados por las calles, incluso las más céntricas, en un plan que se pasa ya del marrón Obama. La estampa cotidiana es un señor o una señora sentado de día o tirado de noche, con un perro a sus pies, siempre con un tetrabrik o con una litrona, con muchísima mierda encima tanto el personaje como la presunta manta, diciéndole impertinencias y groserías a todo el que pasa, con una peste encima que el mismo perro se tapa sus cinco sentidos como puede…

Además Dios los cría y ellos se juntan. De vez en cuando se reúne el grupo de los que andan por ahí sueltos y dan el numerito completo a la vista de todo el mundo.
En La Isla tenemos todos los días el ejemplo más claro en la calle Rosario, calle céntrica y de muchos comercios. Una señora coge unas tajadas impresionantes, de las que únicamente sale para coger otras más gordas. El tinto peleón o la cerveza preside el lugar escogido. Si hay que mear en un momento dado, se mea allí mismo y eso es lo que hay. Si hay que hacer otras necesidades mayores, se hacen allí mismo o se busca una casapuerta cercana y todo el mundo a aguantar. A lo que se ve, deben pensar que, como hay libertad y la democracia los hace medio tontos (el ejemplo lo tienen en mí mismo), pues nada, todo esto es normal y hay que soportarlo. El ejemplo para la gran cantidad de niños que pasan por esa calle es desastroso. El comercio no protesta para nada, que yo sepa. El director de la Caja Rural, cuya entrada por esa calle Rosario, es el lugar favorito de estos señores y señoras, debe ser un hombre paciente y de nombre Job, por aguantar ese espectáculo diario sin pestañear.

En fin, que dicho queda, porque una cosa es la pobreza y la necesidad, y otra bien distinta es hacernos ver que es posible una vida propia de animales en un mundo mínimamente civilizado como es éste que sufrimos. Estas personas padecen la enfermedad del alcoholismo y de alguna manera habría que socorrerlas, tanto si se dejan como si no se dejan. A mí, por ejemplo, me metieron a la fuerza en este manicomio.

En todo caso tengo que destacar la pasividad de las autoridades ante situaciones extremas como éstas que son infrahumanas, no constituyen un ejemplo para los niños y jóvenes, y no benefician para nada a esta ciudad.

sábado, 14 de marzo de 2009

Protocolos


Protocolos
José Antonio Hernández Guerrero

En esta ocasión no me refiero al significado notarial de esta palabra ni a su sentido ceremonial, sino al uso que, en la actualidad, se ha generalizado en la informática y que, rápidamente, hemos aplicado a las enseñanzas. Tengo la impresión de que muchas de estas nuevas técnicas didácticas no ayudan demasiado para que los alumnos ejerciten el pensamiento, el cálculo y la imaginación, unas destrezas que, en la actualidad, son difíciles e imprescindibles.
Con excesiva frecuencia, los profesores nos limitamos a proporcionar “recetas”, fórmulas estereotipadas que, como las etiquetas y las marcas, son fáciles de memorizar y de usar pero que, debido a su simplificación, impiden el planteamiento y la solución de los múltiples y complejos problemas que hemos de resolver en el ejercicio de las diferentes profesiones e, incluso, en las actividades de la vida familiar y social.
Las ventajas indudables que nos proporciona el uso -inevitable y generalizado- de los ordenadores tienen, sin duda alguna, unos inconvenientes que, a mi juicio, son más graves de lo que a primera vista nos puede parecer. El empleo de los protocolos, esos programas que, de manera automática, nos permiten intercambiar datos en Internet, hace que perdamos unas habilidades que son útiles y necesarias para desarrollar con facilidad gestiones de la vida ordinaria. La consecuencia de la facilidad y de la rapidez que nos prestan las calculadoras en la realización de operaciones aritméticas, por ejemplo, es la inhibición y, a veces, el anquilosamiento de los hábitos de pensar, analizar, comparar, sintetizar y reflexionar.
Pero, si es negativo que, debido al empleo permanente de estos aparatos, tengamos dificultades para sumar, restar, multiplicar o dividir, mucho más grave es, a mi juicio, la pérdida de la habilidad de leer –descifrar, interpretar y valorar- los textos y la vida. No solemos advertir que esos tets que se están generalizando en los exámenes e, incluso en las oposiciones de titulaciones médicas y humanísticas como la Lingüística, la Literatura, el Arte o la Psicología, no sirven para medir la complejidad de la mayoría de las situaciones humanas. Cada vez más estamos olvidando que una adecuada formación profesional implica el desarrollo de la capacidad de escuchar atentamente, de contemplar los detalles y de analizar los matices.
La enseñanza se está contagiando de las prácticas a las que nos acostumbra las técnicas publicitarias que nos domestican para que traguemos mensajes formulados en términos imperativos en los que sólo se incluyen invitaciones para que actuemos sin pensar. La consecuencia es que los alumnos leen obras literarias sin profundizar, sin emocionarse y sin disfrutar.
Si un protocolo es un método útil para que dos ordenadores se comuniquen entre sí, no siempre sirve para que dos personas dialoguen, se entiendan y se comprendan. Las respuestas estandarizadas, a veces, ocultan, enmascaran y, por lo tanto, despistan en la búsqueda de remedios eficaces. A mi juicio, la lectura debe estar hondamente arraigada en la dura experiencia personal e íntimamente amasada en un permanente monólogo interior. Por eso deberíamos invitar a los alumnos para que profundicen en sus experiencias lectoras y para que se atrevan a pensar.

