viernes, 23 de octubre de 2009

Pesimismo

José Antonio Hernández Guerrero

Una de las consecuencias más graves de la crisis económica es, a mi juicio, la devastadora corriente de pesimismo –quizás patológico- que sacude a una sociedad que, paradójicamente, sufre los achaques de la opulencia. Es cierto que estos momentos no son los más propicios para euforias, pero también es verdad que pueden ser –y en otras situaciones análogas ha sido- el momento adecuado para enarbolar esperanzas y para imaginar posibles salidas. Los logros culturales, sociales, científicos y hasta políticos deberían, al menos, mitigar esa embriaguez de desolación que, de manera más o menos interesada, a veces inundan los medios de comunicación. Tengamos en cuenta que los efectos de este estado de ánimo deprimido pueden ser tan negativos como, por ejemplo, el aumento descontrolado del escepticismo político, de la indiferencia social, de la insolidaridad e, incluso, de la frívola asunción de una vida cómoda.
Creo que, precisamente en esta situación, los líderes de opinión, con el fin de evitar que este estado de ánimo multiplique los efectos devastadores de la crisis, deberían intensificar sus análisis mediante una reflexión seria e, incluso, a través del aumento de unas propuestas imaginativas. Es posible que ése sea uno de los mejores servicios que los periodistas ofrezcan a los dirigentes políticos quienes, por lo visto, carecen de tiempo y de espacio para pensar y para imaginar. A lo mejor de esta manera podríamos extraer algún beneficio –aunque sea psicológico- de esta de la crisis que aqueja, sobre todo, a los menos favorecidos.
Los periodistas, aunque carezcan de poderes políticos- quizás por estar más entrenados para el raciocinio, para la fantasía y para la crítica, podrían, además de denunciar los engaños y las contradicciones, rendir el servicio de atisbar pistas nuevas para la salida de la crisis, podrían proponer fórmulas imaginativas y, sobre todo, emplear procedimientos eficaces para animarnos a todos en medio de este avispero de controversias.
Creo que fue Mario Benedetti quien, hace ya más de un cuarto de siglo, afirmaba que el pobre es quien puede permitirse el lujo del optimismo aunque sólo sea por lo mucho que le queda por alcanzar. Se cumple así, efectivamente, la ley de las compensaciones: el pesimismo es, en cierta manera, una actitud conservadora, autodefensiva, destinada a resguardar lo que ya se tiene; mientras que el optimismo es el gesto primario destinado a alcanzar aquello de lo que se carece.
Los medios de comunicación, que poseen hoy una influencia decisiva para fomentar la esperanza y la confianza en nuestras capacidades reales, han de explicar y “documentar” los fundamentos de esa confianza en vez de sembrar la desconfianza que genera por doquier un peligroso recelo. El periodista serio y consciente puede ayudar de una manera muy positiva para que la opinión publica descubra una vía por la que, con los pies en la tierra, caminemos juntos hacia el bienestar posible y necesario. No olvidemos que la confianza aumenta la confianza. Estoy convencido de que, además de denunciar las injusticias y de criticar los abusos, podríamos emplear de vez en cuando la fórmula -razonable y eficaz- para explicar algunos de testimonios humanos que constituyen los patrones que hemos de seguir para abrir surcos por los que discurran las mejores virtudes, los valores que nos definen como personas y comos seres sociales titulares de derechos y de libertades fundamentales.

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