EL LOCO DE LA SALINA
PEDAZO DE DÍA
Mis amigos de la capital no paran de meterse conmigo, porque el San Fernando ha perdido en su casa con el Cádiz, pero sorprendentemente ninguno me ha llamado para felicitarme en estas fechas por haber nacido un servidor en La Isla, cuna de la Constitución y lugar sin el que Cádiz no hubiera podido alimentar a su querida Pepa. Las cosas como son. Yo quiero que viva la Pepa, pero que nadie olvide el humilde rincón donde la parieron. El mundo está lleno de desagradecidos.
En todo caso, después hablaremos del partido.
Hasta el Director del manicomio ha tenido en cuenta la importancia de estas fechas y me ha dado unos cuantos días de permiso.
El miércoles 24 de septiembre estuve en La Isla y me lo pasé bomba, aunque esta palabra no es de mi agrado, ni por las que siguen poniendo los descerebrados, ni por las que tiró aquí un tal Napoleón, a quien Dios tenga en su gloria aunque bien controlado por mucho que se golpee el pecho con la mano pidiendo perdón.
Amaneció un buen día gracias a que los hombres del tiempo habían pronosticado lluvia por un tubo. Sonaban trompetas y tambores, pero yo fui a lo mío. Tenía una invitación para ir a ver a los Príncipes de España y no quise faltar a la cita. El Real Teatro de las Cortes estaba a tope. Después de esperar un buen rato aparecieron Felipe y Leticia. Les cuento mi impresión. Felipe es muy alto; más alto todavía. Cuando mira hacia abajo nos ve allí con las cabezas levantadas intentando verle la cara. Yo conocía a su padre, no solo por haberlo visto en los euros, sino porque ya vino por aquí hace un par de años.
Sin embargo el personal quería sobre todo ver a Leticia, entre otras cosas porque Felipe también estuvo aquí antesdeayer. Y sinceramente Leticia parece que no estaba. No sé si era por el contraste con la altura de Felipe o por la dieta a que debe estar sometida. Yo, sin ser endocrino, puedo afirmar a bote pronto que un gotero de garbanzos en vena podría sentarle maravillosamente, aunque con la máxima urgencia la obligaría a comer una cuantas tortillitas de camarones.
El acto fue cortito y, cuando nos fuimos a dar cuenta, ya los Príncipes habían desaparecido. Lo consideré normal, pues imaginé que habían ido a cambiarse para asistir al partido de fútbol que era lo realmente importante.
Vamos a dejarnos de pamplinas. Donde se ponga un San Fernando-Cádiz no se puede poner un choque entre la guardia salinera y la vanguardia napoleónica. De modo que aquí en La Isla se esperaba el encuentro con más ilusión que si hubieran resucitado los diputados de aquel 1810, convertido hoy en turrón del bueno.
La Historia lo transforma todo. Hoy el enemigo de La Isla era el Cádiz y el peor enemigo de Cádiz era La Isla, cuando hace doscientos años más o menos el enemigo común de las dos era Napoleón. Nunca digas de esta agua no beberé. Pero yo me fui de tapitas a la ruta del tapeo y por la tarde quedé con unos cuantos amigos para ver el partido. Medio Cádiz se dio cita en Bahía Sur y el otro medio se quedó pendiente de noticias. Cuando terminó la primera parte, llamé a mi hijo a Londres, porque, si aquí no te enteras del resultado hasta dentro de unos días, imagínese allí con el Liverpool, el Manchester, el Chelsea y compañía. Le dije: Oscar, vamos ganado tres a dos. El tres a dos se convirtió al final en un tres a cuatro, pero ya no lo he vuelto a llamar, porque las conferencias cada vez están más caras.
Hemos perdido. ¡Y qué! Se veía venir comparando los presupuestos de ambos equipos.
Como dijo García Lorca: “Y aquí pasó lo de siempre, murieron cuatro romanos y cinco cartagineses” Se equivocó por muy poco.
sábado, 27 de septiembre de 2008
miércoles, 24 de septiembre de 2008
EL LOCO DE LA SALINA
LAS INYECCIONES
Siempre que el médico, sin levantar la vista de la receta, pregunta a bocajarro si preferimos para el niño jarabe o inyecciones, todos lo tenemos bastante claro y elegimos el jarabe por no escuchar al niño, aunque haya que dárselo contándole la última filigrana de Spiderman. Hay un temor enorme a las inyecciones por aquello de que el culito tiene una sensibilidad especial, lo cual está más que demostrado, y no está pensado para que lo pinche cualquiera que pase por allí, teniendo además en cuenta que el culo no suele ser el culpable directo de la calentura. Además los jarabes de hoy, menos el de palo, tienen un sabor tan estupendo, que los niños llegan a cogerle afición y cariño, lo cal facilita enormemente la tarea.