domingo, 8 de marzo de 2009

EL LOCO DE LA SALINA. Cinco marzo cero nueve

¿SON BLANDAS LAS MUJERES?

El domingo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Han puesto carteles por todas las paredes del manicomio dando la noticia y ya me han puesto en un aprieto, porque ahora me veo obligado a regalarle algo a la loca de enfrente con el pedazo de crisis que tenemos encima. Por eso me he encerrado en mi habitación y le he dicho a mi compañero de celda que no estoy ni para mí ni para nadie. Solamente estoy para buscarle a ella un regalo bueno, bonito y barato, que no está la cosa para muchas alegrías. Los regalos no tienen por qué ser algo que se toca, ni que se compra, ni nada por el estilo. Muchas veces una pequeña flor hace el papelón y quedamos divinos. Dándole vueltas al asunto, de pronto se ha encendido una suave luz en el túnel de mi cerebro y he decidido regalarle unos cuantos pensamientos, que además de ser profundos son buenos, porque no hacen daño, son bonitos y además son gratis. He cogido el diccionario y entre una cosa y otra le voy a revelar un secreto. Por lo visto la palabra “mujer”, al igual que otros cientos de palabras, viene del latín “mulier”. Hasta ahí lo de siempre, que el castellano procede del latín y así lo dice el diccionario. Sin embargo me he metido más a fondo y he podido comprobar que “mulier” a su vez procede de “mollis aer”, que significa “materia muelle”, o sea, blanda.

Me he quedado de una pieza, porque no me concuerda el significado inicial encontrado con lo que la mujer es y representa en el mundo actual. Parece que antiguamente la mujer era blanda y de hecho todavía algunos, en su afán por marcar las distancias, la conocen por el sexo débil. Craso error. Hay que reconocer que en Cádiz, en Andalucía, y en el orbe terráqueo siguen en sus trece los machistas puros y duros que ni se enteran ni se quieren enterar de que todo eso va cambiando a marchas forzadas.

