viernes, 16 de octubre de 2009

Lo peor de la crisis

José Antonio Hernández Guerrero

Les confieso que, una vez más, he sido incapaz de responder de manera adecuada a la mayoría de las preguntas que varios exalumnos de nuestra Facultad de Filosofía y Letras me han formulado en la última reunión que hemos celebrado: ¿Es verdad que lo peor de la crisis ha pasado? ¿Dónde está lo peor de la crisis? ¿Es cierto que, gastando más dinero, se solucionará la crisis? Y, la definitiva: ¿Cuándo encontraremos trabajo?

Ignoro a quién se dirige el Presidente del Gobierno cuando, con tanta convicción, afirma que lo peor de la crisis ya ha pasado, pero tengo la impresión de que a la gran mayoría de los ciudadanos que sufren las consecuencias de la crisis, no les ha transmitido el consuelo de la esperanza sino que, por el contrario, les ha generado una serie de angustiosos interrogantes sobre su presente y sobre su futuro inmediato. Son muchos los que, desorientados, se preguntan para qué les han servido tantos años de estudio y tantas horas restadas a la diversión y al descanso. A mi juicio, una de las principales consecuencias negativas de esas afirmaciones propagandísticas es el galopante descrédito en el que están cayendo los principales líderes políticos, los conductores de nuestro bienestar colectivo.
Algunos alumnos han comentado también la frivolidad con la que políticos, economistas, periodistas y publicistas proclaman a coro que la solución de la crisis estriba en el aumento del consumo. Les ha llamado la atención cómo todos están de acuerdo en que, si compramos muchos objetos, si gastamos el escaso dinero que tenemos e, incluso, si nos endeudamos, la economía saldrá de la profunda depresión en la que se encuentra instalada y, en consecuencia, todos nos sentiremos más felices.
Juan -que acaba de terminar la carrera de Psicología- ha aprovechado esta oportunidad para explicarnos detalladamente cómo esa patología del consumo, en vez de paliar, agrava algunos trastornos psicológicos que tienen su origen en la búsqueda ansiosa de aprobación, en la necesidad de dependencia, en la baja autoestima, en la demanda de excitación y en la falta de autocontrol. Él, incluso, opina que esa compra compulsiva es un grave síntoma de una inestabilidad emocional que puede generar una profunda depresión.
Hemos llegado a la conclusión de que, a pesar de la crisis, somos muchos los que, por haber confundido la abundancia con la prosperidad, y la prosperidad con el bienestar, hemos acumulado tal cantidad de objetos e, incluso, de conocimientos, de sensaciones y de emociones que apenas nos dejan huecos para nuevas adquisiciones. En la actualidad nos faltan espacio, tiempo y, sobre todo, tranquilidad. Tengo la impresión de que, en contra de las propuestas de los políticos, no nos vendría mal elaborar un riguroso plan para reducir la cantidad excesiva de bienes materiales y espirituales. Estoy convencido de que uno de los problemas que padecemos en nuestros hogares, en nuestros trabajos y en nuestros bolsos, igual que en nuestro cuerpo y en nuestra mente, es el del exceso. De la misma manera que, en la vida doméstica al comienzo del curso, además de renovar los instrumentos desgastados por el uso hemos de deshollinar los huecos y las ranuras en los que se depositan residuos de suciedad, sería aconsejable que, de vez en cuando, limpiáramos los rincones de nuestro espíritu de esas agrias sensaciones que nos amargan la vida diaria.

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