Todavía recuerdo de pequeño aquella fascinante ceremonia con que el practicante realizaba su trabajo. Al final terminaba pinchando con sabiduría el correspondiente culo entre el alivio de los no afectados y las lágrimas de dolor del pinchado. El hombre llegaba a mi casa con la sonrisa dibujada en el rostro, como diciendo por la cara que el que bien te quiere te hará llorar. Se sentaba rodeado de mis curiosos hermanos, cuya primera intención era asistir al espectáculo sin sospechar siquiera que al terminar aquella liturgia uno iba a ser llamado al patíbulo y pinchado sin compasión. El practicante sonreía, sacaba sus avíos con mucha parsimonia, los ponía ordenados en la mesa y para empezar llenaba de alcohol una de aquellas diabólicas y alargadas cajitas de metal que tenían más tiros dados que los patos del parque. Con una pinza sujetaba la tapita, en cuyo interior lleno de agua había depositado la fatídica aguja. El momento más emocionante era cuando prendía fuego al alcohol. Todos clavábamos la vista en aquella tierna e incolora llama, mientras que el practicante suspendía la tapita con la aguja a dos dedos del fuego y esperaba tranquilamente. Ya sabíamos que cuanto antes se apagara aquello, antes llegaba la hora de la verdad para uno de nosotros. En ese momento mi madre agarraba firmemente al señalado por la mala fortuna de la enfermedad y los demás ya podíamos respirar y disfrutar sin coca-cola de la chispa de la vida.
Para el enfermo ya era tarde poder elegir entre inyección y jarabe. Entonces los jarabes eran más fuertes y además abrían las ganas de comer, lo cual, unido a la situación en que se encontraba el patio en aquella España para olvidar a pesar de lo de la memoria histórica, hacía que se uniera el hambre con las ganas de comer, nunca mejor dicho.
Bueno, y ¿por qué estoy contando estas cosas? Esta cabeza cada día me funciona peor. ¡Ah, por lo de los bancos! Por lo visto ahora los bancos se están poniendo inyecciones unos a otros a ver si se curan. Difícil, aunque con inyecciones de euros me curo yo también mañana mismo y me largo de este manicomio para los restos. El problema es que los bancos suelen tener los culos a su entera disposición y ya veremos quién sufre más por los pinchazos, porque yo nunca he visto cómo llora un banco, pero sí cómo llora cualquiera de los que se sientan en él. Por lo visto, hace unos días recibieron los bancos una inyección de un montón de euros, ahora están recibiendo otra inyección de otro montón de dólares y mañana ya veremos. Muy malito debe estar el enfermo, porque en estos casos ni se le ha preguntado si prefiere jarabe o inyección.
En todo caso, a mí que me den jarabe, que por estar sentado tantas horas en el patio no tengo yo el culo para muchas alegrías. ¿De qué estaba yo hablando?
Paco Melero
martes, 23 de septiembre de 2008
MIS RECUERDOS. Ernesto Caldelas Lobo
MI IMPRESIÓN DE LA SEGUNDA QUEDADA
Llegamos a Cádiz como si fuera principio de curso y puntualmente a las doce. Ahora íbamos sin el colchón y realizamos una hojeada a la puerta principal, por si acaso, efectivamente estaba cerrada a cal y canto y no había ningún compañero. Nos dirigimos a una de las tres puertas de la calle Magistral Cabrera, no llegué a llamar porque una señora en el balcón del primero, seguramente familia o vecina de la famosa “Loli,” que muchos recordarán, me tuvo que ver cara de seminarista todavía pues me dijo: “Para entrar en el Seminario es por aquella puerta y llame varias veces porque tardan mucho en abrir.” Por ello quiero hacer especial mención a esta señora y agradecerle el gesto amable porque, si no es por ella, muchos de nosotros no hubiésemos podido entrar.
Nos abrió el antiguo compañero y hoy superior del Seminario Antonio Torrejón, serio y amable. La entrada al edificio no se puede describir, me abrumaban los recuerdos después de 43 años, en mi caso, el patio del cuchillo, la noria con los azulejos, la vetusta campana que tocaba Lorenzo el portero ahora sin cuerda, las escaleras que tantas y tantas veces teníamos que subir o bajar por ellas recogiéndome la sotana que usaba con los calcetines y zapatos negros que yo, desde entonces, conservo y nunca he podido utilizarlos de otro color, la capilla con el sillón de Ferry y el órgano que tocaba Mañé, el salón con el púlpito donde hacíamos los actos de la academia o las obras de teatro al final de curso, el mismo comedor con sus mesas de mármol donde repartíamos la comida, la biblioteca donde colocábamos los instrumentos de la rondalla, una vez afinados, para despertar “dulcemente” a los demás al día siguiente, las habitaciones con sus ventanas en alto para que no pudiésemos mirar a la calle, etc.