Por tanto, aparte de regalarle la procedencia del vocablo “mujer”, me ha parecido también oportuno decirle cuatro piropillos. De blanda, nada, mujer. La mujer es algo parecido a los cimientos de una casa. Y no hay cosa más dura que el hormigón que sirve de base a todo lo que lleva encima. Ella, más dura que las tabletas de piñonate, mantiene su dulzura y al mismo tiempo no para de trabajar en casa, aunque trabaje también fuera sin tener un reconocimiento por eso. Tampoco gana un mínimo sueldo por tanta responsabilidad, aunque todo el mundo estaría de acuerdo en que no hay derecho. Siempre está pendiente de que no falte nada en casa y se desvela por llevar adelante el hogar. ¿Qué más se puede pedir? De blanda, nada. Ha sudado a lo largo de la Historia para buscarse un rincón en el aprecio de los hombres. Le ha costado un riñón ejercer el derecho al voto. En algunas civilizaciones actuales todavía no se han enterado del tema y andan con el látigo levantado y con un trato vejatorio hacia ella. Incluso a la hora de parir, tiene que aguantar que aquí la cigüeña, sin comerlo ni beberlo, es la que coge el vuelo y se lleva los honores y los aplausos. La mujer es la que carga nueve meses con la barriga a reventar y da la cara en el paritorio sin esconderse. Si los hombres pariéramos, otro gallo cantaría y desde luego habría que escucharnos detenidamente. Y por si faltaba algo, nunca se prejubila, ni se jubila, como decía la chirigota de Los Prejubilados hace un par de años.

Por todo ello, felicidades y decirte, mujer, que la lucha no ha terminado y que te quedan muchos pasos por dar en un mundo que no te ha valorado todavía suficientemente. No sé decir más cosas, pero estas líneas son mi regalo para ti.

viernes, 6 de marzo de 2009

Francisco Álvarez Mateo

Fallece el padre Francisco Álvarez Mateo
Un servidor de su pueblo que cumplía la gozosa tarea de anunciar el Evangelio

José Antonio Hernández Guerrero

Francisco Álvarez Mateos, con sus gestos sobrios y con sus actitudes discretas, nos ha animado para que nos despojáramos de poses ridículas, de fórmulas estereotipadas, de posturas artificiales que, máscaras inútiles, ocultan o disimulan nuestra radical pequeñez. “Tenemos -repetía- que confiar en el amor misericordioso de nuestro Padre que está en el cielo y en la tierra, en las iglesias, en las calles, en nuestras casas y en el fondo de nuestro corazón”, y explicaba aquella frase del Evangelio: “Él se revela, no tanto a los sabios y a los entendidos, sino a la gente sencilla”.
Estaba convencido de que la oración sólo es cristiana si es una conversación con el Padre nuestro, con el Dios de Jesús, el “Dios de los pobres”, el defensor de los desvalidos, el que se ha encarnado para “buscar y para salvar lo que estaba perdido”. “Dejadme, por favor, que sea un cura a mi estilo”.


Con esta petición -reiterada insistentemente a los que, desde situaciones diferentes, mostraban sus deseos de que sus actitudes, sus palabras y sus acciones, respondieran a patrones clericales trasnochados o novedosos- el padre Paco, defendía su modelo personal de sacerdote, enraizado en el Evangelio, fundamentado en el Concilio e interpretado según su propio talante humano.


Repetía que, más que predicador, se conformaba con ser pregonero de su fe en Jesús de Nazaret; más que maestro, pretendía mostrarse como testigo de la misericordia y de la bondad del Padre, como un servidor de su pueblo que cumplía la gozosa tarea de anunciar el Evangelio y de invitar a los hombres y a las mujeres para que creyeran y vivieran las enseñanzas de la Madre Iglesia.

Esperanzado creyente en los seres humanos, animaba a sus colaboradores directos para que, con templanza, con serenidad, con respeto y con cariño, entablaran un diálogo abierto con todos los hombres de buena voluntad pero que, de manera preferente, se acercaran a los enfermos y a todos los que sufren.

Hace escasas fechas, me dijo, con cierto tono de tristeza, “muchos están convirtiendo a Dios en un ser demasiado abstracto e irreal; por eso no se atreven llamarlo Padre, por eso no rezan; y es que no les resulta fácil invocar con confianza a un ser lejano y difuso al que consideran ajeno e indiferente a sus problemas y a sus sufrimientos”. Paco, nos explicaba, con palabras sencillas, cómo teníamos que rezar a un Dios Padre e invocarle siempre con corazón de niño. "Sólo este Dios bueno puede hacer que este mundo deje de ser un valle de lágrimas". Se nos ha muerto una persona aparentemente insignificante, que nos ha dado una lección de profunda humanidad y de sencillez evangélica. Que descanse en paz.

