lunes, 12 de abril de 2010

De la masturbación, el celibato y otras yerbas.

EL SACRISTÁN DE SANTA ANA
Sin ánimos de herir susceptibilidades y con el profundo respeto que me merecen todos los que aparecen en este artículo.
Hay que ver, Luiyi, la que has liado con tu cándida e inocente preguntita sobre la masturbación y el celibato. ¿no tenías otras cositas que hacer más que andar jodiendo la marrana?
Querido anónimo y virtual pajillero:
No sé lo que ocurre pero vengo observando, en el ya dilatado espacio de tiempo que comparto este blog, que nadie, como tú muy bien dices, quiere mojarse los dedos en temas que aluden a la moral o dogmas católicos.
Perdona que emplee el término de “mojarse” y no, como tú, el de “cogerse” los dedos. Porque, refiriéndome al tema que aludes, sospecho que de lo que se trata es de coger otra cosa y no precisamente los dedos, y donde estas extremidades, o no, juegan un papel muy preponderante, directo y protagonista.
No sé…, la experiencia me indica que es más gráfico lo de “mojarse”, porque, lo hagas como lo hagas, siempre terminas mojándote. Los dedos, claro, o no. (No seas mal pensado; estamos hablando de la masturbación. Otras cosas se hacen de otra forma y se definen con otros nombres.)
Claro que si en el acto, aparte de ti, porque existe la masturbación activa y la pasiva, interviene otra persona, podríamos entrar en disquisiciones sobre si se trata de una virtual transgresión del celibato, con las connotaciones y consecuencias que ello pudiera comportar. Pero sobre este tema trataré más extensamente en otro momento. Estaba diciendo que nadie quiere mojarse los dedos en temas que aluden a la moral o dogmas católicos.
Y cuando digo nadie, no me refiero a los que, de alguna manera, se han apartado de la norma; sea levantándose de un confesionario, o diciendo: “hasta aquí hemos llegado! Para el carro, que me voy!”
No hará falta que te aclare que estoy haciendo alusión a nuestros queridos, por qué no, compañeros José Antonio y Juan.
Ellos, en un momento de su vida, decidieron acertada o equivocadamente, que su visión de la iglesia no era acorde con su forma de pensar y concebir la Institución, y resolvieron bajarse del carro y hacer la guerra por su cuenta.
No sé qué dudas les asaltó, qué contrastó en su vida, qué vieron en el mundo después de salir de los muros de San Bartolomé, pero fue necesario que iniciaran su andadura en el sacerdocio para decidir que no estaban en el camino acertado. Y eso que el Concilio Vaticano II hacía ya más de una década que había concluido y con él toda la reforma de la Iglesia Católica.
¿No será toda esta parafernalia una excusa, una evasiva para esconder, disimular o aparentar otros motivos, para ellos, menos disculpables, condescendientes, razonables o comprensibles para, a la vista de los demás, justificar la decisión que habían tomado?
Sólo ellos lo saben y no seré yo quien los fiscalice o los condene. Yo, y a lo mejor me equivoqué, tuve las ideas muy claras, y con 17 años decidí qué quise hacer de mi vida.
Sé que a este blog acceden personas muy documentadas y con una gran formación teológica. Sacerdotes o no. Obispos o no. Y aquí se ha planteado una cuestión lo suficientemente sensible como para que, poniéndose ante la presencia de Dios, expresen su opinión sobre las dudas que alguien abierta y sinceramente ha planteado.
No tuve la ocasión de estudiar teología, tampoco de profundizar en el conocimiento del derecho canónico, ni ahondar en cuestiones semánticas, pero, mi querido amigo y pajillero anónimo, dentro de mis limitaciones, dentro de mi supina ignorancia, y ante la ausencia de otras opiniones más autorizadas, yo mismo te voy a contestar. No te voy a soltar una parrafada en latín, ni te voy a hablar de la “pollutio” [Por cierto, quiero explicarte que la “u” de los romanos, con el tiempo, mutó en “v”; y si, con la evolución de los vocablos a través de los siglos, eliminamos la “ll” y la “t”, entre una pollutio (masturbación) y un polvo, poco trecho hay]
En absoluto te voy a hablar de la universalidad o no de la Iglesia católica, aunque, Ésta, desde su fundación, se ha mantenido unida y universal y han sido otros los que, antes y ahora, en mayor o menor medida, han provocado escisiones para apartarse de Ella, adoptando asimismo el nombre de Iglesia con otros apellidos, o bien de grupos o asambleas.
Ni mucho menos voy a hacer una disertación sobre la metanoia en el tiro al blanco, ni te voy a comer el coco con la mutación del pecado en falta o equivocación, según el evangelio apócrifo de Maleni.
No quiero, en este caso, hacer alusión al ineludible, controvertido y transcendental concepto de la misoginia en San Agustín. Ni hacer mención a la, o no, visión apocalíptica del pecado en el Evangelio de San Mateo.
No! Voy a ser más claro, sucinto conciso y directo.
Mira, nos guste o no nos guste: Hoy, de conformidad a la doctrina y normativa de la Santa Madre Iglesia, mientras no se demuestre lo contrario, y a pesar de las doctas opiniones de ilustres pensadores, juristas, literatos o filósofos, “meneársela” es pecado. Así de claro.
Eso es lo que tú querías saber, no? Pues ahí lo tienes.
Así que, ineludiblemente, no te queda otra opción que arrodillarte, confesarte y pedir perdón por tus pecados.
Ah!, pero date prisa no vaya a ser que el cura se arrepienta, se levante y te deje con la misa, en este caso confesión, a la mitad. Con el trabajito que cuesta decidirse…
Que Dios te coja confesado, hermano.
Un beso.
Manolo Argumedo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Grasias" por tus sabios consejos.ufffffffff.no quiero confesarme.un abrazo.pajillero anonimo

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