Dentro nos esperaban los demás y el encuentro con los antiguos compañeros fue súper emocionante, después de tanto tiempo, con los misterios de la memoria haciendo de las suyas: recordaba la cara de Antúnez pero no me acordaba de su nombre, Vicente Pecino me recordaba a mí por la voz, que decía “Es inconfundible,” a Jesús Guerrero Amores le reconocí por sus gestos, a Paco Cianca me lo tuvieron que decir y le recordé, a su vez, cuando en el comedor tenía que pedir a través del torno: “¡La comida blanda para Cianca!” El se rió a mandíbula batiente y otro compañero le dijo: “¡Oye Paco! ¿eso es verdad?” y el contestó cuando pudo: ¡Si es verdad!, claro, si yo tenía el estómago hecho polvo por el stres.” La alegría característica de Basallote, las bromas de Rafael Pozo, etc.
El detalle de Luis Suárez que nos zampó una pegatina conmemorativa del acto y nos entregó una foto dedicada con el mayor cariño. He visto los recuerdos que hemos llevado entre todos, principalmente los libros que estudiábamos y hemos podido comer en las mismas mesas. La satisfacción fue enorme y un día de los más felices de mi vida.
He sabido de otros compañeros que al comentarles estos encuentros uno ha dicho que “¿esto para qué sirve?” y otro ha dicho que para qué va a asistir si él no es “nostálgico.” Pues yo lo siento pero si a algunos de nuestros antiguos amigos, después de los años vividos juntos, con estos actos y estos encuentros no sienten nada dentro, a estas alturas de la vida ni puedo ni quiero explicárselo.
Hasta la próxima.
sábado, 23 de agosto de 2008
LA CRISIS NINJA. Luiyi
Por consejo de mi amigo Juan García del Castillo, leí en el blog de Leopoldo Abadía su opinión sobre la situación económica actual a la que él llama “la crisis ninja”.
A pesar de ser un lego, como soy, del tema financiero, he llegado a la conclusión de que no hay crisis del país, hay crisis en los bancos; o sea, los bancos se han quedado sin dinero porque se lo han jugado todo a una carta, que si les sale bien, se ponen las botas, pero les ha salido mal y nos está afectando a todos porque los bancos, tan acostumbrados a ganar, no saben perder sólos en este juego que es la vida.
Resulta, parece, que los bancos norteamericanos empezaron a prestar dinero a todo el que pasaba por la puerta. Préstamos por un tubo porque el interés era muy bajo y había que dar muchos préstamos para ganar el dinero al que están acostumbrados.
Como dieron tantos préstamos, se quedaron sin dinero y entonces le pidieron más dinero a los bancos europeos para seguir dando préstamos a todo el que pasara por la puerta. Los bancos europeos, ente ellos los españoles, se creían que estaban haciendo el agosto durante varios años, porque le estaban prestando dinero a bancos americanos, ahí es nada, a un buen interés. Pero cuando la burbuja inmobiliaria de Norteamérica se ha venido abajo, los que pasaban por la puerta del banco en América del norte han dejado de pagar sus préstamos porque han perdido su trabajo. Entonces los bancos americanos no pueden devolver el dinero que les prestaron los bancos españoles, ente otros. Ahora resulta que los bancos españoles no tienen dinero. Está en NorteAmérica, lo tienen las promotoras americanas que han construido pisos para todos los que pasaran por la puerta del banco.
Haced la prueba de sacar del banco mil euros de una vez y pedid billetes de 100, 200 ó 500€. Veréis que los billetes mayores que tienen son los de 50..
En conclusión, los billetes grandes están en América, en manos de los promotores.
Esa es nuestra crisis, la crisis de los bancos. Pero como el gobierno no es capaz de darle dos tortas a los banqueros (como mucho les prestará dinero para que salgan de la crisis, pobrecitos), éstos no prestan dinero a los españoles porque no tienen, entonces la gente no puede comprar pisos ni nada grande, entonces no se construye, la gente se queda en el paro…
Este es, pues, la crisis de la pequeña y mediana empresa, sobre todo si su tarea está relacionada con la vivienda y por lo tanto es la crisis del currante (los inmigrantes están volviendo a sus países de origen) y del autónomo.
Para los funcionarios, y otros muchos afortunados, no hay crisis, porque si el gasoil ha subido 30 céntimos, con no pasarse a recoger a la suegra –que está a cinco minutos- cuando salen a cenar a las afueras el sábado-noche, tienen bastante; ya compensan la subida.
Por eso si vas a comer un domingo por ahí, está todo lleno, si quieres reservar una habitación en un hotel de playa de Cádiz, está lleno y por eso las colas de los hiper es enorme. Son los indemnes de la crisis de los bancos.
Cuando estos años anteriores, los bancos ganaban el doble cada año, lo pregonaban, encima, en voz alta. Ahora que se han jugado sus ganancias a una carta y les ha salido mal, lo tenemos que pagar todos.
La leche.
Esta es la impresión a la que yo he llegado al leer el artículo ese de Leopoldo Abadía. Seguramente porque soy un lego en el tema de las finanzas. Incluso alguien que sea todavía más bruto que yo, diría que este ha sido el atraco más grande de todos los tiempos que le hace un continente a otro.