Guardar las distancias

José Antonio Hernández Guerrero
Me dice Lola que, finalmente, fue ella quien decidió distanciarse durante un tiempo del marido e, incluso, de sus dos hijos. “No fue exactamente –me explica- una separación sino un simple traslado domiciliario porque, aislados, ya lo estábamos hace, al menos, tres años, y, paradójicamente, ahora nos sentimos más unidos”. Ella estaba convencida de que eran los ordenadores y todos esos otros aparatos destinados a facilitar la comunicación los que, últimamente, habían contribuido más al distanciamiento familiar y a convertir a las familias en archipiélagos de islas incomunicadas.


Sebastián estaba enganchado al ordenador todo el tiempo que permanecía en la casa. Lola había empezado a sentir verdaderos celos y decía que este aparato odiable era el verdadero amigo y el único interlocutor de su marido; que en él había depositado toda su confianza y todo su cariño. Y los niños, Juanito y Rosa, sólo vivían al ritmo que les marcaban los programas del televisor. Pero el problema era más grave porque ella, a pesar de compartir el mismo espacio, no sólo se sentía distanciada de ellos sino que, también, se había alejado de sí misma. Me explicaba cómo sólo se dirigían unas palabras meramente rituales que indicaban los cambios de actividades y, más concretamente, el momento de sentarse a la mesa para ingerir, pendientes de las imágenes del televisor, la comida que ella había preparado.

Ahora, desde el pequeño apartamento al que se ha retirado, totalmente sola y gracias al ordenador portátil y al teléfono móvil, ha logrado reanudar las conversaciones con su marido y las charlas con sus dos hijos. Está sorprendida porque, por primera vez, todos se atreven a expresar sensaciones intensas y sentimientos profundos; les resulta fácil declarar las ansias que les invaden de estar juntos para sentirse unidos cordialmente y, sobre todo, para conversar sobre lo bien que lo pasan cuando, eentusiasmados, repasan los recuerdos de los acontecimientos que han vivido juntos o cuando, ilusionados, hacen proyectos de futuro. Ahora, separados por varios kilómetros, tienen la grata sensación de sentirse acompañados, comprendidos y queridos.

Porqué, se pregunta, a veces la comunicación es más fácil en la distancia. Es posible, se responde ella misma, que sea porque, para establecer vías de comunicación sea imprescindible garantizar un espacio privado en el que cada uno de los interlocutores defienda su intimidad, ese recinto personal y sagrado que es inviolable. Quizás ahora estén descubriendo que la condición indispensable para dialogar, para comunicar, para colaborar y para compartir, es que cada uno garantice su propia autonomía.

La convivencia exige respeto mutuo y el respeto supone que aceptemos la identidad de cada una de las personas y que renunciemos a inmiscuirnos en los tiempos, en los espacios y en los asuntos personales de nuestros interlocutores.

Por eso, a veces, nos viene bien que establezcamos cierta distancia física. Hemos de reconocer que, para construir un grupo unido, es indispensable que aceptemos las irreductibles diferencias que nos separan de las demás personas y que todos defendamos el recinto de la vida personal con el fin de impedir contagiar a los demás con nuestras sensaciones y de evitar salpicarlos con nuestros humores, con nuestros sentimientos, deseos, temores, amores u odios.

No tenemos derecho a imponer a los demás mortales, por muy próximos que estén de nosotros -por muy amigos o familiares que sean-, nuestros olores, sabores y colores.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Y en el patio de las malvas...

Lo tiene escrito Antonio Burgos: "Picha, esta miembra no es de Cádiz". Porque, en Cai, el miembro, en femenino, es el chupapiera. Y porque -añado por mi cuenta y riesgo- no puede Bibiana tildar de "lenguaje sexista" al habla de Cádiz que usa el femenino para "picha" y el masculino para "chocho, toto o totete"...

Y además -por mucho desarrollo del flamenco- no puede ser de Cádiz quien no canta ni baila "los duros antiguos", ni estos "duros modennos":


Aquellos duros "moennos"
Que tanto en Cai dieron que hablá
Que encontraban los sociatas
En la orilla de Ferrá
Es la cosa más graciosa
Que en mi vida he visto yo.

