martes, 17 de mayo de 2011

SALIR DEL DESENCANTO

Alguien me decía que mi último artículo debería haber terminado de forma más contundente. Me ponía el ejemplo del filósofo Stéphane Hessel, que a sus noventa y tres años ha sido capaz de dar un mensaje movilizador para animar a los jóvenes a ver su futuro con esperanza y reclamar su   participación real en la sociedad; una sociedad adormecida en la que mucha gente experimenta que lo está pasando mal, pero que no se atreve a denunciar a los culpables.
          Lleva razón quien me exige más. En la hora presente necesitamos emplear palabras “picudas” que no permitan espacios para la resignación, el desánimo o la apatía. No obstante, las aristas de esas palabras portadoras de duras verdades no deben provocar las chispas de la violencia ni herir más de lo necesario. Hay que abrir caminos al respeto y a la diversidad; aunar esfuerzos para participar en la vida pública porque a todos les afecta.
         Ante las Elecciones se detecta hastío hacia políticos que injustamente se les aplica a todos, sin salvar a muchos que toman la función política como servicio a la sociedad. Pero, hemos de afirmar con rotundidad que  parte del desencanto nace de la sensación bastante generalizada de que los políticos quieren gobernar al pueblo, sin el pueblo. Para mantenerse en el poder o para  conquistarlo recurrirán a lo que puedan para conseguirlo. Y tampoco en política todo vale.
          La corrupción nace como fruto del egoísmo y falta de control ciudadano. Por otra parte, lo que tendría que ser una verdadera vergüenza para los imputados, para una parte de la sociedad en vez de rechazo suscita envidia. Así, por un lado tenemos la idolatría del poder, con el que algunos cambian hasta el modo de andar; y, por otro, la idolatría de lo económico que en mutuo complot se  sostienen y complementan.
           Se dice que el poder corrompe, pero no todos los políticos son iguales y hay muchos con ética, profesionalidad y grandes deseos de servir. Ante unas elecciones es necesario decir que la alternancia y el cambio es signo de madurez de madurez democrática y el miedo es producto de dictaduras que amedrantan a sus súbditos para que no sean libres y dejen las cosas como a sus amos les interesa.
          Implicarse en lo social y en lo político o simplemente poder elegir a los mejores no es cosa fácil ya que la práctica nos demuestra que con nuestros votos se mercadea y se respeta poco la dirección o la libertad del voto, prostituyéndose así la esencia de la democracia. Sin embargo la misma Biblia nos justifica el poder político en un sencillo programa en el Salmo 72,12-13: “salvará al indigente que lo implora y al pobre que no tiene quien le ayude. Tendrá piedad del débil y del menesteroso y salvará las vidas de los pobres” Este programa dista mucho de promesas incumplidas.
          Una persona libre no debe dejarse influenciar por mensajes  envenenados: “todos son iguales” ”más vale malo conocido que bueno por conocer” “este me ha prometido colocar a mi hijo…” Si  queremos salir del desencanto y fortalecer la democracia, tendremos que huir del miedo y las amenazas de pérdidas de derechos del bienestar. Hay que exigir que los sacrificios no recaigan sobre los más débiles y obligación de ahondar en las desigualdades provocadas por reformas hechas a destiempo y mal, dejándose sin afrontar la educación, salidas laborales de la juventud, protección de la familia, cumplimiento del derecho al trabajo, fiscalización de sueldos abusivos de políticos y altos cargos. Abrir caminos para que la juventud se implique para salir del desencanto

                                    Juan de Dios Regordán Domínguez
                                     juandediosrd@hotmail.com.

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