domingo, 17 de agosto de 2008

La mala leche_sábado__16_agosto

La mala leche

José Antonio Hernández Guerrero

Aunque sea un presupuesto obvio que todos los lectores solemos tener en cuenta, no estaría de más que, de vez en cuando, les recordáramos que los que escribimos en los periódicos nos limitamos a ofrecer nuestra visión -nuestra percepción interpretativa y nuestra versión valorativa- de esa realidad equívoca, opaca y contradictoria que es la vida humana; deberíamos subrayar, por lo tanto, que nuestras ideas y nuestras emociones son los ecos y las resonancias, inevitablemente nuestras, de cualquier suceso; son los dibujos simplistas –y, a veces, en escorzo- de una realidad que, por ser humana, es compleja y, a veces, misteriosa.
Establecido el principio anterior, respondo a varias preguntas que, formuladas con diferentes palabras y en el transcurso de escasas semanas, me han enviado cinco lectores: Juan, Ignacio, Ana, Cristina y Raquel. Pretenden conocer mi opinión sobre el procedimiento humorístico –“la mala leche”, dicen dos de ellos- que emplean varios de los colaboradores más acreditados de este periódico.

En primer lugar, he de reconocer que el humor es una herramienta que, como la pala o el palustre, como los alicates o el cincel, aumenta las fuerzas de nuestras manos para edificar unos mundos más confortables; es un instrumento que, como el pincel, la gubia o la flauta, embellece nuestras vidas; es una medicina que, como las vacunas, nos inmuniza; como los antibióticos, nos cura; y como los calmantes nos alivia los dolores del cuerpo y los sufrimientos del espíritu.
Pero es, también, un arma que, como la espada, la pistola o el fusil, destruye, hace daño, causa dolor e, incluso, nos puede infligir la muerte.Estos escritores, con sus parodias, además de hacernos reír, nos señalan la realidad elemental y profunda de nuestros comportamientos delirantes y, a veces, estúpidos: nos descubren algunos rasgos de nuestra hechura humana que a muchos nos pasan desapercibidos.

El humor -el buen humor y el mal humor-, efectivamente, es un procedimiento eficaz para lograr que el comentario resulte divertido, ameno e inteligible; lo dota de agilidad, de claridad y de fuerza sorpresiva; pero también es un arma peligrosa que puede originar considerables destrozos en su objeto, en su objetivo y hasta en el escritor que la emplea. Los condimentos alegran los platos, pero a condición de que no se le vaya la mano al cocinero.

No tengo más remedio que advertir, también, que para interpretar de manera adecuada estos comentarios tan ingeniosos y picantes, los lectores hemos de estar provistos de un amplio sentido del humor con el fin de que seamos capaces de distanciarnos, de comparar, de relativizar, de jugar y de sorprender. El humor es una manera de distanciarnos y de contemplar los sucesos desde una perspectiva más lejana.

Por eso afirmamos que desacraliza, desmitifica, desenmascara, desnuda de apariencias engañosas y de solemnidades vacías, pero también frivoliza asuntos serios y banaliza cuestiones graves. El que lo usa demasiado corre el riesgo de ser tachado de payaso profesional.

En cualquier caso, los que lo usamos hemos de tener claro que el buen humor -que humaniza las relaciones humanas- aunque no esté relacionado necesariamente con el amor, sí tiene mucho que ver con la amabilidad.

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