La Bahía y la Sierra con espiocha
También "ha ido" Bibiana
Por si "pintaba",
Con una broicha...

Estaba Moncloa igual que una feria
También los banqueros
Por una "miseria"....

Algunos "trincaron" millones de duros
Pero los de "Delphi"
No vieron ni uno...

La "miembra" como ya dije
Estuvo allí una semana
"Escarbando" lo que pudo
Pá su padre y pá su hermana....

Pintó su pelo y sus uñas
Ya un poco descolorías
Y de malva un ministerio
"Da igual"...¡pá lo que servía!...
Y la placa igualitaria
Está de malva desde aquel día.

Luisuarez. Ingenuo.
Luis J. Suárez Alvarez
DNI. 31062170. Cádiz.

martes, 3 de marzo de 2009

EL LOCO DE LA SALINA


MAÑANA ES NUESTRO SANTO


Mañana, 28 de febrero, el mes de los locos, es nuestro santo. Y el mío por partida doble, por loco y por andaluz. Día de Andalucía por más señas.
Como comprenderá, aquí en el manicomio hay locos de todas las clases y de todos los lados. Por lo menos es un consuelo saber que en todos sitios cuecen habas y que la locura no distingue entre sus destinatarios, sino que al que le toca le tocó. Cada grupo de locos que pasea por el patio destaca en algo. Todo el mundo ha clasificado ya hace tiempo las diversas formas de ser de cada grupo y es muy complicado salir de un casillero y colocarse en otro distinto al que tiene asignado desde que los panaderos hacían pan. El grupo de locos catalanes es célebre por su desmedido afán de ahorro y gastan menos que un calvo en peines. Los vascos son muy suyos y no se hable más. Los gallegos van y vienen, pero no se sabe ni de dónde vienen ni a dónde van. Los maños son muy buena gente. Los andaluces están todo el día tocando la guitarra menos el rato que dedican a la gran siesta diaria, aunque también serían capaces de tocar dormidos. La fama se hereda y es muy complicado quitársela de encima

Sin embargo dentro de mi poco entender, creo que no se puede generalizar así con tanta alegría. Por eso, cuando alguien generaliza, como le pasó a la diputada catalana Monserrat cuando se metió con la ministra Magdalena Álvarez, se expone, para que tome nota, a recibir contra su voluntad y masivamente las obras completas de los mejores literatos andaluces. Hasta tal punto ha recibido las antologías completas, que ya no tiene sitio en su biblioteca para colocar las obras de Antonio Machado, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Elio Antonio de Nebrija, José Cadalso, Juan Valera, Fray Luis de Granada, Juan de Mena, Luis de Góngora, Gustavo Adolfo Bécquer, Rafael Alberti y un largo etcétera. Y lo que quisiera ella es que le enviaran un Picasso, un Velázquez o un Murillo, cosa más que improbable para los tiempos que corren. Y no sigo poniendo nombres de andaluces famosos porque no pararía en todo el artículo.

En todo caso, hay que reconocer que los andaluces somos muy variopintos. Los hay flojos, listos, ágiles, torpes, granujas (estos abundan desgraciadamente), nobles, graciosos, malages… Como todo el mundo, estamos convencidos de que lo nuestro es lo mejor y que los demás giran a nuestro alrededor sin comprendernos ni una mijita. La cosa es que ahora en plena crisis nos venimos a dar cuenta de que somos los últimos en casi todo, menos en población y en paro, y encima seguimos teniendo una gran fe en aquello de que los últimos serán los primeros.

Por todo ello y siendo mañana el Día de los andaluces, habrá que convenir en que lo que se celebra es el Día de los que han nacido en Andalucía. Pero tampoco, porque muchas veces gente que no ha nacido aquí se siente andaluz hasta los huesos con ese. Preguntadle a Joaquín, el maño. Entonces, ¿qué es lo que celebramos? Pues eso, que somos andaluces y que esta tierra es una preciosidad para el que pueda disfrutarla. Tenemos un buen orgullo de ser andaluces, de nuestra forma de hablar, de nuestras cosas. Y como organicen un concurso de chistes en el manicomio, está claro que lo ganamos de calle.

