domingo, 4 de abril de 2010

En contestación a la pregunta de Luiyi

Leí esta mañana (3/4/10) la nota de Luiyi preguntando: ¿El celibato incluye también la masturbación? Me pareció que se trataba de una pregunta muy sensata, puesto que celibato en nuestra lengua hispana significa: “soltería”, o sea, estado del que no ha tomado matrimonio, y esta acepción nada tiene que ver con la masturbación. Recuerdo que en la moral que se estudiaba allá en el seminario a la masturbación se la llamaba: “pollutio”, sustantivo derivado del verbo “polluo” que significaba primordialmente “manchar, ensuciar”. Lo llamé por teléfono para darle mi opinión y me pidió que la pusiera por escrito y la enviara al blog. Así lo hago, aunque el tema precise, creo, de una mayor profundización y extensión de exposición. Por ahora, me basta con estas líneas.
El actual Código de Derecho Canónico, promulgado por Juan Pablo II, el 28/1/83 (día de Santo Tomás de Aquino), fecha muy bien escogida intencionadamente, afirma en el Libro IV, Parte I, Título VI, Artículo 2º, canon 1037 que:


“El candidato al diaconado permanente que no esté casado, y el candidato al presbiterado, no deben ser admitidos al diaconado antes de que hayan asumido públicamente, ante Dios y ante la Iglesia, la obligación del celibato según la ceremonia prescrita, o hayan emitido votos perpetuos en un instituto religioso.”

Con lo que se refrenda la obligatoriedad del celibato impuesta (no tanto cumplida) desde muy lejos en la institución para poder acceder al sacerdocio. Pero no se dice nada explícitamente de la masturbación, o de cualquier otro acto sexual, algo que nos lleva a asumir como obligación para el sacerdocio la castidad (es una obligación universal, la cuestión está en qué consiste hoy, vistos los enormes avances antropológicos de la ciencia y la psicología). En este sentido el antiguo Código de Derecho Canónico, promulgado por Benedicto XV en 1917 dice en el canon 132, artículo 1 “ Caelibatus obligatio clericis in maioribus ordinibus constitutis sic afficit tu... (c. 1072), et ad castitatem perfectam observandam sub reatu sacrilegi subiciat, saltem quod spectat actus externos...”

Por lo tanto la institución está ligando de forma imperativa cualquier tipo de expresión sexual (y la masturbación lo es totalmente) al celibato obligatorio de los sacerdotes, y es más los conmina a una ausencia total de manifestación sexual bajo pecado de sacrilegio. Creo que es lógico deducir que la no-masturbación la asocia la institución a la ley del celibato, de lo contrario no podría ser juzgada como pecado de sacrilegio, sino como pecado mortal a lo sumo.

Esto es lo que a mi juicio dice la (mal) llamada Iglesia Católica. Y digo lo de mal porque ni es la Iglesia o sea, asamblea de los hombres, ni es verdaderamente Católica, o sea, integral y universal. El salto dado por el pensamiento cristiano, conocido como teología, desde la heterenomía-autonomía a la teonomía-autonomía deshace totalmente esta visión del Dios en las alturas y de unos hombres, elegidos, que son portadoras de sus leyes (la jerarquía).

El problema de que la masturbación sea considerada pecado mortal es algo que nos lleva a la consideración del mismo concepto de pecado. Es un tema que quiero tratar en breve en mi blog, no de inmediato, pues ahora estoy tratando un tema distinto, que publicaré en breve, sobre la espiritualidad y su relación con la religión. Baste por ahora con estas notas:

La palabra, traducida por pecatum, pecado, es amartía: substantivo derivado de amartánein que significa errar en el tiro al blanco, desviarse en el camino. De aquí con el paso de los siglos la palabra se fue cargando de un significado mítico-religioso-legalista (se desarrolló el sentimiento de culpabilidad de manera monstruosa) que es con el que ha llegado a los manuales de teología moral de los últimos decenios.

