viernes, 17 de septiembre de 2010

Vuelta a la normalidad

José Antonio Hernández Guerrero

Durante estas primeras semanas de septiembre abundan los columnistas que repiten el manido tópico del síndrome postvacacional, ese conjunto de síntomas que, según ellos, afectan a muchos de los profesionales que regresan al trabajo tras unas –también tópicas- vacaciones. Si algunos llegan a calificarlo de “estrés” otros no dudan de diagnosticarlo como un proceso de “depresión post vacaciones”.

Sin ánimo de minimizar los trastornos que padecen algunas personas especialmente sensibles, creo que, al calificarlos con ese vocabulario patológico estamos exagerando unas reacciones que, en mi opinión, son las normales de la vida ordinaria.
El hecho de que sintamos pereza al reiniciar las actividades rutinarias, que experimentemos un poco de insomnio o de somnolencia, que nos cueste mantener la atención o que, incluso, reaccionemos con mayor irritación que de costumbre, no nos permite deducir que sufrimos un “cuadro depresivo” que requeriría un tratamiento médico o, al menos, psicológico.

Tengo la impresión, sin embargo, de que una de las características de nuestra sociedad –sobre todo la del primer mundo- es la hipocondría, esa excesiva preocupación por la salud o, mejor, ese miedo constante a padecer enfermedades. Es posible, también, que ésta sea una de las consecuencias negativas de la facilidad de acceder a informaciones médicas que nos hacen creer que estamos preparados para interpretar las sensaciones corporales molestas o esos cambios normales de nuestro estado de ánimo. Pero, en mi opinión, la raíz profunda de esta desproporcionada preocupación es, paradójicamente, la escasez de preocupaciones y la ausencia de problemas importantes. Por eso la sufren, sobre todo, quienes se aburren porque no son capaces de mirar hacia afuera para ocupar su tiempo y gastar sus energías en los demás; quienes -autocomplacientes o autopacientes- son unos egocéntricos que se miran el ombligo y que, por creerse literalmente que son el centro del mundo, reclaman la permanente atención de todos los que le rodean. Son esos que, con la cabeza caída y con la mirada fija en sí mismos, se encierran y se concentran en sus sensaciones porque sólo les importa lo que atañe a su propia persona.

Ya verán cómo, en esta época de crisis, el hecho de mantener un empleo estable puede hacer que el síndrome postvacacional se desdramatice y se asuma como un mero sentimiento de incomodidad de la vida laboral en los primeros días de trabajo, y cómo la gran mayoría de los empleados se siente contento con su regreso al trabajo e, incluso, optimistas por mantener un empleo.

1 comentario:

luiyi dijo...

Estupenda observación, amigo José Antonio. Pero no estoy totalmente de acuerdo en que ese "estrés postvacacional" se deba a la falta de preocupaciones sino más bien a lo que dices a continuación.
Creo que estamos creando una sociedad totalmente dependiente de los agentes externos, sin participar para nada en el timoneo de nuestras vidas. Eso nos hace endebles, quejicas y, como tú dices, autocomplacientes.
Alguien se cae en la calle y va corriendo al Ayunyamiento a pedirle dinero. A alguien se le cae una teja de su casa y va corriendo al Ayuntamiento a pedirles dinero cuando en la esquina tiene aparcado un BMW. Creo que este proceso lo empezamos con los niños cuando, siguiendo el consejo de algunos psicólogos/as majaretas, no queremos nunca que se "traumaticen" con ninguna frustración.
Creo, empero, que empezamos a hacernos grandes cuando empezamos a manejar las decepciones.
Eso creo.
Luiyi

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