Luiyi
A pesar de ser un lego, como soy, del tema financiero, he llegado a la conclusión de que no hay crisis del país, hay crisis en los bancos; o sea, los bancos se han quedado sin dinero porque se lo han jugado todo a una carta, que si les sale bien, se ponen las botas, pero les ha salido mal y nos está afectando a todos porque los bancos, tan acostumbrados a ganar, no saben perder sólos en este juego que es la vida.
Resulta, parece, que los bancos norteamericanos empezaron a prestar dinero a todo el que pasaba por la puerta. Préstamos por un tubo porque el interés era muy bajo y había que dar muchos préstamos para ganar el dinero al que están acostumbrados.
Como dieron tantos préstamos, se quedaron sin dinero y entonces le pidieron más dinero a los bancos europeos para seguir dando préstamos a todo el que pasara por la puerta. Los bancos europeos, ente ellos los españoles, se creían que estaban haciendo el agosto durante varios años, porque le estaban prestando dinero a bancos americanos, ahí es nada, a un buen interés. Pero cuando la burbuja inmobiliaria de Norteamérica se ha venido abajo, los que pasaban por la puerta del banco en América del norte han dejado de pagar sus préstamos porque han perdido su trabajo. Entonces los bancos americanos no pueden devolver el dinero que les prestaron los bancos españoles, ente otros. Ahora resulta que los bancos españoles no tienen dinero. Está en NorteAmérica, lo tienen las promotoras americanas que han construido pisos para todos los que pasaran por la puerta del banco.
Haced la prueba de sacar del banco mil euros de una vez y pedid billetes de 100, 200 ó 500€. Veréis que los billetes mayores que tienen son los de 50..
En conclusión, los billetes grandes están en América, en manos de los promotores.
Esa es nuestra crisis, la crisis de los bancos. Pero como el gobierno no es capaz de darle dos tortas a los banqueros (como mucho les prestará dinero para que salgan de la crisis, pobrecitos), éstos no prestan dinero a los españoles porque no tienen, entonces la gente no puede comprar pisos ni nada grande, entonces no se construye, la gente se queda en el paro…
Este es, pues, la crisis de la pequeña y mediana empresa, sobre todo si su tarea está relacionada con la vivienda y por lo tanto es la crisis del currante (los inmigrantes están volviendo a sus países de origen) y del autónomo.
Para los funcionarios, y otros muchos afortunados, no hay crisis, porque si el gasoil ha subido 30 céntimos, con no pasarse a recoger a la suegra –que está a cinco minutos- cuando salen a cenar a las afueras el sábado-noche, tienen bastante; ya compensan la subida.
Por eso si vas a comer un domingo por ahí, está todo lleno, si quieres reservar una habitación en un hotel de playa de Cádiz, está lleno y por eso las colas de los hiper es enorme. Son los indemnes de la crisis de los bancos.
Cuando estos años anteriores, los bancos ganaban el doble cada año, lo pregonaban, encima, en voz alta. Ahora que se han jugado sus ganancias a una carta y les ha salido mal, lo tenemos que pagar todos.
La leche.
Esta es la impresión a la que yo he llegado al leer el artículo ese de Leopoldo Abadía. Seguramente porque soy un lego en el tema de las finanzas. Incluso alguien que sea todavía más bruto que yo, diría que este ha sido el atraco más grande de todos los tiempos que le hace un continente a otro.
Luiyi
domingo, 17 de agosto de 2008
La mala leche_sábado__16_agosto
La mala leche
José Antonio Hernández Guerrero
Aunque sea un presupuesto obvio que todos los lectores solemos tener en cuenta, no estaría de más que, de vez en cuando, les recordáramos que los que escribimos en los periódicos nos limitamos a ofrecer nuestra visión -nuestra percepción interpretativa y nuestra versión valorativa- de esa realidad equívoca, opaca y contradictoria que es la vida humana; deberíamos subrayar, por lo tanto, que nuestras ideas y nuestras emociones son los ecos y las resonancias, inevitablemente nuestras, de cualquier suceso; son los dibujos simplistas –y, a veces, en escorzo- de una realidad que, por ser humana, es compleja y, a veces, misteriosa.
Establecido el principio anterior, respondo a varias preguntas que, formuladas con diferentes palabras y en el transcurso de escasas semanas, me han enviado cinco lectores: Juan, Ignacio, Ana, Cristina y Raquel. Pretenden conocer mi opinión sobre el procedimiento humorístico –“la mala leche”, dicen dos de ellos- que emplean varios de los colaboradores más acreditados de este periódico.
En primer lugar, he de reconocer que el humor es una herramienta que, como la pala o el palustre, como los alicates o el cincel, aumenta las fuerzas de nuestras manos para edificar unos mundos más confortables; es un instrumento que, como el pincel, la gubia o la flauta, embellece nuestras vidas; es una medicina que, como las vacunas, nos inmuniza; como los antibióticos, nos cura; y como los calmantes nos alivia los dolores del cuerpo y los sufrimientos del espíritu.
