viernes, 27 de noviembre de 2009

Los mirones

José Antonio Hernández Guerrero

La risa y los comentarios jocosos que nos ha producido la contemplación televisiva de las imágenes de los siete toros que se escaparon el domingo pasado corriendo por nuestras calles me han provocado una reflexión sobre las consecuencias perniciosas que generan en muchos de nosotros la creciente adición a los medios audiovisuales. La primera conclusión negativa es que estos aparatos nos hacen creer que ellos los que nos brindan la verdad –la importancia y la gravedad- de los episodios que visionamos, y la segunda, que nos fomentan una creciente y peligrosa pasividad.

Es cierto que, gracias a la fotografía, al cine, a la televisión, al vídeo y a los ordenadores, podemos ver unos elementos microscópicos que son imperceptibles a simple vista; también nos es posible contemplar las imágenes nítidas de fenómenos astronómicos que, ocurridos a la distancia de años luz, tuvieron lugar en un pasado remoto. Pero no perdamos de vista que estas formas de transmisión y de reproducción televisivas de sucesos suelen falsear la realidad porque rompen su unidad, las descontextualizan, alteran su tamaño y cambian sus colores.

Otro efecto -en mi opinión más peligroso- es el de habituarnos a ir de simples mirones por la vida: nos malacostumbran a contemplar pasivamente lo que nos rodea sin implicarnos en la solución de los problemas y en la ayuda de unas víctimas que, a veces, están próximas a nosotros.

Visionar las noticias de actualidad con una actitud parecida a la que adoptamos cuando asistimos a una película cinematográfica hace que nos alejemos de los episodios y que rebajemos su importancia o su gravedad: recibimos la impresión de que, incluso las tragedias, están elaboradas con ciertas dosis de fantasía, y, por eso, las contemplamos como si fueran creaciones que, en cierta medida, nos divierten y nos recrean. Las colas de parados en las oficinas del INEM, la saturación de los comedores de María Arteaga, el desembarco de pateras en las playas de Tarifa con mujeres embarazadas o, incluso, con cadáveres, los despidos de los puestos de trabajo y la agresiones que sufren mujeres o ancianos cada vez nos impresionan menos porque son imágenes que sólo percibimos con los ojos; no las tocamos con nuestras manos y, como consecuencia, no nos afectan a los sentimientos.

Es posible, además, que esa excesiva cantidad de horas que los niños, los jóvenes y los adultos pasamos sentados ante el televisor influya en la actitud de meros espectadores que adoptamos en el terreno social, económico y político. Imitando, quizás, a los tertulianos, nos conformamos con comentar y con criticar los toros que vemos desde la barrera sin implicarnos en los múltiples problemas planteados en el redondel de la vida. Como denunciaba el otro día Carlos Díaz, los problemas de Cádiz no tendrán solución mientras permanezcamos cómodamente sentados, esperando que llueva de arriba el milagroso maná.

Estoy convencido de que nuestra situación económica, social y política no cambiará mientas no decidamos hacer como en el teatro moderno y borremos esa línea que separa el escenario en el que se mueven los actores y la sala en la que los espectadores se limitan a contemplar pasivamente el espectáculo teatral. No esperemos que los artistas de repente, salten al patio de butacas, nos tomen de la mano y nos suban al escenario.

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