martes, 12 de enero de 2010

La devaluación de los valores

Palabras menudas
La devaluación de los valores

José Antonio Hernández Guerrero

En la nueva etapa que iniciamos en el año que acaba de nacer, me propongo afrontar el difícil reto de abordar con un lenguaje actual esos asuntos que, a pesar de ser determinantes de nuestro bienestar, se han devaluado debido al mal uso que hacemos de sus nombres. Me refiero a esos valores que, de manera genérica, constituyen el contenido de los discursos de los políticos, de las conferencias de los profesores, de los sermones de los sacerdotes y de los comentarios de los periodistas, pero que, en la mayoría de los casos, no suelen explicarlos con claridad o lo hacen de una manera incompleta o excesivamente académica, solemne o superficial.

Estoy convencido de que, por ejemplo, una de las razones del menosprecio actual de las virtudes reside en el tono altisonante y en las connotaciones espiritualistas cuya consecuencia ha sido el desgaste de un lenguaje tópico y pasado de moda. Pero, si penetramos en esos nombres que nos suenan a música celestial, descubriremos cómo encierran unos contenidos que hoy mantienen plena vigencia porque tienen que ver con nuestro bienestar, con la salud de nuestros cuerpos y con el equilibrio de nuestros espíritus. Sus significados se refieren a esos aspectos de nuestras vidas que hacen que nos sintamos bien con nosotros mismos y con los seres con los que convivimos: son esas sustancias que nos hacen crecer como personas y que no sólo nos proporcionan paz, alegría y satisfacción, sino que, además, facilitan la convivencia y la colaboración.

Como habrán advertido, me refiero a la Ética, a esa disciplina que Aristóteles explica diciendo que es la ciencia que nos enseña a ser buenas personas y que tiene como meta la felicidad. Con excesiva frecuencia nos han inculcado la idea de que, para ser buenos, era necesario que nos negáramos a disfrutar, a divertirnos y a pasarlo bien. Recibíamos la impresión de que la bondad era aburrida, triste y cansada. La moral era un conjunto de reglas que prohibían pensar, imaginar, sentir y actuar con libertad y con alegría. Sin embargo, los autores clásicos han repetido que ésta es la fórmula para pasarlo bien, para estar contentos, y nos explican que ser virtuoso es vivir de una manera razonable y placentera. Es claro que, de vez en cuando, necesitamos sacar los pies del plato, tirar la casa por la ventana, perder los estribos, liarnos la manta a la cabeza, irnos de picos pardos e, incluso, echar una cana al aire, pero a condición de que no perdamos definitivamente las llaves, las riendas o los frenos ni que nos demos un golpe mortal.

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