viernes, 1 de mayo de 2009

¿QUÉ ME ESTÁ PASANDO?

EL LOCO DE LA SALINA

Ayer tuve doble sesión con el psiquiatra. Me acosté en el sofá verde del manicomio y estuve tres horas largando con los ojos abiertos como ventanales. ¿Cómo van las cosas? Bien, quitando lo de los animales. ¿Qué es eso de los animales? Pues que veo animales a todas horas y por todas partes. Explíquese, hombre de Dios. Mire, todo comenzó con los caballos. ¿Con los caballos? Sí, hace ya tiempo apareció la peste equina por culpa de un mosquito africano y desde entonces no levanto cabeza, aunque al poco tiempo los caballos volvieron al campo y a su rutina de siempre; depués fueron las vacas locas, que tenían las lenguas azules y el coco desvariado, cosa que me sorprendió a pesar de estar yo más loco que ellas, aunque al poco tiempo el personal volvió a consumir carne de ternera como si nada; luego vinieron los pollos, que, como no tenían bastante con el marrón de dar vueltas en los asadores, empezaron a estar en boca de todo el mundo, aunque al final todo se normalizó y Maite ganó la partida; no hace mucho ha saltado a la escena el lince, al que algunos místicos tratan como oro en paño hasta el punto de compararlos con los niños; de vez en cuando salta el tema de los toros, que si es arte, que si es una barbaridad...; y por si faltaba algo de un tiempo a esta parte nada más que veo burros a mi alrededor. Por favor, sin faltar. No, doctor, deje que me explique, porque esto último de los burros es algo anormal.
Mire, cuando alguien me habla, me parece que me está rebuznando y la verdad es que estoy preocupado. Veo burros por todas partes. ¿Le damos un repaso a su infancia? Bueno, retrocedo a mi infancia y me veo con aquellas orejas borriqueras del que no daba con la solución al problema de Rubio. Enciendo la tele y me encuentro un montón de burros en una noria que mariposea en las aburridas vidas de cuatro cantamañanas. Voy a la biblioteca y el primer libro que me encuentro es Platero y yo, como si no hubiera más libros en el mundo; paseo por La Isla y me doy de frente con la mascota de los Juegos Iberoamericanos, que es precisamente un burro salinero con todos sus avíos. Doctor, ¿no es para estar preocupado? Hombre, mirado así, lo suyo es para volverse loco. ¿Por qué cree que estoy aquí? No paro de pensar en los animales.
Ahora le ha tocado el turno a los cerdos. Hasta el más tonto va a tener que llevar una mascarilla para no resfriarse, como si todos hubiéramos estado en las playas de Cancun. He pensado, doctor, una teoría y usted me dirá si llevo razón o no. Dígame. Pues, que mientras pensamos en los animales, no tenemos tiempo de pensar en las personas. Usted es muy mal pensado. Mire, no puede ser que los bichos estén ocupando nuestras cansadas mentes y no tengamos cuerpo para otros pensamientos. ¿Qué pensamientos? Pues los que nos están comiendo las entrañas poco a poco. Por ejemplo, la crisis. ¿Sabe mi teoría? Que, mientras estamos entretenidos con los caballos, las vacas, los pollos, los cerdos y los burros, no vamos a centrarnos en lo realmente importante, que es el paro galopante que nos atosiga y nos aprieta la sangre. No me querrá decir que todo eso de los animales es un invento de los políticos de turno. Y ¿por qué no? Ya verá cómo dentro de poco habrá algún problema con la cucaracha, con el grillo o con la zapatilla. Es un terreno amplio al que se puede recurrir en cualquier instante para desviar la atención.
Oiga, usted está menos loco de lo que yo pensaba. Pero no me deje salir de este manicomio, porque lo primero que voy a hacer es ir a ponerme una buenas herraduras. Vale.

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