viernes, 6 de febrero de 2009

Perdón_sábado_7_febrero

Perdón

José Antonio Hernández Guerrero

“La culpa de los problemas que nos origina Rocky con sus trastornos la tienes tú con esa manía de cambiar todo”. “El culpable eres tú por haberlo metido en esta casa”. Esta recíproca acusación que, con tono malhumorado, se entrecruzaron Sebastián y Lola, no sólo impidió un planteamiento correcto del problema, sino que a punto estuvo de ensuciar el cálido y apacible clima que ellos, hasta entonces, habían respirado en el hogar. En esta ocasión, en vez de analizar los hechos, examinar la propia responsabilidad e, incluso, pedir perdón, cada uno descargó su indignación contra el otro. Desgraciadamente aún no habían comprendido que estos comportamientos, por muy comprensibles que fueran desde una clave psicológica, no sólo no resuelvían los problemas sino que, además, abrían unas heridas que, al menos, dejarían cicatrices.

En recientes manifestaciones en la CNN, Obama acaba de confesar que “metió la pata”, “que asumía la responsabilidad” y que “pedía perdón”. Se refería al nombramiento del senador Tom Saschle como aspirante a dirigir la Secretaría de Salud.
Daschle anunció el pasado martes su dimisión irrevocable por no haber pagado unos 140.000 dólares en impuestos por el uso de un vehículo con chófer que le cedió la empresa de un amigo, quien, además, es donante del Partido Demócrata.
“Pienso que cometí un error y se lo dije a Tom Daschle”. Obama admitió que el pasado martes fue “un día muy embarazoso para nosotros”, y aseguró que estaba “enfadado”, “decepcionado” y “frustrado conmigo mismo”.

Hemos de reconocer que, a pesar de que todos alguna vez hemos experimentado la eficacia del perdón tanto en la vida individual como en la familiar, social y política social, nos resulta difícil que lo pidamos y que lo concedamos. Aunque es cierto que el perdón, entendido en su sentido más rico y profundo, es una aportación específicamente cristiana, hemos de reconocer que posee múltiples valores humanos. Recordemos que esta palabra procede de “donar” y significa renunciar libre y gratuitamente a castigar un delito o una ofensa, a cobrar una deuda o a exigir una equivalencia. Perdonar y ser perdonado son experiencias vitales muy hondas, dotadas de múltiples dimensiones vitales, no sólo religiosas individuales y colectivas, sino también antropológicas, psicológicas, sociológicas, jurídicas y políticas.

Por muy petulantes o ingenuos que seamos, hemos de reconocer que, por el mero hecho de ser humanos, desde el nacimiento hasta la muerte, estamos rodeados de limitaciones y cargados con deudas y con culpas, y que, en consecuencia, el perdón, más que rebajamiento, es una necesidad y una grandeza. Todos –por muy íntegros que nos creamos- para vivir en paz con nosotros mismos y con los demás, para recuperar la salud, necesitamos continuamente perdonar y ser perdonados.

La experiencia del perdón fortalece la convicción de que no estamos de más, de que podemos ser algo, de que no somos simplemente tolerados y, sobre todo, nos eleva para que seamos nosotros mismos y para que se autonomice nuestra libertad crítica. Cuando la experiencia del perdón es sincera, además de saludable es creativa porque instauramos nuevas relaciones interhumanas y nuevos lazos interpersonales que, incluso, pueden dar origen a una amistad más profunda, a una colaboración más eficaz y, en consecuencia, a una nueva vida. Perdonar, efectivamente, es asumir la apuesta y el riesgo de rememorar el pasado asumiéndolo, y de encontrarnos con el otro adoptando una actitud positiva.

No hay comentarios:

Sortear la vejez y vivir la ancianidad

José Antonio Hernández Guerrero El comienzo de un nuevo año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestr...