jueves, 9 de julio de 2009

EL LOCO DE LA SALINA.

CRISIS Y CARNAVAL

Estoy desconcertada. No me había visto jamás en esta situación y por muchas vueltas que le doy no acabo de salir de mi asombro. Nunca me había pasado lo que voy a relatarles a continuación y, si tienen la infinita paciencia de escucharme, verán que ni miento, ni tengo por qué mentir. Siempre voy de frente y dando la cara, aunque los que me conocen sobradamente me tachen de perversa.
Pero antes que nada perdonen por no haberme presentado desde el principio. No me gusta llegar por sorpresa a los sitios y mucho menos pasar por mal educada. Me llamo Crisis a secas, porque hasta mis apellidos huyeron como diablos al verse unidos de por vida a un nombre tan depresivo como el mío. Mi patria es el mundo, mi ciudad la que le toca, mi pueblo el que me busca, aunque mi residencia habitual es Cádiz, la ciudad más antigua de Occidente, que por ser tan veterana sabe de mi inconfundible condición. Mi pareja de hecho se llama Paro, con el que he tenido multitud de hijos comenzando por Miseria, aquella que se paseó una vez por la playa gaditana y ¡válgame San Cleto! la que allí formó. A Miseria, que es mi primogénita y sin duda mi más fiel acompañante, le siguen Dolores, Angustias y un largo etcétera de hijos que solamente producen quebraderos de cabeza. No hubiera hecho falta presentarme, porque aquí me conocen a fondo, pero cada una es como es y siempre suelo anunciarme con el debido tiempo de antelación. Vivo de apretar cinturones y, aunque aprieto lo indecible, huyo de ahogar a quienes me padecen, ya que al fin y al cabo son mis asiduos clientes y yo sin ellos carecería de justificación. Por ello me encanta llevar las cosas a un límite más o menos soportable y tensar la cuerda razonablemente para que todos maldigan siempre mi funesta presencia y nunca me releguen al olvido. Soy capaz de aparecer en el momento más inoportuno y tengo la habilidad de poner en guardia a todo el que me ve llegar. Mi más encarnizada enemiga se llama Esperanza, que, además de estar aún muy verde para competir conmigo, sueña la hipócrita con verme desaparecer cuanto antes, sin obtener beneficio alguno, pues con mi desaparición también ella se esfuma en el aire efímero de los sueños. Sin embargo no vayan a creer que no tengo cualidades. Son pocas, pero fácilmente reconocibles. ¿Quién echa el freno más que yo a los gastos innecesarios? ¿Quién, más que yo, le da sentido a eso de que es mejor prevenir que curar? ¿Quién no escarmienta conmigo más que con todos los discursos del mundo? ¿Quién, al sonar mi nombre, no se pone en guardia y vigilante para que nada malo suceda? ¿Quién, mejor que yo, hace que nadie tire las campanas al vuelo de una manera insensata? Les comento todo esto, porque, a pesar de que tengo clara conciencia de lo que soy y de lo que represento, hoy estoy desconcertada. Tengo que reconocer que me gusta vivir en Cádiz y que le tengo bien puestos los puntos al cinturón de la Bahía. Sin embargo en cuanto febrero aparece por Puertatierra, la cosa cambia sin ninguna explicación convincente. Los gaditanos me erigen en protagonista de muchas letras de Carnaval y se burlan de mí y de mi familia. Se toman a broma mi perseverancia y viven la vida como si yo no existiera. Hacen que me sienta ridícula de tanto mencionarme y de tanto jugar con el doble sentido que al parecer inspiro. Yo, que suelo presentar una cara oscura y trágica, me siento en febrero como un juguete grotesco recorriendo calles y escenarios. El parado se ríe de mí, como si yo no fuera la causa directa de su falta de trabajo. Los pobres dicen que mañana será otro día, cuando yo les cierro todas las puertas desde el amanecer hasta que intentan sepultarme en el alcohol o en la cama. Muchos insensatos se disfrazan, como si yo no supiera cuánto me padecen los infelices bajo su disfraz. El vino corre y las carteras cansadas se abren sin temor, a sabiendas de que no perdono fácilmente las locuras. Las gargantas no paran de cantar, cuando yo no suelo dar motivos para cantar sino más bien para llorar amargamente. Ya digo, esto no me ocurre en ningún lugar del mundo. Por eso no alcanzo a explicarme qué es lo que pasa en Cádiz en febrero. A mí me gusta que la gente me sienta, que me sufra, que me eche maldiciones, que me desprecie, que pronuncie mi nombre y se eche a temblar. Pero así, con ese desparpajo con que el gaditano me trata y me concibe durante ese mes fatídico, no puedo vivir. Debo confesar que me estoy enamorando de Cádiz a fuerza de pensar en febrero, mes en que Cupido dispara sus flechas envenenadas. Ya sé que hay amores que matan, pero, como dije antes, yo nunca mato a mis amantes. Y, si Cádiz hace todo lo posible para olvidarme en Carnaval, yo tendré que olvidarme de Cádiz en febrero, si ella así lo quiere. Me sentaré en la murallita y esperaré. Si al llegar a Cádiz con ganas de Carnaval, ustedes me ven allí en silencio y sin ganas de sumarme a la fiesta, pasen de largo y disfruten, que febrero pasa pronto y ya vendrán tiempos mejores para mí.

3 comentarios:

luiyi dijo...

Muy bueno Paco.
Luiyi

Juan Cejudo dijo...

Paco : muy justo ese premio...

Un abrazo : Juan Cejudo

Juan dijo...

Sí, señor. Muy bonito y original.
Ya hace tiempo que no nos vemos, Paco.
Un abrazo: Juan Vinuesa

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