jueves, 19 de febrero de 2009


Apiñarse
José Antonio Hernández Guerrero

“No hay mal que por bien no venga”, repetía una y otra vez Lola. Y es que, a causa del estropicio que Rocky causó en la vivienda del vecino, toda la familia se unió para defenderse de los ataques que, sin duda alguna, eran desproporcionados y, por lo tanto, injustos. Hacía tiempo que cada miembro de esta familia “vivía su vida”, alejado de los demás, sin ni siquiera coincidir en el hogar a las horas de dormir.

Por lo visto Rocky, siguiendo a Tara -aquella perra amiga suya, que, inicialmente había despertado sus celos y con la que, después, se había encariñado- se coló en la casa de los dueños de ésta, rompió varias macetas e, incluso, destrozó el sofá preferido de Agustín, el cabeza de familia.


Cuando éste regresó del trabajo, su esposa, Magdalena, con incontrolada indignación, le exigió que diera la cara y que denunciara a los dueños de ese “perro tan salvaje y tan mal educado”. Lola, que había escuchado los desaforados gritos de su vecina, pidió a sus hijos y a Sebastián, su marido, que permanecieran en la casa con el fin de afrontar unidos las embestidas de “ese fiero enemigo de nuestra familia”.
Recuerden cómo la semana pasada, los integrantes de la Junta Nacional del Partido Popular -tras tener noticias de las diligencias que el juez Garzón había iniciado con la intención de desmantelar una presunta trama de corrupción política de personajes próximos a esta agrupación- decidieron comparecer ante los medios de comunicación rodeando a Rajoy para de transmitir la imagen de unidad.
Nos resulta sorprendente que, en algunas ocasiones, los seres humanos -y, en especial, los partidos políticos- sólo logramos unirnos cuando nos enfrentamos a los enemigos. Ignoro si las raíces de estos comportamientos se ahondan en nuestros estratos genéticos, si su origen está en nuestra secular historia de guerras o si su explicación reside en una interpretación simplista de la actividad política, pero el hecho constatable es que los “unos” y los “otros” conciben y realizan las relaciones dialécticas como una lucha permanente cuyo objetivo consiste, no sólo en contradecir las propuestas de los adversarios, sino también en desacreditar y, si es posible, en aniquilar a sus representantes más destacados. Muchos están convencidos de que hacer política significa negar, atacar, derribar y destruir al que milita en un partido diferente e, incluso, al que, en el propio partido piensa, de una manera distinta.
Ya sé que algún periodista se ha mostrado satisfecho porque Mariano Rajoy, finalmente, ha decidido atacar para defenderse. Nosotros nos permitimos pedirles a unos y a otros que, por favor, no nos fatiguen con sus mutuas descalificaciones personales ni nos irriten con sus insultantes improperios; les rogamos que hagan lo posible por evitar que crezca otra vez el clima de crispación política, y que, por favor, no abusen del arma del descrédito del adversario.
En contra de lo que piensan sus respectivos asesores de imagen esta técnica retórica no sólo es ineficaz para contrarrestar los demoledores efectos de los espías, de las corrupciones y de las cacerías, sino que, además, menoscaba la autoridad y la dignidad de quienes la emplea y, lo que es peor, lesiona gravemente el sistema democrático ya que la ausencia del más elemental respeto al adversario afecta negativamente a la credibilidad de quien pronuncia los discursos.

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