Hay que tener en cuenta que la falta es un error en el que cae todo aquel que VIVE, que corre el riesgo de vivir, todo aquel que experimenta algo y por esto es necesaria la metanoia, el cambio, el apuntar bien la flecha para que dé en el blanco. Pero la culpa no existe si no hay un dedo que te acuse, un juez que te declare culpable, y esto es lo que ha venido a significar en el cristianismo oficial el término pecado: ¡Dios acusándote! Algo imposible de casar con la actitud de Jesús, el Maestro, con la visión del Abba del que él nos habla, con la visión teónoma de la Realidad. Pienso que alguno puede pensar que la imagen del “Hombre” que juzgará a las naciones en el último día (Juicio final) que nos ofrece Mateo (25,31-46) cuadra con esta visión del “pecado”. ¡Ojo! Se trata de un texto de carácter apocalíptico que, como saben los estudiosos, no puede ser interpretado en sentido literal, se trata de una visión muy especial de un escritor que hay que coordinar con todos los demás textos evangélicos y sobre todo con las actitudes de Jesús... ¡Ojo, con la interpretación de la inspiración divina (literal, simbólica, mítica, mágica, teónoma...) de los evangelios canónicos! ¿Son inspirados otros libros como Al-Coran, las Upanisads, o los evangelios apócrifos, los escritos de los místicos actuales...? ¿Sólo la Biblia? ¿Quién lo dice? Esto sería tema de otra larga reflexión.

Entre los evangelios “apócrifos” está el de Mariham (María Magdalena), un evangelio gnóstico del que se conservan algunas páginas, escritas en copto. Dicho evangelio pone en boca de Jesús la afirmación del que el pecado no existe, lo que existe es la falta o equivocación. Y en este sentido podríamos unirnos a un maestro zen diciendo: no existe gente pecadora, existe gente ignorante.

No pretendo defender un “buenismo” simplón y tonto, sino el respeto serio y profundo hacia la Realidad, hacia el Misterio que se manifiesta de miles de formas en este mundo, y hacia la evolución de la historia de los humanos y de toda la creación, quiero una moral enraizada en el ser, no meramente en una visión mágica o mítica del mundo.

Pienso que sería muy honesto someter a revisión muchos de los ídolos conceptuales que se han ido elaborando a nuestra visión cristiana a lo largo de los siglos.

En cuanto al hecho de la masturbación y que esta sea considerada pecado mortal (¡no ya sacrilegio!) es normal que haya división de opiniones dentro de la moral católica (el viejo paradigma no desaparece hasta que muere su último defensor), pero no olvidemos que la historia ha tenido mucha influencia en dicha concepción negativa. Partiendo de la actitud de los ermitaños de los primeros siglos que creían luchar contra los (sus propios) demonios, pasando por S. Agustín y su misoginia, por los hieródulos judíos, los efebos griegos que antecedieron la historia de la iglesia, el refugio que los monasterios ofrecían en el medievo para muchísimos/as novicios/as que huían del hambre..., el escasísimo conocimiento de la antropología y psicología humana de todos los religiosos y jerarcas católicos, pasados y actuales y del tremendo progreso de las mismas, de la actitud de cerrazón de la institución eclesiástica y de sus acólitos ante la modernidad y postmodernidad (yo fui víctima de dicha cerrazón), del desconocimiento de la biología y del amor humanos, de la abundancia de juridicismo e influencia del mismo en la interpretación de la institución … y de muchos otros aspectos históricos, no se puede negar que concepción que tiene la institución de la masturbación está sesgada y por lo tanto ha de ser revisada muy a fondo y contrastada con los avances de las ciencias biológicas, psicológicas, antropológicas, sociales, con las diversas formas de cultura, con la dimensión del amor como único “mandamiento” que nos dejó Cristo...

Creo sinceramente que no podemos concluir que la masturbación haya de ser condenada como pecado, sin dar cabida a una más que razonable duda (por no decir certeza en lo contrario).

Me basta por hoy con estas reflexiones a “bote pronto”. No sé si con ellas he contestado a mi amigo Luiyi.


José Antonio Carmona

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