martes, 23 de septiembre de 2008

MIS RECUERDOS. Ernesto Caldelas Lobo


MI IMPRESIÓN DE LA SEGUNDA QUEDADA

Llegamos a Cádiz como si fuera principio de curso y puntualmente a las doce. Ahora íbamos sin el colchón y realizamos una hojeada a la puerta principal, por si acaso, efectivamente estaba cerrada a cal y canto y no había ningún compañero. Nos dirigimos a una de las tres puertas de la calle Magistral Cabrera, no llegué a llamar porque una señora en el balcón del primero, seguramente familia o vecina de la famosa “Loli,” que muchos recordarán, me tuvo que ver cara de seminarista todavía pues me dijo: “Para entrar en el Seminario es por aquella puerta y llame varias veces porque tardan mucho en abrir.” Por ello quiero hacer especial mención a esta señora y agradecerle el gesto amable porque, si no es por ella, muchos de nosotros no hubiésemos podido entrar.

Nos abrió el antiguo compañero y hoy superior del Seminario Antonio Torrejón, serio y amable. La entrada al edificio no se puede describir, me abrumaban los recuerdos después de 43 años, en mi caso, el patio del cuchillo, la noria con los azulejos, la vetusta campana que tocaba Lorenzo el portero ahora sin cuerda, las escaleras que tantas y tantas veces teníamos que subir o bajar por ellas recogiéndome la sotana que usaba con los calcetines y zapatos negros que yo, desde entonces, conservo y nunca he podido utilizarlos de otro color, la capilla con el sillón de Ferry y el órgano que tocaba Mañé, el salón con el púlpito donde hacíamos los actos de la academia o las obras de teatro al final de curso, el mismo comedor con sus mesas de mármol donde repartíamos la comida, la biblioteca donde colocábamos los instrumentos de la rondalla, una vez afinados, para despertar “dulcemente” a los demás al día siguiente, las habitaciones con sus ventanas en alto para que no pudiésemos mirar a la calle, etc.

Dentro nos esperaban los demás y el encuentro con los antiguos compañeros fue súper emocionante, después de tanto tiempo, con los misterios de la memoria haciendo de las suyas: recordaba la cara de Antúnez pero no me acordaba de su nombre, Vicente Pecino me recordaba a mí por la voz, que decía “Es inconfundible,” a Jesús Guerrero Amores le reconocí por sus gestos, a Paco Cianca me lo tuvieron que decir y le recordé, a su vez, cuando en el comedor tenía que pedir a través del torno: “¡La comida blanda para Cianca!” El se rió a mandíbula batiente y otro compañero le dijo: “¡Oye Paco! ¿eso es verdad?” y el contestó cuando pudo: ¡Si es verdad!, claro, si yo tenía el estómago hecho polvo por el stres.” La alegría característica de Basallote, las bromas de Rafael Pozo, etc.

El detalle de Luis Suárez que nos zampó una pegatina conmemorativa del acto y nos entregó una foto dedicada con el mayor cariño. He visto los recuerdos que hemos llevado entre todos, principalmente los libros que estudiábamos y hemos podido comer en las mismas mesas. La satisfacción fue enorme y un día de los más felices de mi vida.

He sabido de otros compañeros que al comentarles estos encuentros uno ha dicho que “¿esto para qué sirve?” y otro ha dicho que para qué va a asistir si él no es “nostálgico.” Pues yo lo siento pero si a algunos de nuestros antiguos amigos, después de los años vividos juntos, con estos actos y estos encuentros no sienten nada dentro, a estas alturas de la vida ni puedo ni quiero explicárselo.
Hasta la próxima.

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