sábado, 7 de noviembre de 2009

El báculo

José Antonio Hernández Guerrero

El artículo que el sacerdote Juan Piña Batista, párroco de Santo Tomás de Aquino, ha publicado contra una decisión de su Obispo de autorizar que la cofradía del Santo Entierro procesione en la tarde del Sábado Santo, ha levantado, como era de esperar, irritadas ampollas entre algunos clérigos y ha provocado un escueto comunicado de prensa en el que los cuatro vicarios de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, "sin entrar en razones pastorales, litúrgicas o canónicas sobre la legitimidad o eclesialidad de la decisión”, desaprueban el medio utilizado y rechazan la forma irónica que “puede resultar hiriente a la persona del obispo".
Me ha llamado la atención que, antes de publicar estos dos escritos, no hayan hablado sobre un asunto que, en nuestra Ciudad, además de las razones litúrgicas, canónicas y pastorales, posee una amplia y profunda repercusión social. Supongo que, de manera inmediata y sosegada, ya se habrán celebrado reuniones entre todos los protagonistas en las que cada uno habrá expuesto las razones de sus decisiones y en la que todos habrán tenido ocasión de aclarar los posibles malentendidos. En contra de lo que afirman en dicho comunicado, pienso que sí sería oportuno y necesario que el Obispo o los Vicarios entren en esas razones pastorales, litúrgicas o canónigas que fundamentan la legitimidad y fomentan la eclesialidad de tal decisión. Éste es el momento oportuno para que unos y otros nos expliquen, de manera clara, por ejemplo, el valor sacramental de las celebraciones litúrgicas y la importancia catequética de las manifestaciones populares.
Les confieso que, a veces, me resulta divertido escuchar la variedad de comentarios sobre los ornamentos litúrgicos que, en los últimos años, formulan algunos de los fieles cristianos que suelen alardear de formación religiosa. En esta ocasión me refiero a algunas discusiones que acabo presenciar sobre el báculo, ese “bastón” que llevan los obispos en las ceremonias pontificales. Unos se lamentan de que los preciosos metales –“símbolos de su excelsa dignidad”- se estén sustituyendo por toscas maderas; otros deploran lo poco que lo usan para imponer por la tremenda las normas canónicas que son las que, exigiendo obediencia, garantizan la unidad, el orden y la disciplina, sobre todo, del clero.
Los primeros desconocen que, en sus comienzos, sólo era eso: un modesto bastón de madera que –como a los pastores- les servía exclusivamente para apoyarse y que fue en la Edad Media cuando la entrega del báculo y del anillo se hacía para simbolizar la investidura feudal de los dominios temporales de la Iglesia. Los segundos confunden el bastón con la porra, y el cayado con la tranca. No advierten que el báculo es, sobre todo, un bastón, un instrumento que usan los ancianos o los cojos para mitigar el cansancio o para evitar las caídas. No es un arma de ataque ni un garrote para ahuyentar a los curiosos y extraños que se acercan al redil.
Como afirma el Cardenal Martini, “algunos piensan que son buenos cristianos quienes, de vez en cuando, van a misa y acercan a sus hijos a los sacramentos, pero el cristianismo no es eso, no sólo es eso. Los sacramentos son importantes si coronan una vida cristiana. La fe es importante si avanza junto a la caridad. Sin la caridad, la fe está ciega. Sin la caridad no hay esperanza y no hay justicia.
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