Pero es, también, un arma que, como la espada, la pistola o el fusil, destruye, hace daño, causa dolor e, incluso, nos puede infligir la muerte.Estos escritores, con sus parodias, además de hacernos reír, nos señalan la realidad elemental y profunda de nuestros comportamientos delirantes y, a veces, estúpidos: nos descubren algunos rasgos de nuestra hechura humana que a muchos nos pasan desapercibidos.
El humor -el buen humor y el mal humor-, efectivamente, es un procedimiento eficaz para lograr que el comentario resulte divertido, ameno e inteligible; lo dota de agilidad, de claridad y de fuerza sorpresiva; pero también es un arma peligrosa que puede originar considerables destrozos en su objeto, en su objetivo y hasta en el escritor que la emplea. Los condimentos alegran los platos, pero a condición de que no se le vaya la mano al cocinero.
No tengo más remedio que advertir, también, que para interpretar de manera adecuada estos comentarios tan ingeniosos y picantes, los lectores hemos de estar provistos de un amplio sentido del humor con el fin de que seamos capaces de distanciarnos, de comparar, de relativizar, de jugar y de sorprender. El humor es una manera de distanciarnos y de contemplar los sucesos desde una perspectiva más lejana.
Por eso afirmamos que desacraliza, desmitifica, desenmascara, desnuda de apariencias engañosas y de solemnidades vacías, pero también frivoliza asuntos serios y banaliza cuestiones graves. El que lo usa demasiado corre el riesgo de ser tachado de payaso profesional.
En cualquier caso, los que lo usamos hemos de tener claro que el buen humor -que humaniza las relaciones humanas- aunque no esté relacionado necesariamente con el amor, sí tiene mucho que ver con la amabilidad.
José Antonio Hernández Guerrero
Aunque sea un presupuesto obvio que todos los lectores solemos tener en cuenta, no estaría de más que, de vez en cuando, les recordáramos que los que escribimos en los periódicos nos limitamos a ofrecer nuestra visión -nuestra percepción interpretativa y nuestra versión valorativa- de esa realidad equívoca, opaca y contradictoria que es la vida humana; deberíamos subrayar, por lo tanto, que nuestras ideas y nuestras emociones son los ecos y las resonancias, inevitablemente nuestras, de cualquier suceso; son los dibujos simplistas –y, a veces, en escorzo- de una realidad que, por ser humana, es compleja y, a veces, misteriosa.
Establecido el principio anterior, respondo a varias preguntas que, formuladas con diferentes palabras y en el transcurso de escasas semanas, me han enviado cinco lectores: Juan, Ignacio, Ana, Cristina y Raquel. Pretenden conocer mi opinión sobre el procedimiento humorístico –“la mala leche”, dicen dos de ellos- que emplean varios de los colaboradores más acreditados de este periódico.
En primer lugar, he de reconocer que el humor es una herramienta que, como la pala o el palustre, como los alicates o el cincel, aumenta las fuerzas de nuestras manos para edificar unos mundos más confortables; es un instrumento que, como el pincel, la gubia o la flauta, embellece nuestras vidas; es una medicina que, como las vacunas, nos inmuniza; como los antibióticos, nos cura; y como los calmantes nos alivia los dolores del cuerpo y los sufrimientos del espíritu.
Pero es, también, un arma que, como la espada, la pistola o el fusil, destruye, hace daño, causa dolor e, incluso, nos puede infligir la muerte.Estos escritores, con sus parodias, además de hacernos reír, nos señalan la realidad elemental y profunda de nuestros comportamientos delirantes y, a veces, estúpidos: nos descubren algunos rasgos de nuestra hechura humana que a muchos nos pasan desapercibidos.
El humor -el buen humor y el mal humor-, efectivamente, es un procedimiento eficaz para lograr que el comentario resulte divertido, ameno e inteligible; lo dota de agilidad, de claridad y de fuerza sorpresiva; pero también es un arma peligrosa que puede originar considerables destrozos en su objeto, en su objetivo y hasta en el escritor que la emplea. Los condimentos alegran los platos, pero a condición de que no se le vaya la mano al cocinero.
No tengo más remedio que advertir, también, que para interpretar de manera adecuada estos comentarios tan ingeniosos y picantes, los lectores hemos de estar provistos de un amplio sentido del humor con el fin de que seamos capaces de distanciarnos, de comparar, de relativizar, de jugar y de sorprender. El humor es una manera de distanciarnos y de contemplar los sucesos desde una perspectiva más lejana.
Por eso afirmamos que desacraliza, desmitifica, desenmascara, desnuda de apariencias engañosas y de solemnidades vacías, pero también frivoliza asuntos serios y banaliza cuestiones graves. El que lo usa demasiado corre el riesgo de ser tachado de payaso profesional.
