sábado, 28 de marzo de 2009

EL LOCO DE LA SALINA

VUELVO A SER ABUELO

El lunes pasado, día 23 de marzo, dos días después de que comenzara la primavera, a las 19,15 horas y en el Hospital Puerta del Mar de Cádiz vino al mundo Martina. La tarde estaba jugando con el levante y quitándose la manta de un invierno que para nosotros se queda. Ya soy abuelo por segunda vez y, aunque hay muchos temas candentes sobre los que escribir, me van a perdonar, pero hoy no tengo cabeza para otra cosa que no sea Martina. Abundante pelo negro, dos ojos como dos ventanales, unas pestañas que son abanicos, unos deditos largos de pianista, una carita tan rosa como la ropa que tenía ya preparada y un cuerpo para comérselo de un bocado. ¿Qué va a decir su abuelo? Pues eso, lo que piensa. ¿Ha visto algún loco que no diga lo que piensa, aunque los demás crean que son pamplinas? Allí, con el oído pegado a la puerta del paritorio, estaba este loco atento al primer llanto. ¿Estará bien? ¿Tendrá algún problema? Cuando la escuché llorar, pensé dos cosas. La primera fue que llorar era una buena señal, porque la vida no es más que un valle de lágrimas y Martina se acomodaba rápidamente a la situación. La segunda fue que todo tiene una explicación y, como decía W. Shakespeare, lloramos al nacer, porque venimos a este inmenso escenario de dementes. Luego contemplé su primera foto, enviada por mi yerno con su móvil desde el mismo paritorio. Después la cogí en brazos y me dijeron que pesaba 2,9 kilos, pero a mí me pareció más ligera de peso que un gorrión. Y luego la sensación de verme con un paso más hacia delante, hacia el abismo profundo o hacia la escalera gloriosa, según se mire. Y a los locos nos gusta siempre elevar la mente y vivir en las nubes y, si es posible, permanecer en la Luna el mayor tiempo posible.

Martina ha nacido en plena crisis, pero a las puertas de la más floreciente estación del año, o sea, entre la oscuridad y la luz. No le voy a decir que estoy loquito por ella, porque ya lo estaba, según los facultativos, antes de que naciera. Y en los pocos días que lleva Martina entre nosotros ya me ha demostrado que también arrastra en su cabecita algo de la locura que tiene su abuelo, porque no atiende a razones y llora a rabiar, sobre todo cuando le aprieta el hambre, que es casi siempre.

Su nombre me encanta, porque todo concuerda. En la mitología romana, Marte, en latín Mars, era el dios de la guerra, hijo de Júpiter y de Juno, aunque en un principio era el dios de la fertilidad, la vegetación y el ganado. Se le representaba como a un guerrero con armadura y con un yelmo. Y a Martina se le ve guerrera y poco conformista. Marte también dio nombre a Marzo, mes de comienzo de las primeras luces y mes de su nacimiento. Además Marte es el cuarto planeta del sistema solar y próxima parada y fonda del hombre en el espacio, con lo que tiene todo un futuro por delante. También es día de la semana y primer día en que Martina vio su primer amanecer. Quizás llegue a gustarle el tenis como a Navratilova, aunque habrá que dejar pasar el tiempo.
Asociado su nombre a la palabra martillo, espero que sea dura ante la vida y constante como lo es su madre.

Ya tengo la parejita, como me dicen algunos. Espero disfrutar de los dos hasta que vengan a buscarme. Decía Ernesto Sábato que la vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que, cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.

Martina, que seas feliz y que tengas claro que las locuras que más se lamentan en la vida son las que no se cometieron cuando se tuvo la oportunidad. De tu loco abuelo.

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