sábado, 6 de febrero de 2010

Nuestro Carnaval

José Antonio Hernández Guerrero

Para que no quepan dudas, declaro sin ambigüedad mi valoración positiva del nuestro Carnaval gaditano: una fiesta que me gusta y que me interesa, aunque -como me ocurre con el fútbol, con la política y con el periodismo- lo vivo de una manera moderada, sin excesivo apasionamiento, sin idolatría y sin fanatismo. Por eso procuro mantener cierta distancia que me permite disfrutarlo y, además, analizarlo y criticarlo. En mi opinión, nuestras agrupaciones nos muestran unos espejos, cóncavos o convexos, en los que se reflejan, alargados o achatados, nuestros rostros y nuestros gestos, nuestras aspiraciones y nuestras frustraciones.

De los coros, en esta ocasión me he fijado en el alto nivel de destreza profesional que ha alcanzado la agrupación de Julio Pardo, en el colorido vital y en la exhuberancia armónica de sus composiciones. También he saboreado los potentes tangos de Fernando Migueles Santander. De las escasas comparsas que he escuchado he seguido con especial atención la habilidad con la que Antonio Martín mezcla sentimiento, sencillez y entusiasmo con una equilibrada proporción de sufrimiento y de piedad; sigo pensando que sus composiciones constituyen unas muestras elocuentes de profunda humanidad y de frescura vital. De las chirigotas, en esta ocasión me ha llamado la atención el realismo fantástico de “El Selu”, la afilada sátira con ribetes surrelistas de “El Yuyu”, el descaro picante de Manolo Santander, y las transgresoras alusiones, a veces explícitas, de Kike Remolino.

He reflexionado sobre la fuerza con la que estos tipos mueven a la risa, deformando las palabras y otorgándoles connotaciones políticas, sociales y sexuales, y sobre la peculiar manera de mostrar el lado cómico de la vida y de aludir a la agridulce, insondable y profunda contradicción de nuestros comportamientos humanos. Esos personajes, que también nos representan a muchos de nosotros, además de hacernos reír, nos descubren la realidad elemental y profunda de nuestros comportamientos delirantes y, a veces, estúpidos. Pero, si es cierto que nos cuentan amablemente la verdad desnuda de las cosas, también expresan algunas de las sensaciones y de los sentimientos que, durante el resto del año, enmascaramos o disimulamos con las fórmulas convencionales exigidas por las buenas maneras y por la cortesía. No deberíamos perder de vista, sin embargo, que, a veces, desenfocan los problemas y, por lo tanto, falsean sus soluciones.

Sería ridículo que interpretáramos esas críticas al pie de la letra y que las adoptáramos como criterios válidos para planificar nuestras actividades. No nos confundamos, por favor, ni lleguemos a la conclusión de que, aunque algunos de los tipos constituyan imágenes de nuestras torpezas, nos sirven de modelos para nuestro comportamiento ciudadano.

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