En cualquier caso, los que lo usamos hemos de tener claro que el buen humor -que humaniza las relaciones humanas- aunque no esté relacionado necesariamente con el amor, sí tiene mucho que ver con la amabilidad.
viernes, 8 de agosto de 2008
NUESTRAS VACACIONES
Nuestras vacaciones
José Antonio Hernández Guerrero
Las vacaciones nos proporcionan la ocasión propicia para dormir y para soñar, esas dos actividades tan eficaces y tan baratas que, al mismo tiempo, nos ayudan a descansar y a divertirnos.
Las historias que protagonizamos mientras dormimos como las que elaboramos cuando estamos despiertos, amplían los estrechos límites de nuestras experiencias cotidianas, nos proporcionan goces y, también, nos producen unos dolores que, en ocasiones son agudos, pero que la mayoría de las veces nos evitan las consecuencias realmente negativas de los actos que realizamos en plena vigilia: nos hacen intérpretes de acciones que, "realizadas realmente", nos harían correr peligros graves y amenazarían nuestra salud o, incluso, nuestras vidas.
Hemos de advertir, sin embargo, que para mantener el equilibrio psíquico, sólo es necesario que aceptemos una condición: que marquemos claramente los límites que separan la realidad del sueño.
Les confieso que, durante los paseos matutinos que estoy realizando estos días de poniente por el Balneario Victoria, aprovecho para olvidarme durante un rato de las inquietudes y de los pronósticos que los medios de comunicación –tanto los afines al Gobierno como los más próximos a la oposición- nos hacen sobre ese futuro inmediato cubierto de densos nubarrones.
Suelo soñar, en primer lugar, con la realización de los proyectos económicos, urbanísticos, educativos, culturales, deportivos y sociales que están elaborando las múltiples comisiones que se han creado para conmemorar el segundo centenario de la Pepa. Me he imaginado, por ejemplo, recorriendo el nuevo puente, contemplando la ampliación del aeropuerto de Jerez, viajando en el AVE y aplaudiendo la marcha ascendente del Cádiz.
Pero, ya que se trata de soñar, he apoyado mi reflexión en ese conjunto de valores permanentes que como la amistad, la generosidad y la tolerancia, definen –a juicio de algunos- nuestra peculiar idiosincracia.
Qué bien nos iría si esta nuestra naturaleza mestiza de tiempos y de civilizaciones, acogedora, rica, profunda, culta y universalista, equilibrada y profundamente humana y humanista, se completara con la reflexión, con la laboriosidad y con el diálogo.
Sólo así construiremos una ciudad que, sin olvidar la tradición, se encamine a un futuro que ha de hundir sus raíces en la autenticidad de un patrimonio cultural rico y vivo. Frente a una sociedad competitiva y deshumanizada, copia de los mitos televisivos, hemos de cultivar esos rasgos humanistas, solidarios e integradores que, como humus, nos alimente, como tierra fecunda nos sostenga y como clima estimulante nos enriquezca con nuevas ideas y con proyectos renovadores.
Desde una perspectiva realista, razonable y positiva, tras un análisis riguroso, de nuestras posibilidades y de las dificultades, deberíamos aprovechar la oportunidad para iniciar una nueva etapa que estuviera apoyada en la construcción de un entramado ciudadano, mediante la apertura de cauces de diálogo, de discusión y de debate, y a través de un diseño de vías de colaboración de todos los ciudadanos y de aquellos colectivos que tengan ganas, ilusiones, ideas y medios.
No sé si, soportando el peso de los tópicos repetidos durante siglos, podremos proyectar una imagen seria, de decidido compromiso con el trabajo y con la modernidad.
Tras soltar algunos de nuestros atávicos lastres, deberíamos analizar minuciosamente y desmentir con realidades muchos de esos lugares comunes y, al mismo tiempo, orientar nuestros esfuerzos por unos caminos diferentes a los del anquilosamiento y del ensimismamiento más estériles.
Insistimos en que imaginar también es una manera de realizar hechos y de vivir la vida.
José Antonio Hernández Guerrero
Las vacaciones nos proporcionan la ocasión propicia para dormir y para soñar, esas dos actividades tan eficaces y tan baratas que, al mismo tiempo, nos ayudan a descansar y a divertirnos.
Las historias que protagonizamos mientras dormimos como las que elaboramos cuando estamos despiertos, amplían los estrechos límites de nuestras experiencias cotidianas, nos proporcionan goces y, también, nos producen unos dolores que, en ocasiones son agudos, pero que la mayoría de las veces nos evitan las consecuencias realmente negativas de los actos que realizamos en plena vigilia: nos hacen intérpretes de acciones que, "realizadas realmente", nos harían correr peligros graves y amenazarían nuestra salud o, incluso, nuestras vidas.
Hemos de advertir, sin embargo, que para mantener el equilibrio psíquico, sólo es necesario que aceptemos una condición: que marquemos claramente los límites que separan la realidad del sueño.
