viernes, 22 de mayo de 2009

Los enemigos de la política

José Antonio Hernández Guerrero

En los tres últimos días y en diferentes ámbitos –la Universidad, el Hospital y en el bar de la esquina- he escuchado varios comentarios que, aunque están formulados con diferentes palabras, coinciden en afirmar que la política es una actividad perversa porque degrada a los ciudadanos que la protagonizan, porque perjudica a los que la respaldan y porque daña los asuntos en los que interviene. Estos juicios están en contra, como es sabido, de las teorías filosóficas que, desde Aristóteles, repiten que la acción política es una actividad noble, necesaria e inevitable, porque, mediante la práctica del bien, de la virtud, de la justicia y de la solidaridad, persigue el fin de lograr la felicidad humana y la paz social.

En mi opinión, sin embargo, esa valoración negativa tiene una explicación, al menos parcial, en los diferentes mensajes que, de manera convergente, lanzan permanentemente esos irreconciliables enemigos que están repartitos en tres grupos: los ingenuos apolíticos, los aprovechados vividores y los políticos profesionales.

Los ingenuos apolíticos no advierten que, con su pasividad dejan un vacío que inevitablemente llenan otros. No se dan cuenta de que, con su indiferencia, permiten las arbitrariedades, que con su desinterés facilitan un funcionamiento perverso, que con su desprecio propician la sumisión. Quienes así se expresan no son conscientes de que, con su silencio e inacción, están apoyando una forma concreta de hacer política, ni que ellos son enemigos, más que de la política, de la democracia. Una cosa es demostrar el descontento por unas determinadas formas de ejercer el poder y otra muy diferente no admitir que, para lograr la justicia y la paz, algunos ciudadanos se tienen que ocupar de los asuntos públicos. Ellos –que creen ingenuamente que no están ideologizados- no son conscientes de que su apoliticismo es ya una ideología, y lo peor es que, en vez de hacer política en el Parlamento o en el Gobierno, la hacen en el púlpito, en la cátedra, en los medios de comunicación o, incluso, en la barra de un bar.

En segundo lugar hemos de referirnos a los aprovechados vividores de la política, aquellos que en primer, en segundo y en tercer lugar, buscan en la política una vía directa para engordar su ego, su cuenta corriente, su familia o, incluso, su barrio; también ellos son culpables de ese descrédito que, de manera creciente, está sufriendo la política. Esa manera tan descarada de alentar los deseos o los temores, las alegrías o las tristezas de los conciudadanos y esa forma tan desaprensiva de aprovecharse de las vacas gordas y de las flacas para satisfacer sus ansias de poder y su patrimonio familiar constituyen una estrategia política destructora y suicida.

Pero, sin duda alguna, los enemigos más peligrosos de la política son los políticos profesionales, aquellos que, desde pequeños, sintieron la vocación de servir -¿o de servirse de?- a la política. Aquellos salvadores que -aunque presuman de agnosticismo- se creen en el ineludible deber sagrado de responder a una llamada trascendente que les impone la entrega absoluta al partido o a la patria, y que les exige la identificación a un líder omnipotente y omnisciente cuyas consignas son aceptadas como dogmas de fe. Pero, quizás los más peligrosos son aquéllos que, tras asegurar que están en la política de una manera ocasional, no dudan en amarrarse al sillón y en eliminar a todos los que osan competir con ellos.
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1 comentario:

luiyi dijo...

Estoy muy de acuerdo con tu opinión, amigo J.A. Hernandez.
Sin embargo yo añadiría mas: lo peor, peor, peor, para la política son los partidos. Los mismísimos partidos políticos. De todos los bandos. Donde se escudan y guarecen los personajes a los que tú haces referencia.
Tengo mi pequeña opinión sobre el tema y ya la expondré más detalladamente.
Luiyi

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