viernes, 1 de agosto de 2008

Luces y sombras_sábado_2_agosto

Luces y sombras

José Antonio Hernández Guerrero

Nuestros visitantes –sobre todo los que han leído a Manuel Machado- celebran con entusiasmo la luz tan cálida que baña todo nuestro paisaje y que, en cierta medida, ilumina nuestra peculiar concepción del tiempo y estimula la fluidez de las relaciones humanas.

Con el fin de evitar, en lo posible, que estas afirmaciones sean sólo tópicos vacíos, sería aconsejable que, de vez en cuando, los invitemos para que nos acompañen en las visitas por los diferentes espacios a distintas horas del día con el fin de que comprueben cómo las luces son cambiantes y cómo, en consecuencia, las sombras que proyectan, tanto las reales como las metafóricas, varían de manera permanente el significado de algunos de nuestros paisajes y, en especial, los más típicos.

Si, por ejemplo, nos paseamos a la salida del sol por las playas de nuestro suroeste, desde Santa María del Mar hasta Torregorda, podremos comprobar cómo el rostro de nuestra Ciudad va cambiando de manera continuada y cómo muestra diferentes estados de ánimo: ya verán cómo no todo es alegría ni juergas, y es posible que, en algunos rincones, se nos salten las lágrimas de pena o se nos encienda el rostro de coraje.

No dudamos de que este recóndito trozo del Océano Atlántico, abierto y libre, posee especial atractivo en los amaneceres brumosos, sobre todo, en los días en los que corre el viento suave y húmedo del sur, y en las noches en las que las luces -las celestes de la luna fría, de los luceros y de las estrellas, y las terrestres de los faros y de las farolas- parpadean al ritmo cadencioso y al sonido acompasado de sus olas. Pero, si prestamos atención, a lo mejor desde allí podemos divisar cómo, extenuados y cabizbajos, regresan los pescadores que, a pesar de las duras jornadas transcurridas en estos mares tan esquilmados, apenas traen pesca suficiente para alimentar a su familia.

Es posible que los permanentes cambios de luces hayan influido de manera decisiva en nuestras actitudes volubles y, a veces, contradictorias. A lo mejor esas alteraciones de ánimo tan rápidas que se plasman en nuestras fiestas populares –Navidad, Carnaval, Semana Santa- tienen que ver con los violentos contrastes de luces que se dan en Cádiz a lo largo de una jornada y en el sinuoso curso de un año.

Por las tardes, a la caída del sol, los lugares más placenteros son los que rodean a La Caleta, ese sitio mágico y hechicero, que guarda perfume de misterio y que tanto piropean las coplas del Carnaval.
Pero deberíamos completar nuestro paseo por las calles de los barrios de la Viña y de la Libertad –por los Callejones y por la Cruz Verde- para conversar con sus habitantes.

Estas luces del atardecer pueden servirnos para iluminar los rincones sombríos en los que se acumulan basuras de pobreza y para estimular esas intervenciones que son necesarias para limpiar ese ambiente que, contaminado de un consumismo entontecedor, favorece las malformaciones que corroen la vida familiar y ciudadana.
Sería saludable que, de vez en cuando, nos adentráramos hasta el fondo de algunos hogares para disipar esas sombras densas y alargadas que ocultan o disimulan las miserias éticas y sociales que aquejan a muchos de nuestros conciudadanos, en especial, a los más débiles e invisibles: a esas zonas desafortunadas cuyo aire aún no ha depurado la actual democracia.

Hemos de reconocer que, en determinados ámbitos de nuestra sociedad aún quedan resquicios de desigualdades injustificables, de injusticias lacerantes que permanecen escondidas debido, quizás, a una injustificable ignorancia.

No hay comentarios:

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...