Les confieso que, durante los paseos matutinos que estoy realizando estos días de poniente por el Balneario Victoria, aprovecho para olvidarme durante un rato de las inquietudes y de los pronósticos que los medios de comunicación –tanto los afines al Gobierno como los más próximos a la oposición- nos hacen sobre ese futuro inmediato cubierto de densos nubarrones.
Suelo soñar, en primer lugar, con la realización de los proyectos económicos, urbanísticos, educativos, culturales, deportivos y sociales que están elaborando las múltiples comisiones que se han creado para conmemorar el segundo centenario de la Pepa. Me he imaginado, por ejemplo, recorriendo el nuevo puente, contemplando la ampliación del aeropuerto de Jerez, viajando en el AVE y aplaudiendo la marcha ascendente del Cádiz.
Pero, ya que se trata de soñar, he apoyado mi reflexión en ese conjunto de valores permanentes que como la amistad, la generosidad y la tolerancia, definen –a juicio de algunos- nuestra peculiar idiosincracia.
Qué bien nos iría si esta nuestra naturaleza mestiza de tiempos y de civilizaciones, acogedora, rica, profunda, culta y universalista, equilibrada y profundamente humana y humanista, se completara con la reflexión, con la laboriosidad y con el diálogo.
Sólo así construiremos una ciudad que, sin olvidar la tradición, se encamine a un futuro que ha de hundir sus raíces en la autenticidad de un patrimonio cultural rico y vivo. Frente a una sociedad competitiva y deshumanizada, copia de los mitos televisivos, hemos de cultivar esos rasgos humanistas, solidarios e integradores que, como humus, nos alimente, como tierra fecunda nos sostenga y como clima estimulante nos enriquezca con nuevas ideas y con proyectos renovadores.
Desde una perspectiva realista, razonable y positiva, tras un análisis riguroso, de nuestras posibilidades y de las dificultades, deberíamos aprovechar la oportunidad para iniciar una nueva etapa que estuviera apoyada en la construcción de un entramado ciudadano, mediante la apertura de cauces de diálogo, de discusión y de debate, y a través de un diseño de vías de colaboración de todos los ciudadanos y de aquellos colectivos que tengan ganas, ilusiones, ideas y medios.
No sé si, soportando el peso de los tópicos repetidos durante siglos, podremos proyectar una imagen seria, de decidido compromiso con el trabajo y con la modernidad.
Tras soltar algunos de nuestros atávicos lastres, deberíamos analizar minuciosamente y desmentir con realidades muchos de esos lugares comunes y, al mismo tiempo, orientar nuestros esfuerzos por unos caminos diferentes a los del anquilosamiento y del ensimismamiento más estériles.
Insistimos en que imaginar también es una manera de realizar hechos y de vivir la vida.
viernes, 1 de agosto de 2008
Luces y sombras_sábado_2_agosto
Luces y sombras
José Antonio Hernández Guerrero
Nuestros visitantes –sobre todo los que han leído a Manuel Machado- celebran con entusiasmo la luz tan cálida que baña todo nuestro paisaje y que, en cierta medida, ilumina nuestra peculiar concepción del tiempo y estimula la fluidez de las relaciones humanas.
Con el fin de evitar, en lo posible, que estas afirmaciones sean sólo tópicos vacíos, sería aconsejable que, de vez en cuando, los invitemos para que nos acompañen en las visitas por los diferentes espacios a distintas horas del día con el fin de que comprueben cómo las luces son cambiantes y cómo, en consecuencia, las sombras que proyectan, tanto las reales como las metafóricas, varían de manera permanente el significado de algunos de nuestros paisajes y, en especial, los más típicos.
Si, por ejemplo, nos paseamos a la salida del sol por las playas de nuestro suroeste, desde Santa María del Mar hasta Torregorda, podremos comprobar cómo el rostro de nuestra Ciudad va cambiando de manera continuada y cómo muestra diferentes estados de ánimo: ya verán cómo no todo es alegría ni juergas, y es posible que, en algunos rincones, se nos salten las lágrimas de pena o se nos encienda el rostro de coraje.
No dudamos de que este recóndito trozo del Océano Atlántico, abierto y libre, posee especial atractivo en los amaneceres brumosos, sobre todo, en los días en los que corre el viento suave y húmedo del sur, y en las noches en las que las luces -las celestes de la luna fría, de los luceros y de las estrellas, y las terrestres de los faros y de las farolas- parpadean al ritmo cadencioso y al sonido acompasado de sus olas. Pero, si prestamos atención, a lo mejor desde allí podemos divisar cómo, extenuados y cabizbajos, regresan los pescadores que, a pesar de las duras jornadas transcurridas en estos mares tan esquilmados, apenas traen pesca suficiente para alimentar a su familia.
Es posible que los permanentes cambios de luces hayan influido de manera decisiva en nuestras actitudes volubles y, a veces, contradictorias. A lo mejor esas alteraciones de ánimo tan rápidas que se plasman en nuestras fiestas populares –Navidad, Carnaval, Semana Santa- tienen que ver con los violentos contrastes de luces que se dan en Cádiz a lo largo de una jornada y en el sinuoso curso de un año.
