miércoles, 28 de septiembre de 2011

Para hipocresía, la que se estila con el tema de los toros.

Lo que a mí me pasa es que cada vez estoy más hecho un lio.
Después de leer varias veces el artículo de José Antonio Carmona (porque hila tan fino que con una vez no sirve) me decido, osado yo, a dar mi opinión. Vaya por delante mi aplauso a dicho artículo.
Parece mentira que un berrinche de niño, provocado por intereses, pueda llegar a formar parte, de buenas a primera, de las leyes de una comunidad. Se está prohibiendo por ley (todos sabemos que el abuso de la prohibición es una de las características propias del fascismo. El humanismo informa, aconseja, oye, respeta…y penaliza el incumplimiento de la ley, pero después de existir una ley rumiada y consensuada.), una actividad ancestral, en un contexto donde la violencia forma parte del diario. Me encanta la frase de Carmona: “estoy en claro desacuerdo con las corridas y también en desacuerdo con la prohibición (dejemos que las aguas bajen por el río, ya llegarán al mar).
Analicemos un poco este atropello por el que muchos se están rasgando las vestiduras y analicemos también otros atropellos de los que nadie se asombra.
El toro de lidia vive su vida como un rey. Desde que nace está mejor cuidado que el perrito de la Presley (o Preysler), libre por el campo, con toda la comida que quiera, vacunado, desparasitado, mimado, con todas las hembras que quiera, (en esto está mejor que el Rey), e imagino que las vacas estarán igual de contentas, en fin, una vida plena y salvaje en el sentido peyorativo de la palabra. Pero durante veinte minutos, sufre la inmisericordia del hombre antes de morir.
Poniéndome la mano en el pecho y puestos a elegir, yo preferiría esa vida a la del perro del ciego, con la misma felicidad que los esclavos negros de las antiguas Américas, trabajando toda su vida en algo tan antiperruno y antianimal como la obediencia incondicional y la aceptación de las costumbres humanas. Estoy seguro de que el que se rasga las vestiduras por la muerte del toro no tendrá inconveniente, posiblemente, en tener un canario toda su vida en una jaula. Y -sin posiblemente- comerse una tortilla hecha con el huevo de una gallina que está toda su vida ¡toda su vida! en una jaula en la que con dificultad se puede dar media vuelta. Comer y poner huevos, comer y poner huevos y cuando no pone huevos es decapitada, sin haber podido escarbar en la tierra, ni fijar su posición social picando a otras gallinas, ni nada de lo que gusta un gallina.
Ese ultrantitaurino que se rasga las vestiduras, si viene a Sevilla, no tendrá inconveniente, dado el caso, de admirar esa gran ciudad subido a un carro tirado por un caballo que está amarrado toda su vida a esos dos palos, 14 horas diarias haga frio o calor a pleno sol, incluido domingos y añorando, como especie, su vida salvaje.
El toro no sufre más que el ñu o la cebra que es asfixiada lentamente bajo los colmillos de una leona mientras el ultrantitaurino se recrea viéndolo en Odisea.
Todo esto sin hablar del boxeo o de la prostituta propiedad de una mafia y posiblemente visitada, cuando se le desborda la testosterona, por un ultrantitaurino de esos que se tiñen de rojo y se tiran al suelo. No sé a vuestras señorías, pero yo prefiero reventarme un dedo con un martillo en privado que una humillación, injusta o no, en público. O del corredor de la muerte de EEUU, China, Irán u otros. Diez años en el corredor de la muerte y la media hora de la ejecución no tiene punto de comparación con los veinte minutos del toro bravo. Y no los he visto nunca metiendo los dedos en un enchufe para reivindicar la abolición de la  pena de muerte humana. Y sin hablar de los ciervos del parque de Los Alcornocales que, aterrados durante horas por la jauría de los perros de los señoritangos que los persiguen, son instigados, disparados, mordidos y muertos a puñal para disfruten de algunos.No me gustan los toros y soy contrario a la muerte cruenta del animal. Simplemente podría estudiarse llevar a cabo el espectáculo pero sin pica ni espada y todos tan contentos, esperando que, por su peso, desaparezcan las corridas (de toros), pero eso no creo que lo acepten algunos porque parece que lo que les interesa no es mirar por el sufrimiento de los animales sino ir cortando todos los hilos que les conecten con el resto del país. Políticos.
Al principio dije que estaba hecho un lio y lo digo porque a mí, aunque no me gusten los toros, me gusta pasear en coche caballo, me gusta ver Odisea,  el jamón de bellota y una vez tuve un canario en una jaula hasta su muerte.
Que seamos menos hipócritas y más consecuentes es lo que haría falta.
Luiyi

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