Mañana me van a felicitar muchos locos quizás precisamente porque están volados. Espero al menos que nadie en este bendito manicomio me dé la palmadita en la espalda y me diga que hay desgracias mayores. No se lo permitiré ni a los locos ni a los cuerdos.

Todo el año no es carnaval

José Antonio Hernández Guerrero

Si nos alejamos tanto de los tópicos “gaditas” como de los prejuicios pseudoculturales, podemos afirmar, repitiendo palabras de Mariano Peñalver, que el carnaval gaditano es un cuerpo lúcido que se ríe de sí mismo y de los otros: es la máxima expresión del nuestro yo paródico, paradójico y contradictorio. Todos sabemos que los diferentes géneros de nuestras coplas carnavalescas critican -en ocasiones corrosivamente- unos comportamientos convencionales que, cubiertos de apariencias formales, a veces son frívolos. Algunas letras, incluso, poseen un notable poder social y una importante lucidez desmitificadora porque empequeñecen el volumen de los episodios, desinflan las hinchazones de algunos personajes públicos y restablecen las dimensiones reales de unos sucesos que, ingenuamente, juzgamos trascendentales.

Las críticas humorísticas, las comparaciones cómicas y las hiperbólicas caricaturas de la chirigota de Kike Remolino constituyen unos espejos en los que se reflejan nuestros rostros y nuestros gestos, nuestras aspiraciones y nuestras frustraciones. Con la caricatura que “El Selu” ha hecho de los “enteraos” –ese personaje que tan bien representamos muchos de nosotros-, además de hacernos reír, nos descubre la realidad elemental y profunda de los comportamientos delirantes -y, a veces, estúpidos- de algunas personas que nos creemos serias y respetables. Fíjense, por ejemplo, en la imaginación desbordante de El Yuyu, con ese ingenioso pasodoble dedicado a las “pelusas del ombligo”. Muchos de los tipos constituyen imágenes de nuestras torpezas y revelan descarnadamente algunos de los rasgos de nuestra hechura humana.

Por otra parte, las comparsas nos hacen “con-sentir” con las emociones que despiertan unos hechos tan amargos como, por ejemplo, ese desgarrador pasodoble que Antonio Martín dedica a Marta; a veces, nos envían unos soplos nostálgicos como los que emiten las coplas de Joaquín Quiñones con su agrupación evocadora de la prensa del siglo XIX, o nos invitan al regodeo contagiándonos el desenfado de Jesús Bienvenido con su comparsa “los trasnochadores”. Hemos de reconocer, sin embargo, que el sentimiento de las comparsas no es siempre una reacción blanda de aceptación pasiva y desesperanzada, sino que puede ser una expresión delicada y comprometida de solidaridad.

Nos ha llamado la atención, una vez más, el colorido vital del coro “Cuando yo me pele”, de Julio Pardo con su exuberante alarde de armonías, los “Cañamaques” con sus indirectas y transgresoras alusiones, a veces explícitas, a los actores carnavalescos, y las provocadoras insinuaciones del tipo, de las letras e, incluso, de las melodías de “Los que se mueren por la pipa de la Paz…”.

Aunque es cierto que las agrupaciones -con su arte musical y con sus recursos literarios- nos cuentan amablemente la verdad desnuda de las cosas, expresan las sensaciones y los sentimientos que, durante el resto del año, enmascaramos o disimulamos con las fórmulas convencionales exigidas por las buenas maneras y por la cortesía, no deberíamos perder de vista que, a veces, desenfocan los problemas y, por lo tanto, falsean sus soluciones. Sería, por lo tanto, absurdamente ridículo que los padres de familia, los educadores, los líderes de opinión o los políticos interpretaran esas críticas al pie de la letra y las adoptaran como criterios válidos para planificar sus actividades. No nos confundamos, por favor, porque todo el año no es carnaval.

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...