Por las tardes, a la caída del sol, los lugares más placenteros son los que rodean a La Caleta, ese sitio mágico y hechicero, que guarda perfume de misterio y que tanto piropean las coplas del Carnaval.
Pero deberíamos completar nuestro paseo por las calles de los barrios de la Viña y de la Libertad –por los Callejones y por la Cruz Verde- para conversar con sus habitantes.
Estas luces del atardecer pueden servirnos para iluminar los rincones sombríos en los que se acumulan basuras de pobreza y para estimular esas intervenciones que son necesarias para limpiar ese ambiente que, contaminado de un consumismo entontecedor, favorece las malformaciones que corroen la vida familiar y ciudadana.
Sería saludable que, de vez en cuando, nos adentráramos hasta el fondo de algunos hogares para disipar esas sombras densas y alargadas que ocultan o disimulan las miserias éticas y sociales que aquejan a muchos de nuestros conciudadanos, en especial, a los más débiles e invisibles: a esas zonas desafortunadas cuyo aire aún no ha depurado la actual democracia.
Hemos de reconocer que, en determinados ámbitos de nuestra sociedad aún quedan resquicios de desigualdades injustificables, de injusticias lacerantes que permanecen escondidas debido, quizás, a una injustificable ignorancia.
José Antonio Hernández Guerrero
Nuestros visitantes –sobre todo los que han leído a Manuel Machado- celebran con entusiasmo la luz tan cálida que baña todo nuestro paisaje y que, en cierta medida, ilumina nuestra peculiar concepción del tiempo y estimula la fluidez de las relaciones humanas.
Con el fin de evitar, en lo posible, que estas afirmaciones sean sólo tópicos vacíos, sería aconsejable que, de vez en cuando, los invitemos para que nos acompañen en las visitas por los diferentes espacios a distintas horas del día con el fin de que comprueben cómo las luces son cambiantes y cómo, en consecuencia, las sombras que proyectan, tanto las reales como las metafóricas, varían de manera permanente el significado de algunos de nuestros paisajes y, en especial, los más típicos.
Si, por ejemplo, nos paseamos a la salida del sol por las playas de nuestro suroeste, desde Santa María del Mar hasta Torregorda, podremos comprobar cómo el rostro de nuestra Ciudad va cambiando de manera continuada y cómo muestra diferentes estados de ánimo: ya verán cómo no todo es alegría ni juergas, y es posible que, en algunos rincones, se nos salten las lágrimas de pena o se nos encienda el rostro de coraje.
No dudamos de que este recóndito trozo del Océano Atlántico, abierto y libre, posee especial atractivo en los amaneceres brumosos, sobre todo, en los días en los que corre el viento suave y húmedo del sur, y en las noches en las que las luces -las celestes de la luna fría, de los luceros y de las estrellas, y las terrestres de los faros y de las farolas- parpadean al ritmo cadencioso y al sonido acompasado de sus olas. Pero, si prestamos atención, a lo mejor desde allí podemos divisar cómo, extenuados y cabizbajos, regresan los pescadores que, a pesar de las duras jornadas transcurridas en estos mares tan esquilmados, apenas traen pesca suficiente para alimentar a su familia.
Es posible que los permanentes cambios de luces hayan influido de manera decisiva en nuestras actitudes volubles y, a veces, contradictorias. A lo mejor esas alteraciones de ánimo tan rápidas que se plasman en nuestras fiestas populares –Navidad, Carnaval, Semana Santa- tienen que ver con los violentos contrastes de luces que se dan en Cádiz a lo largo de una jornada y en el sinuoso curso de un año.
Por las tardes, a la caída del sol, los lugares más placenteros son los que rodean a La Caleta, ese sitio mágico y hechicero, que guarda perfume de misterio y que tanto piropean las coplas del Carnaval.
Pero deberíamos completar nuestro paseo por las calles de los barrios de la Viña y de la Libertad –por los Callejones y por la Cruz Verde- para conversar con sus habitantes.
Estas luces del atardecer pueden servirnos para iluminar los rincones sombríos en los que se acumulan basuras de pobreza y para estimular esas intervenciones que son necesarias para limpiar ese ambiente que, contaminado de un consumismo entontecedor, favorece las malformaciones que corroen la vida familiar y ciudadana.
Sería saludable que, de vez en cuando, nos adentráramos hasta el fondo de algunos hogares para disipar esas sombras densas y alargadas que ocultan o disimulan las miserias éticas y sociales que aquejan a muchos de nuestros conciudadanos, en especial, a los más débiles e invisibles: a esas zonas desafortunadas cuyo aire aún no ha depurado la actual democracia.
Hemos de reconocer que, en determinados ámbitos de nuestra sociedad aún quedan resquicios de desigualdades injustificables, de injusticias lacerantes que permanecen escondidas debido, quizás, a una injustificable ignorancia.
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